Los sutiles mecanismos de exclusión:
clase, lenguaje, culpa, asco, vergüenza y matemáticas"
Jacobo Schifter
FELAFACS
Encuentro Regional Centroamericano
El Salvador, 14 de Julio del 2005
Los sistemas autoritarios y las sociedades premodernas
mantenían la autoridad por medio de la exclusión de grandes
sectores de la población y por crueles castigos contra los
infractores de sus reglas del juego. La sociedad moderna y
democrática utiliza cada vez menos estos recursos, aunque no
por esto deja de marginar a grandes sectores de la población.
Algunos de los instrumentos de control modernos son los
siguientes.
Clase
En vista de la discriminación, las minorías sexuales suelen
preferir mantenerse invisibles. A diferencia de los grupos
mayoritarios, los que suelen representar nuestros intereses son
aquellos que tienen poco que perder: personas marginadas, sin
recursos, educación o carisma. Estos “líderes” se crean más por
ausencia o desinterés de los miembros del grupo que por elección
o simpatía. Al no tener legitimidad, tampoco gozan del apoyo del
grupo y mucho menos logran hacer grandes cambios sociales.
Los países que más beneficios han logrado para los
homosexuales, por ejemplo, son aquellos en que sus movimientos
gays y sus líderes son más débiles. En aquellos en que existe un
movimiento gay fuerte, como en Estados Unidos, los cambios
positivos han sido menores. A diferencia de las mayorías, las
minorías sexuales, entre más recursos económicos, menos
participan en la vida política.
Asco y vergüenza
La sociedad democrática moderna persigue a las minorías
sexuales más con recursos físicos elementales que por medio de
la razón. Desde niños, se nos enseña a sentir asco y vergüenza por
tener prácticas sexuales distintas a las de la mayoría heterosexual.
A otros grupos minoritarios, se les odia más que se les desconoce,
como ha sido tradicional con los judíos en sociedades cristianas.
Las personas que han sido criadas a sentir asco por el sexo
homosexual o a odiar a los judíos por acusarlos de haber matado
a dios, no van a cambiar su opinión por “argumentos racionales”.
De ahí que las promesas de la democracia de defender los
derechos de las minorías por medio del diálogo y la participación
política son generalmente incapaces de obtener resultados
favorables. Es más, como sucedió en el periódo nazi, los judíos y
los homosexuales creyeron que la razón y la democracia los
protegería de la discriminación, lo que probaría ser fatal.
Trauma
Lo primero que tenemos que reconocer es que en nuestro sistema
democrático, pertener a una minoría es generalmente un trauma
psicológico. Crecer siendo diferente y discriminado no es la misma
experiencia que hacerlo cuando uno es aprobado y estimulado.
Según el Comprehensive Textbook of Psychiatry, el común
denominador del trauma psicológico es un sentimiento de "miedo
intenso, desesperanza, pérdida de control y amenaza de
aniquilamiento " De acuerdo con el Webster´s Dictonary, trauma es
"una experiencia emocional dolorosa que usualmente produce un
efecto duradero (Farmer, p. 46) Las personas traumadas participan
menos en la vida pública y social.
Desconfianza e Hipervigilancia
Cuando se pertenece a un grupo que es discriminado, la persona
vive en un estado de alerta contínua. Se preocupa tanto por su
seguridad que no puede relajarse. Existe mucha desconfianza de
todos aquellos que no pertenecen a la comunidad y también de
reunirse con los que sí pertenecen. El mundo se mira con
desconfianza, cualquier disturbio es mirado con gran recelo. Nunca
se sabe de dónde proviene un ataque, de ahí que siempre se espere
de cualquier cosa o persona. No es un secreto que las minorías
suelen querer mantenerse invisibles y carecen de confianza en el
sistema democrático.
Lenguaje
No es un secreto que las minorías tenemos problemas con el
lenguaje y que hablar bien y claro es un requisito para ejercer la
participación política. Pero si el lenguaje no es claro, tanto el nuestro
como el de los demás, nos previene de utilizarlo para defender
nuestros derechos.
En primer lugar, es el lenguaje una de las primeras armas en contra
nuestra. Las etiquetas de “maricón”, “tortillera”, “travesti”, “histérica”,
“puta”, “ninfomaníaca”, son armas destructivas y letales. Aunque
digamos lo contrario, estas palabras nos paralizan. En segundo
lugar, el lenguaje carece de palabras que expresen los deseos e
intereses de las minorías. No es un secreto que el lenguaje es
sexista y que privilegia al hombre sobre la mujer. Pero es menos
sabido que también deja por fuera las experiencias y vidas de las
minorías. Las contraculturas tienen que inventar nuevas palabras y
desarrollar su propio léxico para llenar estos vacíos. Pero estas
nuevas palabras y las experiencias no se traducen fácilmente.
En tercer lugar, desconfiamos del lenguaje de la mayoría porque
siempre se nos habla confusamente.
