Sancti-Spíritus, 1966, narrador.
reside /resiste en La Habana
CASO CERRADO
En cuanto apareció la publicidad en la pantalla del televisor, yo dije que la gorda estaba enferma. -Esa mujer está enferma. –eso fue lo que dije, pero mis amigos no me hacían caso; seguían mirando el Chevrolet que subía la montaña a una velocidad tremenda y después, cuando estaba a punto de saltar al vacío, frenaba de golpe en el borde del precipicio y aparecía el anuncio: CHEVROLET PARA USTED. -¡Qué loco! –dijo Gerardito, cuando llegue a Miami voy a comprarme uno igual; y al instante anunciaron el tema de presentación del programa: CASO CERRADO se llamaba; y entonces dejé a mis amigos discutiendo de carros, y me concentré en las imágenes que desde el principio me habían enganchado; aunque le hice rechazo a la cara de la conductora: una mujer; por el acento, posiblemente cubana; autoritaria, que continuó con el supuesto juicio público, en este caso supuesto juicio televisivo. -Usted demanda a su esposa porque gasta todo el dinero en comida; lo único que ella anhela es comprar comida; sueña con comida ¿No es así? –reiteró la conductora-jueza con la mano levantada y dispuesta a dar un mazazo sobre el estrado en caso de que hubiera desorden; aunque también, a pesar de su impostada autoridad, hacía esfuerzos por no reírse. –Sí -respondió el demandante que permaneció serio; mirando fijo a la cámara; y luego explicó que hacía dos años había salido con su familia de Cuba; -tenían dos niñas, de once y diez años-; pero no especificó cómo habían llegado a Miami; por lo menos yo no lo oí; más bien, al instante, supuse que se habían tirado al mar en una balsa; pero en realidad no sé si fue así; y un close up de la cámara hizo que apareciera el hombre en la pantalla comentando que siempre había añorado vivir en un país libre; y para reafirmarlo, cuando dijo, -un país libre, -no miró más para la cámara sino a la esposa que estaba a su izquierda, sentada en el banquillo de los acusados; y la miraba con desprecio. -Miren a esos tipos –les dije a mis amigos, pero ellos seguían sin hacerme caso; todavía mantenían la discusión sobre el Chevrolet. –Y en cuanto lleguemos a Miami vamos a comprar uno de esos carros –decían ellos y hasta se emocionaban; en cambio, yo continué en lo mío y aunque no soportaba a la conductora despótica, no dejaba de reconocer su función; -porque en una corte de justicia, -me dije-, hay que imponer respeto y más, cuando la gente se altera, hay que coger la maza y dar golpes sobre el estrado que es igual a dar golpes sobre la cabeza de la gente; pensé así y me puse en el lugar de la conductora que señaló: -Explíquele bien a los televidentes cómo es su caso –y enseguida apartó la vista de la cámara y buscó con la mirada, que al final no supe si era la propia cámara que miraba, la imagen del hombre que se mantenía serio con su camisa de mangas largas abotonada hasta el cuello: -Ella, -entonces dijo el hombre y señaló a su esposa con su dedo flaco demandante- miren lo gorda que está; y la seguía mirando con odio; pero al momento, como si la hubieran pinchado, la gorda se levantó de la silla y se puso las manos en la cintura igual que una modelo, y movió las caderas con mucha salsa para enseñar su jeans a punto de reventar por presión adiposa; y así y todo, a mí me gustó la gorda; aunque eso no se lo dije a mis amigos, -para qué -me dije-, si ellos seguían con el lío de los carros; y luego pensé que me gustó la gorda por gorda y además por desenfadada; tanto que me despertó una pequeña fantasía que fue en aumento después de su respuesta al marido, al público del estudio y televidente también, y a la conductora despótica que en ese momento sonó un golpe con la maza: -Silencio en la sala –sentenció. -Prefiero ser una gorda contenta y no una flaca triste –la interrumpió la gorda sin importarle los golpes de la maza ni las intimidaciones de la conductora; y al instante hubo risas en el estudio y de mi parte también pero no de