outsider

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Edgelit

Edgelit
Edgelit/Borde.de.luz

Adagio de Habanoni


Fotografías de Silvia Corbelle y Orlando Luis Pardo

mi habanemia

La Habana puede demostrar que es fiel a un estilo.

Sus fidelidades están en pie.

Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía ese ritmo.

Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico.

Tiene un ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones.

Tiene un destino y un ritmo.

Sus asimilaciones, sus exigencias de ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo.

Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria porque conoce su trágica perdurabilidad.

Ese ritmo -invariable lección desde las constelaciones pitagóricas-, nace de proporciones y medidas.

La Habana conserva todavía la medida humana.

El ser le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo terrible.

Lezama

habanera tú

habanera tú
Luis Trapaga

El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos.

No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en la que la gente se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.

Lezama

puertas

desmontar la maquinaria

Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina: son los estados del deseo independientemente de toda interpretación.

La línea de fuga forma parte de la máquina (…) El problema no es ser libre sino encontrar una salida, o bien una entrada o un lado, una galería, una adyacencia.

Giles Deleuze / Felix Guattari

moi

podemos ofrecer el primer método para operar en nuestra circunstancia: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura podrá deslizarse, tal vez, el soplo del Espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación. Después, otra vez el silencio.

José Lezama Lima (La cantidad hechizada)

Medusa

Medusa
Perseo y Medusa (by Luis Trapaga)

...

sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir;
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.

la maldita...

la maldita...
enlace a "La isla en peso", de Virgilio Piñera

La incoherencia es una gran señora.

Si tú me comprendieras me descomprenderías tú.

Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.

Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico.

Virgilio Piñera

(carta a Lezama)

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Luis Trápaga

ay

Las locuras no hay que provocarlas, constituyen el clima propio, intransferible. ¿Acaso la continuidad de la locura sincera, no constituye la esencia misma del milagro? Provocar la locura, no es acaso quedarnos con su oportunidad o su inoportunidad.

Lezama

Luis Trápaga Dibujos

Luis Trápaga Dibujos
Dibujos de Luis Trápaga

#VJCuba pond5

Pingüino Elemental Cantando HareKrishna

Elementary penguin singing harekrishna
o
la eterna marcha de los pueblos victoriosos
luistrapaga paintings
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Libertad para Danilo

Apr 1, 2009

Boring Home, de Orlando Luis Pardo, continuación (7)

 

 43

CUBAN AMERICAN BEAUTY

1

La sala era grande y con un cartel de cartón:

"Surjery", alguien había intentado en inglés. Otro

Juan Ramón Jiménez resucitado en spanjlish, ¡y

nada menos que a lápiz! De verdad son osados

los muy cabrones, pensé.

La enfermera vino hasta mí y sonrió.

Gesticulaba bárbaramente con una ceja, la

izquierda. Sería una histérica in potential, no sé.

De un saltico adelante la vi quitarme los bártulos,

que eran dos jabitas de nylon con ropa vieja y un

pequeño bulto forrado con periódicos de la

prehistoria –del siglo XX tal vez–, donde se

empolillaba mi magra colección de pocket books.

Todos en inglés, of course, con la excepción de

rigor mortis: un poemario de Mao traducido por

Ezra Pound ya en el manicomio. "Poemaorio", le

decía yo, y lo conservaba desde Cuba por pura

jodedera con los amigos, cuando existían amigos.

El panfletico incluía unas acuarelas cuyo autor

tendría que ser, por lo amanerado del trazo, un

homosexual tapiñado bajo el viril ropaje obrero

del emperador. O del nuevo shit campeador o

Cideólogo posnacional.

Qué porquería, ¿no? Yo siempre con mis

libritos de bolsillo y los bolsillos tan broken

como mis huesos. Una rata rota que habita las

alcantarillas del lenguaje, yo. Aquellos bártulos

eran todo mi equipaje y también todo mi hogar:

mi hospicio y mi boarding home. Y está OK que

así sea. Bendita mierda la manía de acumular

cosas si uno de estos días te mueres y ni tu

insurance se entera. Y ni el médico chino ni tu

madre muerta en La Habana te salvan de una

tarja sin nombre en el South West.

—Tú debes ser William, ¿eh? –me reconoció

la enfermera. O la modelo de Vogue En Español.

Era preciosa, de verdad. Una puta perfecta.

Lo que se dice una auténtica profesional. Y para

colmo su acento, la muy cabrona se delataba

solita: era cubana a matar, de atar. Ah, a veces

uno tiene la impresión de que todas las hembras

de la Unión Americana, tarde o temprano,

resultarán siendo cubanas. O hijas de cubanos. O

hijas de hijos de cubanos. Y así es imposible que

progrese la democracia en este país. Habría que

escribir otra constitución y después echarla al

recycle bin. O dar un golpe de estado por cada

united state. Por mi parte, juro ante dios y ante

los hombres que ahora ya me da igual. Lo

blasfemo incluso ante la abulia de dios y la

estupidez de los hombres. Bah.

—Depende de William qué... –corté su

confiancita de tú-debes-ser-william-¿eh?

Que se joda, la muñequita de biscuit. No me

gusta caer en tuteos con personas uniformadas.

Aunque fuera aquella chiquilla con una bata

blanca que le anunciaba las nalgas. Un uniforme

siempre es disciplina, historia falseada y

represión real. Y, después, que dios le bese el

culo a América si así lo desea. His business, I

don´t medicare. Yo me paso, con ficha y sin

fecha de defunción. The show must stop. Ya todo

me va resbalando ramplán. Y no sólo ahora. A

veces, en sueños, mi madre revive y me recuerda

que en La Habana yo también era igual. Sweet

Home Alahabana: madrecita del alma podrida, en

mi pecho yo guardo el horror. ¿No es un fastidio

no poder olvidarlo todo de un tirón? Borrón y

cuento nuevo. En fin.

Por su parte, la enfermerita en voga ni me

escuchó. O se hizo la que no. Típico de toda

Cuban American Bitch. Ella iba a lo suyo: Her

business. Y se puso a garrapatear en mi

expediente clínico. Ojalá que algún día llegues a

ser una triunfadora en este gran reality show,

pensé. No me gustaría leer en el Herald que una

compatriota tan bella ingirió 1984 píldoras

antidepresivas o que ha vaciado su sangre en la

solitaria y pulcra habitación de un motel.

