Susurros desde el Tokonoma*
(Lezama Lima y el régimen castrista)
por Alejandro Sosa Días
1
José Lezama Lima se ha convertido, supondríamos que a su pesar, en huésped de los suplementos culturales vernáculos. Cualquier cuaderno escolar, confesión ocasional, obrilla de circunstancias que Lezama haya olvidado de arrojar al cesto de papeles es excusa para borronear alguna cuartilla que diga todo salvo lo importante. Llegó aquí para quedarse se podría anotar usando un lugar común de la lengua. Curiosos destino para alguien que hizo de la espera una posición discursiva. “Yo siempre esperaba algo, pero si no sucedía nada entonces percibía que mi espera era perfecta, y que ese espacio vacío, esa pausa inexorable tenía yo que llevarla con lo que al paso del tiempo fue la imagen” (de Interrogando a Lezama Lima, Ed. Anagrama, p. 8). El sentido de esta espera es múltiple. Así como Joyce esperaba la aparición de un nuevo tipo de artista, Lezama aguardaba a su lector. Además, y sobre todo, hay una posición metafísica, una confianza en la Gracia y al mismo tiempo la convicción de que se debe colaborar con ella. Católico órfico se definía Lezama lima. Una de las caras de lo órfico es nietzscheana, y Lezama en oposición a San Ignacio sabía que la voluntad es algo múltiple. La espera y la apuesta por la escritura es la forma que halló Lezama Lima de buscar y recibir la Gracia. Probablemente Lezama Lima sea uno de aquellos “poetas de la poesía” como los denominó Martín Heidegger. A casi 20 años de su muerte su obra, lejos de haberse agotado cobra más vitalidad, acelera algunas vacaciones y provoca nuevos efectos. No es aquí de nuestro interés un balance de la obra de Lezama. Hay un tiempo para todo enseña el Eclesiastés. Analizaremos en este artículo la relación del poeta con el régimen revolucionario instaurado en 1959, tomando como base la correspondencia que Lezama Lima mantuvo entre 1961 y 1976 con su hermana Eloísa que se encontraba en el exilio. No conocemos otro lugar donde Lezama hable más abiertamente sobre el destino de su país. Existe en relación a Lezama un combate político-literario que extrae de su itinerario razones de legitimidad o críticas hacia el régimen castrista si uno lee Mea Cuba de Cabrera Infante o la autobiografía de Reinaldo Arenas se recorta una visión de Lezama Lima como el referente de una resistencia espiritual al carácter cada vez más policial del estado cubano. Del otro lado Cintio Vitier, Ciro Bianchi, Fina García Marruz o Manuel Pereira propician seminarios y encuentros de tipo universitario sobre la obra de Lezama Lima cuyo sub-texto es mostrar que la revolución cubana favoreció al poeta y a la cultura literaria en general.
Como habíamos dicho la correspondencia con su hermana es la que más significación histórica y política posee. Es la menos poblada de silencios. Con sus amigos Lezama habla de literatura sin ningún tipo de comentarios ni críticas, y especialmente con sus amigos castristas como Cortázar. Debido a ello la correspondencia no dejó de impactar a los medios literarios donde el castrismo tiene predicamento. Estos acusaron el golpe calificando de “parcial” la selección de Eloísa Lezama Lima y cubriendo a la hermana del poeta bajo un manto de silencio. En el volumen testimonial Cartas 1939-1976 con prólogo de la hermana publicado por la Editorial Orígenes (España, 1979) puede verse esto con claridad. La compilación abarca cartas con Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Carlos M. Luis, Julián Orbon, Severo Sarduy, Alfredo Lozano y Eloísa Lezama. Únicamente con la última explicita alguna crítica al régimen. Por eso es que para algunos sectores es importante borrar la correspondencia familiar, decir “esto no existe”, radiando a la “hermana villana” enviándola al basurero, o a la gusanera sería más apropiado en esto caso, de la historia y la literatura.
