Siglo y sigilo de Groucho (*) |
¿Cómo es que un cómico de vodevil, y educado por sí mismo entre actos, llegó a ser amigo literario de un poeta que era premio Nobel de literatura y mandarín de la cultura y una frase suya que no es suya sirva de epígrafe a un diccionario filosófico? La única explicación imposible no posible es que el genio, como el espíritu, sopla donde quiere. Esa es una posible metafísica. Ahora viene la moraleja, tú caerás. Es una risible ironía de la historia, esa ama de todas las llaves, que a la larga Groucho Marx sea mejor venido que Karl. Todos han oído hablar (incluso han hablado) del auge y caída del comunismo representado más ad hoc por el muro que por la Plaza Roja. Marx habrá muerto pero Groucho vive. La filosofía comunista puede estar representada por Humpty Dumpty, que se subió al muro para caer pero el muro cayó antes. Un escritor español convierte a Karl en un actor de televisión, pero deja saber que Groucho estuvo ya allí. La confusión, como quería Shakespeare en Macbeth, tirano tropical, ha hecho su obra maestra. Que se llama la familia Marx o Marx por cuatro: Groucho, Harpo, Chico y Zeppo. Un momento, detén el arca, Noé: falta Gummo. Pero Groucho será el timonel ya veces el capitán, el capitán Spaulding, explorador africano, cazador blanco aunque judío de nombre anglo. Groucho no era el mayor pero sí el más amado de los miembros de la bien llamada familia. El padre, no hay que olvidarlo, hacía ternos tercos pero como sastre era un desastre. Cosía trajes a destajo y los clientes siempre se quejaban: «Este saco es un asco». Por suerte estaba Minnie Marx, madre de los Marx con una disposición tan heroica como la de Cornelia, madre de los Graco. Pero Minnie no hablaba latín sino yiddish, aunque Groucho, siempre snob, solía decir que en casa se hablaba alemán -hasta que llegó Hitler. Esto explica, según algunos, la mudez de Harpo y el italiano de Brooklyn de Chico, a veces Chicolini, es por culpa de Mussolini. Pero ¿y los juegos de palabras de Groucho? Son intraducibles a otro idioma, como los juegos malabares mudos de Harpo no son traducibles para nada. Que el arte de los Marx, tan local, tan loco, se haya hecho universal (Groucho diría que Universal no, sino Paramount) no se debe al cine. Creo que se debe a nuestra reverencia por la irreverencia. La necesidad será la madre de la invención, pero las necesidades eran la madre de la madre de los Marx y sus invenciones fueron el motor de arranque ( que viene de arrancado) de toda la familia, excepto el viejo Marx que seguía en su misión imposible de hacer un traje a la medida. Cualquier medida. Minnie Marx ideó un día que el camino de la Prosperidad, o como se llame vivir bien, pasaba por las tablas del vodevil. Que no es vil sino el nombre que en Nueva York se le daba al music hall. La idea no le vino como un bombillo que se alumbra (ellos tenían que usar velas), sino porque un tío, más o menos, llamado Al Shean (anglicanización que los Marx no tuvieron que hacer como hicieron los Marx ingleses, que se cambiaron de Marx para Marks y así ponerle a su tienda Marks & Spencer cuando eran Marx & Spengler, filósofos) era un cómico de la linguafranca del vodevil en pareja con un cómico irlandés llamado Gallagher. Ambos hacían un dúo de diálogos dudosos. Ejemplo de duda: Mr. Gallagher se quejaba de que era una pena que la Venus de Milo no tuviera brazos. Respondía Mr. Shean, con ese doble sentido que era un sexto sentido en Groucho, «¿No tiene brazos, Mr. Gallagher? Palabra que no lo he notado.» Groucho convertiría estos genes en genio. Los Marx triunfaron todos, pero no eran una troupe, eran una tropa. Minnie Marx, tan pequeña como Minnie Mouse, dejó las tablas (o las tablas la dejaron a ella) y la Familia Marx se convirtió en los Hermanos Marx que se anunciaban como «Cinco Esta Noche Cinco». En el cine los cinco se redujeron a cuatro primero, luego a tres y finalmente en su decadencia (qué de cadencias) Groucho se hizo único. Pero ya en la pantalla, encubiertos, en Cocos, Harpo le hizo caso sólo al arpa y Chico con su piano afinaba su dedo pistola. Aunque siempre el trío era Groucho y sus secuaces en secuela tras secuela que hizo escuela. Más interesante que su estrepitosa relación con sus hermanos en sus tenues disfraces invariables era la interacción de Groucho con Margaret Dumont, amable y cortés pero a veces su contrincante femenino, a la que corteja con una rudeza despectiva capaz de hacer fracasar de antemano cualquier perspectiva matrimonial. Groucho para hablar con ella siempre se sube a un pedestal. Típico cortejo de Groucho: «¿Me amas? ¿Tienes dinero? Contesta la segunda pregunta primero». La dama Dumont, no hay otra manera de llamarla, con su porte real y sus maneras de extrema, divertida cortesía, hizo siete películas con Groucho. (Los otros hermanos apenas contaban para ella). Desde la primera de todas, Cocos, hasta la última, Grandes almacenes, Dumont era el bastión de la dignidad, las buenas maneras y la respetabilidad como otros tantos trapos rojos para las embestidas de Groucho, toro de «Lydia», su canción preferida, «la dama tatuada». Groucho sabía como tratar a estas señoras: cuando joven compartió la escena con Sarah Bernhardt y tuvo que dormir no en sus laureles sino en sus tablas. La Dumont cambiaba de nombre tantas veces como su pareja dispareja (ella le sacaba la cabeza al diminuto Groucho), pero el afecto es, se ve, invariable y mutuo. Groucho estaría perdido en su laberinto de trampas ( o en las trampas de su laberinto) para cobrar la misma pieza, sino fuera por la presencia constante como una ninfa entrada en carnes que lo llamará a contar. Doña Dumont es una dama eduardina con adornos victorianos. Es también hermosa, alta y un tanto imponente. Pero Groucho no es impotente y la coge a ella como blanda pared de rebote de sus dardos cargados con palabras engañosas, gananciosas, ociosas.
