*los envíos de Pedro Luis García*
   Opinión
    Subvenciones fantasmas
 
    Desde  1967,  ningún trabajador cubano sabe cuánto le retienen
    del  salario  bruto  por  concepto de seguridad social, salud,
    educación y defensa.
    Miguel A. García Puñales, Madrid
    viernes 9 de enero de 2009
 
    ¿De  dónde  obtiene  un Estado los recursos de que dispone? En
    los  tiempos  que  corren esta es una buena pregunta, pues los
    anuncios desde La Habana sólo son más de lo mismo.
 
    En  un  Estado  totalitario  como el cubano, dueño absoluto de
    todos  los medios de producción e, incluso, de una buena parte
    de las propiedades personales de la población, no quedan otras
    opciones que tres fuentes bien identificadas: la plusvalía que
    arranca  a  todos  los  trabajadores  del  país, los préstamos
    privados  de  la  banca  internacional o directamente de otros
    Estados  (que  a  la  corta  se  convierten  en  deuda externa
    consolidada),  y  las  inversiones  lícitas  o  ilícitas en el
    extranjero.
 
    Sin  embargo,  las  últimas  noticias obligan a limitarse a la
    primera  y  más  importante  fuente  de  recursos del gobierno
    cubano:  la  feroz  explotación económica a la que se somete a
    los ciudadanos.
 
    Los  últimos  discursos  de  Raúl  Castro  y  de  otros  altos
    funcionarios   del   gobierno,   que   buscan   culpar  de  la
    ineficiencia  a los trabajadores, vaticinan aún peores tiempos
    para  la  población.  Es absurdo --aunque surte efectos por lo
    repetitivo   del  discurso--  suponer  que  el  Estado  cubano
    subvenciona realmente algo en el país.
 
    Cualquier  Estado,  con  economía de mercado, obtiene recursos
    básicamente  a través de la exacción de impuestos. Esto es así
    porque   los   medios  de  producción  y  el  producto  de  la
    acumulación derivada de la actividad productiva, se encuentran
    en  manos  privadas. De manera tal que cuando un área necesita
    apoyo  económico  --como  está  ocurriendo en la actual crisis
    financiera  internacional--,  el Estado acude con sus recursos
    obtenidos  mediante  impuestos  a  dar soporte o estabilidad a
    dichos  sectores. Ocurre casi de forma universal y sistemática
    con  el  transporte  público  y  la  agricultura, dada la alta
    incidencia de estos campos en el desempeño social.
 
    En  estos  casos,  el  Estado  redistribuye  una  parte de los
    beneficios  de  la actividad económica nacional, de los cuales
    se  ha  apropiado  previamente, para poder mantener el aparato
    estatal y el gobierno como forma de organización nacional.
 
    Mientras  tanto,  el  Estado  totalitario  asume la función de
    empresario  total  del  entramado  económico nacional. De esta
    forma,  la clásica fórmula Dinero-Mercancía- Dinero (D-M-D), a
    la  que hace referencia Carlos Marx en el Tomo I de su obra El
    Capital,  es  aplicada  en el caso cubano no por un empresario
    capitalista "sediento de ganancias", sino por la única empresa
    del país, el Estado.
 
    Si  la  plusvalía  sigue siendo --según el criterio marxista--
    "el   nuevo  valor  creado  del  que  no  participa  la  clase
    trabajadora",  entonces  no  es  necesario  dar más vueltas de
    hojas. Absolutamente todos los fondos de que dispone el Estado
    cubano provienen de la expropiación de aquella parte del fruto
    del  trabajo de la cual no da participación al trabajador, con
    el  pretexto cansonamente argumentado que el Estado se encarga
    de  redistribuir  socialmente  la  plusvalía,  a  la cual, por
    cierto, no llama por su nombre.
 
    ¿Canasta básica subvencionada?
 
    Uno  de  los argumentos utilizados en los últimos discursos es
    el que pretende convencernos de que los productos alimenticios
    que  se  venden  mediante  la  cartilla de racionamiento --mal
    llamada  "libreta de abastecimientos" o "canasta básica"-- son
    subvencionados por el Estado. Este es un argumento falso.
 
