Este es el primer capítulo (comentado para uso de nuestra klínica) del libro “Crítica y clínica” de Gilles Deleuze. Los bloques de colores son notas al margen a partir de algunas ideas que hemos visto o veremos pronto en nuestros encuentros.
Recuerden que estoy en la mejor disposición de reunirnos para aclarar dudas, resumir, y conversar sobre todo lo hablado hasta el momento.
Saludos, Jorge Alberto.
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Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera.
PROUST, Contre Sainte–Beueve
1. LA LITERATURA Y LA VIDA
Escribir indudablemente no es imponer una forma (de expresión) a una materia vivida. (no es tanto codificar como sí dejar pasar flujos, intensidades, un proceso abierto al devenir, al azar incluso. No es imponer tampoco una “técnica”. Y por otra parte, como apunta el propio Deleuze junto a Guattari en “Kafka por una literatura menor”, ésta se adelante enunciando, es decir, creando nuevos modos de expresión, nuevos regímenes de signos, lo contrario a una literatura mayor que va del contenido a la expresión, justo como imponiendo una forma de expresión ya preconcebida a la forma del contenido. “Lo que bien se concibe, bien se enuncia” dicen estos autores en ese libro, y agregan: “Pero una literatura menor o revolucionaria comienza enunciando, y sólo después ve o concibe (“la palabra no la veo, la invento”) La expresión debe romper las formas, marcar rupturas, y las nuevas ramificaciones. Al quebrarse una forma, reconstruir el contenido que estará necesariamente en ruptura con el orden de las cosas” Una cita larga pero muy esclarecedora, creo, en este contexto. )La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. (plano o plan de inmanencia o consistencia o composición, (tanto en la vida como en la escritura) siempre una desterritorialización; la escritura como cuerpo sin órganos; la vida como cuerpo sin órganos, creación y vida como máquina abstracta que atraviesa todo agenciamiento removiendo los estratos.) Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. (cualquier semiótica, cualquier régimen de signos, creando nuevos enunciados, sustrayéndose del lenguaje mayor, despótico, autoritario, establecido, y creando a su vez nuevos regímenes de cuerpos, nuevas intensidades, flujos, fuerzas). Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. (Paso de Vida que es máquina abstracta con su energía y caos, y que sin embargo será tarde o temprano, ése paso de Vida, codificado, organizado en un Plan o Plano de Organización. Recordemos: caos, cosmos, caosmos) La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se deviene–molécula hasta devenir–imperceptible.(Lo imperceptible es una de las cualidades del Acontecimiento. Sobre esto punto volveremos en uno de los encuentros presenciales: ¿Qué es un Acontecimiento? Por otra parte, recordemos que cuando D-G hablan de devenires, se refieren siempre a los devenires menores como sustracción de los agenciamientos mayoritarios o establecidos) Estos devenires se eslabonan unos con otros de acuerdo con una sucesión particular, como en una novela de Le Clézio, o bien coexisten a todos los niveles, de acuerdo con unas puertas, unos umbrales y zonas que componen el universo entero, como en la obra magna de Lovecraft. El devenir no funciona en el otro sentido, y no se deviene Hombre, en tanto que el hombre se presenta como una forma de expresión dominante que pretende imponerse a cualquier materia, mientras que mujer, animal o molécula contienen siempre un componente de fuga que se sustrae a su propia formalización. (Por eso sustraerse es N-1) La vergüenza de ser un hombre, (la vergüenza de ser un Aparato de Captura; una Máquina de sobrecodificación, de rostrificación, cortadora de todos los flujos, un eterno Edipo, un agenciamiento despótico, un agenciamiento de significancia) ¿hay acaso alguna razón mejor para escribir? (función de la escritura según estos autores, como dicen en “Kafka, por una literatura menor”: desmontar y montar máquinas, agenciamientos. Las dos tesis de Kafka: la literauta que se adelanta como un reloj, y la literatura como cosa de pueblo) Incluso cuando es una mujer la que deviene, ésta posee un devenir–mujer, y este devenir nada tiene que ver con un estado que ella podría reivindicar. Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis),(no hay modelo, de ahí también que la literatura menor sea una literatura sin amos ni maestros, lo cual por otra parte, no debe significar necesariamente que uno no aprenda de determinadas personas que pueden devenir como maestros nuestros, en tanto son ellos no modelos a imitar, sino vehículos, instrumentos, correas de transmisión de flujos, y no intenten crear escuela, imponer formas, estilos, sino, todo lo contrario, permitir que seamos capaces, por nosotros mismos, de montar nuestras máquinas singulares y múltiples) sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula: no imprecisos ni generales, sino imprevistos, no preexistentes, tanto menos determinados en una forma cuanto que se singularizan en una población. (en esa singularidad está la multiplicidad, la diferencia. La máquina abstracta es singular en tanto es naturaleza, y es multiplicidad en tanto la naturaleza tiene infinitas e ilimitados modos de expresión) Cabe instaurar una zona de vecindad con cualquier cosa a condición de crear los medios literarios para ello, como con el áster según André Dhôtel. Entre los sexos, los géneros o los reinos, algo pasa. (flujos, intensidades, singularidades que arrastran nuevos contenidos, nuevas posibilidades de vida, procesos que aun no han sido formalizados o codificados, y que por esto son a-significantes. Un agenciamiento siempre es un territorio donde entran en juego diversos elementos, naturales, artificiales, físicos, químicos, corporales, incorporales, lingüísticos, no lingüísticos)
1 El devenir siempre está «entre»: mujer entre las mujeres, o animal entre otros animales. Pero el artículo indefinido sólo surge si el término que hace devenir resulta en sí mismo privado de los caracteres formales que hacen decir el, la («el animal aquí presente»...). Cuando Le Clézio deviene–indio, es siempre un indio inacabado, que no sabe «cultivar el maíz ni tallar una piragua»: más que adquirir unos caracteres formales, entra en una zona de vecindad. (por esta razón no hay mimesis, identificación; los devenires se nos presentan siempre como verbos en infinitivo: no es como el indio camina sino el caminar indio; no es como ama la mujer sino el amar de la mujer; no es el delirio del esquizo sino el delirar esquizo. El verbo en infinitivo es puro proceso aun no formalizado, es por ello la zona de vecindad)
2 De igual modo, según Kafka, el campeón de natación que no sabía nadar. Toda escritura comporta un atletismo. Pero, en vez de reconciliar la literatura con el deporte, o de convertir la literatura en un juego olímpico, (como desean y hacen muchos agenciamientos despóticos y de significancia; como solemos creer cuando pensamos que existe un “oficio” y una “carrera de escritor”, o depositamos nuestras esperanzas en talleres, concursos, o meramente pensamos en las técnicas para llegar a una experimentación que, ya por sobriedad o sobrecarga, no se sustrae de una manera de pensar-sentir-crear mayoritarias o establecidas, hegemónicas, dominantes) este atletismo se ejerce en la huida y la defección orgánicas: un deportista en la cama, decía Michaux. Se deviene tanto más animal cuanto que el animal muere; (en tanto no hay modelo ni sujeto por tanto no hay reterritorialización edípica, sino que hay proceso, paso de intensidades, otros devenires) y, contrariamente a un prejuicio espiritualista, el animal sabe morir y tiene el sentimiento o el presentimiento correspondiente. La literatura empieza con la muerte del puerco espín, según Lawrence, o la muerte del topo, según Kafka: «nuestras pobres patitas rojas extendidas en un gesto de tierna compasión». Se escribe para los terneros que mueren, decía Moritz.
3 La lengua ha de esforzarse en alcanzar caminos indirectos femeninos, animales, moleculares, (desterritorialización, sustracción de lo dominante o establecido, uso intensivo de la lengua, desvío, tartamudeo; otros regímenes de signos que arrastren nuevos contenidos. Recordemos que la literatura mayor va del contenido a la expresión, justo lo contrario; y la literatura menor comienza, se adelanta, enunciando) y todo camino indirecto es un devenir mortal. No hay líneas rectas, ni en las cosas ni en el lenguaje. La sintaxis es el conjunto de caminos indirectos creados en cada ocasión para poner de manifiesto la vida en las cosas.
Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propios (es algo más que autoexpresión, autobiografía; escribir es cosa de pueblo (una de las tesis de Kafka) aun, recuerden, cuando ese pueblo no sea el actual sino un pueblo virtual (no por ello menos real que el actual). Escribir es montar, construir nuevas máquinas, nuevos ageniciamientos, (adelantarse como un reloj, la otra tesis de Kafka), y éstas máquinas y agenciamientos son siempre colectivos (lo colectivo no es la masa sino una multiplicidad en su singularidad, y recuerden que uno solo puede ser en si mismo una manada, que uno puede ser varios lobos). Sucede lo mismo cuando se peca por exceso de realidad, o de imaginación (determinada literatura realista, y determinada literatura de ciencia-ficción; y ya lo sabemos, no es un problema de géneros sino de modos): en ambos casos, el eterno papá y mamá, estructura edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo imaginario. (se olvida que todo problema personal y/o familiar también es social, económico, político;)Es el padre lo que se va a buscar al final del viaje, como dentro del sueño, en una concepción infantil de la literatura. Se escribe para el propio padre–madre. Marthe Robert ha llevado hasta sus últimas consecuencias esta infantilización, esta psicoanalización de la literatura, al no dejar al novelista más alternativa que la de Bastardo o de Criatura abandonada (sujeto de la carencia y no sujeto del deseo, del devenir)
4 Ni el propio devenir–animal está a salvo de una reducción edípica, del tipo «mi gato, mi perro». (siempre afrontamos el peligro de la reterritorialización edípica) Como dice Lawrence, «sí soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí son perritos cariñosos y bien enseñados, (re-edipización; reedipizados) a eso se reduce todo, los animales son diferentes... ustedes detestan instintivamente al animal que yo soy». (ningún devenir está a salvo de las reducciones edípicas, las re-edipizaciones, las constantes reterritorializaciones de afectos e ideas edípicas a menos que sepamos sustraernos (N-1) de los agenciamientos de significancia y dominación, de todas las ficciones reactivas que hemos incorporados en nuestros “guiones de vida”. Otro pensamiento, otros afectos, nuevos territorios existenciales es lo que necesitamos; una ética frente a una moral, procesos moleculares de vida y creación ante las formalizaciones molares)
5 Por regla general, las fantasías de la imaginación suelen tratar lo indefinido únicamente como el disfraz de un pronombre personal o de un posesivo: «están pegando a un niño» se transforma enseguida en «mi padre me ha pagado». Pero la literatura sigue el camino inverso, y se plantea únicamente descubriendo bajo las personas aparentes la potencia de un impersonal que en modo alguno es una generalidad, sino una singularidad en su expresión más elevada: un hombre, una mujer, un animal, un vientre, un niño... Las dos primeras personas no sirven de condición para la enunciación literaria; la literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo «neutro» de Blanchot). (No es que no podamos narrar en primera o segunda persona, no es ése el problema (por demás problema técnico), sino más bien, cómo narramos una vez escogidas esas personas gramaticales, qué tipo de formalización hacemos de los contenidos que convertimos la literatura solamente en autoexpresión, en nuestra neurosis, en expresión de nuestra neurosis, y olvidamos que lo personal también es político, que lo personal no se reduce al “sucio secretico de familia”, que “la literatura es un asunto de pueblo”, aun cuando ese pueblo no sea más que un pueblo que no existe, un pueblo a fundar en el sentido de ser un proceso de singularidades que escapa a los Aparatos de Captura, a los fascismos de los aparatos de captura y a los microfascismos de los sujetos capturados. “Asunto de pueblo” como dice Kafka, y “un pueblo que nos falta” como dicen Deleuze-Guatarri vía Kafka (un pueblo virtual pero no por ello menos real), nada tiene que ver con la masa, con el pueblo actual sino con lo colectivo como síntoma de las multiplicidades y singularidades de nuevos procesos de vida y creación. La K en Kafka ya no es solamente la K personal de Kafka; es un agenciamiento colectivo de enunciación de nuevas poblaciones que a su vez es agenciamiento máquinico (productor de “cuerpos”) porque el deseo es un proceso que fuga de las representaciones establecidas, capturadas, y arrastra en ese proceso (que es puro devenir) nuevas singularidades.
6 Indudablemente, los personajes literarios están perfectamente individualizados, y no son imprecisos ni generales; pero todos sus rasgos individuales los elevan a una visión que los arrastran a un indefinido en tanto que devenir demasiado poderoso para ellos: Achab y la visión de Moby Dick. El Avaro no es en modo alguno un tipo, sino que, a la inversa, sus rasgos individuales (amar a una joven, etc.) le hacen acceder a una visión, ve el oro, de tal forma que empieza a huir por una línea mágica donde va adquiriendo la potencia de lo indefinido: un avaro..., algo de oro, más oro... No hay literatura sin tabulación, pero, como acertó a descubrir Bergson, la tabulación, la función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o potencias.
No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso está interrumpido, impedido, cerrado. (la enfermedad es un devenir interrumpido; y la literatura es salud en tanto es devenir; y recordemos que todo devenir es minoritario o menor , es sustracción, N-1.) La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso, como en el «caso de Nietzsche» (interrupción de un devenir; o para decirlo de otra forma: el devenir es un proceso como potencia, y una potencia en proceso). Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles.
