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Edgelit

Edgelit
Edgelit/Borde.de.luz

Adagio de Habanoni


Fotografías de Silvia Corbelle y Orlando Luis Pardo

mi habanemia

La Habana puede demostrar que es fiel a un estilo.

Sus fidelidades están en pie.

Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía ese ritmo.

Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico.

Tiene un ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones.

Tiene un destino y un ritmo.

Sus asimilaciones, sus exigencias de ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo.

Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria porque conoce su trágica perdurabilidad.

Ese ritmo -invariable lección desde las constelaciones pitagóricas-, nace de proporciones y medidas.

La Habana conserva todavía la medida humana.

El ser le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo terrible.

Lezama

habanera tú

habanera tú
Luis Trapaga

El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos.

No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en la que la gente se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.

Lezama

puertas

desmontar la maquinaria

Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina: son los estados del deseo independientemente de toda interpretación.

La línea de fuga forma parte de la máquina (…) El problema no es ser libre sino encontrar una salida, o bien una entrada o un lado, una galería, una adyacencia.

Giles Deleuze / Felix Guattari

moi

podemos ofrecer el primer método para operar en nuestra circunstancia: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura podrá deslizarse, tal vez, el soplo del Espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación. Después, otra vez el silencio.

José Lezama Lima (La cantidad hechizada)

Medusa

Medusa
Perseo y Medusa (by Luis Trapaga)

...

sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir;
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.

la maldita...

la maldita...
enlace a "La isla en peso", de Virgilio Piñera

La incoherencia es una gran señora.

Si tú me comprendieras me descomprenderías tú.

Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.

Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico.

Virgilio Piñera

(carta a Lezama)

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Luis Trápaga

ay

Las locuras no hay que provocarlas, constituyen el clima propio, intransferible. ¿Acaso la continuidad de la locura sincera, no constituye la esencia misma del milagro? Provocar la locura, no es acaso quedarnos con su oportunidad o su inoportunidad.

Lezama

Luis Trápaga Dibujos

Luis Trápaga Dibujos
Dibujos de Luis Trápaga

#VJCuba pond5

Pingüino Elemental Cantando HareKrishna

Elementary penguin singing harekrishna
o
la eterna marcha de los pueblos victoriosos
luistrapaga paintings
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Libertad para Danilo

Oct 3, 2009

Una sociedad que está cambiando exige pensarse a sí misma

Foto: cortesía de Fotos desde Cuba

(Conversación con Leonardo Padura)

Por Daniel Díaz Mantilla

Hace poco más de ocho años La Letra del Escriba publicó una entrevista que
le hiciera Gerardo Soler Cedré a uno de nuestros autores más populares,
Leonardo Padura. Casi al final de aquella entrevista, las preguntas giraron
en torno al éxito, a cuán engañosa puede ser esa noción de éxito para un
escritor. Entonces, en su respuesta, Padura advertía: “cuando tú me dices
que soy un escritor de éxito me pongo en guardia”. Quisiera hoy volver sobre
el tema del éxito, aunque esto implique que mi entrevistado se ponga en
guardia desde el comienzo mismo de nuestro diálogo; y quisiera hacerlo no
tanto porque crea que el éxito comercial es un mal indicador de calidad, que
lo es, sino porque sé que los problemas del éxito y el mercado preocupan (y
a veces obsesionan) a los autores cubanos.


Leonardo Padura, me gustaría saber, en su experiencia, qué riesgos y también
que nuevas posibilidades trae a la vida de un escritor su inserción en el
mercado internacional del libro.