    Desde la congelación de los salarios nacionales en 1962 (desde
    esa  fecha no se efectúa ninguna corrección salarial seria que
    contemple  el  incremento  del  Índice  de Precios al Consumo,
    IPC),  los  productos de la cartilla de racionamiento, junto a
    las  tarifas  de  servicios  públicos  básicos, son los únicos
    precios  que  se  mantienen "acordes" con el salario devengado
    por los trabajadores.
 
    Por tanto, la decisión estatal de no corregir los salarios, se
    corresponde  con  la  también  decisión  estatal de cobrar los
    productos  y  servicios  básicos que vende --escasos y de mala
    calidad--  de  acuerdo  con  el  salario  nominal que paga. No
    existe  subvención  posible,  toda  vez  que  la diferencia de
    precios  que  el Estado abona por obtener en el extranjero los
    productos  o materias primas necesarios, ya han sido aportados
    mediante la plusvalía arrancada al trabajador.
 
    Sólo  si  el  Estado  considera  la  riqueza nacional como una
    propiedad de la clase gobernante, se explica tanta insistencia
    --casi  histérica--  en  la imposibilidad de "subvencionar" el
    hambre.  Otra  cosa  es  que  el  demostradamente ineficiente,
    botarate  y voluntarioso empresario estatal capitalista cubano
    --es  decir, el gobierno-- no reconozca su crónica incapacidad
    económica,  guiada  únicamente  por  fines  ideológicos  y  de
    permanencia en el poder.
 
    En  estos  cincuenta  años  han  experimentado todo lo que han
    querido,  y  más.  Viraron patas arriba la economía de un país
    tradicionalmente   próspero   y   destruyeron   la   ganadería
    importando  vacas  Holstein holandesas, para terminar llevando
    búfalos  de agua vietnamitas. Intentaron desecar la Ciénaga de
    Zapata  --principal  humedal  del  Caribe--  y  tuvieron en el
    tintero  la  posibilidad hacerlo con la plataforma insular que
    media  entre  la  Isla de Pinos y La Habana. Destruyeron buena
    parte  de la capa vegetal del país, especialmente de la sabana
    camagüeyana,  mediante  una  "invasión" militar con tanques de
    guerra que arrastraban gigantescas cadenas con bolas de acero.
 
    En fin, sería interminable la historia de cómo convirtieron el
    país en una extensión del "patio de mi casa".
 
    Impuestos ocultos
 
    Lo  peor  y  menos  conocido  por las actuales generaciones de
    trabajadores,  a  los  cuales  ahora  se  amenaza  con  nuevos
    impuestos,  es que, además de la plusvalía que le arrancan sin
    remisión,  ya pagan impuestos sobre el salario. Sólo que desde
    1967, mediante la aplicación de la Ley 1170 del Comité Estatal
    del   Trabajo   y   Seguridad   Social,  las  nóminas  de  los
    trabajadores dejaron de reflejar las diferencias entre salario
    bruto  y  neto,  en  aras  de  una  supuesta  "lucha contra el
    burocratismo".
 
    De  esta  forma,  el  trabajador  sólo sabe la cantidad que le
    pagan  --el  neto--, pero nunca cuánto le retienen del salario
    bruto  (en  algunos  casos  hasta  el  40%)  por  conceptos de
    seguridad   social,   salud   pública,   educación,   defensa,
    vacaciones, etcétera. Por supuesto que cualquier obrero cubano
    cree que no paga impuestos.
 
    Algunos  incrementos  de los astronómicos precios del "mercado
    libre"  comenzaron  por  ser  contribuciones "temporales", por
    ejemplo, para los "damnificados del ciclón Flora", allá por el
    lejano  1964, cuando subieron los precios de los cigarrillos y
    de  la cerveza. ¿Habrán terminado ya, en 2009, de ayudar a los
    damnificados?
 
    El círculo vicioso trazado no es más que eso: la serpiente que
    se  muerde  la cola. No se trabaja con productividad porque el
    salario es puramente simbólico (incluso con los "aumentos" del
    último año) y no habrá incremento salarial hasta tanto no haya
    productividad.  El  sistema  será  ineficiente hasta que no se
    liberalice  la  economía;  pero esto es para La Habana como la
    cruz para el vampiro.
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