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Adagio de Habanoni
Fotografías de Silvia Corbelle y Orlando Luis Pardo
mi habanemia
La Habana puede demostrar que es fiel a un estilo.
Sus fidelidades están en pie.
Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía ese ritmo.
Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico.
Tiene un ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones.
Tiene un destino y un ritmo.
Sus asimilaciones, sus exigencias de ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo.
Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria porque conoce su trágica perdurabilidad.
Ese ritmo -invariable lección desde las constelaciones pitagóricas-, nace de proporciones y medidas.
La Habana conserva todavía la medida humana.
El ser le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo terrible.
Lezama
El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos.
No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en la que la gente se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.
Lezama
desmontar la maquinaria
Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina: son los estados del deseo independientemente de toda interpretación.
La línea de fuga forma parte de la máquina (…) El problema no es ser libre sino encontrar una salida, o bien una entrada o un lado, una galería, una adyacencia.
Giles Deleuze / Felix Guattari
…podemos ofrecer el primer método para operar en nuestra circunstancia: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura podrá deslizarse, tal vez, el soplo del Espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación. Después, otra vez el silencio.
José Lezama Lima (La cantidad hechizada)
...
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir;
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.
La incoherencia es una gran señora.
Si tú me comprendieras me descomprenderías tú.
Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.
Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico.
Virgilio Piñera
(carta a Lezama)
ay
Las locuras no hay que provocarlas, constituyen el clima propio, intransferible. ¿Acaso la continuidad de la locura sincera, no constituye la esencia misma del milagro? Provocar la locura, no es acaso quedarnos con su oportunidad o su inoportunidad.
Lezama
#VJCuba pond5
Pingüino Elemental Cantando HareKrishna
o la eterna marcha de los pueblos victoriosos
luistrapaga paintings
Libertad para Danilo
Mar 23, 2009
Mar 18, 2009
FECALITERATURA, por Orlando Luis Pardo Lazo
FECALITERATURA
Orlando Luis Pardo Lazo
Yo como bueno y soy bueno:
Moriré de caca al sol.
Hay maldiciones que vuelan y vuelven sobre la literatura cubana. La mierda, por ejemplo, aunque aún no ha sido narrada con la intensidad que le corresponde, es una de esas obsesiones fatídicas que surge entre nosotros como un mojón cometario de hielo sucio.
Hace veinte años un joven Ángel (Delgado) Exterminador defecó en público en una de las salas de la muestra “El objeto esculturado” (Centro de Desarrollo de las Artes Visuales). Lo hizo limpiamente en una Habana a punto de Período Especial. Y cagó, para mayor simbolismo y tragedia, sobre un periódico Granma de la época (que es como decir sobre el mismo órgano oficial del mismo PCC de todas las épocas).
El gesto terminó siendo narrado rentablemente por las agencias noticiosas del mundo y Ángel Delgado terminó en una prisión provincial. Sus heces esculturadas sobre la tinta fresca del periódico del día cumplían, al parecer, los requisitos para una sentencia de seis meses por el delito de “escándalo público”.
En una de las 21 RefleXXIones publicadas en los años cero en nuestro e-zine de escritura irregular The Revolution Evening Post (episodio 4), se regurgita esa perversa pulsión de “narrar la mierda mierderamente. Narrar el metamojón flotante en la charca caribe con todas sus hediondeces estéticas, tan estáticas. Narrar sin kitsch. Sin complejo de culpa. Sin compromisos ni comentarios. Sin seguridad (del Estado o de Dios). Sin quijotismo ni quórum. Sin columnas ni refleXXIones. Sin halar la cadenita del water-closet. Narrar sin narrar las inodoras heces del siglo XX: comemierdurías idiotópicas y demás solidaridades obligatorias. Narrar mierderamente la mierda como tarea de choque para inaugurar el panteón pétreo-pútreo-patrio de nuestro XXI”.
Usando el papel periódico como espejo analcisista, unos versos de Bladimir Zamora resuelven (y revuelven) bukowskianamente los detritos de este tópico. En efecto, en el poemario Los olores del cuerpo (Ediciones Abril 2009), donde se resume su obra poética de las últimas dos décadas, en la penúltima página (como si en silencio hubiera tenido que ser), el autor ha “cerrado la puerta / del balcón / para cagar / en la estrecha / intimidad / sobre / el periódico de ayer”. Y aún más político, mientras lo hace (técnicamente, mientras lo escribe), le “caen / como auras / tiñosas / las dudas / en la cabeza”.
A inicios de 1990 yo acaba de cumplir 18 y estudiaba gratuitamente el primer año de Bioquímica en la universidad (me decían El Flaco y tenía el pelo muy corto: era un sub-Charligarcía loquito y locuaz). El otro Ángel (Delgado) se hacía arrestar ante el pánico de su público y de todo nuestro camping cultural, incluidos Bladimir Zamora y un staff de El Caimán Barbudo amenazado de extinción a falta precisamente de papel. Ángel de la Infame Ignorancia, yo por entonces ni siquiera me enteré del affaire fecal Granma (de hecho, lo leí en el libro-bomba apocalíptica de Andrés Oppenheimer).
Luego sí pude asistir a la expo personal “1242900”, en el Espacio Aglutinador independiente de Sandra Ceballos, donde el performer de la cagada incivil mostraba sus útiles y manías de presidiario cubano. Eran cositas (literalmente) de mierda, según recuerdo no sin tristeza: una hamaca o un mosquitero, jarros y pomitos, ropa ripiada de becario en la escuela al campo (incluidas medias y calzoncillos), un sombrero de yarey, jabucos y un bombillo incandescente cuya luz ilegal hoy volvería a sancionar a su propietario.
No sé por qué aquella instalación o lo que fuera no me gustó: tal vez salí sobrecogido por la miseria del autor y/o la mezquindad de la autoridad. Tampoco me gustó para nada el poema de Bladimir Zamora, que aunque escapa de la ñoñería lírica Made In Cuba, no nos revienta en plena cara como una granada prosaica: tal vez me dejó con ganas de un remate con menos “martes / –cualquiera– / ni siquiera 13” y más muerte marcial; un final de menos esperanza enferma de ética y más esquirlas excéntricas en eyaculación.