Ejemplos:
“Yo acepto a los homosexuales siempre y cuando ellos me
respeten”. Esto quiere decir en verdad: “Si un maricón se atreve a
tocarme, lo mato”.
“No creo que una mujer por voluntad propia quiera ejercer la
prostitución” Esto significa: “Las trabajadoras del sexo son unas
bestias si les gusta su trabajo”
“Los judíos son todos muy inteligentes” Esto se traduce a: “Ellos
controlan el comercio y el mundo y tienen un poder increíble”
Guetos
La democracia requiere que ocupemos los espacios públicos y que
participemos en todos los medios posibles. Sin embargo, las
minorías tenemos serios problemas con el espacio. En general, este
siempre ha estado restringido. Los espacios públicos están vedados
para las minorías sexuales. Los homosexuales, prostitutas,
lesbianas, travestis tienen un pequeño abanico de posibilidades en
donde reunirse. Esto sucede también con las minorías étnicas que
suelen habitar ciertos espacios geográficos o físicos pequeños. Los
rhastas en Limón, por ejemplo, se encuentran en una zona
geográfica específica. Si los ven en un pueblo fuera de esta área,
suelen ser detenidos por sospecha de drogas o de contrabando. Lo
mismo sucede con las poblaciones indígenas de nuestro país. Entre
más pequeño el espacio, más se reducen las posibilidades
psicológicas de participación y de establecer metas más amplias.
Salud
Las minorías suelen tener peor salud y menos años de vida. Entre
menos energía para la vida diaria, menos se participa en los asunto
públicos. El índice de suicidio en minorías es generalmente dos o
tres veces mayor que el resto de la población. El consumo de drogas
en gays o trabajadoras del sexo es tres veces mayor que en las
personas heterosexuales y en las que no ejercen la prostitución.
Matemáticas
La democracia y la Matemática van unidas. Es impensable que esta
pudiera subsistir sin los conceptos numéricos de mayoría y de otros
como la obtención de mayores beneficios y de mínimas pérdidas. Se
nos ha dicho que en la democracia, podemos obtener por consenso
no todos los recursos a que podamos aspirar, pero por lo menos más
de los que obtendríamos si no participáramos.
Pero las Matemáticas no son democráticas per se. A las minorías,
que no hemos tenido acceso a los recursos, es más difícil
comprender y sentirnos cómodos con las abstracciones numéricas y
además., hemos visto como han sido usadas en nuestra contra. Un
ejemplo es el de los delinquentes juveniles en la ciudad de San José
en que les cuesta aprehender lo que es un virus invisible y dañino
como el sida, porque no han recibido educación matemática y no
tienen el concepto del cero. No entienden cómo algo invisible puede
ser dañino.
Pero este es apenas un ejemplo. Las matemáticas han sido usadas
generalmente en contra de las minorías por otras razones. Veamos
el debate sobre el número de homosexuales. Cuando Kinsey hizo su
encuesta, en 1948, sobre el número de norteamericanos que habían
tenido relaciones sexuales con otros del mismo sexo, encontró que
más de la tercera parte de su muestra lo había reconocido. Además,
que un 10% de los hombres era exclusivamente homosexual. Si la
homosexualidad está tan difundida, no puede constituir una
patología, concluyó Kinsey. Estos números nunca fueron aceptados.
Se atacó furiosamente la metodología de Kinsey y luego su misma
heterosexualidad para probar que los datos eran falsos. Es más, sólo
hasta hace 5 años atrás, se pudo volver a hacer una encuesta
porque los políticos no querían saber la verdad de los números. En
esta última se encontró que no era un 10% de la población la que se
consideraba homosexual, sino más bien un 5%. Esto significa que la
homosexualidad es tan pequeña que puede ser vista, de nuevo,
como una patología. Los nuevos encuestadores no explican qué
pasó con el tercio de la muestra que no quiso ser entrevistado: eran
homosexuales con temor a ser descubiertos? Si esto es así, es el
5% un estimado correcto?
En el caso de las prostitutas, las estadísticas se usan al revés: se
aumenta el número real de ellas para establecer que la prostitución
ha crecido últimamente y se ha convertido en una “lacra social”. En
realidad, es posible que los números no han cambiado y que lo que
se encuentra como un fenómeno más grande, no es otra cosa que
avances en las formas tradicionales de recolección de información.
En el caso de la epidemia del sida, se aumentan las posibilidades de
contagio para alarmar a la población: los cálculos de expansión del
virus se hacían al principio por el número de contactos sexuales sin
condón. En realidad, el virus no se contagia tan aceleradamente y
todas las personas que no usan el condón, no están necesariamente
en el mismo riesgo.
Finalmente, la democracia depende en las encuestas de opinión
para funcionar. En vista de la incapacidad de hacer un foro para
cada aspecto, se utilizan las opiniones para hacer políticas. Pero
para las minorías, las encuestas de opinión generalmente han
servido para ser atacadas. A los homosexuales y a los judíos y a los
negros, por ejemplo, las encuestas de opinión solo sirven para
recordarles el odio injustificado que sienten hacia ellas el resto de la
población.
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