Computriota. "Las venas abiertas de América en

la tina", escribí alguna vez en mi diario. Porque

eso sí: para escritor de diarios, yo. Tengo cientos

y todos abortan al séptimo día, como toda

creación. Para suicida no cuenten conmigo, por

muy jodido que esté. Así que no me vengas a

joder tú ahora, Criollita USA o Barbie de la

barbarie, con tu escribidera en mi historia clínica.

Porque, ¿acaso toda historia no es eso:

clíniteratura barata? Oh, my.

Yo la dejé que anotara su buen par de

capítulos de ese novelín llamado "William Algo".

Entonces rompió a dar taconazos por el pasillo

central de la sala H. Room H, letra muda:

improvisada pasarela. Ella avanzaba hacia el

interior, sin darme ni medio gesto de indicación.

Pero era obvio que yo debía seguirla, si es que en

definitiva pretendía ingresar: a eso se le llama

poder. Y el resto es plasta seca publicada en tinta

fresca por las revisticas francesas y demás

especímenes de la izquierda pop, como Le

Courrier du Soir de la Révolution. Justo así

suenan las botellas de champagne y los anos

rotos de los intelectuales de Europa, de

Eupopass: viento en popa y a toda izquierda, já.

Ulalá: tel quel ascó!

44

Y así mismo ocurrió con la tipa. No tuve más

remedio que seguirla como un perro a su presa.

De prisa, mientras me reía en voz alta, jajá.

Riendo solo, como los locos. Bienvenido al

making off de una nación o tan sólo ya su necia

noción. The Demagogic Republic of William

Figueras, se llamaría ahora mi payasito país: my

clowntry. Ya veremos quién mete a quién en

cintura. Literalmente. Y dejé por fin de reir. De

pronto me pareció grotesco escandalizar como si

yo fuera un cubano más. Además, allí todos

tenían pinta de no rebasar vivos la tarde. O la

noche. Despertar allí no sería el clásico: ¿cómo

amanecieron los pacientes? Sino el luctuoso:

¡¿cómo, amanecieron los pacientes?!

By the way, la sala H resultaba larguísima de

caminar a marcha forzada, siguiendo a la nurse.

Su arquitectura era oblonga, como un atáud

hecho a la medida de algún fenómeno de feria.

En este caso, yo. Casi al chocar contra el panel

de fondo, mi Betty Bloomer se detuvo ante la

que, supuse, tendría que ser mi cama. La number

666. Recordé una remota canción de Iron

Maiden: 666, the number of the beast; 6/66, el

mes y el año en que nació el bebé de Rosemary

Polanski en New York. Aquello no era

casualidad. O ya estoy muy mal o me van a

sacrificar estos cirujanos del estado federal,

pensé. Y desde ese mismo instante comencé a

pensar seriamente en cómo escapar. Morir

cagado en un pantano del golfo tendría mayor

dignidad que fingir curarme. Qué contradicción,

qué miedo, qué falta de serenidad.

Además, no creo que en todo el Estado

existan 665 camas antes de la mía. Tal vez ni

siquiera existan tantas camas en toda la Unión,

islas del Pacífico y del Caribe incluidas: Cuba y

Puerto Rico entre ellas ("De un pájaro las dos

nalgas", parodié alguna vez en mi diario). Pero

igual allí alguien había escrito con un plumón,

sobre una radiografía velada: William Figueras

666. Y, ya sabemos: quod scripsi, is crisis. Sea.

Entonces ella se dignó a inclinarse sobre el

colchón desnudo y poner mis bártulos allí. Los

tiró, fuonch, y saltó una nube de polvo. Buenos

muelles, good springs: "Espera la primavera o

pregúntale al polvo, Bandini», como el consuelo

patético de John Fante e.p.d., ese otro bandido de

importación. Allí rebotaron los mismos libros y

ropajos de nuestra primera confrontación entre

enfermera y enfermo. Entonces ella tomó la

iniciativa y se dobló todavía más, en cámara

lenta, sacando un juego de cama de una gaveta.

Jesús, Mary and José. Gómez, Maceo and

Martí. Mejor se hubiera levantado el vestido con

las dos manos. Se le hubiese notado menos la

punta del blúmer. Con aquel gesto le vi hasta el

triángulo isósceles de su encajito blanco, como

seguro estaba prescrito en el reglamento para los

uniformes del hospital. Orientado así por algún

degenerado fornicador, como yo. Sólo que con

más dinero, poder, y salud. Aunque eso de estar

sanos es como una visa lottery donde no tienes

funcionario a quién sobornar. Nadie muere en

vísperas ni tampoco una idea después. ¿Quién le

teme a Orlando Woolf?

A mí, por el momento, simplemente se me

paró. Aquella erección era algo así como mi

última rebelión. Ahora ya no me era dada otra

revelación como no fuese la revolución de la

sangre. Un buen culo cubano jala más que un mal

búfalo yankee en cinemascope: business is

business and bisontes son bisontes. Son las fallas

tectónicas de la demoncracia y la pismodernidad.

Y justo en ese instante ella se viró y recorrió mi

cuerpo como el de un moribundo, de arriba a

abajo y después al revés: imposible que no notase

la parazón. The Hulk. Y en pago a mi cumplido,

me advirtió con sorna de sarna cubanoamericana,

la más difícil de quitar con kerosén y cepillo:

—No te hagas pipi, papá –casi me grita, para

que el resto de los insectos en cama la oyesen–,

que aquí durante el weekend no se cambian las

sábanas, ¿right?

Y me clavó su mirada de bicha lúcida,

universitaria. Hi-tech pro y hi-tech prost en un

sólo modelo. Come with the wind, Zorra del

Siglo XX. Cuban American Beast. Y era lógico

que hasta ella se burlara de mí, de mi condición

de paria público, semiparalítico y penelítico. De

verdad que no hay peor palo que el de la misma

patria. Well done, country girl: no te dejes

mangonear por ningún machito transnacional.

Ah, a ratos uno se siente orgulloso de ser

cubano. De compartir la historia con semejante

ejemplar de yegüita. Una joyita bien entrenada

que debía ganar nunca menos de treinta por cada

hora gastada allí, entre detritos locales. En el

último par de minutos, por ejemplo, mientras yo

elucubraba tanta porquería mental, ella se habría

clavado ya sus primeros dólares del día, calculé.