Estoy en guardia... Vamos a ver: primero es útil hacer unos deslindes
importantes, tales como si esa inserción en el mercado ha sido exitosa
(literaria y económicamente), si en su origen y resultados ha tenido
trasfondos, por ejemplo, políticos, o simplemente coyunturales, y también
dónde y con qué tipo de editorial se ha conseguido esa inserción, pues no es
lo mismo, evidentemente, el caso de José Latour (Javier Morán) que escribió
una novela en inglés para entrar por la vía del mercado anglo, más potente,
complicado y autosuficiente, pero más receptivo a los autores de su propia
lengua, que el de otros autores que han llegado a las grandes casas
editoriales del mundo gracias a un premio, en algunos casos muy merecido
(Antonio Orlando Rodríguez, Eliseo Alberto) y en otros casos lamentable en
todos los sentidos. También sería importante diferenciar que no es lo mismo
insertarse en el mercado que publicar uno o dos libros fuera de Cuba en
casas editoriales pequeñas o marginales, con muy poca capacidad de difusión
y distribución.

Quiero decir con esto que el mercado no es una entelequia absoluta, sino que
es la suma de muchísimas condiciones que confluyen para que un autor, cubano
(¿de dentro o de fuera?: a veces importa, a veces no), tenga una obra que le
interese a una editorial (califiquémosla de “importante” y, por ende, con
interés comercial) y que ese libro, ya publicado, obtenga una cierta
resonancia cultural, mediática y de ventas y hasta que, incluso, salte del
idioma español y obtenga varias traducciones y, con algunas de ellas, esa
misma cierta resonancia cultural, mediática y de ventas de que hablaba...

El escritor que con esas condiciones y logros se inserta en el mercado corre
varios riesgos pero a la vez obtiene beneficios considerables. Quizás el
mayor peligro sea creer que “ha llegado” y acomodarse a una determinada
fórmula, a una forma de ver la realidad y de interpretarla, buscando con
ello identificar la obra por venir con la obra ya reconocida (y no estoy
hablando de crear un estilo, que es algo puramente estético, sino de la
práctica de ciertas fórmulas). Luego está el peligro de escribir para
vender, que es el más frecuente: ¿si una novela vendió diez mil, por qué no
intentar llegar a los veinte?

Por lo general, lo más frecuente para quien busca colocarse en el mercado es
buscar lo que pide o pudiera pedir el sector más comercial de ese mercado, y
entonces bajar los niveles de exigencia artística o imponerse ciertas
fórmulas y hasta asuntos. Otro más: sufrir la miopía de no ver que
determinado libro de determinado autor ha tenido una cierta resonancia por
razones ajenas a la calidad literaria: y aquí pueden haber funcionado desde
motivos políticos, comerciales, una cara bonita, una lengua viperina, ser
gay o lesbiana, etc., pero no la literatura. Ese autor puede creer que ha
llegado a lo más excelso del arte y, en realidad, todo es un espejismo, de
los muchos que necesita el mercado para sostenerse.

Pero vayamos a los beneficios, que muchas veces se olvidan, por la
satanización a que ha sido sometido el mercado en Cuba –entre otras razones
por el fracaso de muchos autores en sus asaltos a las editoriales
“importantes” y en otros por elemental fundamentalismo ideológico... Hay un
beneficio que es, sin duda, esencial: el de alimentar el ego. Un escritor,
por modesto y trabajador que sea, es un ego, y si algo lo cultiva, y lo hace
bien, pues bienvenido sea, pues lo ayuda a reafirmarse en su propósito
(siempre y cuando asuma cuidadosamente esa retribución). Nunca se me olvida,
para ponerte un ejemplo personal, mi primera cita con Beatriz de Moura en la
antigua sede de Tusquets Editores, en Barcelona. Yo había ganado ese año el
premio Café Gijón con Máscaras y Beatriz (una leyenda en el mundo editorial
hispano y uno de los editores más exigentes que puedas imaginar), inducida
por varios de los jurados, la había leído, le había gustado y me la había
contratado... ¡para salir por Tusquets! Y esa tarde de julio de 1997, ya
invitado por la editorial a pasar unos días en Barcelona, tuvimos ese
encuentro, antes de la cena que me preparaban para la noche. No te miento si
te digo que no recuerdo de qué conversamos: sólo sé que hablamos, que nos
conocimos, ella elogió mucho mi novela, y también recuerdo, porque es muy
importante, que mi mujer, Lucía, estuvo todo el tiempo conmigo. Dos horas
después, cuando salimos de la editorial para ir al hotel, mientras
esperábamos un taxi, Lucía me dijo algo que me dio la percepción de hasta
qué punto mi vida había cambiado: “Ahora sí eres un escritor”, me dijo, y
era muy cierto: tenía desde aquel día alguien que le gustaba mi trabajo, que
velaba por él, lo publicaba y hacía lo posible por venderlo del mejor modo y
que, desde su altura mítica, me había dicho que le encantaba mi libro... y
te juro que Beatriz de Moura no va por ahí repartiendo elogios. Sin embargo,
haber tocado ese pedazo de cielo, sentir que mi ego se inflaba, no cambió mi
manera de sufrir el proceso creativo, al contrario, lo potenció, pues ya no
sólo tenía que luchar contra mi inseguridad e imponerme ser más cuidadoso
con el trabajo, más consciente de mis debilidades, sino que con el próximo
libro tenía que convencer a esa editora mítica y sólo podía hacerlo
escribiendo mejor.