2
Mirando retrospectivamente los hechos de su vida Lezama vio una conexión evidente entre escribir literatura y habilitar la tierra natal: “Mi vida ha sido toda un hilo continuo, he seguido siempre la misma línea. No creo haber hecho nada que pueda traer odio o venganza, si esos hechos se engendran es por viejos odios de resentimiento que nadie puede evitar. En mi tierra he sufrido hasta el desgarramiento, he trabajado, he hecho poesía. En los dominios de la expresión y del intelecto he trabajado en una zona donde no hay dualismo, donde los hombres no se separan. No he oficiado nunca en los altares del odio, he creído siempre que Dios, lo bello y el amanecer puede unir a los hombres. Por eso trabajé en mi patria, por eso hice poesía” (carta a E. L. L., febrero de 1962, p.143). Obsérvese el tono que podríamos definir como de “reconciliación nacional” que hay en la cita. Volverá a aparecer en sus cartas con Eloísa, sobre todo en los primeros años de la revolución.
El fenómeno revolucionario tiene, en la visión de Lezama, un carácter de acontecimiento que modifica radicalmente la vida de miles de personas, para bien o para mal. La historia no aparece como algo construido por los hombres, sino que es algo así como una catástrofe natural, se asemeja a un huracán tropical que derriba la choza de un campesino. “En nuestro país nunca sucedía nada, pero desgraciadamente cuando sucede es algo aplastante, que rebasa las posibilidades que enmienda como antes rebasó las mismas posibilidades en el hecho de su surgimiento” (01/1966666, p. 187). O en otra parte: “es fácil salir de una situación diciendo tú lo has querido así, pero nadie ha querido nada de nada. Y todos hemos sido víctima de la estupidez, la miseria y la confusión de la época” (03/1966, p.211). Como vemos la vida de Lezama no fue ajena al drama histórico de la nación cubana. Él y su madre permanecen en el caserón familiar habanero en tanto que sus hermanas Rosita y Eloísa parten con sus otros familiares al exilio. Su situación familiar y personal es explicitada de esta manera: “Todo esto se nos presenta formando círculos interminables, que a veces se unen, se disuelven en el agua, o se frotan furiosos engendrando la maldición. Una casa ocupada por una familia inmensa ha sido talada y aventada. Si morirnos es separarnos de todo lo nuestro, la separación de todos los nuestros también es morirse. Ahora comprendo, al final todo se aclara porque hace tanto tiempo que decía que vivo en la dimensión egipcia: como viviente soy un muerto soy un fantasma que golpeo. Ahora soy un fantasma que sólo paso algodonoso, golpeándome mis entrañas deshechas. Soy un fantasma que ni paso, miro la puerta” (16/09/1961, p.137). Inmediatamente Lezama conecta su situación personal con la de sus compatriotas: “No creas que expongo caprichos individualistas, hay miles de cubanos en el mismo estado de ánimo. Sensación de lo frustrado duro de la fatalidad, del muro de las lamentaciones, del sujeto que se extenúa en una expiación que desconoce su pecado” (id. Anterior). Significativo en el último párrafo la noción de un atormentado que desconoce su pecado, situación característica de los Estados autoritarios, donde la acusación misma se vuelve evidencia del delito y del criminal. En la misma carta Lezama Lima discutiendo, o más bien para terminar una discusión que había tocado fondo, aceptando la imposibilidad de un reencuentro familiar a corto o mediano plazo, describe el afuera y el adentro de Cuba como componentes (aunque no equivalentes) de un desgarramiento. Escribe: “No es lo mismo estar fuera de Cuba, que la conducta que uno se ve obligado a seguir cuando estamos aquí, metidos en el horno. Existen los cubanos que sufren fuera, y los que sufren igualmente, quizás más, estando dentro de la quemazón y la pavorosa inquietud de una destino incierto. Otra perspectiva es mala tripa y rencorismo” (id. Anterior). Las expresiones aquí transcritas son bastantes claras. Téngase en cuenta que esta carta data de ¡1961!, eran todavía los “golden years” del castrismo. Ni siquiera había racionamiento. Faltaba tiempo para las U.M.A.P, lejos estaban los decretos contra la vagancia o la zafra de 1970 con su extensión de la fuerza laboral semi-esclava. La unión del caudillismo militarista y guerrillero de Castro con el aparato estalinista internacional todavía se estaba procesando. Muchas cosas le quedarían por ver a Lezama.