Los muy cabrones: con ese cobra y encoge han

construido este enorme país. Be my guest: beat

my guest! Con sala H y con Hospital. Al final no

hay quien escape del manicomio, dear Ezra. De

suerte que decidí no usar mi lenguaje para

ripostar. Me bastó con una sílaba en cuasinglés:

—Yep –asentí con la cabeza y le miré de

frente las tetas: bolas duras, rectas y fusionadas al

45

medio. El Basexball bien podría ser ahora

nuestro pasatiempo internacional.

Y ella que aguante mi lascivia ahora. Que me

demande ante el City Hall o la Corte Suprema

Federal, acaso por acoso visual. Que me expulsen

a la pinga de allí. Creo que por esos días yo

quería morir en paz, en pus. Y rápido. Fast food,

fast fuck, fast fin: telón. Aunque yo estaba seguro

de que otra vez sobreviviría. Además, tampoco

deseaba que ningún compatriota notara

demasiado mi odio. Aquel sentimiento pertinaz

era la única intimidad que nunca me intimidó, la

última que aún me hacía sentir humano en medio

del glamour generalizado y mi enfermedad

demodée. El odio era mi talismán: mi ticket de

regreso a ningún hogar dejado allá atrás, allá

lejos, allá abajo. El odio era yo. "Dos patrias

tengo yo: Cuba y el odio", escribiría alguna vez,

si es que alguna vez salía de allí.

Así que, sin subir la vista de su entreseno a la

cara, le agradecí y le di mi apellido como

propina, tips for teets, si bien supongo que

demasiado tarde:

—Figueras, gracias por todo and justice for

all.

Y noté que usaba un crucifijo de oro para

resaltar el blanco piel de sus tetas. Tal vez por

eso no me demandó, pía impía. Tendría crazy

hasta el mismísimo dios. Ni me expulsó de la

Sala H. Al padre Varela le faltó escribir un

"Ensayo sobre la Piedad". Y ni siquiera me

trasladó de cubículo. Cubículo, qué ironía, pensé:

un cuba chiquita, ajustable aproximadamente al

tamaño de un culo. Fue justo en este punto que

entramos en el deshielo, la nurse y el nerd. Al

contrario de lo que yo suponía, la nani me regaló

su nombre y su apellido de single. Todo

silabeado con la mayor severidad, como si se

tratara de una Fiscal General. Pero con esa

dicción perfecta, típica de toda latin pornostar:

—Lia-net –dio media vuelta–. Lia-net A-guilar,

un pla-cer.

Y se retiró por el mismo pasillo, como en las

novelas radiales. Sin taconeo esta vez. Con

contoneo, eso sí. No body´s perfect. Y yo me

tendí en la cama sin siquiera tender el colchón.

Quería entender algo, necesitaba pensar. Sopesar,

so pesar de mí. Esa cabrona tradición nacional:

un cubano que piensa resulta a la postre una

amenaza universal. Y ya no recuerdo si me quedé

dormido o si fue tan sólo que lo soñé. I have not

a dream, ¿Malcolm Sex?

2

Soñé con Lianet. Lianet hablaba en la plaza y

yo le tiraba fotos. Fui cambiando los rollos hasta

que ya no tuve más para reponer. Then Lianet

interrumpía su discurso y me señalaba: "Hacen

falta unos rollos ahí para el compañerito", decía,

y de todas partes llegaba gente a donarme uno. O

diez. O diez mil. O diez millones de films, de

todas las marcas y formatos imaginables. Desde

Kodak 120 hasta Konica 35. Desde Koniek 1917

hasta Kapput 1989.

En el sueño, llegaban lo mismo guajiros de

monte adentro que balseros de mar afuera. Que

indios con taparrabos. Que una señora muy vieja

que había sido mi madre, pero ya no lo era más.

Que estudiantes de la universidad: mis colegas de

la Colina. Que choferes de ANCHAR y de la ruta

23: esa reliquia literaria que conecta a Lawton

con El Vedado desde "La Habana para otro

William difunto". Que el Presidente Prío: y esto

lo recuerdo muy bien, aunque no tenga referencia

alguna sobre su cara. Que militares y milicianos.

Que albañiles y albaceas. Que médicos. Que una

maestra que era la misma enfermera, aunque no

se lo podía decir con tal de que no parara de

discursear. Que, sobre todo, niños. Decenas,

miles de niños con los rollos cayéndose de sus

bolsillos, pocket films, de tan repletos que los

traían de las tiendas o de sus hogares atornillados

con una tarjeta postal: "Esta es tu casa, Lianet"

(garabateado en cirílico cyber-punk).

Y Lianet se reía de tanto alboroto a mi

alrededor, y todo el pueblo se contagiaba de su

alegría. Pero a mí tanta abundancia de negativos

me daba una injustificable tristeza positivista:

mañas de un Mañach inercial. Y en este punto no

sé si me desperté o si fue tan sólo que no soñé.

Ahora anochecía en Orlandoville: en Orlandovil.

En la sala, de pronto iba haciendo demasiado

frío para la hora y la estación. Supuse que

alguien habría conectado a full la aclimatación.

Otro cubano, seguro: nunca nos adaptábamos a

respirar en una atmósfera más natural. Entonces

entendí la mudez de la sala H. Room H: de Hielo,

de Hiello, de Hell. Y no sé por qué no me agradó

aquella interpretación fonética más que

freudiana, si bien resultaba mucho menos

hipócrita que la h himbécil de heaven.

Simplemente tosí y me tapé con las sábanas

sacadas para mí por Lia-net-A-gui-lar, un-placer.

Tenía hambre, pero no ganas de cenar. Así

que seguí tumbado. Mañana sería otro día y el

mismo. Y todos y ninguno. En fin: tomorrow I´m

not half the man I used to be. To beer.

46

3

Magníficos carcinomas. Lupus.

Emponzoñadas leucemias y esputos rebosantes

de vida inferior: virus, bacterias, fungi, algas y

celenterados. Puzzy pus. Cirugías en falso con el

presupuesto estatal: puro consuelo tax-free para

moribundos y familiares en fuga. Tisis tácitas y

sicklemias racistas hasta la pared de enfrente:

sikkklemias. Aids senil, gayds. Por mi parte,

apenas algún vómito de tanto en tanto y un

mareíto soso. Eso era todo. Me reconfortaba la

idea de que mi salud no estaba en mi contra,

como el resto de la humanidad, que nunca decía

"basta" ni quería dejar de andar, en andanadas:

anda nadas. Sólo que mis síntomas mínimos,

intermitentes, fomentaban un autodiagnóstico

peor, un auto de fe: esa enfermedad llamada

esperanza. ¿Por qué me retenían entonces en

aquel valle de extremaunción bilingüe? ¿Por qué

yo mismo no me escapaba en puntillas? Y aquel

cartel de "Surjery", ¿qué demonios representaba

su ortografía coja? Exactamente, ¿a cuáles

demonios convocaba su heterografía a mano

alzada con lápiz y cartón?

