El Garnet, un joven canadiense que conocí hará un mes, se va mañana para su país después de haber pasado 4 años casi en Cuba, saltando de aeropuerto en aeropuerto para actualizar la visa cada seis meses. En esos cuatro años vivió en la Habana del Este, en el Bahía, ciudadela dentro de la ciudad, lugar más que curioso para quien no lo conoce, laberíntico y aislado del resto. Estos sitios extraños suelen ser generadores de una creatividad subterránea que fluye por debajo de todo sin hacer demasiado ruido tampoco, no necesariamente.
El talento ahí –y en todas partes- crece donde más grietas hay, y echa raíces incontrolables y antijerárquicas. Puro rizoma son estos edificios que dan a segundos y terceros entre pasillos y parquecitos interiores entrelazados. Puro caminito K, de Kafka o de kaballo, para variar.
Fulano el del 56, de doce, o el del 54 de cinco plantas… así me he tenido que orientar a penas duras, con telefonía y elevadores privilegiados sólo en algunas escasas viviendas.
Este es un barrio de artistas de stencil, tatuadores, deportistas extremos –principalmente niños- talladores, ceramistas, músicos, graffiteros, raperos, etcétera… lejos de cualquier información contaminante estilo internet, con la que nadie parece estar muy familiarizado, ni siquiera interesado, me atrevería a decir muy justamente.
El Garnet mismo es una mezcla de músico y
performance-man nato -estética de lo excéntrico aquí, normal allá, a flor de piel- además de artista de stencil, carácter underground auténtico.
Cuando dio con el Bahía, después de pasar un crudo invierno en Canadá sembrando todo tipo de árboles, no se quiso ir más. Llegó sin saber casi español y se fue siendo casi cubano.
Alguien le preguntó al principio qué era lo que no quería hacer más nunca y él replicó que comerse una mcdonald y tomarse una cocacola; pues ahora le preguntaron nuevamente qué sería lo primero que haría y su respuesta inmediata completaba el círculo perfecto: comerse una buena mcdonald y tomar cocacola at last y finalmente… El pobre muchacho para colmo se enamoró como un perro de una cubana que no lo supo querer tanto ni tan bien: las continuadas trastadas, conocidas en todo el Reparto, llenaron los bordes de una copa grande pero frágil, como sucede tan a menudo con las almas nobles.
Al momento de conocerme me pasó una carpeta de música de poco menos de 3 GB con grupos desconocidos por acá de géneros desde experimental, indie, electronic, franco, alternativa, rap/hip-hop, hasta hippi-crack… Mucha buena música de la que ya me hice adicta.
Garnet deja una familia de amigos y un barrio-patria que se hizo suyo (se lo apropió recíproca y delirantemente) y se le coló por todas las rendijas. Se aceptaron el uno al otro como si se conocieran de toda la vida. Garnet ve el Bahía prácticamente como su casa, hechizado al fin.
Y no es que se quisiera ir de una vez por todas, no, prácticamente se vio obligado luego de la depresión romántica y de enterarse que tenía una deuda con el banco de más de 4 000 dólares, entre otras calamidades consecuencia del capitalismo maravilloso desmesurado ese que tiene tan perdido al mundo… y uno aquí de bestia!
Y nada, uno más para la colección y la práctica de nuestro ejercicio diario más cotidiano: la nostalgia por los que nos faltan. A extrañar se ha dicho. En silencio. Extrañar o exiliar, en silencio, igual perdiendo siempre.
A casi nadie nos gustan las despedidas demasiado, so... hasta pronto, asere! Gracias por la musik, me hubiese gustado haber tenido más tiempo, como sea, un gusto conocerte! Aquí me tienes, y si quieres ver de cuando en cuando un poco la ciudad dentro de la ciudad que es ese extraño barrio surreal del Bahía, ya tuyo: sólo asómate a mi hechizamiento y déjanos saber alguna que otra vez cómo te va por ahí por esa cosa, cómo se dice, la vida…
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