La nostalgia no es carne de puerco
Cuando los sucesos de la perestroika, yo ya tenía bien claro lo anestésicos que eran los medios de información cubanos, ya que el ejército de periodistas que trabajan para la oficialidad han tenido desde siempre estrategias muy bien marcadas a la hora de distribuir la información. La manera de comunicar es ambigua y, en lugar de ir directo a la noticia, se da la contranoticia, como una forma de estrategia informativa, o desinformativa.
A la caída de la Unión Soviética, la esencia de la noticia para los medios no era la revuelta popular, sino que hacían hincapié en las reacciones de los grupos que abogaban por el regreso al socialismo clásico. En ocasiones, dentro de los comentarios de los locutores, se escapaban imágenes de la revuelta Rusia, que hablaban al espectador decidido a buscar en los entretextos. A mi vista saltó la imagen que me reveló la furia de toda la gente que se manifestaba en contra del socialismo real: una bandera de la Unión Soviética a la cual se le había extirpado el símbolo de la hoz y el martillo, lo que la hacía parecer simplemente como una sábana roja con un hueco al extremo izquierdo; parecía una operación quirúrgica que extirpaba un cáncer de 70 años.
La imagen de la bandera soviética sin la hoz y el martillo me quitó la inercia en cuanto a los sucesos de entonces: me di cuenta de que aquel comunismo que nos habían tratado de meter en la cabeza como un futuro irreversible podía tener un fin. La posibilidad del fin me inspiró para crear una tarja de terracota, hecha a relieve, similar a la que ponen en los centros de trabajo, en la que se podía ver una bandera cubana que, en vez de tener su estrella, tenía la hoz y el martillo. El nombre de la tarja era “Apropiación”. Esta obra se inspiró también en Fidel Castro, quien decía que si las banderas soviéticas caían nosotros las recogeríamos. Mi obra tenía un sentido irónico y, hasta cierto punto, grotesco, puesto que la imagen se refería a las tarjas olvidadas y mugrientas de los monumentos oficiales que hablaban de la decadencia y, con ello, de la decadencia de la ciudad. Situar en una placa a la bandera cubana desprovista de su estrella, sustituyéndola por un símbolo ajeno e impuesto, simbolizaba, para mí, la sumisión a la voluntad de un líder déspota y obstinado y la sumisión a una potencia extranjera. “Apropiación” se expuso en el Salón de Pequeño Formato de la Galería L de El Vedado, imagino que por el grado de sutileza y porque la imagen podría ser bastante común y cotidiana en aquellos años. El caso es que pasó inadvertida para la censura.
De la nostalgia a la reflexión
Con la salida de los soviéticos del país, vino lo que se nombró oficialmente y con toques eufemísticos como Período Especial: hecatombe económica y depauperación moral que, en muchos casos, llevaba consigo una visión nostálgica de la época precedente, el supuesto auge económico de los 80.
Ante la grave situación económica de los 90, la escasez y el hambre, la gente empezó a recordar con nostalgia las latas de carne rusa, las compotas de manzana, melocotón, pera, membrillo y fresa; los jugos de frutas y demás productos elaborados en la antigua Unión Soviética. Contradictoriamente, durante los años de supuesto auge económico la gente optaba por los productos ofrecidos en el “punto de leche”, antes que por la “leche maternizada”; prefiría la oferta fresca y natural a los productos enlatados de importación. Por ello, se entiende que ahora la gente tienda a ser nostálgica respecto a los rusos, sobre todo, cuando adquiere los productos de primera necesidad en las tiendas recaudadoras de divisas. En aquellos años, aún los productos soviéticos se adquirían en moneda cubana, estaban a precios asequibles y su calidad, en ocasiones, pudo ser mucho mayor que lo que ahora se ofrece en la shopping a precios disparados en relación con el salario en pesos cubanos.
La nostalgia que, en determinado momento, se puede sentir por los rusos se explica porque a su salida se perdió parte de nuestra identidad, de los recuerdos de la niñez, de nuestro ambiente afectivo y de apego a nuestra infancia. Pero romantizar con la nostalgia implica cegarnos a una realidad: los intentos de colonización soviética. Yo mismo he padecido esa visión romántica, en tanto que pertenezco a una generación de cubanos que vivimos la imposición de la cultura soviética. He vivido la contradicción de la nostalgia por los muñequitos rusos y por ciertas películas, pero esto de ninguna manera puede condicionar mi visión de desacuerdo y crítica hacia la imposición de una cultura contra la que, dicho sea de paso, no tengo nada. Tampoco tuvimos oportunidad de expresarnos contra la imposición de la cultura soviética, mucho menos rechazarla abiertamente.
