Diamela Eltit: Día de los Enamorados en La Cabaña ó La apuesta de otra clase de amor
Lizabel Mónica
Diamela Eltit, la escritora chilena que es todo un hito de las letras latinoamericanas, presenta un libro en Cuba, editado por Casa de las Américas. Sala Portuondo, aire acondicionado y cierta media luz comparada con el sol que enceguece afuera a estas horas del día. Son las 12:00 a.m. y Diamela nos recibe pausada, tras la mesa formalísima donde la acompañan Roberto Zurbano y Zaida Capote.
Lumpérica, la primera de sus novelas –alrededor de ocho-, es el motivo de la cita, pero más que nada, el privilegio de tener delante a una escritora de la talla de Eltit, la oportunidad de escuchar su lenguaje oral, los tonos de su voz, calibrar sus expresiones y gestos. La presencia de un escritor siempre es otra cosa respecto su literatura, a la voz sobre la página. Es, por así decirlo, una información adicional, y yendo más lejos, un paratexto. Sin embargo creemos que es un paratexto prescindible, aunque en el caso de Eltit la noción cobra mayor fuerza, si se tiene en cuenta su actividad performática y de intervención pública (son muy conocidas sus acciones que intentaban tomar el espacio público, dijo en la sala Portuondo, en una ciudad confiscada), donde ha trabajado con el texto de sus libros, así como las imbricaciones que su literatura registra de material literario y material vital. A propósito de estas relaciones entre la letra y la vida, véase el inteligente prólogo de Zaida Capote a la edición cubana. Pero un libro, recalcamos, se vale y se ha de valer por sí mismo. Es un suceso (Marguerite Duras), un hecho independiente, responsable de una realidad propia (Susan Sontag). Acudimos a la cita con el escritor, cita a ciegas (Diamela ha dicho en su charla de la sala Portuondo que un libro es como una cita a ciegas, entre lector y autor), porque tenemos la esperanza de saber más acerca de una lectura que nos ha cautivado. Una suerte de vicio, a mi modo de ver, del confundir autor y persona. Si algo tendríamos que agregar al prólogo de Zaida es precisamente la exploración ensayística, aunque fuera somera, de los límites de un entendimiento eterno pero no por ello menos conflictivo: los amoríos entre la literatura y la vida.
El amor, tal y como lo construye el sistema, es el opio de las mujeres, comenta Eltit. Por ello nos sometemos y dejamos que nos sometan, debido a ello cedemos nuestras libertades y tiempo, conformándonos con la existencia del reverso. Ayudar al padre y a la madre, al esposo y a la hermana, dedicarse a los hijos. El corazón de mujer es tierno y firme a un tiempo, pero lo más importante, se siente susceptible de cargar con todo. La mujer es amorosa por naturaleza, y su amor es el más puro, exento de conflicto. Ahora bien, el amor es conflicto, la unión de dos no hacen uno, la relación además depende muchas veces de la dinámica que pueda conformarse con los distintos ritmos donados, o dicho de otro modo, del grado de libertad que puedan permitirse uno al otro hasta alcanzar, por caminos autónomos, ciertos encuentros.
Quien subscribe estas palabras defiende las vinculaciones de literatura, eso que no sabemos bien qué es, y la vida, eso que tampoco sabemos bien qué es, pero que sabemos diferente. Es como si al fin ocurriera el milagro, es una suerte sentir las conexiones. Enamorarse es una suerte -léase de una persona, de un objeto o circunstancia específicos, de una profesión, etc. Cuando ocurre, multiplica las capacidades y la creatividad vitales. Entonces parece que todo encaja, que todo fluye. Entonces parece que todo es ritmo. A veces, las menos si contamos sacando estadísticas de libros publicados por año, podemos vislumbrar esos momentos afortunados en que la vida y la literatura se atraen de esa manera; o en que luego de cierto forcejeo acontece el asombro del reconocimiento y la sangre fluye como nunca por sus cuerpos. El texto es un cuerpo y el cuerpo es un texto. Conseguir un buen entendimiento del texto-cuerpo requiere comprender los desencuentros con este. Las relaciones precisan de conflicto, entendido este no de una manera trágica, o más bien de una manera trágica al estilo de Nietzsche: movimiento, juego de posibilidades, aventura y voluntad, azar y destino en uno.