Otro beneficio tiene que ver con la seguridad, en dos sentidos: la artística
y la económica. Tener una editorial que espera tus trabajos y que, siempre
que su calidad lo amerite, los publique y los promueva, te da una gran
seguridad a la hora de escribir. Y la parte económica, tan vilipendiada a
veces, es tan o más esencial, pues no es lo mismo escribir sintiendo el peso
de las necesidades económicas (tan avasallantes aunque, por suerte, nunca
mortales en Cuba) que poder escribir sabiendo que tus propios libros te
garantizan un plazo más o menos largo de seguridad para que te dediques a
trabajar en otro libro.

Como te darás cuenta, sólo ahora voy a entrar en mi caso, pues no era
posible sin todos esos antecedentes. Aunque ya seré breve... En mi
experiencia, haber entrado en el catálogo de una editorial como Tusquets,
donde tus libros son leídos, deglutidos, discutidos sobre la base que sean
el mejor libro que eres capaz de escribir en cada momento, sin que se hable
nunca de fechas de entrega ni de cifras de venta, es un lujo y una
bendición. Pero lo mismo podría decirte de editores como Tropea, en Italia;
Métailié, en Francia; Unions Verlag, en el mundo alemán; Bitter Lemmon, en
inglés... editoriales todas que trabajan con absoluto respeto por las
decisiones del escritor, que hacen el mejor trabajo posible de edición y
traducción, que te promueven cuanto pueden para que los libros lleguen a la
mayor cantidad de lectores y obtengas los mejores beneficios económicos.

La relación con estas editoriales me ha permitido, por ejemplo, dedicar tres
años de trabajo a la investigación previa y a la escritura de un libro como
La novela de mi vida, o a utilizar el personaje de Mario Conde para mis
obsesiones literarias, para los juegos formales y estructurales de libros
como Adiós, Hemingway o La neblina del ayer, o para haberme pasado cinco
años leyendo, investigando y escribiendo la que será mi próxima novela, El
hombre que amaba a los perros, el libro más difícil de concebir, el más
ambicioso, el más complejo, el más profundo que he escrito hasta hoy. O sea,
que nunca la relación con el mercado me ha obligado a trabajar para el
mercado (no sé cómo se hace eso, la verdad, aunque al leer un libro sé si ha
sido escrito con los ojos en el mercado), a hacer concesiones en mis
intereses literarios o sociales, a no ver mi trabajo como una pendiente por
la que voy ascendiendo en la medida en que aprendo a escribir mejor.

Por último, ese mercado me ha permitido tener un reconocimiento
internacional que, definitivamente, hubiera sido imposible de obtener desde
Cuba, por la simple razón de que en Cuba se publican libros, pero no existe
el mercado que, mal que bien, valoriza y categoriza sus productos.

¿En qué medida las expectativas que la obra de un autor ha creado pueden
marcar sus futuras producciones y cómo es posible mantener cierto grado de
libertad frente a esas expectativas?

