A propósito de la exposición fotográfica Conducta impropia de Alejandro González, 2008.
La cuestión del estilo en Conducta impropia
Alejandro González subraya su intención de enfrentarse a la ortodoxia homofóbica, a través de varios aspectos. Primeramente, la muestra se compone de retratos que ha realizado durante la Jornada Cubana contra la Homofobia acontecidas en la Ciudad de La Habana el 17 de mayo de este año. Tanto las fotografías como el evento encuentran un sustrato sociológico en el modelo de lucha cívica por los derechos de los gays y lesbianas que sigue un patrón liberacionalista surgido en los setenta, y que después ha desarrollado varias teorías y tendencias políticas y sociales. El texto que acompaña la exposición es otro indicativo de esta intención y consiste en una compilación de Marcelo Morales de hechos que ponen de manifiesto las diversas posturas e ideas que en nuestro país se han esgrimido con respecto al tema.
Sin embargo, existen varios aspectos que generan gran debate en la actualidad cuando se realizan obras que se proponen abordar asuntos relacionados con grupos o comunidades determinadas, dentro del movimiento contemporáneo internacional. En el caso de las fotografías de Alejandro resulta de gran interés, si tomamos como referente la imagen misma, la pregunta sobre en qué medida los retratos mostrados se proponen la deconstrucción de los estereotipos, dogmas y otras severidades de la visión heterosexista en Cuba.
En un texto bastante abarcador sobre la representación de la masculinidad en la historia de nuestras artes visuales, el crítico Israel Castellanos ha realizado un recorrido por los diferentes artistas que abordan el imaginario masculino sin que necesariamente se asomen a ese campo de discurso sobre lo gay o que internacionalmente se ha dado en llamar "arte y teoría Quuer", exceptuando la obra de Eduardo Hernández.
Las imágenes de Alejandro documentan el fenómeno de forma desapasionada, lo mismo que el texto acompañante, basado en una objetiva realción de hechos y frases afines al tema. Lo esencial en este caso es cómo, a través de un mero cuestionamiento del estilo, comienzan a aparecer un sinnúmero de argumentos que resultan´típicos de las obras que en el mundo se proponen abordar asuntos relacionados con la materia*.
Realizada con una cuidada factura técnica y de gran seducción visual, es indudable que la exposición resulta un valioso aporte para levantar el muro de silencio que se cierne sobre esta área desde las artes visuales (dado el caso de que en otros campos como el teatro y la literatura han sido más numerosas las contribuciones). Sin embargo, el aliento retratístico, dominante en la muestra, le imprime un espíritu particular, de manera que se emparenta más con el obsesivo documentalismo expresionista de una fotógrafa como Diane Arbus que con el dualismo desacralizador y trascendentalista de artistas como Mapplethorpe. Los rostros en primer plano se vuelven intrigantes, anómalos a lo Chuck Close, en tanto que una acuciante androginia se pone de relieve. Aquí, las imágenes responden a un desvelo por identificar, crear una identidad en la minúscula presentación de detalles que llegan a ser fuertemente exagerados y que convierten al individuo en un cuerpo estigmatizado. Seguramente, incluso sin ser consciente de ello -Alejandro exacerba esa tradición documental del fotógrafo como ente incontaminado, imparcial e irreflexivo- corre también el riesgo de homogeneizaar grupos sociales y esencializar las identidades retratadas. Esto último ha sido un recurso muy a la mano para conformar las miradas que se dirigen desde el exterior sobre comunidades diferenciadas.
La consolidación en el siglo XX del advenimiento de una identidad gay y lesbiana permite que un gran número de hombres y mujeres se conviertan en miembros de una comunidad que se organiza políticamente sobre la base de estas identidades. Anteriormente, la obsesión identificadora provenía de una mentalidad heterosexista que seguía un proveso similar al de las cacerías de brujas durante el medioevo tardío y que el teórico ruso Iuri Lotean hace corresponder con una estructura que radica en la forma en que se reproduce el miedo en determinados momentos, que se repite similarmente en toda la historia de la humanidad. La búsqueda de "estigmas" físicos en el caso de brujería ha sido ampliamente documentada y la ausencia de todo tipo de estigmas no significaba la anulación de la acusación**, puesto que la atmósfera sicológica de miedo en tales momentos o procesos culturales se acrecienta cuando no existe una clara percepción del cuerpo perseguido ***. Esta teoría presenta una división estructural de dos etapas. Primero, una etapa de conflicto, en la que se aprecia con claridad el cuerpo enemigo debido a la también clara, directa y definida confrontación que contra él se establece; y una segunda etapa que es definida como un período de recrudecimiento de la atmósfera del miedo, característica por una sospecha constante y en la que se hace más compleja la ubicación del enemigo.