Un detalle sí conecta estas no tan cínicas como cíclicas maldiciones de mojón: “El objeto esculturado” y “1242900”, el “Blues de Bukowski” del Blado y mis “RefleXXIones” en The Revolution Evening Post. Y ese detalle es el olor (coincidiendo con el título del más reciente poemario de Ediciones Abril 2009).
Son los olores del cuerpo de un ángel que caga teatralmente libre sólo para cagar después tétricamente en prisión (la ropa interior expuesta luego por él también incluía el hedor). Son los olores de la tinta sin acting de un poeta “cagando / trabajosamente / en el periódico de ayer”, que no tendría por qué ser el Granma sino acaso su contra-orgasmo oficial El Nuevo Herald. Y son los olores, también, de mi volátil voluntad de asociación, esa tara libérrima que me hace proponer este cortocircuito climático como primera piedra de toda una fecaliteratura para nuestro siglo XXI posnacional: ¿cómo narrar un apócrifo donde Ángel Delgado sea cogido cagando in fraganti a la vuelta de veinte años, esta vez sobre el poemario fragante de Bladimir Zamora? (Círculo cerrado y/o circo circular.)
No sé. Sospecho que en ocasiones “hay que ser obsoletamente moderno”, como pedía Rambo en el mejor parlamento de su peor película.
Mar 17, 2009
Nuevo blog a la luz virtual!!! Suerte bloguero!!!
http://fotoscubahoy.blogspot.com/
Soy un joven cubano que vive en la Ciudad de la Habana. De forma independiente pretendo hacer este blog para publicar las fotos que tomo en las calles de mi ciudad.
Blogueo desde Cuba
HOLA BLOGUEROS:
Soy de la Generación Y, pero no me llamo YOSVANY, YULEXIS ni YURI.
Soy un joven cubano que vive en la Ciudad de la HABANA y de forma independiente pretendo hacer este blog con el objetivo de publicar las fotos que tomo diariamente en las calles de mi Habana.
Este blog se llama FOTOS DESDE CUBA porque son las imágenes de la Cuba actual.
Género (trans) Género--BIENAL DE LA HABANA.
Género (trans) Género y los (des) Generados.
Programa de acciones y presentaciones.
Centro Cultural Bertolt Brecht.
Marzo
Domingo 29
7:00 p.m. Inauguración y presentación del performance Rosado Bravo, de
Argelia Bravo (Venezuela) con la participación de Kiriam, Pititza y Bata
Show.
Abril
Jueves 2
7:00 p.m. Panel Masculinidades en conflicto. Conferencia del Dr. Julio César
González Pagés (Cuba). Presentación de las obras de Alex Donis
(Guatemala-E.U.) y Argelia Bravo (Venezuela).
Viernes 3
7:00 p.m. Presentación del performance Ave. María, de Sandra Ramy (Cuba)
Sábado 4
7:00 p.m. Presentación del performance Todoterreno, de Roberto Ramos y
Carlos Díaz con la participación de Teatro El Público (Cuba)
Domingo 5
7:00 p.m. Proyección de videoregistros de la obra performática de Steven
Cohen (Sudáfrica) y Nicholas Hlobo (Sudáfrica).
Jueves 9
7:00p.m. Presentación del performance Constructos, de Naivy Pérez (Cuba)
Viernes 10
7:00 p.m. Presentación y proyección de la serie de revistas y videos
Playbeuys, de Carlos José García (Cuba). Presentadora: Beatriz Gago (Cuba).
Sábado 11
7:00 p.m. Presentación y proyección de la obra audiovisual del realizador
Jorge Molina (Cuba). Presentador: Víctor Fowler (Cuba)
Domingo 12
7:00 p.m. Presentación del espectáculo multimedia Pink Gun. vol 2 (+Turbo),
de Las Pistolas Rosadas (Cuba).
9:00 p.m. Clausura: Concierto ACME (Asociación Cubana de Música Electrónica)
RV: Tibet: no al silencio!
De: Brett Solomon - Avaaz.org [mailto:avaaz@avaaz.org]
Enviado el: Monday, March 16, 2009 12:55 PM
Para: lia
Asunto: Tibet: no al silencio!
Estimad@ amig@,
La lucha del pueblo tibetano por escapar del bloqueo informativo impuesto por el gobierno chino es desconocida por el resto del mundo
Dona ahora y ayuda a los tibetanos a vencer este manto oscuro de censura. <https://secure.avaaz.org/es/tibet_stop_the_blackout/?cl=196648729&v=2982>
<https://secure.avaaz.org/es/tibet_stop_the_blackout/?cl=196648729&v=2982>
Con ocasión de la conmemoración del 50 aniversario de la fecha en que el Dalai Lama tuvo que escapar a India, un manto negro de silencio se está desplegando sobre el Tíbet: la prensa internacional está siendo detenida y expulsada, patrullas armadas han tomado las calles y los ciudadanos son arrestados y confinados por motivos políticos. Aún así, muchas de estas violaciones permanecen desconocidas en el mundo dado que las comunicaciones han sido interrumpidas.
Sin apoyo inmediato, aquéllos que aún hoy encuentran resquicios para evadir el manto de censura no podrán continuar alertando al resto del mundo o a los propios tibetanos sobre las desapariciones y la negación de derechos humanos fundamentales. Una comunicación abierta es el mejor resguardo para prevenir que se den futuros abusos.
Hoy es el día para realizar tu donación y ayudar a garantizar que información tan vital para el pueblo tibetano circule y no sea completamente censurada:
https://secure.avaaz.org/es/tibet_stop_the_blackout/?cl=196648729&v=2982
Un modesto aporte puede tener un gran impacto :
* Por U$D90 (69 Euros) podemos asegurar una hora de transmisión de la red de radios "Voice of Tibet", lo que proveería de noticias imparciales a toda la región.
