jaad: responsabilidad civil del intelectual
Responsabilidad civil del intelectual
Jorge Alberto Aguiar Díaz
Artículo escrito en 2002
Se ha dicho que los intelectuales, al menos una gran parte de ellos, miran con escepticismo el futuro. Tal vez tengan razón porque el discurso de la mayoría de los políticos suele ser demagógico.
¿Hasta dónde la libertad de prensa en una democracia se ve afectada por intereses capitalistas? ¿El liberalismo económico contradice el fundamento político de la democracia? ¿Cómo poner fin a la corrupción, al narcotráfico y al terrorismo? ¿Un gobierno nacionalista puede ser verdaderamente democrático? ¿Hacia dónde marcha la sociedad de consumo?
Los intelectuales desconfían de las respuestas fáciles y simplistas que muchas veces los políticos suelen dar a preguntas que indagan sobre pérdida de valores morales en una democracia.
Después de tantas utopías que terminaron en campos de concentración, totalitarismo, falsas democracias basadas en el consenso, sociedades desarrollistas que arruinaron el ecosistema del planeta, ¿qué podemos esperar del futuro?
Tal vez entonces sea comprensible "la sospecha de los intelectuales". Sospecha que se fundamenta en una gran incertidumbre por el porvenir y en un ajuste de cuentas con el pasado; es decir, con el proyecto de la Modernidad de querer construir una sociedad más justa.
Sin embargo, nada de lo anterior justifica -ni hace comprensible- "la actitud de los intelectuales".
Es cierto que el intelectual no es un hombre de acción, pero ¿dónde están sus opiniones, sus criterios, sus ideas? Es decir, dónde que no sea en las academias y salones.
¿Desconfiar del futuro significa darle la espalda a un presente lleno de injusticias sociales, confusión de valores y violaciones masivas de los derechos humanos?
En el caso cubano el silencio de sus intelectuales se traduce en una complicidad de doble moral, de oportunismo y miedo con un régimen antimoderno que los humilla y persigue cuando se apartan de la ideología oficial.
La desconfianza por el futuro político de Cuba que sienten los intelectuales dentro de la isla se ha convertido en la coartada perfecta para no participar en la vida pública del país.
Es cierto que dentro de la intelectualidad cubana existen zonas de resistencia. Incluso en muchas instituciones la ideología oficial no logra cohesionarse porque muchos intelectuales la cuestionan, subvierten sus presupuestos, siempre desde un cinismo o una ironía que les permite burlar y transgredir la prédica nacionalista y el discurso político del Partido Comunista.
Es una manera inteligente y astuta de resistir porque de esta forma no pierde un posible viaje al extranjero, un empleo, la esperanza de conseguir una vivienda, o la seguridad de no ser interrogado por sus opiniones.
El Ministerio de Cultura no confía en muchos artistas que son potencialmente disidentes, o que nunca van a acatar determinadas normas o directrices. Un ejemplo elocuente fue la delegación cubana que asistió a la Feria del Libro de Guadalajara. ¿Por qué no fueron invitados algunos poetas y escritores con una obra importante y reconocida? Obviamente, sobre estos "intelectuales de la resistencia", el Ministerio de Cultura y el gobierno cubano tienen poco control ideológico; no resulta fácil su manipulación para los intereses propagandísticos de la política oficial.
Sin embargo, no se trata de resaltar este fenómeno de la resistencia más o menos solapada, que es y será siempre útil, sino que, tal vez, sea el momento de preguntarnos: ¿cuándo van a opinar abiertamente los intelectuales en Cuba, o durante un viaje al extranjero, sobre asuntos que conciernen, no al incierto destino político del país, sino al miserable y sin futuro presente?
Si los intelectuales de la isla no quieren hablar u opinar de política ¿por qué no hablan u opinan sobre derechos humanos? Por ejemplo, ¿por qué no han exigido que se publique el Proyecto Varela, aunque no lo firmen? ¿Por qué no apoyan la necesidad de una prensa independiente, aunque no participen en ella?
Los intelectuales cubanos muchas veces se hablan a sí mismos y no quieren escuchar.
¿Qué sentido tiene preocuparse filosóficamente por el papel del sujeto en la historia moderna o en el porvenir, y no opinar sobre la pérdida de libertades individuales en el presente, en una sociedad donde la educación es gratuita pero condicionada, donde el problema racial está latente, y donde existe homofobia, machismo, apartheid económico, explotación de millones de obreros sin derechos sindicales, persecución y represión violenta de disidentes y opositores, y muchos asuntos sobre los cuales la intelectualidad guarda silencio?
No asumir un compromiso político puede ser tan comprensible como sospechar de un futuro incierto, pero ello no justifica la renuncia de la responsabilidad civil.
La complicidad a través del silencio ha sido, a lo largo de la historia, uno de los métodos más eficaces de cualquier tiranía.