Lo que un autor consigue en un libro, por supuesto que genera expectativas:
las de si eres capaz de mantener un nivel o si tocaste la flauta por
casualidad, la de si puedes incluso superarte, la de si tienes condiciones y
respiración para seguir nadando en medio de un mar tan proceloso y
complicado como lo es el del mercado del libro donde debes competir cada
día, cada día, con decenas de nuevos libros que se publican y de los cuales,
la mayoría ni siquiera llega a la mesa de novedades... Y mantendrás tu
libertad de creación, de escoger los asuntos que te interesan, de escribir
del modo que prefieres sólo si eres un escritor de verdad. Si eres alguien
que desea vender libros es otra cosa, pero si eres escritor, una editorial
seria apenas te alentará para que sigas siéndolo, pues lo que más escasea en
el mundo son los escritores serios, buenos y capaces de comunicarse con un
público amplio y diverso.

En mi experiencia no hay nada que tenga que ver con una exigencia puramente
mercantil por parte de mis editores, sino todo lo contrario. Incluso cuando
escribí una novela por encargo, como fue el caso de Adiós, Hemingway, los
únicos requisitos que me pusieron los editores brasileños para que
participara de esa colección (“Literatura o muerte”, se llamó) fue que se
tratara de una novela de “atmósfera” policial, con un escritor como
protagonista, y que no llegara a las doscientas páginas: el resto era
problema mío (o de los varios escritores que participamos del proyecto,
incluidos autores tan serios como Rubem Fonseca o Alberto Manguel) y de
verdad lo fue, pues esa novela me sirvió para dilucidar un problema personal
que tenía con Hemingway y para aprender cómo resolver el atolladero
estructural en que había caído con La novela de mi vida.

Tampoco, desde mi experiencia, he recibido de mis editores ninguna pauta de
cómo escribir: al contrario, al discutir lo escrito (y me ocurrió en una
etapa de El hombre que amaba a los perros) me aconsejaron que revisara las
perspectivas desde las que estaban escritas las diferentes líneas
narrativas, pues había algo que no funcionaba, y esa alerta me sirvió para
cambiar dos elementos esenciales en la novela: uno, la persona narrativa
desde la que se cuenta el exilio de Trotski, que yo había escrito en primera
persona y que clamaba a gritos por una tercera, pues mi “primer” Trotski no
lograba respirar; otro, la fusión de dos personajes cubanos en uno solo,
pues era evidente que eran uno solo y yo insistía en dividirlo en dos.
Relaciones de trabajo de esta clase te ayudan a escribir, a escribir mejor,
sin que detrás esté la mirada malvada de alguien que saca cuentas y quiere
hacerte un producto mercantil.

¿A qué se debe, en su opinión, que la poesía y el ensayo sean géneros
marginados por el mercado editorial mientras la novela prevalece?


No tengo una respuesta definitiva sobre este aspecto, pero sí algunas ideas,
y la primera es que hay cierto tipo de ensayo, más bien político,
sociológico, de actualidad, que vende muchísimo, en ocasiones mucho más que
la mayoría de las novelas. Así que habría que deslindar los diferentes tipos
de ensayos a que nos referimos, y si me preguntas por el ensayo literario la
respuesta sería que ese tipo de texto siempre ha sido y será minoritario e
incluso cuando se vende bien (Umberto Eco sería un ejemplo) no todos lo que
lo compran lo leen, pues sigue siendo literatura para entendidos, iniciados,
especialistas. Por lo tanto sus niveles de venta corresponden con sus
niveles potenciales de lectura, que son menores, respecto a la novela.

Con la poesía la historia es diferente. Cierto que la poesía puede ser
considerada como la máxima expresión literaria por su elaboración de las
imágenes y del lenguaje. Pero esa esencia misma de la poesía levanta un muro
entre el escritor y muchos posibles lectores, que se pueden sentir abrumados
por una forma literaria de más difícil asimilación. Yo mismo, que a mi pesar
no soy un gran lector de poesía, a veces me impongo leer a determinados
autores y, la mayoría de las veces, la experiencia es placentera y
constructiva. Pero yo soy un profesional y no un lector común. Para ir más
allá y saber por qué los lectores leen poca poesía o la leen mal, o incluso
la rechazan, habría que penetrar en las condiciones sociales, en las
calidades de los sistemas educativos, en las intenciones de las grandes
fuerzas que mueven las sociedades y terminan por preferir como modelos
culturales desde el cine de Hollywood hasta el reguetón. Pero el caso es
que, sin lectores no hay editores y por ahí anda el dilema de la poesía.