El alfabeto de todas las salas me pareció tan

calamitoso como la H, a pesar de la higiene

institucional y cierta diplomacia cool de los

uniformados de blanco. Casi todos eran muy

jóvenes, como Lianet Aguilar. Asalariados de

primera línea que, si alguna vez se unían a nivel

mundial, nunca lo harían para romper sino sólo

para reforzar sus cadenas: de oro 24 K, se

sobreentiende, como el crucifijo de ella.

Postproletarios del mundo, huíos!

Pero después de su tercer o décimotercer

turno, pues trabajaba un día sí y otro no, ya

nunca más la vi, a Lianet. Durante una quincena

entera no se portó por allí. ¿Estaría de holidays o

le habrían asignado alguna letra mejor? So far, so

good, so what. Dudé hasta de su existencia real.

Y de la mía, of course. Pero yo ya tenía su

nombre, silabeado con ínfulas de estrella porno

fiscal: Lia-net A-gui-lar. Y si existen las

palabras, es evidente que existe también lo real.

Así que ella me había sucedido in fact: fátum

fáctico. De hecho, tarde o temprano tendría que

reaparecer. O al menos aparecer como si fuera la

primera vez, lista para encararse conmigo.

Encarnarse. Para carear, gallinita vidente: ready

to cacarear. Si bien las últimas veces que nos

topamos, casi logramos firmar un tratado de paz

local: locuaz.

Tal vez fue sólo que nos miramos con

compasión: al fin y al cabo éramos compasiotras.

Ella, condolida profesional y cristianamente de

mi condición de paciente. Sick shit. Yo,

conmovido fisiológicamente con la geometría

camagüeyana de su cuerpo importado en 1994,

según me contó. Buddy body, un tinajón. Igual

creo que fuimos lo bastante polite como para

intercambiar información humana en medio del

esplendor y el caos de la civilización

septentrional.

Cumplía 25 ese año, ella. Yo casi 50. Vivía

en Orlandoville, ella. Yo en ninguna parte, sin

town by my own: sin patria, pero todavía con

amo. Ella tenía también a su padre aquí, que

llegó muchos años antes. Lianet viajó siendo casi

una niña de diecipocos. Yo, un vejete de

diecimuchos. "Tú eres todavía una niña", la

interrumpí. "Jijí", ella. Lianet vino remando todo

el tiempo de la mano de un primo bastante

mayor, que por entonces comenzaba a ser su

primer amante. "Una familia muy sportiff",

comenté. "Jijijí", ella. Su madre quedó allá atrás,

allá lejos, allá abajo, pues tenía altos cargos en

Cuba. Se me escapó un waaao: Lianet era hija de

una cirujana del corazón. "Como tú", me

aventuré y ella no volvió a jijijir. Y me hizo la

historia de su última década en los States,

incluida la muerte del primo en un tiroteo de

barrio. "Casi fue lo mejor para él", bajó la

mirada: "se había vuelto loco a las drogas y no

sabía qué hacer para no vivir", y acarició el

crucifijo como si fuera la mano de su primo en

aquel remoto 94: maremoto. A falta de algo

mejor, yo clavé mis ojos en sus dedos finos,

rematados en largas uñas a ras de su par de tetas:

bolas duras, rectas y fusionadas al medio.

Me impactó su pasado, sí. Pero aún más que

ella se hubiera inyectado silicona en gel, y que

encima fuera capaz de articular un relato así.

Seco y conmovedor. Eso sí era narrar, incluso

narrar en el mar, no la morronga de mis diarios

diarreicos. Yo también era un fucking intelectual

de la pop-izquierda françoise. Para colmo ahora

peando, con vómitos y mareadera: síndrome del

naúfrago sin nao. Life fucks, fo. Y, justo el día

en que le iba a contar lo extraño de mis sueños

con ella a cada pestañazo, y mi miedo de que

tanta reiteración significara que pronto yo me iba

a morir, entonces Lianet se saltó sus turnos

alternados de un día sí y otro no. And that´s all

folks. Es simple: nunca jamás la vi. Durante dos

o doce semanas ella no volvió por la sala H.

Y no fue hasta el otro mes que se corrió la

noticia. Es decir, que yo paré las orejas con

suficiente interés como para enterarme de lo que

había sido pan comido desde que ocurrió: nuestra

miss yacía también en cama. Y allí mismo, no

47

muy lejos del resto de sus insectos, en la sala de

terapia especial. ¿How come? "Porfiria súbita",

fue el epitafio que me dio el vecino de la 667:

moribundo desde la guerra civil del siglo XIX. Y

los pacientes terminales no suelen cometer

errores a la hora de diagnosticar, incluso a

distancia. Por lo demás, la forma de la noticia y

sus detalles de persuasión revelaban, en sí

mismos, suficiente trazas de la verdad. Trozos,

trizas. Y me lo creí al pie si no de la letra, por lo

menos sí de la voz.

Pinga. La puta no era ella sino la vida. Lianet

Aguilar se moría y punto. Lianet Aguilar se

moría y coma: yacía en coma vegetativo en una

sala sin letra del pabellón especial. Room Zero.

Hasta allí sólo era permitido el paso a los

intensivistas. Y a los sabuesos de la morgue

estatal, que hacían zafra. A farewell to arms:

adiós a las almas. Me cago no en su madre

cirujana, sino en el quirófano apostólico de dios.

¿Cómo te dejaste coger el culo a traición,

cubanita de pacotilla? ¿Qué cubano mierdero te

pasó el cabrón gen letal? A ver, César: ¿en qué

compartimento estéril se desecha la memoria y la

silicona de los que van a morir? Pero, ¿valdría la

pena coger tanta lucha? Tampoco era mein

kampf, ¿o sí?