* Si 100 de nosotros donáramos U$D25 (19 Euros) cada uno, podríamos costear nuevos equipos tecnológicos permitiendo así que los tibetanos se expresen sin censuras de modo seguro.
* Si 100 de nosotros donásemos U$D100 (76 Euros) cada uno, lograríamos ayudar a mejorar la capacidad del transmisor radial al otro lado de la frontera en la India, expandiendo, durante un mes, su alcance en el Tíbet y China.
Sólo la libertad de informar y el diálogo entre tibetanos y chinos pueden contribuir a alcanzar una solución duradera y pacífica al problema del Tíbet. Cliquea abajo ahora para realizar tu contribución:
https://secure.avaaz.org/es/tibet_stop_the_blackout/?cl=196648729&v=2982
La situación es extrema, e informes recientes sugieren que está empeorando. El gobierno chino ha cortado las redes telefónicas para dificultar a las organizaciones de base que organicen sus esfuerzos por el pueblo tibetano y han bloqueado todo contacto con el mundo exterior, incluyendo las comunicaciones con sectores chinos más progresistas. Si no ayudamos a que los tibetanos tengan acceso a tecnologías capaces de sortear el bloqueo impuesto, esta complicada situación podría ser silenciada bajo un férreo e impenetrable muro de silencio.
Estaciones de radio, bloggers y tecnologías para evadir la censura son como faros anti-niebla y son ahora esenciales para la supervivencia del pueblo tibetano. Esto es lo que el Dalai Lama ha dicho de "Voices of Tibet", para quienes tu aporte hoy puede significar que sigan en el aire:
"Este es el único servicio de radio en idioma tibetano bajo la dirección de un consejo editorial tibetano, que nos permite comentar los eventos que son de nuestro interés, y desde nuestra perspectiva. (...) Yo apreciaría (...) si organizaciones e individuos afines pudieran ayudar a que "Voice of Tibet" continúe funcionando..."
Realiza tu donación hoy y ayuda a mantener con vida iniciativas tan importantes como ésta; nunca antes han sido tan necesarias como ahora:
https://secure.avaaz.org/es/tibet_stop_the_blackout/?cl=196648729&v=2982
La libertad de información es vital para la supervivencia de la cultura tibetana y un ingrediente clave en asegurar la autonomía de Tíbet. Es éste también un camino clave para tener acceso a grupos progresistas en China, muchos de quienes buscan perspectivas e información alternativas. Como miembros de una comunidad global, podemos ayudar a asegurar el acceso a la información por los pueblos tibetano y chino y por todos nosotros que estamos detrás de la cortina.
Con esperanza,
Brett, Ricken, Alice, Paul, Graziela, Ben, Paula, Luis, Pascal, Veronique, Iain, Milena y el resto del equipo de Avaaz
Más información:
* Informe de Amnesty International:
http://www.avaaz.org/informe_Amnesty_Tibet
* Mensaje del Dalai Lama en conmemoración del 50 aniversario del levantamiento del Tíbet (en inglés):
http://www.voicesoftibet.org/
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ACERCA DE AVAAZ
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Ally Mcbeal y la televisión cubana...
Y criticábamos la televisión capitalista norteamericana, llena de violencia y consumismo, y esquizofrenia oficial y generalizada…
Cuando me doy un saltito al TV set en la sala de mi casa, sólo veo series policiales –y ahora las híbrido fantásticas-de terror-detectivescas- donde el principal protagonista es el asesinato. Pues bien, entre una y otra, disfrutamos de las series humorísticas, o al menos pretenciosamente graciosas.
Tal el caso -de la- lamentable y asombrosa Ally Mcbeal (no Ally y McBeal como los muchachos de kebuelta -antes radiobemba, cartelera cultural habanera de unos universitarios- pusieron hace unos días en la programación televisiva del canal Educativo 2, cada viernes a las 10 de la noche). Este sin mucho cuestionamiento es unos de los personajes más negativos que han pasado por los Pandas-sólo-para-privilegiados. Una abogaducha soltera y sentimental que no deja de quejarse de su solitaria vida, transcurrida la mayor parte del tiempo en un juzgado llevando casos lo más estúpido y ridículos que cabría imaginar, involucrándose emocionalmente en cada uno de ellos, éticamente desastrosa; y formando parte de un bufet colectivo que deja más que desear.
Se trata –intenta hacerlo- esta serie de las relaciones humanas.
De lo catastrófico y cursi que se puede llegar a ser con tal de proponérselo.
Ally es una anti heroína nunca antes vista, de lo peor, cuyo único orgullo egocéntrico parece ser la forma de vestirse, las superminifaldas que lleva a la corte, compensación anímica que se regala cada vez que tiene un fracaso amoroso.
Estos personajes sicotrastornados, patológicos y posmodernos se la pasan alucinando visual y auditivamente.
Sus tontos casos se resuelven a duras penas porque, de una, son casos perdidos, como ellos mismos.
Si se hablara de principios y moral, bah!, a esta serie le importa un comino si es social o políticamente incorrecto: la libertad de expresión de la que se hace gala (no niego que es antes que nada fantástica, pero a estas alturas en que todo está profundamente fusionado, quién puede identificar con algún ápice de certeza lo real del invento) en estos alocados capítulos es para darnos contra las paredes todos los cubanos.
Pero bueno, nos han acostumbrado a levantarnos un domingo por la mañana y ver –parte de la programación infantil, horror- la biografía de Stalin, como cosa muy natural, y luego, a la noche, la de Musollini, protagonizada además y para colmo por Antonio Banderas en su más deliciosa juventud.
Así que no sería de extrañar el que se nos restriegue en la cara que en Estados Unidos, enemigo número uno por excelencia de este gobierno distrófico –aunque el Cagandante se la haya pasado por mucho tiempo repitiendo como cotorra que el enemigo eran los mandatarios y no la población norteamericana, adorablemente consumista y violenta-, se celebran juicios descabelladamente justos hasta el límite de lo tolerablemente posible.