mis amigos que estaban acalorados, casi a punto de irse a las manos. -Silencio –volvió a decir la conductora. -¡Qué bueno está esto! –dije yo-, miren a la gorda, es una auténtica cubana, ¡coño!; pero mis amigos no miraban; no les interesaba nada más que los carros de la pantalla y los que habían fabricado en sus cabezas; por eso dejé de pensar que la gorda estaba enferma; más bien pensé que los enfermos eran mis amigos, y los del estudio con conductora y todo y hasta los televidentes; y después, al regresar la calma a la sala, el marido siguió hablando; denunciando a la gorda; que él ganaba poco más de treinta mil dólares al año vendiendo perros calientes –hot dog como le dicen allá- en un carrito; que eso no era mucho dinero en Miami; y casi todo su mujer la gorda se lo gastaba en comprar comida; -obsesionada y gorda como estaba, -decía el hombre-; acaparaba, principalmente, comida chatarra y la esparcía por diferentes lugares de la casa, hasta en el baño escondía comida para engullir mientras estuviera haciendo sus necesidades; y nuevamente hubo risas y exclamaciones en el estudio, guiadas por una voz que se alzó por encima de las demás: -COCHINA dijo la voz; pero sólo una vez porque enseguida los guardias de seguridad miraron para el gallinero y el público se calló; y yo me alegré de que se callaran; y, aunque no estaba en Miami, también tuve miedo cuando vi la mirada patibularia de los guardias; en cambio, mis amigos no se callaban porque en eso aparecía de nuevo la publicidad; ahora anunciaba otro tipo de carro que no recuerdo la marca pero sí que salía volando y se transformaba en una nube. -Mira eso, los carros del yuma hasta vuelan –dijo Gerardito y reanimaron la discusión pero, al rato, que a mí me pareció una millonada, volvió el programa, y el estudio estaba tranquilo como si esperaran algún suceso importante en el momento que la conductora tenía la palabra: -A ver, hija –dijo -. Explique usted por qué gasta todo el dinero en comida; y en eso la gorda miró a su marido con rabia como si pretendiera desenmascararlo delante de las cámaras de la televisión. -Este señor –dijo, y lo apuntó con su dedo gordo demandado-. No quiere que yo me alimente. Me quiere matar de hambre. -¿Pero cómo es eso? –preguntó la conductora-. Explíquese mejor; entonces fue cuando la gorda ya embravecida tomó impulso para hablar como si fuera un pitcher dispuesto a hacer el lanzamiento, pero primero levantó la mirada hasta que se le enarcaron las cejas y abrieron los ojos enormes de gorda: -El asunto es que yo pasé mucha hambre en Cuba -dijo. Y ahora que tengo la posibilidad de comer, entonces como –dijo, y mostró, primero a la conductora y después al público, el contenido de sus bolsillos; como una maga sacó paquetes de galletitas, barras de chocolate, caramelos y muchas cosas más… -Miren a la gorda –dije yo-, tiene hambre, la pobre; pero no dije la pobre con pena sino solidarizado porque estaba empezando a enamorarme de ella; pero mis amigos no se daban cuenta de eso; nada más lograba escuchar a Gerardito comentarle a Felito que los carros de Miami volaban pero los de La Habana no; y Felito que cuando él llegara allá en vez de comer tanto iba a comprar un carro que volara también, y comería poco; no le importaba pasar hambre porque ya se había entrenado en Cuba; y que eso era lo bueno de Cuba: que le servía a la gente de escuela de pasar hambre; y yo me reí para mis adentro mientras pensaba que los dos estaban desesperados por salir volando, o nadando, de La Habana -¿Y no te puedes contener? –continuó la conductora. -No –respondió la gorda. -Entonces es verdad lo que dice tu marido –dijo la conductora. -Él no tiene razón –dijo la gorda. -Pero tienes que aguantarte la boca, hijita –dijo la conductora. -No quiero –dijo la gorda. -Miren esto –dije yo-, esta mujer sí que tiene carácter; y era verdad; pero no había forma de que mis amigos atendieran porque ahora nos interrumpía Yoana, la esposa de Felito, que llegó de