Bajé al patio central. Estúpidamente, sentí

deseos de sentir deseos de llorar. No William no

cry. Me vi en el espejo del lobby. Un lobo, já: de

complexión recia, seco de carnes y de rostro

aguileño y enjuto. Un cervantes de tristes ojos y

nariz corva y desproporcionada, jajá. Boca

pequeña, con dientes ni menudos ni crecidos,

porque no tengo sino 666, todos mal

acondicionados y peor puestos, sin

correspondencia entre sí, jajajá. "Reir solos es

cosa de locos", repetía mi madre muerta. Este es

el tipo de quijotada kitsch que a uno le inculcan

by heart desde una escuelita primaria de Luyanó,

renombrada Nguyen van Troi medio siglo o

medio milenio atrás. Igual hay que reír en voz

alta para no sentir deseos de sentir deseos de

llorar. La risa es el mejor antídoto contra no

recuerdo bien qué..., ya no sé si escribí en algún

diario. Opción cero: Room Zero, empezar de

cero. Quería llegar hasta allí. Hasta ella. Vedi

Lianet e poi muori. Vade Aguilar. Verla aunque

fuera partida en dos, en sílabas, como en nuestra

primera trifulca, o bifulca: Lia-net-A-gui-lar unpla-

cer versus Figueras-gracias-por-todo-andjustice-

for-all.

Lástima de cuerpo, ahora en manos de peritos

y especialistas: esos perversos con licencia hasta

para pasarte la lengua por el pipí. Y no te hagas

pipi este weekend, mamá, ¿remember? Recuerda

que allá arriba nadie te va a cambiar las sábanas

en tanto no te decidas a morir. Y ojalá que no

resulte casi lo mejor para ti, porque vale la pena

intentarlo aún con pánico de sobrevivir al

séptimo día. Para suicida, no cuentes conmigo.

Mírame aquí: ecce homo. Un sobremuriente a

ultranza, un pendejo perdedor que persiste

peleando por muy jodido que esté. So, no te

vengues ahora, y no me vengas a joder also tú.

¿Tú también, Cuban American Bruta? Y me

tumbé de espaldas sobre un contén del patio

central, incontenible de tanto elucubrar.

Elucubar.

El sol me golpeaba suavemente las vísceras.

Cerré los párpados. Telón de fondo, de fonda. No

para dormir, sino para intentar soñar en plena

mañana de Orlandoville: villa de baratija y

vodevil. No serían todavía ni las diez de mañana,

la hora en que comienzan a llegar los surjeons en

sus tojotas rojos de ocho bujías, modelo del

prójimo año. Que se vayan todos al divino

mojón, con jota juanramonjimeniana. Justo ahora

yo necesitaba un brake para pensar en mi

compatriota, para despedirme de ella de la

manera más cursi en que pudiera caer rendido y

comenzar a roncar. A soñar la pesadilla de los

justos. Recurrente jodío errante, por muy lugar

común que sea este chistecito chic. Cheap, shit.

4

Soñé con Lianet. Lianet despedía mi duelo,

vestida de verde oliva en el bohío de mis abuelos

en San Francisco: pared con pared con el viejo

Hem, otro suicida heterogay. Y yo entendía todo

el discurso, tumbado de espaldas en mi cajón de

madera, que no dio tiempo ni dinero para curarla

bien: así que se pudriría primero que yo, como

dicen que le pasó a mi tío Juan, el evangelista de

Juanelo. Qué aburrido sentido de la repetición:

ensayo del ensayo de una puesta en escena que

nunca representarás.

Y aquel fue el discurso más triste que yo le

haya escuchado jamás a Lianet. Y me desperté

con los ojos aguados. ¡Por fin lágrimas! Y un

nudo en la garganta imposible de vomitar o

tragar. Me faltaba el aire. Abrí la boca. Traté de

gritar. Era mi oportunidad de romper por fin a

llorar. Arrrgh. Pero nada. Salió sólo un ronquido.

Grotesco. Grrrah. Y entonces oí los jijijís en

spanjlish de no sé cuántos mequetrefes a mi

alrededor y me incorporé. Students, moribundos

y doctors: todos me rodeaban en son de público

para alegrar su día con el bufón. Pegué un salto y

caí de pie, un milagro de mi biología a punto de

48

réquiem ya. Quise fajarme, morir limpiamente

allí, de cáncer al sol y de culo a Cuba:

—¿Qué pinga e´? –los amenacé en cubano no

tan foráneo como funéreo.

Pero justo así quedó el gesto. O mi mueca. O

la muesca de mi agresión. No pasó nada, como

nada era de esperar. La audiencia se retiró, y yo

quedé con el puño y la palabrota en alto, en vilo,

en Orlandovilo. Ridículo como una provinciana

Estatua de la Libertad: antorcha tronchada entre

el sueño privado y la resingueta social. Entendí

que me sería imposible pensar o despedirme de

las cinco sílabas de aquella mujer: Lia-net-A-guilar.

Técnicamente, ¿eran cinco? ¿Quién se

acuerda ahora de gramaticar: gramasticar?

Y lo más jodido, no sé si ella se enteró de esto

por mi expediente clínico de vivibundo: mi

segundo apellido era el suyo, William Figueras

Aguilar. Aunque aquí en América ya casi lo

olvido, pues a nadie le hace falta un segundo

surname. Hubiera sido bien cómico caernos de

nalgas con la noticia de que un pariente lejano de

un pariente lejano nos convertía de pronto en

parientes a Lianet y a mí: por ejemplo, primos

exprimibles estaría muy nice. Nada. Maneras de

comer tanta mierda con tal de no comer tanta

muerte.

5

Y comenzaron a ponerme sueritos. Los sentía

gotear calientes dentro de mí. Oscuros, densos.

Cada doce horas. Unos pocos mililitros de ni me

tomé el trabajo de averiguar qué. Como si me

inyectaban pasta de Coca Cola Diet: yo ya no

pensaba en mí. Sólo en ella. En ellas: la muerte y

Lianet.

Una mañana, fue un muchachito flaco y

miope quien me conectó al botellín, manipulando

torpemente mis venas. O arterias, no sé. Igual lo

dejé que se desarrollara, que aprendiera conmigo

el noble arte de torturar. Por la pinta, ése no hacía

ni un año que había llegado de Cuba, podía

apostar a mí. De manera que así mismo se lo

pregunté.

—Diecioc-c-cho m-m-meses –me contestó,

poniéndose más nervioso y concentrándose aún

menos en el copyright de mi hematoma.

