roberto echevarren
(montevideo, 1944)
de Arte andrógino: estilo versus moda
Cierta teoría corrió en los medios revolucionarios en Rusia alrededor de 1917. Se refería al sexo, y era la teoría del "vaso de agua". Propiciaba la libertad sexual en tanto afirmaba que tener sexo es como tomar un vaso de agua. Deberíamos saciar el apetito sexual del mismo modo simple y directo, acostándonos con quien queramos y con la mayor facilidad.
El que tiene sed bebe agua, el que tiene un deseo se calma con una relación sexual. No sé quién formuló esta teoría, o más bien, cocinó esta metáfora, y cómo se puso en circulación. Los artículos y escritos que conozco se deben a autores que más bien tratan de contrarrestarla.
Uno de ellos es Alejandra Kollontai, quien fue una colaboradora de Lenin del primer momento, y uno de los pocos antiguos bolcheviques que sobrevivieron a Stalin.
Un artículo de la Kollontai, Eros con alas, objeta, en contra de la teoría del vaso de agua, que cuando uno se acuesta con alguien tiene que haber algo más que la mera operación fisiológica, que ese Eros debe tener "alas", es decir un aura, un interés más amplio, algo relacionado con los sentimientos, con cierto trabajo compartido y un cambio de conciencia política. Pero ella sí estaba de acuerdo con el sexo libre, porque pensaba que con la Revolución Bolchevique iba a desaparecer la familia, ya que las mujeres se integrarían a las tareas de producción junto con los hombres, y los niños iban a ser cuidados en las creches, unas guarderías infantiles que el Estado iba a instalar por todas partes.
De manera que la familia ya no sería una institución necesaria o justificable. Para Kollontai las relaciones eróticas son inestables, si no fugaces: tiende a configurarse un triángulo, una pareja abierta o con alguna línea de fuga, la posibilidad de situaciones triangulares dentro de un dinamismo de pasajes. Siguiendo planteos del autor decimonónico Alejandro Herzen en su novela ¿Quién tiene la culpa?, Kollontai admite que es legítimo mantener relaciones al menos con dos personas al mismo tiempo si, por motivos distintos, vienen a colmar aspectos de la personalidad. Kollontai expone la libertad erótica, se mueve dentro de ese marco, aunque subordina el impulso a los requisitos de un contexto, piensa que las "alas" de Eros lo visten con el talante de una cultura y de una ética revolucionarias.
Pero su adversario en este campo era Lenin, quien no sólo se oponía a la Kollontai, sino sobre todo a la teoría del vaso de agua. Según él, no era adecuado –en ese momento en que se abolían grupos y clases sociales y se reorganizaban las relaciones económicas y la producción– dar importancia a las cuestiones eróticas, o debatirlas.
Si los jóvenes se obsesionaban con el sexo, argumentaba, iban a perder fuerza para las tareas productivas y el desarrollo del nuevo estado de los Soviets. Era un tema que sobraba, del cual no había que hablar. Lenin creía en ciertos valores tradicionales acerca de la unión conyugal. Estuvo unido durante décadas y hasta el fin de su vida con la Krupskaia. Mantuvo, al costado de este arreglo, otras relaciones amorosas, algunas de cierta duración, como su vínculo con Inessa Armand.
Pero tal comportamiento se afiliaría a una tolerancia decimonónica hacia el adulterio, como válvula para mantener una unión estable. No compartía la actitud más osada y abierta de Alejandra Kollontai, y mucho menos la metáfora del vaso de agua. En su entrevista con la comunista alemana Clara Zetkin expresó enfático rechazo a la estrategia por parte del Partido Comunista alemán de aceptar que las prostitutas se asociaran, dentro del Partido, en una organización autónoma, como un gremio del trabajo, de acuerdo a su actividad, y tuvieran un periódico propio. Exigió de parte de Zetkin un compromiso para disolver ese grupo. Con esto quiero indicar que lo que se va consolidando dentro de la ideología bolchevique de los primeros años revolucionarios es la noción de que el sexo es una distracción banal en vista del imperativo de crear la andadura económica y política (en un sentido estricto) de una sociedad nueva. La planificación debe ocuparse de organizar las actividades productivas que lleven a satisfacer necesidades.
Hay que desarrollar la capacidad de la gran industria, asegurar la alimentación y la manufactura de bienes que sirvan a la producción, como tractores, además de bienes de consumo, relegados, éstos, al último escalón de prioridades, y siempre escasos, si no ausentes. Se ha desmantelado el proceso y se ha perdido el conocimiento de cómo hacerlos al ser desplazados o quedar sin trabajo los operarios entrenados en esas tareas. No sólo hay un rechazo del lujo.
Se retacea aún aquello que es la propia necesidad, la necesidad de cada hombre en particular y en concreto, más allá de las necesidades macroeconómicas de la infraestructura (la industria pesada, la electrificación, los armamentos) o de las necesidades macropolíticas de la superestructura (educación y propaganda).
Se trata, al menos en principio, de alimentar a la gente, vestirla, darle casas. Pero si un deseo triunfa en la Revolución Bolchevique, es negado en aras de la necesidad.