Pero ya con el conocimiento de los cinco espías hospedados en sus celdas cinco estrellas y nuestros presos políticos en inútiles huelgas de hambre tenemos bastante.
Somos una especie miserable, inescrupulosa y agresiva. Y las clases sociales no nos hacen ni mejores ni peores ante los demás: somos todos igual de malos y patéticos.
Pero algunos países parecen pasarse el doble y el triple que otros en perversidad y podredumbre.
Pero se puede, a 90 millas de distancia al menos, patentar un baile o unos condones personalizados y volverse millonario por una tonta idea parecida.
(¿Cuándo se aprenderá a valorar más el nivel de vida que se lleva en Cuba? Cuando se aprenderá a no acostumbrarse a resistir. A no conformarse “con lo que te toca”.
A no aguantar tanto atropello y a no coger “lo que te dan” sin antes revisar las condiciones, y el precio a pagar.)
La sociedad norteamericana puede tener infinitos defectos, pero puede darse ciertos lujos preciosamente excéntricos y de sicoterapia como salir de compras o drogarse con sicofármacos absolutamente legales para aliviar cualquier mínima pérdida de autoestima o depresión emocional.
El liberal baño unisex en Ally McBeal grita por la igualdad de género. Por una desconocida y lejana civilización imposible para los tercermundistas.
Y todo parece girar alrededor de la incapacidad de sostener una relación amorosa estable de esta gente, enloquecida hasta lo absurdo, pero libre, que únicamente puede preocuparse por su vida amorosa, porque todo lo demás ya está bien resuelto.
Al menos sus derechos no son descaradamente violados, y esto es algo de lo que tiene que enorgullecerse una sociedad.
Es preferible no tener memoria a tener que cargar con una como la de la Alemania nazi, por ejemplo. Por mi parte no quisiera tener que cargar con la culpa del silencio y la resistencia.
Haneke, Michael, nos dice:
Está claro que cada país tiene manchas oscuras, periodos de la historia en los que la culpabilidad individual entra en consonancia con la culpabilidad colectiva. En Alemania, hace muy poco que han confrontado los sucesos y consecuencias de la II Guerra Mundial. Y mis paisanos se siguen considerando víctimas del “Anschluss”.
Pero la peor enfermedad que ataca a los ciudadanos austríacos es la fatiga. Ahora sufre Austria lo que cualquier psicólogo definiría como complejo de inferioridad. Mis amigos alemanes y franceses siempre me han considerado un pesimista, pero yo me defino más bien como un hombre fatigado, aún capaz de producir una cierta y elegante ironía. La manipulación en los medios es constante. Incluso las imágenes de “realidad televisiva” están manipuladas. Hoy en día nos acosan con imágenes que confundimos con la realidad y eso es peligroso, porque perdemos la referencia del mundo real, la única válida. Por eso, tomé la decisión de rodar esta película en vídeo de alta definición, para crear unas imágenes inconfundiblemente de vídeo. Y es porque los espectadores muchas veces toman por real lo que no lo es. Es tan sólo una nueva representación de la realidad. Las imágenes son el arma más poderosa para dominar la mente, al igual que la propaganda fascista. Por eso, cada cual debe estar alerta. Las nuevas tecnologías, tanto de la representación de los medios y del mundo político, permiten mayores daños cada vez a una velocidad mayor. Los medios contribuyen peligrosamente a una confusa noción de que cada vez sabemos más y en un ambiente de inmediatez cuando en realidad es que no sabemos nada de nada. Eso nos impulsa a sufrir conflictos internos muy intensos, que generan “angst”, que conduce a su vez a la agresión y, finalmente, a la violencia. Es un círculo vicioso. Pero hay algo que desata mi ira: la utilización de la violencia gratuita. Lo considero cínico e irritante. Llevo años explorando el fenómeno. Me preocupa, sobre todo, el rol de la televisión fundamentalmente como el símbolo de la representación de la violencia en los medios. Y como causante de la gran crisis que supone su influencia en la pérdida de la noción de realidad y la desorientación generalizada. La alienación es un problema muy grave y la televisión juega un papel predominante.
(entrevista de Beatrice Sartori para El Cultural.)
Mar 16, 2009
Boring Home/OLPL/novel/Continuación (6)
37
TOKIONOMA
Violento suspiro de un japonés. Todas las
noches lo veo. Viejo. Senil. Habitante de isla. La
mayor de las antiguas. Un ser que exhala su aire
como quien expira.
Casi cien años. Tiene. Nació a mediados del
XIX. Y sólo a mediados del siglo XX lo consigue
expulsar. Su aire. Se llama enfisema y no tiene
cura. Ni siquiera en Japón. Mucho menos en
pleno agosto de 1945. Un verano del mundo no
más infernal que el resto de la realidad.
En los suburbios de Tokio. Desde allí escucha
sus noticias en japonés. Literalmente. Porque son
suyas. Él las reinventa. El locutor comenta sobre
otra ciudad de isla enteramente borrada. Él
suspira. Ya va quedando menos del mapa. Falta
sólo el borrón atómico de la capital imperial. Y
luego llegaría por fin el turno del japonés, una
última oportunidad de tachar ese idioma no tan
retórico como reiterativo. Una lengua que
enfatiza a tiempo. Al principio muy complicada
pero, con la práctica de años, tan sencilla como el
arte de respirar.
Lo veo exhalar como quien expira.
Violentamente. De alivio. Anhela el fin de su
historia. Literalmente. Porque es la suya. Ansía el
vacío del mapa. Y teme que no le alcance el
tiempo para enterarse de la noticia, de ese
comunicado por radio en la locución eterna de un
vocero imperial.
—Ojalá que Tokio no tarde –pronuncia con
los ojos cerrados, aunque sus retinas hace
décadas que ya no ven. Nada.
Yo sí. Yo veo.
Veo aquella frase y suspiro violentamente.
Me falta el aire. Me parezco a un japonés. Viejo.