3
Eloísa Lezama Lima advierte que las cartas con su hermano que aparecen en el libro son una selección, puesto que su epistolario fue prolífico. En otra parte comenta su impresión de que en las cartas no hay ninguna progresión y que todas hablan más o menos de los mismos temas. Pese a esta opinión de alguien cercano al escritor, el lector que desmenuce el volumen de Orígenes no dejará de advertir que a medida que las cartas se nos hacen más cercanas en el tiempo el enfoque tiende a ser más crítico, desapareciendo ese tono reconciliatorio que señalamos. Todavía en 1966 Lezama Lima valora cierta posibilidad de editar que se creó en los primeros 6 o 7 años de la revolución castrista. Sacar a luz una novela de 600 páginas como Paradiso sin haber tenido que pasar por el expediente de la autofinanciación para alguien acostumbrado a publicar sus libros o revistas a propio coste, es algo que Lezama supo disfrutar, además de un efímero favor oficial y de un sólido fervor por parte de sus admiradores. El recorrido posterior de la novela ilustraría aristas más desagradables e inquisitoriales como se sabe, pero en esa época de industria editorial cubana aparecía como un ejemplo en lo que a tiraje, calidad y libertad se refiera. ¡Felices tiempos en que los escritores admiraban a Fidel Castro! ¡Felices días en que éste parecía mostrarse solícito antes ellos!
Otro momento interesante es cuando Lezama promete mandar algunos poemas a Eloísa para que sean publicados en revistas estudiantiles, aclarándole que éstas no deberían ser de tendencias derechistas, primero porque “eso me perjudicaría en grado sumo”. Agregando después que “no es de mi gusto y puntos de vista “ (17/8/72, p. 244) Fuera de estos casos, que son momentos puntuales dentro del epistolario, el tono general es crítico, aunque sólo le basta a Lezama la mera narración de sus situación personal para que esto constituya un testimonio de denuncia del régimen castrista. En sus últimos años el poeta sería víctima de un creciente aislamiento, unido a un grado creciente de deterioro de sus condiciones materiales de existencia, pero esto le es común con el resto de la población cubana. Cuando decimos aislamiento queremos provocar marcado, no casual. Verdaderamente el sistema castrista se encargó bien de que Lezama no viviera en su torre de marfil que ha oficiado de reproche por parte de los stalinistas de todo calibre hacia cualquiera que escriba siguiendo los dictados de su gusto, despreocupándose de esa maldición escolar, como diría Néstor Sánchez, llamada conciencia histórica. Una lección de estética gratuita, a cargo del partido.
Respecto al tema de las dificultades en la vida cotidiana la correspondencia es bastante explícita, especialmente en los últimos años donde Lezama Lima es cada vez más aislado y los abusos de los funcionarios se multiplican. Muchos objetos que le enviaban desde el exterior le son decomisados, como por ejemplo una guayabera o medias para María Luisa (ver carta del 12-4-75). Forma parte de sus preocupaciones cotidianas el conseguir nebulizadores para paliar su asma. Lo limitado de su condición material puede verse en una carta a Eloísa que responde a una posible visita de Orlando, su ahijado, a la casa de Trocadero. Lezama le advierte: “Tengo en mi casa muy pocas comodidades y él es un muchacho acostumbrado a vivir muy bien. El segundo cuarto tiene un colchón viejo y destrozado. Hay que bañarse con jarritos. No obstante esas pésimas condiciones, si él insiste, para nosotros sería un gran placer…” (13/5/76).