Cualquier día alguien lo demandaba y le

partían hasta las balls, si es que tenía un par. Y su

brillante curriculum quedaría entonces

brillantemente cagado. Tal vez por eso aquel

muchachito flaco y miope, amanerado y cubano,

me simpatizó desde la primera impresión: era un

perdedor in potential. Al contrario que yo, que

era tan sólo un perdedor a secas.

—OK, hijo –lo tranquilicé–. Cuéntame de

ella, anda. De ellas: dime algo de Cuba y todo

sobre Lianet.

Él soltó mis venas o arterias. Subió sus ojos

hasta los míos. Tenía mirada de ciervo, de siervo.

Con unas pestañas profundas al estilo de Bambi,

de Barbi: un par de ojos que ciertamente

desconocían el sinsentido preciso de lo que es el

horror. Bah. Inmigrantes de terciopelo, visado

legal y un avión Boeing directo de La Habana a

Miami. Así era muy easy, ¿no? Carne fresca para

el engranaje de 24-hours-a-day que necesita

moler esta mole llamada America for the Cuban

Americans. Para colmo, amariconados en su

mejor mayoría. Literalmente. Como este mismo

ejemplar que me resultó tan simpático. Parecía

una people person, la verdad: ya muy pronto se

convertiría en todo un tipejo de bien. Un guy gay

y, para colmo, politically correct. Puaf. Entonces

bajó la vista y me tart-t-tamudeó:

—Está prohib-b-bido hablar de eso con los pp-

pacientes –reunió el coraje de pronunciar–.

Pero Cub-b-ba hasta hace poco seguía ig-g-gual

y de Lian-n-net me han dicho que está p-p-peor.

Era lamentable. No la noticia, sino que

cualquier noticia ya me dejara igual. Incluida la

muerte, Cuba y Lianet. Serían los sueritos esos,

no sé. Oscuros, densos, cada doce horas. O serían

los vómitos: cada vez más oscuros, densos, y

doce por cada hora. Con unas raras vetas de un

material granulado como granitos de arroz, pero

aún más blancos: duros como de porcelana. O

sería acaso la calma chicha de los meses dentro

de aquel instituto estatal. Creo que por esos días

yo no quería morirme sin dar un poco de guerra.

Me aburre tanta paz en el hombre. Y sobremorir

en aquella sala sitiada podía resultar un

entretenimiento eficaz. Lo sentía por ella y de

verdad lo intentaba, pero no sentía ningún dolor

que no fuera el de la aguja en mi brazo: la aguja

del pájaro y no en el pajar.

Entonces, ¿era sólo morbo o curiosidad? Tal

vez aún no me creía del todo que una enfermera

estuviese entre las redes tejidas por ella misma

para extirpar enfermos. Se me ocurrió contar esa

anécdota y hasta inventé la palabra del título:

"Hospitalia". Enseguida la confronté con el joven

transgresor del voto de silencio, prescrito en

quién recuerda cuál acápite del reglamento

oficial.

—¿Usted es escrit-t-tor? –su terror pánico se

desvaneció, pero no sus gaguerismos de gay–.

Yo soy Héct-t-tor, es un p-p-placer –otra vez la

frasecita: ¿sería el slogan?–. Díg-g-game, ¿es

49

cierto que aquí es imp-p-posible pub-b-blicar

sino es en ing-g-glés?

Sonreí con lástima. Me apuesto media nalga a

que ya has publicado algo en Cuba, poor bastard.

Me la apuesto completa a que fue un "volumen

de poesía". Y lírica, tal vez el eco del hueco

dejado por la Amarga María o por Emily van

Llagas, tus favoritos, ¿no? Me apuesto las dos

tuyas, incluso por anésima vez, a que ni siquiera

reconocerías mis juegos con el verso de Piñera

"El olor de la pinga bien puede detener a un

pájaro" o con el lezamiano "Ah, con qué seguro

paso tu culo ante el abismo". Me hubiera gustado

soltarle un desplante que aboliera su vocación de

ocasión, pero en literatura mi única escuela es

una altanerísima humildad.

—Hijo, ¿tú sabes por qué has venido aquí a

los States? –gané tiempo para fingir interés por

su carrera, y hasta regalarle un advice al estilo de

"el texto no tiene afuera" después.

El muchachito se quedó meditando. Tal vez

quería darme una respuesta smart. Seguramente

él mismo se había convencido de mi condición de

escritor premórtem, y ahora pretendía sostener un

diálogo solemne a la altura de la situación.

Cometranca. El único diálogo de altura es el

vértigo. ¿No habría visto cine allá en Cuba? Y la

única conversación literaria es saber sostener un

silencio. ¿Si no a Hitchcock, no había visto al

menos a Charlot, allá en el Chaplin de la calle o

el canal 23?

—Desde niño mi p-p-padre me inculc-c-có su

amor por este gig-g-gantesco p-p-país.

¡Ahora sí! Un discursito chic-cheap-shit con

ínfulas freudianas o tal vez medio freak. "Desde

muy niña" me hubiera parecido un argumento

sincero, me burlé en secreto desde mi diván.

—¿Anexionista el vejete? –me burlé en voz

alta desde mi diván.

—No –me cortó–. Lo mat-t-taron en Nicaragg-

gua. Era médico, pero ad-d-dmiraba a Frank-kklyn,

Whit-t-tman, y a Roos-s-sevelt.

Y no pronunció más. Ordenó manguerines,

tanteó la aguja del crimen, y ajustó a full el goteo

del botellín. Me dejó un algodón para disimular

el parche violeta que se iba tatuando en mi piel.

Y se despidió con un cabeceo de excesiva

formalidad después de su entusiasmo inicial.

Bah, Cuban American Maricans: histéricos in

potential. Lo más importante es que su

información me decidió por fin a llegar hasta

ella. Hasta ellas: la muerte y Lianet. Sólo que

aquella pasta en suero me idiotizaba cada minuto

más: Coca Cola Idiet. Poco a poco yo entendía lo

que es parecer un lagarto o, más poético todavía,

un caimán dormido de San Antonio a Maisí.

Puaf, infame infancia memorizada de octosílabo

sencillo en octosílabo sin sentido, mientras

pelábamos papa y no sabíamos ni pí. Please.