Senil. Habitante de otra isla. La menor de las
antiguas. Casi cien años. Tengo. Nací a mediados
del siglo XX y aún suspiro a mediados del XXI.
A estas alturas de la historia apenas me queda
tiempo para escuchar mis noticias. Literalmente.
Porque son mías. Yo me las reinventé.
Sólo que el idioma español es demasiado
retórico para reiterar. Y eso es lo más peligroso.
Habitamos una lengua que a nadie le avisa a
tiempo. Ni siquiera el locutor muestra algún
síntoma de preocupación. Ahora todo mapa
parece eterno, mientras sea narrado en español.
La historia traducida a este idioma es una estera
sin fin. La memoria se hace tan imborrable que
provoca dolor.
—Ojalá que Tokio no tarde –me escucho
doblando la misma frase del japonés.
Ojalá que Tokio no tarde, pronunciado en la
capital de ningún imperio. Ojalá que Tokio no
tarde, en un amnésico español que no anestesia ni
media palabra. Ojalá que Tokio no tarde, con mis
dos ojos tan abiertos como ceros atómicos, las
retinas tragándose y a la vez borrando hasta la
última frase de luz. Ojalá que Tokio no tarde, en
pleno agosto de 2045: un verano del mundo no
más infernal que los restos de la realidad.
38
ENTRE UNA BROWNING Y LA PIEDRA
LUNAR
1
Recogimos una piedra lunar. Una de esas
piedras rosadas que caen de la luna atraídas por
la fuerza de gravedad. Una piedra del tamaño de
un puño. Áspera a sobrerrelieve, laberíntica. Una
piedra de luna fácilmente confundible con un
coral. De fuego, en estado de excitación o
extinción. Como un cerebro de miniatura. Por
supuesto, fue Ipatria quien la nombró:
—Se llamará Clito –nos dijo–. La diosa
solitaria y apócrifa de la historia y la sexualidad.
Y todos reímos de su ocurrencia al nombrar la
piedra.
Como de costumbre, no entendíamos ni una
sóla de sus palabras. Con el lenguaje nunca nadie
la superó. Con la lengua tampoco. Por eso Ipatria
tenía todo el derecho a nombrar. A ella y cada
miembro del grupo. Y también a tragarse cada
miembro de los cuerpos de cada miembro del
grupo.
Ipatria era una gran boca abierta al estilo de
un cero voraz.
2
Una Browning de 15 tiros. Una pistola
extranjera, como toda arma. Cargada, por
supuesto, como en aquel tema anglo sobre la
felicidad, cantado medio siglo o medio milenio
antes del nacimiento de Ipatria: la felicidad es
una pistola cargada, cansada.
Ipatria apuntó a lo lejos. Al vacío recóndito
de la noche. A nadie y nada en particular. Ipatria
apuntó en medio del parque de la Asunción. En
el medio de Lawton, La Habana, Cuba. En medio
de América y el planeta Tierra. Ipatria apuntó a la
luna, hacia arriba. O al menos eso nos pareció.
Entonces, de un súbito giro, se metió el cañón en
la boca. Esa era su especialidad: usar la boca
como amenaza inmediata de matar o hacerse
matar.
—No juegues que está cargada –le dije–. O
dinos dónde encontrar otra boca así.
Ipatria me miró. Desearía creer que sonrió.
Gélida. Sudaba bajo la luz blanca del parque,
filtrada entre los últimos pinos de la ciudad.
Sudaba hasta por los ojos. Puede ser que llorara.
Sudor frío, lágrimas adrenérgicas, entre otros
fluidos androides que ningún humano ha visto
jamás. Ipatria, la más solitaria y apócrifa de las
diosas de la historia y la sexualidad. Ipatria, la
madre de clito, browning, y el resto de las
palabras. Ipatria, orate y lúcida como un círculo
recortado de luminiscencia lunar. Ipatria se sacó
el cañón de la boca.
Bajó la Browning de 15 tiros. Bajó sus brazos
de neón anémico. Bajó las cejas, bajó los
párpados. Bajó los dedos y el arma cayó a tierra,
atraída por la fuerza de gravedad. La vimos rodar
por el césped hasta llegar al fango, donde se
encajó de cañón sin emitir quejido o disparo.
Nadie en el grupo se atrevía ahora a
reaccionar. Ipatria tampoco. Se nos habían
descargado en masa las baterías. La luna parecía
una lápida desteñida de coral. De fuego, pero ya
fatuo.
—Uno de estos días, ya verán –se alejó
protestando Ipatria hacia su banco eterno del
parque de la Asunción: el que no tenía respaldo.
De una u otra forma siempre todo empezaba
así: a través de Ipatria y sus amenazantes frases
que leíamos con imposible fascinación.
3
Una noche decidimos recorrer en ómnibus la
ciudad. Atrapamos al vuelo una 23, ruta
trasnochada a lo largo y estrecho de la avenida
Porvenir. Ya dentro, nos apilamos en la parte
trasera, aunque nadie más viajaba en la guagua.
Serían las tres o tres y media de la
madrugada. Y a esa hora el mundo casi no existe
en La Habana: La Hanada, según Ipatria. A esa
hora ya sólo existía Ipatria. Desnuda, como de
costumbre. Bailando en cámara lenta con su
piedra lunar. En público, en grupo. En un
ómnibus propiedad del Estado. Ipatria lunática.
Húmeda y ríspida, laberíntica. Ipatria petrificada
y calva, cerebral y afeitada. Pura piel sintética sin
accidentes. Ipatria, divino despilfarro desvelado
de la d y otros demonios antidiurnos.
La rodeamos para protegerla de los curiosos
que quizá en otro espacio-tiempo pudieran
aparecer. La rodeamos para ponerla a salvo del
paisaje irreal que corría a tope de velocidad al
otro lado de las ventanillas, película mal
fotografiada que íbamos dejando atrás: de
Lawton a Luyanó a Centro Habana al Vedado.