4
El aislamiento y la pobreza, que ya hemos mencionado, el encarcelamiento algunos amigos como Reinaldo Arenas, la conducta cuestionable de otros amigos escritores ante el omnipresente aparato de seguridad y otros sucesos por el estilo dieron un tono menor a los últimos años de Lezama, paralelo al cada vez mayor reconocimiento internacional, que de haber podido salir le hubiera proporcionado una vida más o menos acomodada en el exilio. Esto no fue posible porque era muy mala propaganda para el gobierno que el más grande escritor se fuera del país. Lezama se las arregló para que algo de lo que había sido la constante de su vida se mantuviese a pesar de todo. Contestando a una carta bastante pesimista de Eloísa escribe: “La vida es una fraude, dices con la tristeza del Eclesiastés. Yo, a pesar de comprender todo eso, digo con Nietzsche: bueno, es eso la vida, bueno, vuelva a empezar. Y además nos dice el mismo: yo amo la vida y más cuanto más la detesto. Sólo vivimos una vez y esa aventura que nos ha sido otorgada, debe vivirse a cabalidad de cada uno de los instantes. Te lo digo yo cuya vida ha sido reducida al mínimo de su expresión. Por la noche María luisa y yo leemos algún libro que nos gusta, como el maravilloso Diario de Paul Klee. Me parece que vivo esas existencias maravillosas, mientras permanezco, aunque con disgusto inmovilizado, pues el año pasado y en éste he recibido como seis invitaciones para viajar a España, a México, a Italia, a Colombia, y siempre con el mismo resultado. Me tengo que quedar en casita, hasta que Dios quiera. Estoy aburrido y cansado. Escribí, a veces, algún poemita y eso me mantiene todavía en pie” (1/9!74, p.259). La salida del país reaparece una y otra vez en las cartas de los últimos años: “La Universidad de La Aurora en Cali, Colombia, me invitó al IV Congreso de la Narrativa Hispanoamericana, con tal que diera una charla o una conferencia con otros dos escritores. Llegaron los pasajes aquí a La Habana, pero el resultado fue el de siempre: no se me concedió la salida. Ahora recibo otra invitación, del Ateneo de Madrid, para dar unas conferencias. Siempre acepto el resultado, es previsible. Yo estoy en un momento de mi vida en que me hace falta viajar, ver un poco de otro paisaje. La resonancia que ha tenido mi obra en el extranjero, me permitiría hacerlo. Pero la Ananké, la fatalidad está ahí, con su ojo de cíclope” (7/12p. 257) Barbuda fatalidad, en fin. En los últimos tiempos se ha marcado la reticencia de Lezama a los viajes. Peregrino inmóvil se llamaba a sí mismo para contrastar su fijeza habanera con su erudición sobre los lugares que nunca visitó y épocas pretéritas. En su autobiografía, Reinaldo Arenas relata su última visita a la casa de Trocadero y dice que Lezama estaba muy cansado, derrotado para pensar en la emigración. Afirmación contradicha, como hemos visto por ciertos fragmentos de la correspondencia familiar. Cosa que lleva, paradójicamente, a Arenas a coincidir con el escritor castrista Manuel Pereira que en su artículo El curso délfico hace de la necesidad virtud y realiza un indirecto panegírico del régimen con la especie de una suerte de anclaje metafísico de Lezama a la tierra cubana. Como vimos esto no fue así. Si bien su resistencia a los viajes es algo cierto, la cada vez mayor stalinización del régimen le dio ánimos para buscar una salida, con los resultados que el lector ha visto. Vaya esto para comprobar como de una verdad parcial puede hacerse una mentira completa. Eloísa Lezama Lima cuenta en una entrevista que María Luisa, la esposa de su hermano definía así en una carta la situación de ambos: “atrapados como ratas”.
El otro aspecto de Lezama Lima que queremos tratar es el de los derechos del autor. En algunos países socialistas estos derechos fueron abolidos. Son conocidas las maniobras que tuvo que llevar adelante Soljenitsin para poder defenderse fuera de la URSS de la abigarrada serie de ediciones piratas de sus obras. En Cuba la política fue más radical y Lezama no pudo recurrir a la argucia de nombrar un delgado en el extranjero como hizo Soljenitsin. A medida que el interés por su obra crecía y proliferaban las ediciones piratas, esa circunstancia se unía a la imposibilidad de salir del país. Lezama veía en sus últimos años cómo su obra se difundía y él no obtenía el menor beneficio por su trabajo intelectual. Le escribe a Eloísa: “Puedes estar segura que lo más parecido a un editor es una sanguijuela o una piraña. Por toda la América y España corren publicaciones piratas de mis obras. Sólo se salva la Casa Seuil de París, la que publicó la edición francesa de Paradiso, magníficamente traducido por Didier Coste. Y también magnífica edición de la editorial mexicana Era, muy cuidada, bien revisadas las pruebas y con los bellos grabados de Portocarrero. Todos los demás se han aprovechado de que en Cuba no hay derechos de autor para llenarse los bolsillos a costa de mi trabajo intelectual. Entre esos el que más se destaca es el descarado argentino del que ya te hablé en carta anterior” (se refiere al director de Ediciones de la Flor, A.S.D.) (5/9/74, p.261). En la misma carta relata una de las rocambolescas estafas que perpetrara una editorial catalana. Culmina recomendándole a Eloísa: “No obstante todo lo anteriormente dicho (esto es la certeza de que se trata de una estafa A.D.S.), puedes decirle a esa casa editora que publiquen la obra, haciéndoles saber todo lo anterior, para que no crean que unos es un retrasado mental” (ídem anterior). La desagradable experiencia de Lezama Lima demuestra que no es posible ninguna libertad sin propiedad y las oportunidades de acceder a ella. Esa libertad del utopismo con su arquetipo humano correspondiente, el hombre desnudo y satisfecho sólo puede terminar idealmente en una sociedad parecida a un cuartel. O estafado doblemente como Lezama, por el Estado y la industria editorial.
