2da foto: Olpl
carpeta "crónicas"
Jorge Alberto Aguiar Díaz
Nadie escuchaba
(escrita en noviembre de 2002)
Un grupo de amigos llega a mi casa para invitarme a una fiesta. Estoy sentado en un viejo butacón que recogí de la basura y que mi padre forró con un saco de nylon. Escucho Radio Martí. Es la hora del crepúsculo y a través de las persianas veo el cielo anaranjado del trópico.
No quiero ir a la fiesta; no quiero ir a ninguna parte. Los amigos insisten. Uno dice que me volveré loco de oír tanto la onda corta; otro registra mis libros; el tercero se queda a mi lado y presta atención a la voz de una mujer que en tono desesperado habla, cuenta su historia, a veces parece que romperá a llorar.
La mujer se llama Maritza Calderín Colombié, esposa del abogado Juan Carlos González Leyva, quien se encuentra en prisión desde hace siete meses sin derecho a fianza y sin que le hayan celebrado juicio. El licenciado está acusado de gritar ¡Abajo Fidel!, lo que se conoce en Cuba como "desacato al comandante" o algo parecido.
González Leyva se declaró en ayuno de protesta el 4 de septiembre. Miro el almanaque; han transcurrido más de dos meses. Maritza relata con voz temblorosa; habla de patadas en los genitales, en las costillas, de una herida de cinco puntos. "Es la fuerza contra las ideas", dice y agrega que el oficial Aramís, del departamento 21 de la Seguridad del Estado, fue ascendido por su buen trabajo.
Uno de mis amigos ha encontrado un libro de Semiótica y lee; el otro se asoma al balcón y habla de una mulata que se pavonea en la esquina. El que está a mi lado escuchando la noticia me mira incrédulo. "¿Tú crees todas esas cosas", pregunta.
La esposa del prisionero dice que está haciendo un llamado, un S.O.S. (son sus palabras textuales) a la Iglesia cubana y a las "vacas sagradas de la disidencia".
Por fin mis amigos deciden irse. Para ellos soy un aburrido. "La vida es una sola y hay que divertirse",
dice el que estaba leyendo y ahora guarda el libro en su mochila.
Recuerdo el título de un documental que nunca he podido ver porque en Cuba está prohibido: "Nadie escuchaba".
Me asomo al balcón. Una rubia también se pavonea junto a la mulata. Son muy jóvenes y van de un lado a otro mientras
los hombres que juegan dominó las miran, beben ron, les dicen cosas.
La música suena a todo volumen en dos o tres casas, en un bicitaxi que transita con un pasajero que trae varias bolsas repletas de comida, vegetales, un pernil de puerco, frutas.
Voy al cuarto de mi padre y le pido la Constitución. Leo: "Declaramos nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté presidida por este profundo anhelo, al fin logrado, de José Martí: Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre".
La edición es de 1975. Es posible que en algo haya cambiado. Me lamento de no tener una edición más reciente.
Ya es de noche. En otoño oscurece más temprano. Pienso en el valor metafórico de la oscuridad. No por gusto dos de los más estremecedores testimonios publicados en los últimos años se titulan "Antes que anochezca", de Reinaldo Arenas,
y "Cómo llegó la noche", de Huber Matos.
Juan carlos González Leyva es un hombre ciego. Por un instante trato de imaginarlo postrado en la soledad húmeda de su celda. ¿Cómo es físicamente? ¿Podrá soñar durante las noches? ¿Qué soñará? Mi abuela me dijo una vez que los ciegos son capaces de soñar en colores, que tienen un tacto muy desarrollado y una gran voluntad.
¿Hasta dónde podrá resistir Juan Carlos González Leyva? ¿Hasta dónde son capaces de llegar sus verdugos? En los dibujos animados el verdugo siempre aparece con un antifaz. Nunca podemos ver si está riéndose sádicamente o sufre por su víctima, y en este caso, la capucha que oculta su rostro es una coartada para que el emperador no vea la mueca de dolor, el asco por tener que cumplir una orden vergonzosa, vil, salvaje.
Los verdugos no suelen tener sueños apacibles aunque crean que sí. Cada vez que se miran en el espejo no alcanzan a reconocer si tienen o no puesta su máscara. Cada mirada, cada expresión que logran vislumbrar en el espejo, no saben ya si pertenece a ellos, al emperador o a la víctima.
Regreso a mi cuarto. Apago la radio. Voy hasta el librero y busco una novela que para los jóvenes ha pasado de moda:
"El viejo y el mar", de Hemingway.
Me siento en mi viejo butacón. Abro una página al azar y leo: "Un hombre puede ser destruido pero no derrotado".
A través de las persianas veo las estrellas. Pienso en toda la luz que Juan Carlos González Leyva lleva en su interior. Y entonces, ocurre el milagro: un eclipse total restaura, en medio de la noche, el valor metafórico del amanecer.
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