Es el cumpleaños de un amigo, que no tiene más remedio que comprar lo único que allí se ofrece como descarada estafa abierta: Ron Habana Club 7 años, botella negra, a 12 CUC, 300 pesos en moneda nacional. Antes, Renai y yo entramos por detrás -pero como si nada, sin ocultamiento alguno- el contenido de una botella de ron más asequible a nuestros bolsillos, además de unos panes con jamón, porque no habíamos almorzado nada.
Los personajes en cuestión somos Renay, Hebert y yo, además del Gorki, claro. Luego llegaría el cumpleañero Oscarito y su novia Ailencita.Lugar: matinée de 4pm a 9pm en el Café Cantante del Teatro Nacional a cargo de los envejecidos Kents.
Después de bailar en la pista, como es lo normal, Gorki regresa a nuestra mesa, sin saber que ya no estamos ninguno allí porque nos hemos ido a bailar, en parte porque la botella se acabó y la mesa queda lejos de la pista.
Yo había ido ya antes hasta la mesa a buscar la camarita pero al no ver la cartera de Ailén y encontrarme la botella vacía, me regresé sin más a donde estaban todos.
Gorki no reaccionó igual.
Tiene su pomito de ron y se sienta calmadamente a darse un trago, ni siquiera revisa a ver si queda algo en la preciosa 7 años: nos hemos metido la mañana dominguera tomando del malo.
Al momento llega uno y levanta la botella delente de su nariz y se la lleva, en mala forma, cuenta después Gorki, que se sorprende y le inquiere el pr qué de su actitud. El tipo le contesta en peor forma que está vacía.
El conflicto es el pomito de ron que Gorki exhibe sin tapujos en el medio de la mesa.
Para obligar a la gente a consumir las bebidas ultrarecontracaras del sitio, está terminantemente prohibido entrar con alcohol. Te cachean en la entrada, a los hombres: por eso a veces las mujeres contamos con poder esconder algo debajo de la ropa.
Pero esta vez y afortunadamente la entrada de atrás estaba abierta y sin vigilancia.
Una vez dentro, las cámaras se ocultan y los de seguridad están al tanto de todo lo que ocurre.
A la media hora ´más o menos su tardanza empieza a alarmarme, contrario a los otros que me aseguran que no hay de qué preocuparse porque el Gorki debe andar por ahí puteando con alguna chica despampanante que se haya encontrado.
Igual me decido y salgo. En la escalera la triste figura está a punto de retirarse pal carajo. Le pregunto qué hace ahí y entre el jefe de seguridad que está en la entrada y él me explican por qué no hay forma de que pueda volver a entrar, debido a la discusión innecesaria con el tipo que lo arrojara de patitas en la calle.
No tiene sentido de que si nos vieron a todos consumiendo del mismo ron la hayan cogido sólo con él. Porque al parecer "el grupito" puede seguir dentro del club sin ningún problema.
Pasa que según el protocolo amiguista es inadmisible que encima que Gorki tenía el dichoso pomo de ron ilícito "a-la-cara-del-cubano" se molestara y le gritara al tipo que sólo estaba haciendo su trabajo.
Y Gorki como cliente indisciplinado no tiene el menor derecho a reclamar nada de nada.
Hasta ahí los hechos.
Me vuelvo adentro a buscar a los chicos y abandonar de inmediato toda la atmósfera de abuso reinante no sólo aquñi sino por desgracia en todas partes.
Podríamos pedir el reembolso del dinero de la entrada por ejemplo, porque falta algo más de una hora para que se acabe la función. Podríamos reclamar y envilecernos con la necedad de todos ellos y toda su "seguridad" borrosa.
No hacemos nada porque no vale la pena y teniendo en cuenta los antecedentes podríamos terminar la noche en una estación oscura esperando que nos soltaran a la mañana quizás, lejos de casa y con una resaca del demonio.
Lo más sano y aconsejable es retirarse sin mayores complicaciones, aunque Hebert se muera por "partirle las patas" al primero que se le cruce por delante. "Los sitios públicos como éstos ya no son pa nosotros" le dice al Gorki muy alterado.
Aunque sea a los hechos una persona más normal que yo por ejemplo, que no trabajo como él para ningún Estado estafador everyday.
Nuestro aniquiliamiento cotidiano.
Las gentes que vendían cosas en los agros y en las calles son presas del pánico represivo porque les pueden caer por la cabeza cinco años de prisión, en dependencia del producto.
Nos encontramos a su hija, una amiga y la madre en la cola de la Cine Cittá. Durante la mañana ya las habíamos visto en el cumpleaños en el Almendares de un sobrinito o algo así donde tuvo que llevar el audio para la payasa.
No sé si el encuentro lo afectara, pero las cosas que no recuerdo que me decía sonaban tristes.
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