La rodeamos para verla, porque era ella el centro
de nuestras noches en grupo, fuera en ómnibus o
caminando: porque era ella nuestro eje
gramatical. La rodeamos para que fuera libre de
moverse al compás del motor, bailando sobre
infinitas ondas cuánticas de un solo tono. Blanca,
insonora, nano. Arcoiris monocromático de
ningún decibel.
Y entonces la vimos meterse ahí dentro la
piedra: a Clito, bien hondo por su entrepierna. Y
después meterse ahí dentro también un puño, el
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derecho: sus cinco dedos cerrados en forma de
arrecife coral. Nervaduras y venas, furia rosada,
piramidal. Y meterse ahí dentro el resto de su
brazo después, hasta quedar inválida, asimétrica.
Y meterse ahí dentro el resto de su cuerpo, hasta
casi desaparecer: medusa traslúcida a la altura de
la avenida 23, rampa de lanzamientos para
colocar su cuerpo invaginado en la luna, satélite
genital devenido ahora muñón.
Más que desnuda, Ipatria bailó invisible en la
parte trasera de la 23. Rodeada por nosotros, que
de pronto ya no rodeábamos a nadie. Y todos
sentimos nuestros sexos duros y babeantes, por la
excitación de esa misma nada. Y ya no pudimos
o no quisimos o no supimos evitar que su cuerpo
se nos esfumara hasta quedar a flote como una
niebla transnacional. Aire y asma y asfixia: smog
del subdesarrollo, somnomemorias tatuadas en el
hielo sucio de un cometa que nadie en el grupo
supo si volvería a bailar. A brillar. Ni siquiera el
chofer de la 23 que, por supuesto, en todo el
viaje no se dio cuenta de nada: zombie
institucional de correcto uniforme y reloj.
Esa noche nos despedimos sin rozarnos
apenas. Ni el grupo ni Ipatria. Ni un beso. Ni un
chiste. Ni una nalgada. Pero tampoco ni un sólo
anuncio del fin. Cada cual solitario a su apócrifo
hogar. A rebajarse el alma retorciendo los
cuerpos sobre la cama, pensando en Ipatria:
hedonistas y hastiados, onanismo autista. Siendo
todos un poco Ipatria a esa hora sin hora.
Rezando mientras nos veníamos con tal de que,
por favor, Ipatria, ojalá reaparezcas la próxima
noche en el parque de la Asunción. Ojalá que
surjas de la nada, como siempre, tan lustrosa de
blanco y sin un sólo pelo en el cuerpo. Con tu
boca y tus manos ya listas para la acción que
cada miembro del grupo imita ahora en su cuarto.
Y, como siempre también, Ipatria, ojalá que en tu
cintura refulja un arma sin alma llamada
Browning, mientras en tu pecho plano pendule el
puñetazo rosado de Clito, nuestra piedra lunar.
4
Otra noche bajamos hasta el estadio, en la
recurva de las líneas del tren. Nos tumbamos
sobre la grama, a ciegas, y oímos en primer plano
los pitazos de las locomotoras. Locas, locuaces.
Formidables máquinas de importación, tan
pesadas que las vibraciones rebotaban en
nuestros pulmones a través de la arcilla y la
clorofila dormida de la hierba profesional.
Daba la sensación de que los trenes
avanzaban sobre el estadio. Que el terreno de
béisbol estaba siendo bombardeado. Que no nos
daba tiempo a una fuga. Que nos veníamos de
miedo y frío entre los raíles, de puro pánico en
paralelo, mientras una rueda aceitosa y bufante
nos clavaría por detrás, placenteramente
enterrando el dolor de nuestros esqueletos en la
grama vegetal. Entonces Ipatria se paraba y
comenzaba a dar gritos.
Eran chillidos de animal rebanado: partido
por la mitad o abierto en canal. Ipatria, hembra
desesperada que estalla por la boca con un
hambre fónico, de piedra de amolar: laberíntica
lija de gritos obscenos, acordes palatinos sin más
armonía que el eco y la distorsión. Ipatria mal
afinada bajo la carpa de estrellas ya muy
aburridas de sus elipses y órbitas. Ipatria
despertando a los vecinos al otro lado de las vías
del ferrocarril.
Y entonces, para eludir la furia de las
primeras luces encendidas y ventanas abiertas, el
grupo completo interrumpía su sexo contra la
tierra y nos perdíamos esa noche de allí. Con
Ipatria a la cabeza, todavía estentórea: en estéreo.
Faro de luminiscencia blanca en un pentagrama
de clave sostenida menor. Todos otra vez con
unas ganas cósmicas de regresar a nuestros
apócrifos cuartos y, cada cual en solitario,
revolvernos rabiosamente en la cama hasta
eyacular o morir. Por más que la frase parezca
una consigna sin misterio del peor ministerio
estatal.
5
A veces Ipatria usaba la Browning para hacer
prácticas de 15 tiros. Con Clito. La zona del
paradero de guaguas era la más apropiada, por
remota y por el exceso de iluminación. Todos los
postes del alumbrado público funcionaban allí, si
bien la policía nunca se atrevía hasta esa zona de
Lawton. Tampoco quedaban muchos vecinos.
Por lo demás, desde allí se oía el rumor del río
Pastrana, que dispersaba el eco hueco de
cualquier disparo. Incluidos los de la Browning
de Ipatria.
Ella colocaba la piedra a casi una cuadra de
distancia: algunos pasos de menos, rara vez
medio paso de más. Ipatria apuntaba entonces
durante largos minutos, horas enteras tal vez,
hasta poco antes del amanecer. Lo hacía siempre
desnuda, sus nervios tiritando bajo el falso
invierno nocturno y el peligro imaginario de
aquel rincón muerto de la ciudad.
El grupo se limitaba a hacer silencio a su
alrededor. La rodeábamos hasta hacer inservible
su desnudez. Todo para que, de pronto, en 15
segundos de gloria, Ipatria descargase la ira
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automática de su cargador. 15 tiros con
silenciador: 15 fogonazos de muda rabia. Y
llegaba entonces el ritual de presenciar cómo
Ipatria se volvía a vestir. Botines de plata, un
vestido ancho y una bufanda de papel periódico
sin imprimir. Todo blanco excepto la Browning,
aquella pistola parda.