Deberíamos recordar lo que dice un personaje de la novela Respiración Artificial, de Ricardo Piglia: "Las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, la chispa de los incendios futuros".
Muchos intelectuales dentro de Cuba están atrapados en la contradicción de su propia lógica discursiva. Desconfían de cualquier proyecto político de la oposición interna, o incluso de un proyecto de reforma constitucional como el Varela, y sin embargo apoyan, con el silencio y la indiferencia, el proyecto social, político y económico de una revolución que pudo ser gloriosa, pero fracasó.
Es cierto que la demagogia se asimila mejor allí donde no existe una sólida tradición democrática. ¿Pero, qué más demagógico que el gobierno cubano? El populismo, disfrazado de "cultura general integral" -en un principio llamado "cultura masiva"- la propaganda y el adoctrinamiento en lugar de educación, la agitación política, las marchas multitudinarias, el fervor patriótico y el nacionalismo a ultranza, ¿no son prácticas de una demagogia delirante?
La libertad es servidumbre cuando es dictada por la voluntad de un solo hombre. ¿Dónde están nuestros intelectuales para opinar y debatir sobre las libertades individuales?
No basta el cinismo y la ironía con que se defienden muchos intelectuales dentro de Cuba, en esa zona ambigua de resistencia donde han escogido refugiarse hasta que pase la tormenta.
Defender una cultura es también defender los derechos humanos. ¿Cómo olvidarnos que la cultura es inseparable del ámbito jurídico, económico y político?
¿Hasta dónde los intelectuales, con su peligroso silencio, también construyen campos de concentración?
La coacción del gobierno cubano es todavía efectiva y rentable por la nula participación de los intelectuales en la vida pública. No deberían olvidar los intelectuales cubanos que la indiferencia por apoyar cualquier proyecto colectivo, aunque sea de una minoría, no es solamente miedo a la demagogia, es también un prejuicio pequeñoburgués de superioridad ante las masas.
¿Es ético que un intelectual se preocupe solamente por su éxito personal o profesional, si de todas formas, opine o no en la vida pública de un país, las masas no entienden nunca nada, e incluso, como rebaño, apoyan a sus líderes sin cuestionamiento alguno?
Por supuesto que los intelectuales no son los culpables o victimarios de la crisis que atraviesa el país. Ellos también son víctimas. El estado cubano los humilla, los compra con prebendas, los silencia con astucia.
El cansancio frente a la historia, que puede manifestarse como pesimismo, enajenación o autismo metafísico, de los intelectuales dentro de Cuba no es otra cosa que la destrucción sistemática, por parte del régimen, de la capacidad de resistencia moral de todo un pueblo.
Pero, ¿hasta cuándo los intelectuales cubanos soportarán el miserable papel que les ha asignado el castrismo?
Pudiéramos incluir aquí a los intelectuales de la emigración, no a los del exilio, por supuesto,. El gobierno cubano tiene sutiles mecanismos de represión y chantaje, y dividir a la diáspora en exiliados y emigrados fue uno de sus triunfos más contundentes.
Con tal de viajar a la isla, y así poder entrar y salir con autorización del gobierno, los intelectuales de la emigración son los que apoyan, con más fuerza y de una manera desvergonzada, a un régimen que anula todas las libertades.
El silencio de esos intelectuales, su indiferencia, su oportunismo, son lamentables. No deberían olvidar que existen muchas maneras de legitimar a una dictadura.
¿Cómo pudieron escapar al mundo libre y no dar testimonio del horror que sufre un pueblo?
¿Por qué para estos intelectuales la conciencia es siempre falsa conciencia?
¿Se han percatado, acaso, de que estamos hablando de seres humanos que viven perseguidos, que son encarcelados por sus opiniones políticas, por defender sus derechos, o que han muerto en cárceles donde son torturados?
¿Cuáles valores defienden los intelectuales que no asumen la responsabilidad civil, vivan en Cuba o sean emigrados?
Tzvetan Todorov escribió: "Czeslaw Milosz cuenta, en su libro El pensamiento cautivo que más de un nacionalista polaco antes de la guerra descubría con espanto cómo los discursos antisemitas que él había tenido por bravatas se transformaban, durante la ocupación nazi, en hechos materiales, en otras palabras: en montones de cadáveres humanos. Precisamente para evitar esa toma de conciencia tardía y el espanto que puede acompañarla, a los artistas y a los científicos les conviene asumir de entrada su función de intelectuales, su relación con los valores; aceptar, pues, su papel social".
El papel social del intelectual comienza cuando se asume la responsabilidad civil. Y la responsabilidad civil se acepta cuando ejercemos un criterio en contra de las manipulaciones y coacciones de un Estado, cuando exigimos un espacio para el debate y la reflexión en torno a asuntos que no sólo comprenden lo colectivo, sino también lo individual, que no sólo incluye los deberes del ciudadano, sino, y sobretodo, sus derechos inalienables.