pronto sin que la esperáramos y gritó con su vozarrón también de gorda: -Están viendo eso, señores. -Sí –coreamos nosotros. -Así voy a hacer yo cuando llegue a Miami. -Allá tú –la interrumpió Felito-. Yo me voy a comprar un carro que vuele. -Y yo también –dijo Gerardito. Y yo no dije nada porque seguía entretenido con el programa, contemplando a la gorda que a cada minuto me iba atrapando más hasta que tuve una erección que por supuesto disimulé; aunque fue en vano porque mis amigos con su eterna porfía jamás se hubieran enterado de mi calentura que casi rompía el pantalón; hasta que luego apareció el otro bloque de publicidad que no recuerdo los detalles porque nada más salió el primer carro yo dirigí la vista al piso y me entretuve mirando las filigranas de las lozas y también pensando en la gorda; y hasta ahora, el programa, excepto la publicidad, me estaba gustando pero lo que vendría después me gustaría más; así que lo primero que hicieron fue traer a testificar a las hijas del matrimonio: una, flaca como el padre, la mayor; y la otra gordita; tomadas de la mano por un guardia de seguridad que las entró al set y las paró junto a la conductora que a pesar de su frialdad y despotismo quiso ser dulce con las niñas y lo fue. -¿Cuántos hot dog tú te comes? –le preguntó a la flaquita y le pasó la mano por el pelo. -Uno –dijo la niña. -¿Y tú? –le preguntó a la gordita y le apretó un cachete. -Tres –casi gritó la niña que ratificó la cuenta con los dedos. -¿Y su mamá, cuántos se come? -No sé –dijo la flaquita. -Diez –se apuró en decir la gordita que enseguida le mostró a la cámara, y no a la conductora, las dos manos abiertas; y es por eso que aquí todo el mundo está enfermo menos mi gorda, pensé cuando anunciaron la entrada de la sicóloga que era una mujer rubia de unos cincuenta años bien llevados. -A ver, doctora –dijo la conductora-. Usted puede explicar algo sobre el caso; y la especialista dijo que la acusada venía de un lugar donde había pasado hambre; que eso había perturbado alguna zona de su cerebro; que era un trauma típico de las personas reprimidas; que pasaba más o menos igual con las demás cosas, que con el sexo también, por ejemplo; -y que por cierto, -comentó la sicóloga- un estudio reciente indica que las gorditas son más afectivas en la cama…; en eso la gorda saltó como un bólido de su silla y dijo: -Ven, por eso él no me deja. Yo soy un fuego en la cama -y señaló al marido que la miraba con los ojos embotados, posiblemente idiotizado por el alcohol, mientras ella se reía a carcajadas y el público también; pero la conductora no lo permitió: hizo sonar la maza, pum, pum se escuchó en la sala. -Aquí no se permiten obscenidades –gritó la conductora; y por primera vez no le hice caso sino que tuve deseos de sentirme arropado entre los brazos de la gorda… también tuve intenciones de irme para mi casa a desahogarme en el baño pero me quedé sentado mirando el final del programa, si era que Felito y Gerardito me lo permitían; lo cual era pedir mucho, pero me lo permitieron a medias: la gorda dijo: -No voy a dejar de comer; la conductora dijo: -Tienes que aguantarte la boca, hijita; el esposo dijo: -Si no para de comer me voy a arruinar; Gerardito dijo: -Me gustan los carros de Miami porque vuelan; Felito dijo: -Me voy a comprar un carro atómico; y yo no dije nada; me levanté del sofá y salí como el Chevrolet de la publicidad casi volando de la casa sin despedirme de nadie; y ya iba por las escaleras cuando sentí los golpes de Gerardito y Felito que se mezclaban con la voz y los mazazos de la conductora; -Dios mío; se matan -me dije, y apuré el paso; pum, pum, todavía escuché cuando estaba en la calle; y de pronto me vi corriendo y me decía: -corre Boni, corre; corre y no te detengas, cabrón; y no me detuve ni siquiera ante los carros de La Habana que no vuelan como los de Miami pero si te chocan te joden igual.
Centrohabana, Marzo de 2008
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