Era sobrecogedor verla empujar su piel
dentro de la tela, como si no cupiera
completamente en la ropa. Y tal vez por eso
Ipatria se quejaba. Bajito: susurros y ayes.
Apretaba los labios. Se olía las manos: sudor a
punto de condensación. Intentaba introducirse de
nuevo un milímetro más. Contorsionaba, luego
ya en calma, y se relamía para ayudarse a enropar
con su propia saliva. O con el rocío de su frente.
O acaso fiebre. Hasta que Ipatria parecía quedar
conforme de su apariencia vestida y taconeaba
entonces la distancia que la separaba de su diana
o víctima o piedra lunar.
Tac-tic, reloj en contra de las manecillas del
tiempo, tac-tic, anacrónica sin salvación: algunos
taconeos de menos, rara vez medio taconazo de
más. Así avanzaba hasta alcanzar el blanco de su
puntería. Y recogerlo. Lo alzaba como si fuera un
animalito cadáver, una mascota caída muerta del
cielo, tan sólo para voltearse enseguida y
mostrarnos su piedra convertida ahora en trofeo.
Por supuesto, las 15 monedas de plomo
siempre estuvieron en su lugar. Ninguna bala de
Ipatria jamás falló. Eran 15 marcas
microvolcánicas sobre la superficie de Clito,
puño pétreo y herido. Eran 15 punzonazos
circulares: flor fornicada por 15 balazos o
meteoritos de miniatura. Exactamente 15 infartos
sin coágulo y 15 chapillas como centavos de
importación. Una violación pedestre a disparo
limpio, con humo remanente de lunar coralino:
con olor a pólvora de Ipatria y su sabor a metal.
Entonces, antes de retirarse a quién sabe
dónde en la ciudad, la oíamos silbar
altaneramente aquel aire lánguido y anglo de la
felicidad es una pistola cargada, cansada. Y, por
más que lo hacía casi a quemarropa del grupo,
Ipatria nunca estuvo más distante de todos que
cuando acababa de disparar. Era imperdonable
que, después de esperar por ella tantas y tantas
madrugadas, Ipatria siempre nos abandonara así,
en el clímax.
6
Poco tiempo después comenzó la moda de los
apagones. Los vecinos o los policías o ambos se
robaron los bancos del parque y hasta los
peldaños de las escalinatas de Lawton. Se
robaron postes, farolas, cables, y talaron los
últimos pinos para hacer leña en comunión.
Levantaron aceras para construir túneles o
catacumbas. Se emborracharon fermentando la
clorofila del césped y, para colmo de
información, de punta a punta del barrio clavaron
dos mil pancartas a mano alzada: NO PASE,
TERRITORIO MILITAR.
Ipatria se puso triste. O impávida. No parecía
entender el espíritu épico de la época. Quería
oponerse y no sabía qué hacer. Ni por qué hacer.
Había extraviado su intuición planetaria. Se
deprimía y ya no nombraba nada. Ni a nadie. Ni
a ningún miembro de nadie. Incluso su cuerpo en
público la aburría. Ya nunca se desnudaba
rodeada por ningún otro cuerpo que le prestara
atención. Hasta que a todos se nos fue olvidando
aquella lengua rugosa y lisa que Ipatria tampoco
ya usaba: se fue borrando su fonía de vocablos y
gestos de cuando Lawton aún no era un
cementerio de símbolos, sementerio en blanco
donde lo único que persistía eran las esporas
cactáceas del argot militar.
Era muy cruel ver así a nuestra Ipatria: los
brazos caídos, las cejas caídas, los párpados
caídos, la Browning de 15 tiros y Clito caídas
también. La fuerza de gravedad era un telúrico
telón que taponeaba su antiguo apetito. Por eso
una noche en grupo lo decidimos. Sin Ipatria,
contra Ipatria. Era necesario por todos: no hay
grupo humano que sobreviva a semejante estado
de compasión. Nosotros amábamos a Ipatria en
su borrosa nitidez. Y lo criminal hubiera sido
dejarla sobremorir así, como una mediocre más
en las madrugadas inciviles del apagón.
7
La amarramos. Aunque fuera el fin. El
nuestro, el de ella. El de Lawton, el de La
Habana. El de Cuba y América también. O tan
sólo el final de Ipatria. No importa, es igual: la
amarramos y ella no hizo el menor intento de
resistir. Tal vez hacía mucho que se esperaba
algo así.
Desearía creer que sonrió al verse prisionera,
libre por fin, acaso burlándose en secreto de tanto
pánico alrededor de su paz. Nuestra impotencia
la fascinaba: marca defectuosa de fábrica de un
grupo tan fracasado como toda nuestra
generación. Desearía también creer que al final
no fuimos más que conejillos de Ipatria, que fue
ella quien desde el inicio así lo planificó.
Ya amarrada, la bajamos al túnel menos
accesible del parque de la Asunción: el de los
escalones de madera a medio construir. Allí la
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depositamos delicadamente en la galería, como
una pucha de flor de muerto. Entonces la
desnudamos y uno a uno le pedimos perdón.
—Ipatria, perdónanos –repetimos hasta que
su mirada en blanco nos absolvió:
—Los perdono porque saben muy bien lo que
van a hacer –pronunció desde su cuerpo tendido
entre los cirios de bodega que nos robamos
especialmente para el ritual.
Yo era el último en la fila. Me doblé sobre su
silueta tumbada, recta como la manecilla ausente
de ningún reloj, y vi cómo los alambres le
cortaban la piel y la circulación. Ipatria tenía
marcas profundas, pero no sangraba. De su
vestido tan blanco aún le colgaban ripios que se
confundían con las piltrafas blanquísimas de su
piel. Blanco sobre blanco, una fuente de luz muy
viva en aquel hueco negro. Y ese era todo su
vestuario de cara al bestiario de nuestro grupo.