En un discurso de la década del setenta se calificó al pueblo cubano de enérgico y viril, con lo que quedó designada una cualidad de importacia entre las filas de ciudadanos ideales: su hombría. Al estigma social se uniría entonces el estigma político. El ideal más fuertemente enraizado en la mentalidad machista cubana radica en la fragilidad de la hombría y la necesidad de vigilancia constante que debe mantener el hombre sobre sí mismo y su manera de hablar, caminar, relacionarse con los miembros del propio sexo o del contrario, "para no atraer sospechas". Es característica también la aparición de la idea del "diablo que encubre muy bien a sus adeptos"****, o el temor al enemigo encubierto, que puede infiltrarse entre las filas del bien sin que pueda ser fácilmente detectado. Devela así algunas estrategias para subyugar en guetos grupos señalados como fuente de amenaza surgidas en momentos históricos que los convirtió en blanco de prejuicios. Esto se ha visto patente en el antisemitismo, el racismo, el sexismo, entre otros grupos que pueden adquirir potestades al "infiltrarse" con buenas posiciones dentro del establishment u obtener suficiente poder financiero.
La posibilidad de libertad laboral o acumulación de capital permitió una independencia sobre las constricciones de unidades económicas familiares tradicionales lo que permitía, como apunta Rob Cover, hablar de aumento de actividad no heterosexual y la relevancia de la familia como unidad social básica que instituía la homofobia moral*****.
A través del arte y la teoría también se consolidaba un reto afirmativo que se transformaba en el opuesto de todo lo anterior, o sea, ante una represión sexista se fortalecía la posición de gay pride u orgullo gay enarbolado por las comunidades mencionadas, de la misma manera que ante la represión racista las comunidades negras habían levantado su patrón de orgullo negro o su lema de black is beatiful. Susan Sontang, con su habitual interés por los dualismos manifestaría: la forma más refinada del atractivo sexual (así como la forma más refinada del placer sexual) consiste en ir contra la naturaleza del sexo propio.
Y para continuar desmontando nuestros criterios más asentados sobre género e identidades sexuales, añade: Lo más hermosos en los hombres viriles es algo femenino; lo más hermoso en las mujeres femeninas es algo masculino. Los asiduos al teatro podrán recordar un referente inmediato en las obras de Carlos Dáz con Teatro El Público y su propuesta encauzada hacia hombres y mujeres que interpretan roles de ambos géneros indistintamente para sacudir nuestra habitual tendencia a asignar identidades fijas. Pero, en las imágenes de Alejandro emerge una inquietud diferente. En los retratos realizados en la playa Santa María -más específicamente en Mi Cayito, tradicional espacio de reunión gay en Cuba-, no se está explotando el atractivo sexual de los sujetos presentados, ni se les somete a cánones de belleza estandarizados, sino que por el contrario, el gusto se desliza hacia esa zona de sensibilidad artificiosa que manipula lo grotesco y lo penetrante. La pregunta es si el autor está buscando como objetivo entrantarse a los estereotipos y prejuicios existentes o a sus propios prejuicios como hombre heterosexual en Cuba. ¿Se trata de una especie de exorcismo, de un interés por los márgenes que pretende ponernos a dialogar con íntimos miedos y obsesiones morales que levanta la sociedad al institucionalizar ciertas conductas?
La tendencia en la construcción de la masculinidad contemporánea es a abrir el espectro de forma tal que se eliminen estereotipos físicos como los que apuntan a la abundancia de pelos en el pecho o de bíceps como distintivos de masculinidad, o, a una figura afectada o afeminada para pensar en su contrario. Ante la propuesta de Alejandro de mostrar el rostro de aquellos que valientemente deciden asumir una identidad determinada y que no ponen reparos a aparecer en público, en fotografías, integrar eventos, jornadas, o ir a espacios de reunión que han sido tradicionalmente marginados, sólo cabría añadir el deseo de que él y otros autores continúen ahondando y mostrando diversos rostros de estas comunidades.
* Entre otras zonas de debate contemporáneo podemos encontrar la relacionada con quién detenta la legitimidad de hablar en nombre de determinado grupos o minorías sociales.
** M. Iury Lotean, La caza de brujas, semiótica del miedo. En Criterios No. 35
*** Ibídem
**** Ibídem
***** Rob Cover, Material/Queer theory: performativity, subjectivity and afinity based struggles in the culture of late apitalism. Criterios, july 04.
Mabel Llevat
Noticias de ArteCubano/ No.10, año 9/ Publicación mensual editada por el sello Artecubano Ediciones del Consejo Nacional de las Artes Plásticas.
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