De todos modos, en los primeros años de la Revolución la política erótica fue relativamente abierta, el divorcio fácil. Pero Stalin se encargó de fortalecer las leyes matrimoniales y penalizar las relaciones entre hombres. "En marzo de 1934 hizo su aparición la ley que calificaba las relaciones sexuales entre hombres como 'crímenes sociales' que debían ser castigados, en los casos más benignos, con tres a cinco años de prisión... La homosexualidad estaba colocada en el mismo plano que otros delitos como el sabotaje o el espionaje."
Cuando Stalin proclama la metáfora de que el escritor es un ingeniero de almas, esas almas soviéticas son admisiblemente poco eróticas. Según el realismo socialista, al que Stalin mismo da nombre en 1932 durante un banquete en casa de Gorki que celebra la creación de la Sociedad de Escritores Soviéticos como única organización permitida, derogando las formaciones anteriores, la literatura debe ocuparse de la denuncia de la explotación capitalista y de la loa de las nuevas realidades económicas soviéticas.
El erotismo es un ingrediente peligroso que debe ser dosificado y encuadrado en fórmulas canónicas y puesto al servicio, como apoyatura, de las supuestas realidades de la producción, la lucha de clases, o los espías contra el Estado Soviético, acerca de lo cual hay que testimoniar. En 1936 Stalin ataca en un artículo de Pravda la música de Shostakovich. Este piensa que lo van a arrestar y eliminar, pero no es detenido. Se suprime en cambio su segunda ópera, que estaba teniendo gran éxito de público en ese momento, tanto en Leningrado como en Moscú, Lady Macbeth del Distrito de Mtsenk, basada en un cuento del siglo XIX, de Nikolai Leskov, que lleva el mismo título, y que trata de un hecho real. A Stalin no le pareció edificante poner en primer plano de la acción y de la música una pasión erótica desbocada que recurre a los medios más cruentos, como un triple asesinato, y exhibe falta de escrúpulos y de arrepentimiento por parte de la heroína. Le pareció que tenía una influencia corruptora. La ópera, en vida de Stalin, jamás volvió a ponerse en escena. Una adaptación tardía, con cambio de nombre, fue revivida en los sesentas.
El moralismo oficial de Stalin no tiene nada que ver con su vida privada disoluta. O la de otros dirigentes comunistas, como Lavrenti Beria. Pero esas costumbres eran secretas. Lo que predicaban los periódicos y se exigía al arte y se exigía hasta cierto punto en la vida privada a los ciudadanos era un deseo sometido a las necesidades de planificación, organización y producción.
El marxismo, o las sociedades autodenominadas marxistas, han vivido negando el deseo como un desorden al cual se restringe la expresión, y sólo admitiendo en las relaciones humanas el imperio de la necesidad, o las responsabilidades y los deberes de un amor solidario, predicado por la propaganda en un contexto de control policial y de denuncia. Las cuestiones eróticas per se exigen censura y vigilancia, una proscripción equivalente a la de los artículos suntuarios, como si esos puntos de brillo y atracción no fueran otra cosa sino excedentes, un exceso innecesario.
El hombre nuevo no participa en lo que se considera perversiones decadentes, si no ya del aristócrata, de la clase dominante de una sociedad de capital privado. La literatura es entendida al servicio de ese punto de vista, un testimonio planificado de las necesidades y su satisfacción posible en el nuevo orden socialista. Pero aún la necesidad individual, si bien no es negada, resulta circunscrita tanto en la esfera aceptada de su validez como en las posibilidades efectivas de su satisfacción.
Esta negación o proscripción del deseo en el pensamiento marxista, tanto de Marx que se ocupaba de las cuestiones de producción y del rol del capital en el sistema, como de las sociedades marxistas leninistas, corresponde con la falta de aprecio en esas mismas sociedades de lo que podríamos llamar estilo, tanto en la apariencia, diseño y textura de los objetos, como en el aspecto de las personas, como en las inflexiones de su actuar. Si el descanso y el recreo pueden ser considerados utilitarios, ya que resultan aspectos insoslayables del proceso de producir, el estilo escapa al importe utilitario. Pero estilo no significa mero adorno, y menos aún adorno convencional.
Dentro de los austeros lineamientos arquitectónicos del movimiento ruso que se llamó constructivismo, y que se desarrolló por lo menos en el papel, en proyectos, durante el período pre-staliniano, El Lissitzky considera que la tarea de los arquitectos consiste en vincular racionalmente los nuevos materiales y técnicas de construcción con una superestructura ideológica que tome en cuenta las necesidades de vivienda y trabajo en una sociedad guiada por principios comunitarios. Esta es una tarea "objetiva", "emprendida con la muda esperanza de que el producto final sea contemplado eventualmente como una obra de arte." En los veintes en la Unión Soviética se admite una arquitectura de vanguardias, más como pensamiento que como ejecución (por ejemplo, los proyectos y maquetas de Tatlin), vinculada al Bauhaus, una arquitectura funcionalista pero inventiva, que busca interactuar entre interior y exterior, entre materiales de construcción y uso del edificio. Hay luz para que la gente vea, falta de adornos, falta de complicación. Una gracia simple en las líneas está dictada por la estructura y los materiales empleados, así como por la función del local. Fueron pensados en esos momentos la relación entre la ciudad y el campo, los problemas de diseño de ciudades enteras, con su distribución de zonas verdes, así como de reas reservadas a la industria o a la residencia, ejes viales y ferroviarios.