6

Soñé con Lianet. Yo estaba dormido y soñaba

con ella, pero desde sus ojos me veía dormido y

soñando con ella otra vez. Ciclo cerrado:

oniriconerías de un exiliado total. Yo estaba

sereno como un bebé. Sarana astaba la mar. Y

lucía precioso, destilando belleza como en las

fotos de estudio retocadas en El Arte. Serene

estebe le mer. Yo no roncaba, por supuesto. Ni

respiraba, porque hacía muchos años que estaba

muerto. Sirini istibi li mir. De manera que ahora

conservaba sólo un sentimiento, que de pronto

era el mismo que el del padre interanexionista del

enfermero epiceno: yo amaba a aquel enanesco

país. ¿Cuál, Cuba? Qué ironía, qué ira, qué

idiotez. Sorono ostobo lo mor. Imposible ser un

reptil sin que el aire comprimido en la tráquea

enseguida te ponga a roncar, a pesar de que estar

ya muertos en aquel gigantesco país. ¿Cuál cebo?

Qué idilio, qué inercia, qué ideologitez. Surunu

ustubu lu mur.

Y, como siempre me pasa cuando me

embeleso de día, mis propios ronquidos me

hicieron resucitar. Glotis gutural, atragantada:

arrrgh, grrrah. Un exquisito ridículo a mitad de la

mañana primaveral. Definitivamente, abril es el

mes más cruel. Las carcajadas fósiles del resto de

los 665 cubículos, o tal vez capillas, me lo

confirmaron un instante después. Nada. Me había

convertido, para ellos, en algo así como su bufón

inflable antes del Juicio Final. Cuban American

Bluff. Balón de foolball cubanoamericano con el

que, allí dentro, nadie tenía la energía suficiente

para patear o putear un gol. Gore.

7

El sopor se hacía insoportable desde muy

temprano. Las noticias de ambas eran confusas.

De Cuba y Lianet. Para colmo, ahora era Héctor

el que hacía dos o doce semanas que no asistía a

sus turnos de un día sí y otro no. No podía

arriesgarme más. Me quité el pijama y me

disfracé de civil con mi ropa vieja. De hecho, ya

había esperado de más. Hacía días que no comía,

la vista se me nublaba, los dedos se entumecían,

y los médicos no me daban ni media señal. Esa

apatía podía ser mi señal: la hipocresía

hipocrática siempre significa que se acerca tu fin.

Y, en mi caso, ya era sólo cuestión de definir

quién ganaría el maratón: los sueritos o mi

50

enfermedad, cualquiera fuera el contenido de

aquella baba traslúcida y cualquiera el inesperado

síntoma mortal de algo que, en definitiva, todavía

considero que no me enfermó.

Así, vestido como un familiar o incluso como

un inspector del Estado, con un pocket book bajo

el brazo, me aventuré en el ascensor. Marqué el

number 7. "The lucky seven", como decía mi

padre en el Estadio del Cerro o frente a la

pantalla de nuestro televisor Caribe. En Cuba

State, marcar carreras en el séptimo inning era

síntoma de victoria, según él decía. En Florida

State, marcar la tecla 7 de un ascensor ojalá que

también lo fuera, iba rezando ahora yo. Aún sin

creer en el séptimo ni en el septuagésimo cieno.

Miré mi libro placebo y ¡horror!: era el poemario

de Mao Tse Pound. Aunque nadie repararía ni

medio segundo en él: era sólo cuestión de

mantenerme in control.

Al alegre Héctor ya le había sacado

información más que suficiente, step by step. Él

no se daba cuenta, pero gagueaba de más. Sería

miembro del Gay Gossiper International:

Gayssiper Ltd. Y, paso a paso también, doblé dos

veces a la derecha, la mano todo el tiempo

apoyada en la lustrosa pared, técnica infalible en

los laberintos, empleada por mí ahora para no

desorientarme y caer. Me sentía muy débil,

mucho. Estaba seguro de que nunca podría

regresar hasta la 666 por mis propios pies. Pero,

¿a quién le importaba eso: who medicares? Vi el

cartel, por suerte no de cartón sino de cristal, y

no a lápiz sino con pincel: "Intensive Care Unit",

alguien había acertado en inglés, con caligrafía

cursiva de colegial cubano, color carmesí.

Complicidad de la c. Cojones.

Me acerqué. Seguí por el pasillo a lo largo del

paredón transparente. La palabra paredón me

paralizó. Miré adentro a través del vidrio,

girando la cabeza a un lado y al otro: como un

morro reumático, risible en su patética función

ancestral. Vi camas, comas. Vi cuerpos

atiborrados de cables, candilejas titilantes en

digital, y sábanas verde oliva para lograr un

decorado homogéneo, impersonal. ¡Así que este

era el color de la muerte sufragada con el budget

estatal!, pensé. La esperanza también era verde,

pero se la comió una vaca: recordé el refrán.

Vaca o vaco, en Cava o en Cuva. Me daba

fuckingly igual.

Por primera vez en la vida pensé: "de aquí

nadie se escapa". Ni Cuba, ni Lianet, ni la muerte

ni yo. This is it. Koniek, Fin, Kapput, The End.

Yo era un vahído, un vacío implume

desequilibrado en dos pies. Otro eco de un hueco.

Metafósica. Al carajo todo mi vocabulario o

vocubalario. Lianet, please, no te conozco en

medio de la muerte pública de este gidantesco

país, al que desde niños nos inculcaron amor.

Incrustaron, cabrones. No te reconozco, Lianet,

en ninguna biografía arrastrada desde aquel

onanesco país, al que desde niños, también, los

muy cabrones nos inculcaron amor. Incubaron.

Mierda santa, y todavía no te conté mis

sueños contigo, Lianet. Que son todos el mismo

sueño y es otro y son ninguno. Cuban American

Bullshit. Comma American Bubble. En una

burbuja de mascar. Goma estéril por los nueve

agujeros del cuerpo, directo a tus venas o

arterias, no sé. Y de ahí straight a tu cerebro

cerrero de fiscal pornostar. Como si fuéramos

parte de un experimento a sottovoce: secreto a

voces, carne de estadística legal. ¿Acaso no lo

somos ya? De todo aquí queda un record. De

todo allá ha quedado un recuerdo. El paraíso no

es más que la capacidad de almacenar

desmemoria. El infierno es precisamente la

cubacidad de invocarla. Cuban American Byte:

@rrobas de azúcar ácida tras tan poca imagen y

tanta tonta imposibilidad.

La vi. Era ella. No era ella. Todos los cuerpos

en comas se parecían al de Lianet. Y ninguno.