La novela, por su lado, tiene características que la hacen el género
preferido del lector contemporáneo, incluso por encima del relato breve. Una
de esas condiciones es su capacidad de fabulación, de crear mundos y de
organizarlos, al menos estéticamente. Y el lector se siente más identificado
con esa lógica. También está el hecho de su continuidad, de su capacidad de
crear una complicidad, de levantar una expectativa que sólo se resuelve en
el acto de la lectura y al cabo de varios días. Y por último –entre otras
muchas cualidades que distinguen a la novela– está su gran poder de
comunicación, que no sólo es atribuible al lenguaje, sino a su posibilidad
de recrear épocas, de fraguar esbozos de vidas (personajes), de contar
historias que enriquecen la vida de los lectores... Gracias a todas esas
capacidades –artísticas cada una de ellas– es que la novela se ha convertido
en el género más leído de la modernidad –incluso de la post–, con ventaja
sobre el ensayo y la poesía.

En el caso específico de Cuba, donde es tan difícil hablar de un mercado
editorial, ¿a qué leyes piensas que obedecen la promoción y la distribución
del libro?


Más que difícil, es imposible hablar de un mercado editorial en Cuba, pues
no existe: razones económicas, políticas, culturales, de concepto, no
permiten que exista ese mercado, aunque exista lo más difícil de tener, que
son los consumidores (y en este caso consumidores cautivos, pues Cuba
tampoco importa libros). A mi juicio la publicación en Cuba responde a dos
factores esenciales: uno cultural, otro político. Se editan textos que
tengan algún valor cultural o que tengan un valor político (aun cuando este
último demerite el cultural). Ahora bien, lo que se promueve es otra cosa,
pues ahí el valor político puede llegar a superar los valores culturales y
el libro promovido –oficialmente promovido– lo es por esa carga específica.
Y lo mismo suele ocurrir con la distribución, pues esos libros favorecidos
por factores extraliterarios muchas veces tienen ediciones de varios miles,
mientras obras más artísticas y de notable calidad se editan y distribuyen
una, dos veces, en cantidades más modestas.

En principio el sistema editorial cubano es proteccionista respecto a sus
autores. Publica todos los géneros, los autores de las más diversas
calidades, paga unos derechos que, respecto a los salarios del país, no
resultan demasiado bajos. Pero al ser monopólico, políticamente monopólico
–a pesar de la dispersión de los últimos años, con tantas pequeñas casas
editoriales en provincia– su diversidad no es total y, por ser pobre, apenas
publica autores foráneos y con eso se elimina un factor informativo y
competitivo muy importante.

Respecto a la promoción de lo que se publica, hay una incapacidad muy
notable, diría que trágica, de presentar la literatura cubana, sus autores y
sus obras, con una proyección comercial y cultural adecuada. Para empezar,
sólo en casos muy aislados los autores consiguen que sus libros publicados
en Cuba accedan al mercado internacional –al contrario de los autores
mexicanos y colombianos, etc., que parten de su medio para alcanzar una
proyección fuera de él. Para seguir, acá dentro mismo no se valoriza a los
escritores suficientemente y tal parece que luego de Lisandro Otero, Miguel
Barnet y Antón Arrufat no hubieran surgido autores en Cuba, o por lo menos
no se les considera y promueve con el mismo énfasis. ¿No te da la impresión
de que hace 40 años no surge un buen escritor en Cuba?... Hay aquí elementos
del carácter cubano que también funcionan, como la mezquindad al reconocer
el éxito ajeno; pero además, hay una falta de voluntad y de estructuras
empeñadas en darle el realce social y artístico que el escritor puede
merecer. En otros sitios los escritores tienen columnas importantes en los
periódicos, se les pide la opinión para temas esenciales de la vida del
país, son integrantes de los debates nacionales... y su prestigio social se
solidifica, aumenta. En Cuba si acaso se les usa para apoyar campañas que
ellos no han ideado y poco más... Faltan mecanismos de promoción serios, no
sólo encaminados a vender libros o a adornar una feria del libro nacional o
internacional, sino para hacer del escritor el intelectual activo y presente
que debería o podría ser –ojo: según los intereses de cada uno.