7 De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar.
La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias. La literatura norteamericana tiene ese poder excepcional de producir escritores que pueden contar sus propios recuerdos, pero como los de un pueblo universal compuesto por los emigrantes de todos los países. Thomas Wolfe «plasma por escrito toda América en tanto en cuanto ésta pueda caber en la experiencia de un único hombre».
8 Precisamente, no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir–revolucionario. (un pueblo virtual en tanto enunciado nuevo, y nuevos agenciamientos, en tanto nuevas producciones de nuevas subjetividades; otros territorios existenciales según Guattari. ¿Cómo entender la revolución molecular si no entendemos lo menor en este contexto en que lo virtual es real aunque no sea lo actual?) Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas (lo social, lo mundial, la historia). Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor. (las dos tesis de Kafka: la literatura como reloj que se adelanta y como problema de pueblo.”La enunciación literaria más individual es un caso particular de enunciación colectiva”, escriben Deleuze y Guattari.
9 Pese a que siempre remite a agentes singulares, la literatura es disposición colectiva de enunciación. La literatura es delirio, pero el delirio no es asunto del padre– madre: no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y las tribus, y que no asedie a la historia universal. (Sicoanálisis: se delira en nombre del padre, familia, triangulación edípica: neurosis. Esquizoanálisis: se delira la historia, los nombres de la historia: sicosis) Todo delirio es histórico–mundial, «desplazamiento de razas y de continentes». La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio (paranoico y esquizo). El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante (delirio paranoico) Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso (delirio esquizo). Una vez más así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de que un delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí misma y de luchar contra sí misma. (por ejemplo, cuando lo menor quiere ser mayor, devenir mayor; cuando lo menor no se entiende como fenómeno minoritario sino como minoría y lucha a favor de minorías que desean ser mayorías. Recordemos que lo menor es fuga de los Agenciamientos despóticos y autoritarios, pero también de los Agenciamientos de significancia, de significación. ¿Cuántas minorías no reproducen los mismos enunciados de la mayoría que combaten? Reproducen los mismos regímenes de signos y los mismos regímenes de cuerpos (la misma forma de expresión y la misma forma de contenido) que ésa mayoría contra la cuál luchan. Lo menor es producción de nuevos enunciados y de nuevos cuerpos: sociales, políticos, estéticos, familiares, religiosos, culturales). Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta («por» significa menos «en lugar de» que «con la intención de»).
Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un devenir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante. (por tanto no es un dialecto ni un idiolecto como muchos han entendido, ni siquiera es una jerga o una jerigonza, ni bastan tampoco los juegos con el lenguaje o con las palabras; todo lo anterior aun está en el territorio del Significante; y la lengua extranjera en nuestra lengua es una sustracción de ese Significante, un desvío. Es un tartamudeo porque rompemos, con ese tartamudear, el discurso dominante, la forma de expresión de los discursos dominantes, hegemónicos, establecidos) Kafka pone en boca del campeón de natación: hablo la misma lengua que usted, y no obstante no comprendo ni una palabra de lo que está usted diciendo. Creación sintáctica, estilo, así es ese devenir de la lengua: no hay creación de palabras, no hay neologismos que valgan al margen de los efectos de sintaxis dentro de los cuales se desarrollan. Así, la literatura presenta ya dos aspectos, en la medida en que lleva a cabo una descomposición o una destrucción de la lengua materna, pero también la invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. «La única manera de defender la lengua es atacarla... Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua...»