El cortejo de Groucho a Margaret Dumont se desplaza como un acorazado por todas las películas del trío. Pero en la última que vale la pena, Una noche en Casablanca, Margaret Dumont o está retirada o ha muerto. O las dos cosas. Pero todavía Groucho tiene ojos y cejas (sobre todo cejas) para decir un requiebro a través del bigote pintado. «Soy Beatrice», le dice la seductora Lisette Verea, «y paro en el hotel». Groucho: «Soy Dante y no tengo reparos». El último amor de Groucho en Love Happy (su última película de 1949) no puedo describirlo. Por favor, trate. Sólo le diré sus iniciales, MM. ¿y el resto? Lo dejo a su imaginación, que la mía ya no funciona. ¿MM? ¿Quién sería? ¿Un dato? Ella está verde entre viejos verdes. Por vencido. El arte de Groucho no se redujo al teatro, al cine, a la radio y a la televisión. También su humor irrespetuoso se expresa por carta y las misivas marxistas son otro correo del zar. A la notoria revista Confidential, que hacía revelaciones sobre la vida privada de gente pública, le escribió Groucho: «Si continúan ustedes sin publicar artículos escandalosos sobre mi persona, me veré obligado a cancelar mi suscripción». Otra era a alguien más íntimo, su hermano Chico: «Mi productor favorito estuvo a cenar en casa y cada vez come más alto. Chupando los huesos del pollo y comiendo mazorcas de maíz se le podía oír a cien kilómetros a la redonda». La carta está escrita en plena guerra: y «la gente pensó que se trataba de un raid aéreo y empezó a correr las cortinas para apagones y apagaron las luces». Su correspondencia con Eliot es casi como de poeta a poeta (o de cómico a cómico) y Groucho expresa su vanidad literaria cuando el poeta de La tierra baldía le solicita, como un fan feudal, ¡Una foto autografiada! Hay muchas, muchas más cartas de un humor que se podría llamar vítreo sino se llamara así al vitriolo. La más famosa, la más citable y tal vez la mejor fue la carta que dirigió Groucho a Warner Brothers. Los tres hermanos iban a hacer una película llamada Una noche en Casablanca, que es prácticamente su canto del cínico. Pero el tema es Casablanca. Los Warner protestaron de que una película se atreviera a usar el nombre de la ciudad africana estando tan cerca su Casablanca. Hubo amenazas de acción legal y Groucho respondió con una carta nada blanca: «Queridos hermanos Warner: La carta, demasiado larga para ofrecer el texto íntegro y desintegrador, tiene momentos tan descacharrantes como cuando Groucho advierte a los Warner que ellos eran hermanos profesionales mucho antes de que existiera Warner Brothers: «Antes de nosotros hubo otros hermanos. Entre ellos los hermanos Karamazov». En cuanto al nombre Warner, Groucho recuerda al magnate que el apellido existía «antes de que naciera». Enseguida Groucho pone la mirilla en el mayor de los Warner, Jack. «¿Qué me dices de Jack the Ripper, que cortaba y recortaba su figura» en Londres, y firmaba: «Sinceramente, Groucho Marx». Su nombre grouchesco era original del cómico que nació Julius. Pero ¿qué tendría que decir del apellido Marx?
La cima (no lejos de la sima, de la suma última) le llegó oral a Groucho, curiosamente, fuera del cine. Fue en sus apariciones en televisión de maestro de ceremonias de You Bet Your Lile, en que siempre apuntaba con su pistola que hacía pun y donde al entrevistar a una señora que tenía veinte hijos, al preguntarle por qué y cómo y ella decir: «Amo a mi marido», Groucho disparó desde la cadera: «A mí me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca». Su creación, tal vez única en el cine y ciertamente sólo posible en el cine hablado, está llena de paranomasias. T. S. Eliot (a quien Groucho llamaba, a petición, Tom) vio bien que su arte con el juego de palabras era una forma de poesía. Pero el creador, Groucho mismo, tenía otra opinión, creo que más justa: «Mi forma de hablar», dijo en una entrevista, «es una forma de locura». No dijo, como Bergson y como Freud, judíos ambos, que todo humor es, de mente a mente, demente -el deseo de Desiderio Erasmo, autor del Elogio de la locura. El arte (de amar y de odiar) de Groucho está hecho de palabras. Aún sus interludios musicales son canciones con palabras, como su himno del riesgo: «Hello, I must be going». (Hola, que ya me voy.) Dichas más que cantadas por el capitán Spaulding, «American explorer». Groucho tuvo escritores como Morrie Ryskind, ganador del premio Pulitzer en el teatro y el eminente humorista S. J. Perelman, ingenios y genios del humor judío americano. Pero, esencialmente, Groucho tuvo a Groucho. Usando inversiones, versiones, quid proquos, non sequiturs, quolidbets y puns, paranomasias y parodias, el lenguaje era su idioma. Pero la última frase dicha en voz baja (él que habló siempre en alta voz) fue en una confesión a un periodista, al que dijo: En Nueva York un schmuck es un estúpido, pero en yiddish, de donde viene, también quiere decir miembro viril. En la dicción de Groucho Marx todas las acepciones son posibles. Su epitafio dice: Hello, I must be going. (*) ©Grupo Santillana de Ediciones, S.A. |
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