Habría que revisar, por ejemplo, el valor –social, sobre todo– de un
reconocimiento como el Premio Nacional de Literatura, y categorizar mejor a
nuestros escritores. Pero es que entre los elementos que ayudan a regular
–mal, pero lo hacen– esa categorización también hay que considerar el
mercado, la prensa especializada, los medios, y en Cuba no lo hacen o lo
hacen muy mal. Creo, sinceramente, que el escritor está muy lejos de tener
la representatividad social que debería tener en un país como el nuestro,
donde un reguetonero o un periodista oportuno (oportunista, en realidad, la
más de las veces) es una figura de alcance público y receptor de más
beneficios promocionales y hasta materiales que un escritor serio y
responsable.

La aparición de Internet y su rápido desarrollo como un nuevo espacio
cultural, más dinámico y participativo, ha tenido un impacto social
extraordinario en todo el mundo, redefiniendo las relaciones humanas a tal
extremo que se habla ya de “sociedades de la información”. En Cuba, sin
embargo, por muchas razones el acceso a los servicios de Internet es
limitado. Me gustaría saber cuáles, a su juicio, son las consecuencias de
esa limitación para nuestro pueblo y, en especial, para los creadores.


Es una limitación muy, muy grave, pues en la sociedad actual quien no esté
informado está al margen, y ya bastante trabajo nos cuesta acceder a
determinados productos culturales para, además, tener limitaciones de acceso
a la información. Ya sé que ante todo se aducen motivos económicos para
justificar que el uso privado de Internet sea tan reducido, pero también es
por motivos económicos que nuestros lectores, en general, y los escritores,
en particular, no tienen acceso, o lo tengan muy limitado, a la lectura de
autores como Cormac McCarthy, Henning Mankell, John Le Carré, Antonio Muñoz
Molina, Almudena Grandes, Javier Cercas, Jean-Claude Izzó y un
larguíiiiisimo etcétera (¡Paul Auster y el chileno Roberto Bolaños, el
novelista más grande de mi generación en lengua española!). Si no podemos
leer a esos autores, algunos de los más activos y leídos (importar sus
libros es una opción más cara, es cierto, pero medio mundo ha leído y está
leyendo a Stig Larsson y en la isla casi nadie lo conoce), y tampoco podemos
acceder a Internet (una opción más barata), los niveles de desinformación
van a ir creciendo geométricamente y nos será más difícil insertarnos en el
mundo que nos rodea y que, tarde o más temprano, llegará a Cuba.

En todo esto, por demás, veo una contradicción, pues los medios se encargan
de hablar de los altos niveles educativos e ideológicos de los cubanos; se
habla de la potencia de nuestra universidad de ciencias de la informática;
se dice una y otra vez que somos un país informado. Pero lo cierto es que
hasta hace un año no se vendían computadoras a los cubanos y que Internet se
mantiene en niveles de uso muy bajos. Sinceramente, creo que se debe revisar
el discurso o cambiar las reglas de juego, de acuerdo a las posibilidades
económicas, pero cambiarlas.

Padura, sé que le estoy haciendo preguntas difíciles, algunas tal vez
escabrosas, y quisiera desde ahora agradecerle sus respuestas. Aunque no
seamos expertos en los temas de Internet, medios masivos o política
cultural, creo que estas son cuestiones pertinentes, tanto más cuando el
pensamiento crítico cubano en torno a la cultura suele ignorarlas. ¿Qué le
pediría usted a este pensamiento?


