A los amigos:
Luego de su estreno, este fin de semana, la puesta en escena de El Otro cuarto, pieza del destacado poeta y dramaturgo polaco Zbigniew Herbert, por el Teatro “El Público” bajo la dirección de Carlos Díaz, se presentará nuevamente los próximos días 5, 6 y 7 de diciembre, en la azotea del Palacio del Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro y de la Torre de Letras, en la Plaza de Armas. Como las próximas funciones también serán por invitación y la capacidad del local está limitada a 60 personas, aquellos de ustedes que deseen asistir a las funciones de los días 5, 6 y 7 pueden hacérmelo saber por esta misma vía electrónica y la Torre de Letras incluirá sus nombres en una relación de invitados de que dispondrán los compañeros que, en la entrada del Palacio del Segundo Cabo, darán acceso al local.
Con saludos cordiales,
Desiderio Navarro
La gente que te empuja todo el tiempo. Gente sin pena, / otros que taladran fuerte en las orejas. (...) Somos como vacas que se apuran hasta el matadero./ Somos las hormigas que van al agujero. (...) Y todavía me encuentro con gente que vive / Para ponérmela más mala.
Moneda Dura
Ella: Hay tanta estrechez, que hasta se le oprime a uno la garganta.
Él: Hay demasiada gente en la tierra.
Ella: Se trepan unos en los hombros de los otros.
Él: Al final vamos a estar bien apiñados de océano a océano. En las costas van a ahogar a los viejos.
Zbigniew Herbert
De esta pieza de Herbert podría decirse que es Teatro de la Crueldad, pero no en el sentido artaudiano, sino en su sentido más literal y elemental: un teatro que nos presenta la indiferencia emocional, o incluso la obtención de placer, ante el sufrimiento de otros, y, más aún, la acción que, con la misma indiferencia o placer, provoca tal sufrimiento. Esa crueldad del espectador o victimario individual que permanece impasible o se regodea, es considerada como un signo de trastorno psicológico por la psiquiatría actual. En efecto, un caso aislado es signo de un trastorno psíquico individual, pero muchos casos son ya signo de un trastorno social. No se trataría ya de una socialización de la ausencia de altruísmo —por no hablar ya de colectivismo—, sino de la pérdida masiva de una mínima simpatía, compasión, respeto o consideración por el otro; de un embotamiento afectivo masivo tan bien descrito por aquel estribillo todavía hiperbólico: “nadie quiere a nadie, se acabó el querer”.
Vemos en esta pieza de Herbert dos tipos de crueldad, íntimamente entrelazadas, pero distintas.
Está una crueldad “catártica”, que es la crueldad “gratuita” como reacción de descarga, sobre uno más débil, de una violencia recibida de otros más fuertes. Dice un proverbio árabe: “La crueldad es la fuerza de los cobardes”. La fuerza de los que, golpeados desde arriba, descargan su rabia y humillación hacia los lados o hacia abajo. De los que, fuera de casa, no se atreven a discutir con su superior o algún “guapo” por un abuso u ofensa y, una vez en sus cuatro paredes, le suenan una trompada a la esposa o al hijo con cualquier pretexto. De los que no se atreven a alzar la voz contra una medida o situación injusta que los afecta y luego, en otro contexto, se esmeran en aplastar a otros más débiles e indefensos como despiadados extremistas partidarios de otra medida o situación igualmente injusta. ÉL y ELLA, los personajes de Herbert, llegan a condenar como “egoísmo corriente” la negativa de la anciana a dejarles su casa para ir a vivir en un asilo, pero no se atreven a cuestionar la política estatal de viviendas que los condujo a —y mantiene en— lo que ellos ven como una situación sin salida. Sin embargo, cuando ÉL ya los declara a ambos impotentes ante la situación, ELLA sí se acuerda del potente Estado: “Vamos a escribirle una carta. Como si fuera oficial”. Y entonces, al personaje que Herbert llama “LO QUE ESTÁ DETRÁS DE LA PARED” —la anciana—, viene a sumarse otro personaje invisible que él no nombra: “LO QUE ESTÁ DETRÁS DE LA CARTA OFICIAL”, el sobrecogedor, paralizante, aplastante poder, tan bien descrito por Kafka, que, para el pequeño hombre común, avala una decisión burocrática estatal, por arbitraria que sea, más allá de toda racionalidad jurídica y humana.