La vida es ritmo, dice Deleuze, pero constantemente perdemos el oído para ese jazz de fugas infinitas, agregamos nosotros. Y la literatura es también ritmo, a su manera. En ella, cuando se tiene suerte en el juego, se pueden colocar sobre la mesa tres cartas que mueven el mundo, es decir, la experiencia del que escribe y el que lee. Tres son las éticas de La ética de Spinoza, según Gilles Deleuze (Crítica y clínica). Nosotros leemos estos tres instantes como una descripción de la actividad literaria, del acto de encontrarse con lo textual/vital. En verdad se apuesta por conseguir más que una meta antes predicha, asombro. Si diez páginas de un libro me asombran, todos los años de trabajo valieron la pena, dijo Diamela Eltit en la Feria del Libro de La Habana, donde más que nada, se presentaba a sí misma, y más que nada en verdad, conversaba consigo misma, como dice Harold Bloom que hacen los autores fuertes. Toda la energía y tiempo dedicados al libro posible (un libro por hacer o en proceso es un conocido-desconocido), valen la pena si al final hubo un entendimiento, uno de esos momentos coincidentes, plenos de lo ininteligible: el amor. No el amor cristiano, sino el amor como fuerza, como intensidad. Una sensación como esta, completamente exacerbada, no puede sostenerse por mucho tiempo, no puede ser concebida como un estable. Es algo que se consigue y se pierde, que se gana y se abandona. Es algo que precisa de rupturas y apuestas sucesivas. Cada vez que uno publica un libro, deja una maleta en el camino. Yo he dejado muchas maletas. Dice Eltit, que no se considera -no quiere serlo- una escritora profesional. Le interesa la literatura fuera de los espacios institucionales y burocráticos. Apela a la vivencia del texto, a esa union temporal y suigéneris. Apela al placer que provoca el acontecimiento de un libro, o de unas pocas páginas. Porque entonces, uno siente que le quita a la vida un buen pedazo.
Diamela habló bastante en este ¿encuentro? de feria, donde el escritor es exhibido ante el público en tanto monstruo en un mostrare que en este caso sustituye los barrotes de las jaulas o la arena circular por una mesa, a los moderadores por domadores, en un local perfectamente habilitado. O exagero. ¿no estábamos nosotros ante un público entusiasmado y curioso? Estábamos. El libro es un encuentro, un suceso vital entre autor y escritor. Y un mismo autor es otro en cada lectura, de igual manera que un lector, en cada (re)escritura. Pero estas ceremonias nefastas que resultan del presentar un libro… (y siempre nos preguntamos si vale la pena continuar con estos rituales…) (Diamela), suelen dejar a un lado el hecho de que un libro, al atribuírsele a alguien, dejando a un lado su naturaleza de encuentro, dejando a un lado su responsabilidad múltiple, no es sino un gesto que fabrica un buen Dios para movimientos geológicos (Deleuze y Guattari, en Mil mesetas, p. 9).
Hubiera estado mejor un performances de Diamela, en la plaza soleada de La Fortaleza de la Cabaña, donde año tras año tiene lugar la feria del libro habanera. Quizá entonces el encuentro habría podido ocurrir. Creemos que este evento donde se da la posibilidad de confluencia en un mismo espacio tiempo de la literature y los escritores y lectores de diferentes países habría de contaminarse de la presencia y el diálogo, no siempre necesariamente verbal, de manifestaciones que pudieran recoger todo aquello que no se puede decir, y tampoco escribir o leerse a solas. Nunca hay que hablar mucho. Yo creo que hay que cerrar la boca, dijo Diamela este 14 de febrero en la sala José Antonio Portuondo de nuestra XVIII Feria del Libro de La Habana. Faltan en esta feria las posturas ante la literatura de escritores como Diamela Eltit; falta una manera de ver el libro no cómo la vida, pero si cercana a ella, implicado hasta las entrañas con ella; amor correspondido.
Falta el acercamiento a la experiencia del libro, texto cultural. La escritora chilena, que dice deberle a nuestro Severo Sarduy y su cosmogonía del neobarroco, ha motivado estas líneas de feria. Por favor, que no se me arrojen cáscaras.
Pos-scriptum
Toda sociedad, sin excepción, es conflictiva, y castiga a su gente. Tengo esta vision un tanto disciplinaria (Diamela lectora de Foucault).
Los escritores y los artistas tenemos que indicar las tensiones sociales (Diamela). Nosotros cambiamos tenemos por podemos. No es una obligación, y la responsabilidad del escritor suele ser para con el texto, la vivencia que este deja entrever, y no para con partido u oposiciones/posiciones ideológicas. Tal cosa arruina las posibilidades de un texto múltiple, no arbitrario, que explote a fondo la naturaleza política de la literatura.
Es difícil imaginar un texto que no devele las tensiones de lo real. Sirvan nuestras líneas como ejemplo. La lectura y la escritura no conducen sino a una crítica, o mejor, si tal cosa existe, a una experiencia que se mira a sí misma. Digamos que es allí donde puede encontrarse algo muy difícil de ejecutar en nuestras prácticas sociales: esa comunión entre racionalidad y el momento apasionado.
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