Tus preguntas pueden ser difíciles, pero son necesarias, pues creo que se
impone, cada vez que sea posible, debatir temas tan esenciales a la creación
artística, a la edición de libros, al acceso y uso de la información. Yo no
creo que mis respuestas sean la única verdad, pero es al menos una parte de
la verdad o pueden servir, en la confrontación con otras, para acercarnos a
la verdad. Lo escabroso en realidad es que muchas veces, cuando das una
opinión, alguien –oficial o paraoficialmente– pueda llegar a acusarte de lo
que se le ocurra para tratar de dañarte o devaluarte, y eso yo lo he sufrido
en carne propia.

El pensamiento cultural cubano cada vez más rodea y toca esos grandes temas.
Varias revistas cubanas han publicado textos muy fundamentados y agudos
sobre problemas de esta especie. En Cuba, además, es posible hacer preguntas
escabrosas y responderlas, o intentar responderlas. Pero pienso que mucha
gente ha perdido fe en el valor de las palabras: la falta de resultados o la
agresividad con que se reciben sus ideas los hace pensar dos veces las cosas
antes de insistir. En los últimos años se ha discutido sobre el problema de
la marginación cultural que se produjo en los años 1970, o sobre el tema del
negro en la sociedad cubana, por citar dos ejemplos. Pero habría que ir más
allá, porque la sociedad cubana está viviendo un momento de una profunda
transformación social sobre la cual apenas se reflexiona públicamente. Hay
sectores de la juventud, sectores importantes, que se refugian en filosofías
y modos de vida muy peculiares –emos, frikis, rastas y hasta vampiros–,
otros muchos que emigran, otros que hace tiempo cerraron los oídos a los
discursos políticos. Hay, también, problemas de marginalidad, violencia,
corrupción. Hay pobreza, falta de posibilidades de acceso a necesidades
elementales como la vivienda. Hay un desbalance social cada vez más
notable... y nadie dice nada o casi nada, que no es lo mismo pero es casi
igual. Y una sociedad que está cambiando cuando el mundo está cambiado exige
pensarse a sí misma...

¿Qué le pediría a la crítica literaria?

Siempre le pido lo mismo: seriedad, honestidad, valor, información... Jamás
he sido de los que menosprecian la crítica, porque, de hecho, la practiqué
durante años y si no lo hago ya activamente es por una decisión ética. Pero,
aunque la gente la lea menos, la función de la crítica no ha desaparecido, y
en países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, una buena
crítica a un libro es algo que todos los autores aprecian. En Cuba la
práctica de la crítica casi ha desaparecido –se ha esfumado de los medios de
prensa de mayor presencia: periódicos, televisión– y ha quedado, si acaso,
algún comentario o saludo por parte de un especialista más o menos
prestigioso o desprestigiado. Pero la crítica literaria como tal, es tan
poca que a veces da vergüenza. Yo mismo he sufrido esa sequía y novelas mías
ganadoras del Premio de la Crítica han tenido una, dos, y hasta ninguna
crítica en Cuba, mientras que los files de recortes de prensa con críticas,
entrevistas y comentarios sobre esos libros que me envían de Alemania,
Italia o Francia son de una pulgada de alto.

Pero es que con la crítica ocurre la misma falta de motivación que se
produce en otros sectores del pensamiento. O, algo peor, en ocasiones se ha
prostituido, como en ciertos sectores de las artes plásticas, donde los
críticos reciben obras de arte y hasta efectivo por realizar entrevistas o
comentarios de exposiciones, y eso lo sabe todo el mundo en este país pero
esas críticas y comentarios se publican y, luego, se utilizan como ganchos
para el mercado.

En estos días está por salir su más reciente novela, El hombre que amaba a
los perros, de la cual leyó un fragmento en el espacio Jardín, que conduce
Marilyn Bobes en el Centro Cultural Dulce María Loynaz. Ha invertido
alrededor de cinco años en esta novela, que aborda la existencia de uno de
los más polémicos líderes del marxismo, Liev Trotski, y de su no menos
polémico victimario, el agente stalinista Ramón Mercader, quien vivió en
Cuba la etapa final de su vida. ¿Qué lo motivó a escribir este libro?