Y también vemos en esta pieza una crueldad “instrumental”, que es la crueldad como medio probadamente eficaz de obtener, dañando a otros, ganancias materiales, éxitos sociales, etc. Ya antes de nuestra era, Marco Tulio Cicerón afirmó: “La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por sí inmoral.” Pero ¿acaso en estos tiempos postmodernos del relativismo de “tu verdad, su verdad y mi verdad”, no vale todo, crueldad incluida? ¿O es que todavía no se ha vuelto legítimo el pragmatismo de “resolver”, “luchar”, “escapar” a toda costa, desde desplumando a un/a temba con guaniquiqui “que te mantenga, pa’que tú goces pa’ que tú tengas” hasta ayudando a morir antes de tiempo a una viejita o viejito con casa “para tener, vamos a ver, lo que tenías que tener”? Estos asesinos de manos limpias de Herbert, ¿no son los nuevos viejos héroes picarescos de una rediviva “ética de supervivencia” del “defiéndete tú y déjame a mí que me defienda como pueda”, así sea dañando y haciendo sufrir a otros, y mientras no sea a tí, no tienes por qué entrometerte? ¿No son paradigmas para los nuevos aspirantes a winners a costa de millones de losers menos aptos para sobrevivir bajo la ley de la jungla del darwinismo social?
A pesar de todo, la soledad forzada, la destrucción de una carrera, la miseria económica, la marginación social, la muerte, como medios o daños colaterales de una conducta cruel, todavía hoy tienen que ser justificados ante los otros; y, para ello, más que al egoísmo moral explícito, con su afirmación de que “las personas deben tener la normativa ética de obrar para su propio interés” y su “utopía” de la sociedad como “asociación de egoístas”, se apela a la devaluación del Otro por sus diferencias, como si cualquier diferencia diera el derecho a tratarlo deshumanizadamente —en este caso, a tratarlo no como la Anciana, sino como LO QUE ESTÁ DETRÁS DE LA PARED. Ese Otro es declarado inferior, anormal, desviado, desde el punto de vista físico, mental, económico, estético, racial, étnico, sexual o ideológico-político, incapaz de aprovechar o merecer las propiedades o la condición social que tiene, el espacio que ocupa, la vida misma. Es un estorbo, está demasiado cercano; su presencia, su contacto, su conversación, molestan. Él mismo debería entenderlo, dejarle todo a quien puede hacer buen uso de ello y desaparecer. Pero si no lo hace, primero hay que cortar todo contacto con él, luego aislarlo en un cuarto, una zona, un ghetto, y finalmente hacer que se vaya, que desaparezca. Y todo medio es bueno para quitarlo de en medio. Ésa fue, en última instancia, la lógica extrema del Lebensraum, de los konzlager nazis y los gulag estalinistas, de las emigraciones forzadas. Entretanto, ese Otro se pregunta con unas u otras palabras: “Si yo no te hago daño, ¿cuál es tu mala leche?”
¿Acaso tiene razón Sófocles cuando afirma que: “Siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo”? Para cada cual, siempre hay otro cuarto, otro “algo” ajeno deseado o deseable; y siempre hay un cruel “número 8” o “hijadeputada” posible que lo pondría en su poder. Tras el Happy-end luminoso de estos personajes de Herbert, el crimen paga, y paga bien. Pero ¿es que una vez más “los malos duermen bien”? ¿O habrá otra vuelta de tuerca en un interminable “quítate tú —te quito yo— para ponerme yo”? ¿Qué le garantiza a ÉL, o a ELLA, que, en caso de enfermedad, accidente, senilidad o simplemente hastío o la misma avidez de propiedades, ELLA no lo sacará a ÉL de la historia de manera igualmente limpia, o ÉL a ELLA? Nada se lo garantiza, porque en ese otro cuarto de Herbert ya vale todo.
Desiderio Navarro
Zbigniew Herbert. Poeta, ensayista, dramaturgo y autor de obras radiales. Nació en 1924, en Lwów (entonces Polonia, hoy Ucrania), y murió en 1998, en Varsovia. Fue autor de diez volúmenes de poesía —entre los que se destacan Estudio del Objeto, El Señor Cogito e Informe desde una ciudad sitiada—, así como de cinco libros de ensayos y siete obras dramáticas para teatro y radio --entre ellas, El Otro Cuarto (1958). Libros suyos han aparecido en decenas de traducciones al inglés, alemán, francés, danés, húngaro, español y catalán, y poemas y ensayos suyos han sido vertidos a 35 lenguas. Sobre su obra se han escrito decenas de volúmenes. Recibió numerosos premios literarios polacos y extranjeros –entre ellos, el Nikolas Leanu austríaco (1965), el Herder alemán (1973), el italiano Petrarca (1979), el Jerusalén israelí (1991) y el estadounidense T. S. Eliot para la Escritura Creativa (1995). De él, Czeslaw Milosz, Premio Nobel de Literatura 1980, ha dicho: “Si la clave para la poesía polaca contemporánea es la experiencia colectiva de las últimas décadas, Herbert es quizás el más hábil en expresarla y podemos llamarlo un poeta de la ironía histórica.” Y el propio Milosz también ha sentenciado: “En rigor, Herbert es el poeta número uno de Polonia, no Milosz.”
Nos vemos...
MUCHAS GRACIAS.
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