Otro ejemplo del romanticismo pasivo es la renovada visión que se tiene sobre los muñequitos rusos por parte de algunos miembros de mi generación, quienes han revalorado su calidad, tomándolos como paradigma de los dibujos animados. A mí, particularmente, gran parte de los muñequitos rusos me eran repulsivos, por su ritmo lento y su urgente necesidad de marcar un didactismo “plomo” encajado en la estética marxista.
Es importante marcar una diferencia entre marketing ideológico comunista y cultura rusa como tal, aunque de todos es sabido que los comunistas son nacionalistas y usaron elementos tradicionales como bandera ideológica. A Cuba llegaron las dos cosas: no siempre nos daban cultura rusa, sino marketing soviético, como cuando las parejas soviéticas se casaban, especialmente jóvenes militantes comunistas, y llevaban un ramo de flores al monumento de algún prócer; por fortuna, al menos en La Habana, aquello no tuvo enganche en nuestra cultura porque eso era marketing soviético puro.
Porno Para Ricardo y la cosa rusa
Los símbolos soviéticos en el logo de Porno Para Ricardo, como la hoz y el martillo, más la tipografía en el nombre del grupo, los usé como recurso expresivo. Está claro que a la hora de trastrocar el sentido original de ese logotipo se asumía un sentido crítico, puesto que un pene penetrando una vagina, en el caso del logo de PPR, dista mucho de la idea de trabajo, unión de los obreros y exaltación del sacrificio. Al trastrocar ese símbolo con una penetración, abogué por el placer y la individualidad, preceptos opuestos al original.
Y cuando se nos ocurrió la parodia de “Los músicos de Bremen” quisimos hacerla nuestra dándole un toque particular que nos permitiera divertirnos, llevándola a nuestro género y burlándonos de la imposición de cantar rock en inglés. Optamos por hacerlo en ruso, como el idioma que nos sonaba feo. Al cantar en ruso nos burlamos también de los grupos que cantaban en inglés. (Para quitarnos el supuesto diversionismo ideológico, el Estado nos metía grupos de rock de la Unión Soviética que no eran ni medianamente populares. A nadie se le ocurrió hacer un cover en ruso en rock).
En la escena del rock mundial, romper guitarras ha sido un acto de catarsis con un sentido de espectáculo. Nosotros rompíamos guitarras rusas con un sentido más directo en cuanto a la inconformidad con la penetración cultural soviética. El sentido sugerente que llevaba consigo el romper una guitarra rusa en escena, significaba romper con los patrones culturales ineficaces y postizos, como las guitarras, de tan mala calidad que resultaban casi inejecutables.
La nostalgia y el eterno retorno al pasado
La nostalgia es algo de lo que no podemos escapar, pero no por ello debemos evitar el punto reflexivo y crítico en cuanto a nuestra experiencia de la presencia soviética en Cuba. Ser nostálgicos y críticos, al mismo tiempo, es una forma de ser consecuentes en la vida. La nostalgia es irreflexiva, es engañosa, nos hace ir por caminos errados, como sentir nostalgia por la croqueta de plástico. Esto puede ser engañoso a la hora de valorar los hechos pasados de forma cabal, pretendiendo autoconvencernos de que aquello era bueno, olvidar la imposición del marxismo leninismo y su cultura por nuestros propios gobernantes, dadas sus conveniencias estratégicas, más cercanas a la política que a la vida cotidiana de quienes vivíamos un supuesto socialismo.
La nostalgia es parte inherente de la cultura de la carencia en que hemos vivido varias generaciones de cubanos. Mi padre siente nostalgia por todos los productos que conoció durante su juventud en la época capitalista. Su tono de añoranza es el mismo que el nuestro cuando hablamos de la etapa soviética. Como si estuviéramos condenados a la eterna añoranza del pasado. Hace falta superar esta condición porque, de lo contrario, estaremos condenados a añorar en un futuro este presente de Revolución, con todo y libreta de racionamiento, justo como ha sucedido en algunos sectores de la Rusia actual, que añora el pasado soviético.
Yo saboreo la nostalgia en determinados momentos, pero nunca me ha servido, por lo engañoso de su carácter que tiende a modificar el sentido concreto de las cosas. La he podido saborear, morder, pero nunca será, en mi paladar, palpable y jugosa como una masa real de carne de puerco.
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