El primer motivo fue la conmoción que me produjo entrar en la casa de Liev
Trotski, en Coyoacán, la primera vez que estuve allí, hace exactamente
veinte años. En esa casa, donde Trotski vivió dos años, y donde fue
asesinado por órdenes directas de Stalin, existía y existe el Museo del
Derecho de Asilo pero, sobre todo, es la muestra más gráfica de cómo la
persecución criminal de Stalin sobre millones de hombres pudo convertirse en
una realidad de la que ni la distancia, ni las vigilancias, ni los miedos
podían salvarte, porque nadie tenía escapatoria: ni siquiera Trotski. Luego,
cuando a algunas pocas lecturas que había hecho por aquella época (1989) fui
agregando otras que pude hacer gracias a la apertura de archivos y la
posibilidad de información que se produjo tras la extinción de la Unión
Soviética y los gobiernos socialistas europeos, mi visión del mundo cambió
radicalmente: fue como si abriera los ojos y redescubriera los colores. Todo
esto fue un proceso, largo, doloroso, en el que mucho tuvo que ver la forma
en que vivimos en Cuba durante los años 90, con más carencias materiales
pero con mayor libertad artística e informativa. Paralelamente había un gran
misterio que, desde que conocí algunos detalles sobre el asesinato de
Trotski, me habían provocado la curiosidad: y ese misterio era la
personalidad y la vida de su asesino, Ramón Mercader. Y creo que todo
explotó y la semilla de la novela empezó a crecer justo cuando supe que
aquel personaje macabro y perdido en la historia había vivido los cuatro
años finales de su vida en Cuba, en el más férreo anonimato.

A lo largo de muchos años fui leyendo sobre Mercader, Trotski, su época, la
vida soviética en los años 20, 30, 40, la realidad oculta de la Guerra Civil
Española y el papel de los soviéticos en ella... y sólo después de la
experiencia literaria que significó la escritura de La novela de mi vida, me
sentí en condiciones (informativas, técnicas, personales) de meterme en esta
novela en la que hay un tema central: las razones y hechos que provocaron la
perversión de la gran utopía del siglo XX, la sociedad de los iguales.

A través del exilio y persecución de Trotski, de la larga y cuidadosa
preparación de su asesinato (por la inteligencia soviética) y su ejecución
por el republicano español Ramón Mercader, y lo que significó ese crimen
para la vida de este hombre, y a través también de la incorporación de un
personaje de ficción –esencial para mi novela– que construí para la parte
cubana de la trayectoria vital de Mercader, trato de meterme en los
entresijos de esa historia sórdida pero ejemplar que me demuestra de manera
palpable –al menos a mí– las razones de ese gran fracaso que fue el
socialismo al modo soviético... o debería decir al modo estalinista, pues
casi todo lo que existió en ese país fue creado o deformado por José Stalin.

Ya te podrás imaginar que es una novela compleja en todos los sentidos:
histórico, político, literario, estructural, idiomático, en fin, un esfuerzo
de investigación y escritura que me ha llevado cinco años y que, espero,
pronto podrán leer los lectores cubanos... pues es una novela esencialmente
cubana, en la que todo parte y termina en la isla, a pesar de que la
historia atraviese muchos escenarios de Europa y América.

¿En qué nuevos proyectos está trabajando?

Todavía estoy bajo los efectos paralizantes del síndrome Trotski... a lo que
le decían “el soplo de Trotski en la nuca”. Pero ya estoy empezando a pensar
una nueva novela, otra vez con Mario Conde, pues quiero que el personaje se
vaya moviendo conmigo por el tiempo, físico e histórico, y me permita usarlo
para reflexionar sobre un presente tan peculiar como el cubano. Será,
seguramente (como ya me viene ocurriendo) cada vez menos policial y más
social y existencial, y eso me gusta, porque reta mi capacidad de escritor:
¿cómo escribir una novela policial sin policías y casi sin crímenes? Hacia
allá me dirijo... creo.

Publicado en La Letra del Escriba

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