El “extranjero” de Camus se quedaría corto conmigo.
El “lobo estepario” de Hesse sería un lobito de peluche sobre mi almohada (donde de verdad arrullo a un muñeco, pero es un osito voyeurista que bloguea y se llama Wendy por el personaje de South Park).
Para mí, La Habana es una rara avis en este febrero de clima desértico: sol cenital de verano y luna muerta de círculo polar (sinusoide de nuestro sinsentido 24-hours-a-day).
Esta ciudad se me hace irreconocible y, por eso mismo, adorable: feria o fiesta o fiasco innombrable.
La Habana es así una suerte de nichito apátrida donde yo existo y luego pienso, al margen de décadas y decadencias de sincronía social.
Es una urbe ya sin excomunión ni exilio posible para mí, porque ella toda se me aparece de pronto como un absoluto estado de exilianitud.
Una ciudad pedestre con neologismos sacados del neolítico sólo por mí.
No entiendo ni preocupa mucho por qué, pero es muy hermoso deshabitar hoy por hoy en semejante Habana amorfa y particular.
No hay desesperación.
No hay desesperación.
No hay desesperación.
El rito roto de lo repetitivo como fuente inagotable de la verdad.
Las grietas de nuestra ruina urbana no son arquitectónicas, sino intelectuales (es decir, políticas), y esa complicidad se respira hasta en las miradas anónimas, a pesar de este o aquel dictum disciplinario oficial.
A falta de espacios posibles, la ciudad entera representa la pura espacialidad y, en consecuencia, de nuevo están pasando cosas raras aquí (Cubizarra, Ltd).
Cosas que en principio parecen no rebasar su mera pose teatral.
Cosas imaginarias o escriturales, por supuesto, que son las más peligrosas y fácticas.
Cosas que se conectan enseguida con otras cosas que se conectan enseguida con otras cosas hasta consumar la masa crítica de la libertad: un sustantivo no tan inminente como inmanente.
Mejor lo confieso desde el inicio, pues no quiero que después se me acuse de cándido u optimista (ni tampoco de oportunista): en febrero de 2009 me he sentido como un forastero lupino en tierra de nadie, un Ginsberg inexpulsable de Cuba que aúlla su testimonio a ratos liberto y a ratos libidinoso, una voz freesca desde la tabula rasa que simula ser mi ciudad: La Habánula rasa.
Y digo un poco más para terminar (técnicamente, para terminar de empezar): febrero de 2009 puede ser una buena fecha o fachada para rehabitar o rehabilitar las rajaduras de esta Habana que, jugando a que aún no lo sabe, ya se resiste a dejarse maquillar con el rimel retro de su retórica ad usum.
Not to be continued…
http://www.cubaencuentro.com/orlando-luis-pardo/blogs/lunes-de-post-revolucion
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