Le puse una mano en la frente. El sudor me
quemó. Fiebre fría. Superficie de luna tras una
explosión atómica cenital. Hongo lunático antes
que alucinógeno. Se me hacía intolerablemente
agresiva la belleza de una muerte en libertad, y
no pude evitar escupir sus labios y abofetearla.
Le di dos o doce o doscientas veces. Y entonces
me despedí pegado a su oído al pedirle, por
supuesto, perdón.
—Ahora te toca a ti –me respondió Ipatria
para mi asombro, y deslizó su piedra roseta en mi
mano, justo cuando el grupo ya se le avalanzaba.
La despatarraron. El olor de su sexo
compactó todo el espacio y expandió un apetito
animal, atávico. Cada cual hurgaba en Ipatria
iluminándose con su propio mochito de cirio,
cera tibia y goteante. Cada cual ávido por
extraerle la rebanada mejor, la más nutritiva
alícuota de su ahora muda locuacidad.
Tratábamos de triturarla. De diluirla en
nuestros líquidos sin sentido, aseminales. De
halarla cada cual hacia su propio delirio, deleite,
delito. De ser posible, descuartizarla sin otra
coartada que no fueran nuestros deseos de
fragilidad. Al fin y al cabo, nosotros estábamos
tan tristes o impávidos como Ipatria, y nunca
entenderíamos tampoco el espíritu épico de la
época, a la que queríamos oponernos sin saber
por qué ni para qué: habíamos extraviado a
Ipatria como ella a su intuición planetaria,
supongo.
Hundí en ella mi mano hasta el antebrazo. En
la derecha, yo aún sostenía su piedra de fuego
coral. Tanteé órganos a ciegas, por su textura. El
olor a víscera comenzó a dializarse dentro de mis
pulmones y sentí náuseas: un vahído, una súbita
erección. Quise callarme de una vez en silencio,
sin énfasis ni reiteración. Quise llorar en seco,
aguacero anhidro, y no lo logré. Ningún gesto
mecánico debía distraerme de hurgar en ella: no
quería perderme ni un sólo resorte interno de
Ipatria, muñequita de guata célibe bajo el trapo
pornográfico de su piel.
No sé. Tal vez fuera un riñón. O el páncreas.
O un feto. O un lóbulo de su intestino con heces
petrificadas. No me importaba saber. Halé hacia
afuera y se lo saqué: en mi puño izquierdo, el
arma parda chorreaba vapores de óxido. Fue un
parto fluido, ilegible y denso como la leche, sin
sangre ni pus.
Mientras, el grupo entraba y salía de Ipatria.
Sin puntería, al azar: sus detritos eran nuestro
trofeo de caza. Inánime, ella parecía una estatua
caída del cielo a la tierra por la fuerza de
gravedad. Nunca se resistió ni quejó, dejándonos
desamparados con nuestro pedestre ritual:
violación sin víctima. El refugio entero comenzó
a temblar. El amasijo de túneles y laberintos
uteriformes parecía cambiar de mapa mientras el
olor a pólvora y vísceras dinamitaba la atmósfera.
El grupo seguía ripiándose los despojos de
Ipatria, tan energúmeno como de costumbre, pero
yo entendí que sobrevendría un colapso, que ya
era hora de huir y salvar de aquella podredumbre
los dos atributos ipatrios que yo heredaba del
parto.
Y así lo hice: huí, tropezando de peldaño en
peldaño por las escaleras de palo. Golpeándome
hasta perder el sentido, sin inconsciencia ni
dolor. Exiliado total sin otra patria que Ipatria.
En mis manos empapadas de zumo lunático iban
la piedra Clito, aún tibia de nieve, y la Browning
suicida de 15 tiros, tan mortífera y melodiosa
como en aquel tema anglo, cantado medio siglo o
acaso medio milenio antes del nacimiento y
muerte de Ipatria: la felicidad es una pistola
cargada, cansada.
8
NO PASE, TERRITORIO MILITAR, se lee
aún en la pancarta a mano alzada del parquecito
de la Asunción. Un paisaje devastado a ras de
tierra. Con surcos de camiones y pisadas de
pelotón. Todavía sin postes ni farolas ni cables.
Sin pinos ni bancos. Sin aceras ni césped de
clorofila amateur. Sólo quedan túneles
abandonados y galerías subterráneas ya inútiles
excepto como cadalso: catacumbas colectivas de
nueva y última generación.
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Ha pasado el tiempo, tal vez demasiado. Del
grupo sólo sobrevivo yo y mis peregrinaciones al
cenotafio de Ipatria, en pleno parque de la
Asunción: monumento ignorado por los vecinos
y policías de este barrido barrio. Las sicopastillas
de importación, las inyecciones fumantes en
vena, cierto indolente dolor político terminal, el
sexo a solas como homenaje póstumo desde mi
cama, y las retrobacterias asesinas caídas tal vez
de la luna, se han encargado de diezmarnos. Mi
misión ha sido sobremorir más allá de la desidia
y la desmemoria. Y acaso ahora contarlo.
Desde entonces siempre cargo con el
contrapeso de Clito y la amenaza de Browning,
sin saber cuándo o cómo o con quién o por qué
usar esas dos palabras. Pero igual sé que Ipatria
tenía razón en aquel instante eterno de nuestra
orgía funeraria: ahora me toca a mí.
Y así será mientras duren mis noches sin
noche en este relato lato que ya a nadie cautiva
en las madrugadas de Lawton, La Habana, Cuba
y América, donde han taponeado todo nuestro
vocabulario hasta trocarlo en un vocubalario de
asfixia. Pero ahora me toca a mí. Y así será
mientras no aparezca nadie capaz de nombrar a
una piedra caída del cielo como un puñetazo
lunar. Alguien que después practique a tiro
limpio contra esa piedra, vistiendo únicamente la
pistola desnuda de su propio cuerpo, como si en
verdad fuera ella la diosa más solitaria y apócrifa
de la historia y la sexualidad.
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Boring Home.
Orlando Luis Pardo Lazo.
Ediciones Lawtonomar, 2009.
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