Tal el caso de Magnitogorsk, que N.A. Miliutin discute en un artículo de 1930, considerando los pros y contras de los diferentes proyectos presentados para la construcción de la ciudad, incluido el propio. Otra preocupación fue cómo figurar las viviendas comunales, a diferencia de las unidades para una familia individual, teniendo en cuenta la emancipación de las mujeres y su integración al trabajo, el relieve y el rol de la pareja y de los hijos en el nuevo estado. Stalin se cansó de esta arquitectura poco enfática en relación a los mensajes y propaganda del poder, y volvió, al menos en los edificios públicos y en las viviendas para la nomenklatura, lo mismo que Hitler enemigo del Bauhaus, a las fachadas adornadas y a un diseño decimonónico y por lo tanto kitsch, prestigiado por motivos impersonales e intemporales, por modelos recibidos. Los adornos aquí no son inventos, sino copiados y por lo tanto neutros, aunque no inocentes mensajeros de una grandiosidad convencional y segura. El efecto es pesado, ya sea por la abundancia de ornato o por el recurso a un neoclasicismo de catálogo. Se paralizó el experimento y la apertura de los procedimientos y las formas, en el sentido de una aventura, de crear áreas diferentes, singulares, una nueva experiencia del espacio. La causa primaria fue el culto de la personalidad,
la megalomanía de Stalin: en adelante, la arquitectura debería cantar victorias y logros... Lo que siguió fue una "monumentalización" errática pero constante, especialmente en Moscú... un 'haussmanismo'... Estatuas, entabladuras, columnas (funcionales o no) restauraban el viejo respeto hacia lo gigantesco, el orden, la simetría –todo lo cual asociado con una autoridad solemne e incuestionable... Como Nicolas Timasheff señaló hace muchos años, el estalinismo fue un museo de los estilos históricos rusos provenientes de diversos períodos: arquitectura de 1820 dotada del monumentalismo político de 1930, música de concierto de la mitad del siglo XIX, y disciplinas educativas del fin del siglo XIX. Bajo Stalin se consagra lo convencional gregario, desde lo pobre desnudo, cabañas de madera para las nuevas locaciones industriales, con mejoras paulatinas hacia el bloque soviético de apartamentos, y arquitectura del poder, solemne y recargada. Esto coincide con su gusto por una literatura pasatista y pacata, doctrinaria, sin riesgos temáticos o de procedimiento, que debía estar modelada según el término que él mismo inventó: el realismo socialista.
El estilo como un borde en que juega el deseo resultaba inadmisible, y sin interés, o de relevancia injustificada.
El estilo era para Stalin en particular y para el estalinismo socialista en general, un instrumento de propaganda, o de lo contrario un epifenómeno, una manifestación superficial que relegaba los procesos decisivos y profundos de la economía y las relaciones presumidas auténticas entre los hombres. En este sentido, carecía de legitimación.
Así se entendió el estilo por parte de los partidos comunistas latinoamericanos. Durante los cincuentas y sesentas, pero aún durante los ochentas, la música de rock o las modalidades alternativas de indumentaria o cortes de pelo, el nuevo aspecto de los hombres y de las mujeres resultaba para los comunistas algo irrelevante, si no condenable, un modo de estar sujeto a la economía de mercado y a sus tentaciones. En los sesentas los rockeros y los hippies ya no tienen el aspecto típico de hombres, y ese nuevo aspecto se relaciona con una vida sexual más abierta y tolerante, menos machista, con la experiencia de drogas antes inaccesibles, con el resurgimiento de imágenes suprimidas: tal, por ejemplo, la figura de los indios estadounidenses, que sólo aparecía en los westerns denigrada, amenazante.
Esa impronta resurge, como compulsión a repetir demoníaca (y demonizada) en el rock: pelo largo, cuero, tejidos autóctonos, maquillaje y joyas. Para los partidos que seguían la línea de Moscú, esto eran taras del mundo capitalista.
En la Unión Soviética y sus satélites se prohibió con mayor o menor éxito el rock, de igual modo que en época de Stalin y de Hitler se tendía a suprimir el jazz. En la Cuba socialista alguien podía ser enviado a un campo de concentración o "campo de trabajo" no sólo por ser homosexual o seminarista sino por tener un corte de pelo diferente u osado, por vestirse de un modo desafiante al canon correcto, al aspecto considerado normal de un hombre o de una mujer. En la China de Mao todos debían usar la chaqueta azul, emblema de una necesidad, la de vestirse, satisfecha. Los artículos cubrían el cuerpo para protegerlo del frío, y cuanto más uniformes mejor, ya que cualquier indicio de autoexpresión, de singularidad, era castigado como una tendencia individualista y por lo tanto índice de antisocialismo o contrarrevolución.
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