5
No conocemos texto que defina mejor la posición de Lezama Lima ante el episodio histórico de la revolución castrista que su sibilina respuesta a una pregunta de Jean-Michel Fossey. Si se lee atentamente se ve qué piensa Lezama, cómo trata de situar los nombres propios, las historias personales, la literatura dentro de los acontecimientos históricos, en el torrente donde la imagen se ofrece como posibilidad la manera de situarse en la inscripción de la poesía. La pregunta de Fossey era: “A partir de la supresión de los derechos de autor, ¿cuál es la condición del escritor en la Cuba actual?” (De Interrogando a Lezama Lima, Ed. Anagrama). Obsérvese la estructura de la pregunta de Fossey. Dada una situación se intenta evaluar la respuesta de un determinado actor (el escritor como profesión). Lezama rehúye la enunciación colectiva y responde: “He seguido profundizando mi obra, haciendo lo que creía era mi deber y de acuerdo con mi momento, con mis preocupaciones”. Responde en nombre propio e invoca un deber que claramente se infiere como respuesta del individuo ante una situación de excepción, como revival del heroísmo aristocrático platónico. Es evidente que no se habla de ningún deber abstracto socialmente codificado del estilo servicio militar o votar cada tantos años. “Desgraciadamente no soy un adolescente de 18 años, sino que ya y tengo otra madurez. Iba a decir que soy un hombre de otro momento, pero creo que es una expresión molesta; porque todos los momentos son el momento, todo va hacia el océano universal. Es decir, estoy en la temporalidad, fluyendo”. La nota característica de la frase es la recurrencia entre el estar y el no estar, la evanescencia de su propia existencia entre el distanciamiento del ideal social de corte revolucionario (alusiones a la adolescencia y la madurez) y la fijeza en torno a un lugar. No es mi tiempo, yo estoy en otra cosa pero al permanecer allí debo responder de alguna manera a lo que pasa (en el doble plano literario y ciudadano) podría haber dicho. Inmediatamente retoma el tono testimonial: “He hecho lo que había hecho toda mi vida y quiero llegar hasta el final en la veracidad de mi expresión”. Ahora llegamos al pasaje decisivo donde Lezama parece aprobar los presupuestos del orden existente tratando de hacerse un lugar en él, con el fin táctico de legitimarse, pero al mismo tiempo relativizarle: “Creo que un escritor, si sus valores son revolucionarios, es un escritor revolucionario. Por lo demás hay que tener mucho cuidado. En la integración de lo histórico se dan sus paradojas; y lo que nos parece muy revolucionario hoy, mañana nos parece una reacción”. Lezama remata: “Pienso, por ejemplo, en el caso de Stalin. Y pasa, inclusive, con la ciencia”. La mención no parece inocente ya que tanto la revolución cubana como la rusa concluyeron con algún líder máximo haciéndose del poder total. Stalin, metonímicamente, Fidel Castro. Respecto a la ciencia, ¿pensará en Lyssenko? Finaliza: “Asimismo, las otras adquisiciones del hombre, sin intentar disminuirlas en lo más mínimo, son características más bien saturninas: se van logrando al destruirse a sí misma. La historia se traga a la historia. Es como la elocuencia en el decir de Pascal”. Ergo, esto no es eterno. En tanto hay que seguir con lo que uno hace. La conexión entre literatura y política en Lezama Lima pasa por no subordinar la primera a ninguna abstracción idólatra, y por ende ajena a la práctica de la escritura, pero también y tan importante como lo primero, no vender su alma al diablo, no dar consentimientos espurios, dando la espalda a la servidumbre voluntaria actual, a los anhelos de integración. Esta sí es una auténtica lección.
*Tomado de la segunda edición de la publicación argentina DERIVA de la Literatura, a cargo de Hugo Savino y Jorge Santiago Perednik. Buenos Aires, 1997.
Gracias por incluirme en tu lista de "cercanos". Espero vernos a menudo. Perplejos Saludos !)
ReplyDelete