Las cejas arqueadas, sobre todo la izquierda, en

una especie de contraseña gremial. Guiño

intelectual o guiñol mortis, qué funny felicidad.

Lianet no tuvo necesidad de tomar las 1984

píldoras antidepresivas. Ni de vaciar su sangre de

hembra histórica en alguna solitaria y pulcra

habitación de motel. Los únicos taconazos o

aldabonazos que sonaban ahora dentro de aquella

pecera eran los tictacs electrónicos de este o

aquel contador. Hay un tiempo para vivir y un

tiempo para morir: miente el Eclesiastés.

Entonces, entre la retahíla de tubos y electrodos,

busqué el brillo de tu Cristo de las Entretetas: 24

kilates de silicona oropel. Tú ganas, pal. Padre,

eres muy mal perdedor. En dos milenios todavía

no te animas a dejarte ganar. It´s Your fair play,

supongo: Tu rejuego de feria con nuestro destino.

O desatino. Qué sé yo, qué me importa además.

¿Y a Ti?

Tragué en seco. Sabor a esputo. Cerré los

ojos y volví a tragar, en ciego. Sabor a pus, a pis.

The show must go on, pensé: Ça suffit! Y me

recosté al paredón de cristal. La palabra paredón

cimbró en mi memoria como una orden. Vale,

vale, vale: no es necesario que nadie me vele

ahora. No pierdan más tiempo conmigo y

váyanse temprano a casa, cubanos, a lavarse los

anos y acaso a echar una siestecita tras leer el

51

Eclesiestás. "Será casi lo mejor para todos,

Lianet", ella hubiera bajado la mirada al constatar

mi derrota: "siempre vale la pena sobrevivir, pero

no siempre vivir". Así que ni reparen conmigo,

right? Sólo preparen y disparen sin apuntar

cuando les salga de la pinga, compingriotas. Para

mí ya es hora: Lianet, jolongo, llorando en el

balcón, nos embarcamos. Las balas serán mis

velas. Desdolor, desdolor infinito debiera ser,

incluso volver a ser, el nombre de estas páginas.

8

Y no soñé más con Lianet. Por fin me había

convertido en un hombre sin sueños de donde

créese la palma. Sin embargo, Lianet estaba

difuminada como por todo el lenguaje. Héctor

me venía a ver a través del vitral de la Sala 0 y

me decía adiós, llorando y secándose los mocos

con un pañuelo de holán fino donde alguien, que

no formaba parte del sueño, había bordado dos

iniciales mudas que, a contraluz, me parecieron

la misma, a la vez que eran otras y no fueron

ninguna: HH. ¿Qué tal Heaven and Hell? Já. ¿O

Héctor Habana tal vez? Jajá. ¿O mejor Héctor y

Haquiles? Jajajá. En cualquier variante, igual no

llores por mí, Héctorina. Y él se ponía aún más

triste de verme carcajear así. Pensaba que yo lo

hacía para no preocuparlo más. Pero yo lo hacía

para no preocuparme yo. Para no soñar otra vez

con Lianet dentro del sueño, justo un instante

antes de caer en la cuenta de que, aún sin soñar

con ella, Lianet estaba como difuminada por todo

el lenguaje. Fotografiada por mí mientras

discurseaba en una plaza de Habanaville.

Despidiendo mi duelo, vestida del mismo color

que la cubría en aquella jaula o jauría de una

Intensive Care Unit de Orlandoville. Y

mirándome en sueños soñar con ella y conmigo,

en ninguna parte y en todas partes los dos.

Lianisciencia: estado de lianicuidad. Y en este

punto me despertaba en el camastro 666 otra vez,

por fin ya fuera del sueño y del lenguaje y de

ellas: Cuba, la muerte y Lianet.

"Dos patrias tengo yo: Cuba y Lianet",

escribiría alguna vez, si es que alguna vez

lograba salir de allí. Para esc-c-critor de d-ddiarios,

yo. Y me apuesto las nalgas de medio

mundo que es así como va a suceder. Sobre todo

ahora que ya me siento morir. Para suicida, no

cuenten conmigo. Supongo que al menos sí valga

el pene sobrevivir. Y así mismo saldré al carajo

de aquí. Aún con pánico pénico. Mírenme bien:

un ex ecce homo. Por muy jodido que esté:

estado de jodisprudencia. Por mucho que los

uniformes de uno y otro color me hayan falseado

con tanta disciplina y tanta ilusión de

historicidad. Yo sigo siendo un sobremuriente a

ultranza, incluso un inmortal innato: un inmune

inmoral.

Sé que, más temprano que tarde, alguien me

pondrá encima los bártulos –mis dos jabitas de

nylon con ropa vieja y el pequeño bulto forrado

con periódicos de la prehistoria– y me dará la

visa lottery para salir de alta de este Hospital.

Entonces iré corriendo y riendo de cabeza al

Hospicio, de la H a la H: hargot hilarante del

hexilio más horrendo y hermoso de una historia

sin histología. Y es que, en definitiva, entre el

sueño y la vigilia, entre la patria y la pared, ¿no

es acaso mi propia apatía de patria el mejor

antídoto contra ya no recuerdo qué...? Ojalá lo

llegue a escribir algún día para averiguar la

respuesta. Sea esta, por el momento, mi Cuban

American Boutade de repuesto: ¿a la belleza de

disponer de un hogar no habrá que sumar ahora

la belleza de deponer todo hogar? Haches como

hachas del huniverso, en fin: qué sé yo, qué me

importa además. ¿Y a ti?

 

 

 

1

Boring Home.

Orlando Luis Pardo Lazo.

Ediciones Lawtonomar, 2009.

2

 

 

 

 

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"De soledad humana"

Los objetos de la vida cotidiana están relacionados con todos los hábitos y las necesidades humanas que definen el comportamiento de la especia.Nosotros dejamos en lo que nos rodea recuerdos, sensaciones o nostalgias, y a nuestra clase le resulta indispensable otorgarles vida, sentido y unidad (más allá de la que ya tienen) precisamente por el grado de identificación personal que logramos con ellos; un mecanismo contra el olvido y en pos de la necesidad de dejar marca en nuestro paso por la vida.La cuestión central es, ¿Cuánto de ellos queda en nosotros? ¿Cuánto de nosotros se va con ellos? (fragmentos de la tesis de grado de Rafael Villares, San Alejandro, enero 19, 2009)

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