10 Diríase que la lengua es presa de un delirio que la obliga precisamente a salir de sus propios surcos (delirio como producción de deseo; esquizo, o paranoico) En cuanto al tercer aspecto, deriva de que una lengua extranjera no puede labrarse en la lengua misma sin que todo el lenguaje a su vez bascule, se encuentre llevado al límite, a un afuera o a un envés consistente en Visiones y Audiciones que ya no pertenecen a ninguna lengua. Estas visiones no son fantasías, sino auténticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del lenguaje, en las desviaciones de lenguaje (en un uso intensivo de la lengua) No son interrupciones del proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas. (Ese paso de la vida al lenguaje es posible si entendamos la Máquina Abstracta como “campo del deseo”, como “campo de inmanencia ilimitado”, y por eso mismo como el poder de desterritorialización de todo Agenciamiento, y todo esto nos permitirá entonces la producción de nuevos flujos e intensidades, de nuevos procesos, y que nuevos regímenes de signos y de cuerpos produzcan nuevos Agenciamientos, (otra manera de sentir-pensar) de ahí, nuevos (otros) usos de la lengua, del lenguaje, nuevas (otras) formas de expresión y contenido. No es la Máquina Abstracta trascendente y codificada, de rostrificación, con sus usos simbólicos y alegóricos (como la Máquina Abstracta del sicoanálisis o de la literatura-institución, o la Máquina abstracta académica, familiar, social, etcétera), sino una Máquina Abstracta no significante, no segmentaria, un espacio liso, en fin, un proceso o movimiento del deseo (el deseo sólo desea el desear, de ahí que se abra al devenir, que sea rizomático, que se agencie, se produzca). Dicho de otra manera, y citando a D-G textualmente: “la máquina abstracta es el campo social ilimitado, pero también es el cuerpo del deseo…”. Entonces el paso de la vida al lenguaje (otra vida, otro lenguaje) es saber desmontar la máquina abstracta del campo social (que rostrifica, segmentariza, que es significante, que nos hace leer el deseo como carencia, que nos construye como sujetos de la carencia) y es saber montar la máquina abstracta como cuerpo del deseo (campo de inmanencia, deseo como producción, sujeto del devenir).
Estos son los tres aspectos que perpetuamente están en movimiento en Artaud: la omisión de letras en la descomposición del lenguaje materno (R, T...); su recuperación en una sintaxis nueva o unos nombres nuevos con proyección sintáctica, creadores de una lengua («eTReTé»); las palabras–soplos por último, límite asintáctico hacia el que tiende todo el lenguaje. Y Céline, no podemos evitar decirlo, por muy sumario que nos parezca: el “Viaje” o la descomposición de la lengua materna; “Muerte a crédito”, y la nueva sintaxis como lengua dentro de la lengua; Guignol's Bandy las exclamaciones suspendidas como límite del lenguaje, visiones y sonoridades explosivas. Para escribir, tal vez haga falta que la lengua materna sea odiosa, pero de tal modo que una creación sintáctica trace en ella una especie de lengua extranjera, y que el lenguaje en su totalidad revele su aspecto externo, más allá de la sintaxis. Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que escritor. A aquellos que le preguntan en qué consiste la escritura, Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo que le preocupa a él es otra cosa.
Si consideramos estos criterios, vemos que, entre aquellos que hacen libros con pretensiones literarias, incluso entre los locos, muy pocos pueden llamarse escritores.
1 Vid. André Dhôtel, Terres, de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La Chronique fabuleuse, pag. 225).
2 Le Clézio, Haï, Flammarion, pág. 5. En su primera novela, Le proces–verbal, Ed. Folio– Gallimard, Le Clézio presentaba de forma casi ejemplar un personaje en un devenir–mujer, luego en un devenir–rata, y luego en un devenir–imperceptible en el que acaba desvaneciéndose.
3 Vid. J.–C. Bailly, La légende dispersée, anthologie du romantisme allemand, 10–18, pag. 38.
4 Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, Grasset (Novela de los orígenes y orígenes de la novela, Taurus).
5 Lawrence, Lettres choisies. Pión, II, pág. 237.
6 Blanchot, La part du feu, Gallimard, págs. 29–30, y L'entretien infini, págs. 563–564: «Algo ocurre (a los personajes) que no pueden recuperarse más que privándose de su poder de decir Yo.» La literatura, en este caso, parece desmentir la concepción lingüística, que asienta en las partículas conectivas, y particularmente en las dos primeras personas, la condición misma de la enunciación.
7 Sobre la literatura como problema de salud, pero para aquellos que carecen de ella o que sólo cuentan con una salud muy frágil, vid. Michaux, posfacio a «Mis propiedades», en La nuit remue, Gallimard. Y Le Clézio, Haï, pág. 7: «Algún día, tal vez se sepa que no había arte, sino sólo medicina.»
8 André Bay, prefacio a Thomas Wolfe, De la mort au matin. Stock.
9 Vid. las reflexiones de Kafka sobre las literaturas llamadas menores, Journal, Livre de poche, págs. 179–182 (Diarios. Lumen, 1991); y las de Melville sobre la literatura norteamericana, D'oü viens–tu, Hawthorne?, Gallimard, págs. 237–240.
10 Vid. Andró Dhôtel, Terres de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La Chronique fabuleuse, pág. 225).
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