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De vuelta en un P-cosa, esta vez verde, y, a falta de reloj digital, un chofer apuradísimo volando calle abajo. En plena San Lázaro hay un Chevrolet mal parqueado, dejando o subiendo a dos turistas europeos recién llegados, por la pinta, que se quedaron azorados tras el grito salvaje de nuestro héroe: TIENES LOS COJONES MAS GRANDES QUE MACEO, antes de lanzarse nuevamente por San Lázaro hasta la próxima parada, en el mismísimo parque Maceo, frente al Amejeiras.
Allí el chofer loco “pacta” con su rival: (el P-cosa idéntico adelantado) quedarse atrás para que el otro recoja más pasaje.
Y entonces si antes corríamos, ahora vamos al ritmo de un grupo de estudiantes al parecer de medicina que corren divertidos al encuentro de una nueva ola que los empape en medio del Malecón.
Montarse en estos ómnibus habaneros requiere la tácita comprensión de que la total disponibilidad de tu tiempo será puesta en manos de la sabia Fortuna: todo es cuestión de si se está apurado no montarse con alguien que puede darse el lujo de pasear por Malecón después de haberse matado por todo Prado.
En cualquier caso si no me queda más remedio y tengo que verme obligada a contar con estos seres impredecibles que son los choferes, trato de por lo menos no padecer la audición indeseada de la India o Juan Gabriel, mucho menos de versiones afrocubanas en canto lírico (una de las cosas más infames que me ha tocado escuchar y que le diera por hacer a Lecuona en un mal momento de su vida): es un derecho del pasajero exigir bajar el volumen o cambiar la estación de radio o la música, si no es la más apropiada.
Pero las ganas de una de querer fajarse por cosas así son escasas mayormente.
La ilusa ocurrencia de que el primer P-cosa tomado a mano me va ahorrar algunos minutos es normal, si viviera en una ciudad donde todos respetaran sus obligaciones al pie de la letra.
No así, muchas veces la marcha caminera resuelve más.
Prescindiendo de la carencia de horarios o de los arbitrarios desenchuches habituales, me encuentro más segura en -sobre- mis propios pies, siempre que la distancia fuera salvable… o sea si no se vive en lugares como Luyanó…
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