Con mucha astucia para no enfrentar su responsabilidad civil, los intelectuales suelen hablar más del futuro incierto que del incierto presente, suelen hablar en nombre del Ser pero no del Hombre, y mucho menos del ciudadano.
La naciente sociedad civil en Cuba necesita de sus intelectuales. Frente a la omnipotencia del Estado los intelectuales deben opinar, ejercer la crítica, exigir la democratización de las instituciones, la independencia ideológica; deben, sobretodo, encararse con un poder que ha secuestrado el lenguaje para los más sádicos planteamientos, para construir discursos tautológicos, contradictorios y vacíos de contenido moral.
En Cuba -y atañe también a los emigrados, no así, repito, a los exiliados- los intelectuales se contentan con decir que no se inmiscuyen en política.
¿Cómo entender a un intelectual que dice no interesarse en política, pero participa en las marchas multitudinarias -que la mayoría de los intelectuales en Cuba saben que se trata de movilizaciones obligatorias- o es capaz de votar en unas elecciones manipuladas, o aceptar el discurso de un alto funcionario político en cualquier reunión, pleno o asamblea?
¿Cómo podemos ser apolíticos y aceptar esto?
Lo que los intelectuales aceptan, hipócrita y cínicamente, es una tácita regla de juego: si quieres ser quien eres debes adherirte a mis propósitos, y si no, nunca te atrevas a disentir en público.
Por una parte el gobierno cubano es represivo contra disidentes, opositores y periodistas independientes; sigue siendo un gobierno totalitario que controla y confisca cualquier espacio donde pueda desarrollarse la libertad de expresión y de asociación, donde exista el flujo abierto de la información y el libre intercambio cultural y político.
Sin embargo, ese mismo gobierno practica otra táctica contra los intelectuales que todavía no han disentido. No es abiertamente represivo sino velado, como fantasma que acecha y asecha. Más que totalitario se muestra como autoritario.
En esa sutileza de esencia y de lenguaje se marca la diferencia. A los intelectuales que no han disentido se les permite viajar, hacer algunas declaraciones (no muy comprometedoras), e incluso se les permite no ser partidarios del régimen mientras no se conviertan en opositores.
El Ministerio de Cultura es un súbdito de la cúpula de poder; un intermediario ideológico que regala prebendas y permite hasta ciertas conversaciones, chistes y posturas, siempre y cuando se desarrollen entre amigos o en los pasillos de una institución.
La pregunta que no pueden contestar ni el Ministerio de Cultura ni el Ministerio del Interior sin perder la ecuanimidad y sin argumentar otra cosa que no sea el discurso de la supuesta soberanía, los principios de la revolución y toda la pasión antimoderna de no integrarse a las democracias occidentales, es: ¿cómo puede actuar civilmente un intelectual en Cuba, para ser coherente o consecuente con su manera de pensar si ésta es contraria al gobierno?
La muerte civil de los intelectuales dentro de la isla es un hecho; un secreto a voces. La castración moral a la que son sometidos para domesticarlos con viajes, apartamentos, pequeños exabruptos críticos, los ha convertido en un grupo vulnerable. No pueden reclamar sus derechos civiles ni políticos si desean ser aceptados. Este despojo los vuelve miserables.
Para asumir esta castración con cierta dignidad, y sobrellevar el peso de una culpa, se inventan razones como "soy apolítico", "no quiero ser manipulado ni por los de aquí ni por los de allá".
La desinformación (nadie escuchaba porque nadie quería escuchar), las necesidades económicas y materiales, la desorientación, el temor a ser condenado al silencio, el exilio o el insilio, son, entre otras, las causas y razones con que se construyen en Cuba los argumentos que sirven como tácticas de supervivencia a la mayoría de los intelectuales; narcisos que entre la astucia y el miedo, parlotean un largo monólogo, cada día más incoherente.
¿Cuándo dejarán de transformar en sofisma la metáfora del intelectual nihilista?
Es comprensible que un intelectual diga que es un nihilista. Pero, no deberíamos confundir nihilismo con hedonismo o la mera indiferencia.
El nihilismo, como bien sabemos, es una postura moral o filosófica que entraña una actitud subversiva hacia todos los valores y discursos totalitarios, hegemónicos y nacionalistas.
De manera que ser un nihilista en Cuba es una forma de practicar un pensamiento contestatario, es ir contra la corriente, significa, de una u otra manera, disentir.
Pero la mayor parte de la intelectualidad cubana carece de ironía suficiente para enfrentar sin humillaciones su destino. Es lamentable la docilidad y el patetismo con que marchan colectivamente hacia un lento pero seguro suicidio moral.
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