Nuestra disposición a defender la democracia
es bastante limitada
Nelson Rivera
Es una conversación hecha con la voz ronca y los ojos impregnados por miles de páginas ajenas, un lector excepcional, el director de El Papel Literario, apunta algunas de las muchas y filosas ideas que destiló de las lecturas congregadas en El cíclope totalitario (Debate)
por Rafael Osío Cabrices
para El Librero, publicación mensual venezolana
Año3-Número24
Noviembre 2009
Nelson Rivera lee, realmente, mucho. Los dos diarios de Sándor Márai en menos de dos semanas, por ejemplo, casi dos mil páginas que hay que leer palabra por palabra con mucha atención. Los libros que comenta, en El Nacional o en el Papel Literario del mismo periódico, que dirige desde hace años, son densos, largos y absorbentes. “Duermo muy poco, casi no salgo y leo en cualquier parte”, explica él. Por eso, y porque está inoculado con una obsesión, es que es capaz de hacer lo que ha hecho: una lectura sistemática e incansable de la colosal bibliografía a la que ha podido acceder sobre el totalitarismo. Rivera quiera entender por qué existió el gulag, por qué el lager, por qué Hitlesr, Stalin, Mao, Pol Pot, Ceaucescu y demás espantos históricos. Por qué hay quién niega sus crímenes (aunque cargue más de sesenta millones de víctimas consigo, él solito, Mao Zedong) y quien aún sueña con ellos y no precisamente pesadillas.
Sus reseñas y perfiles han sido cribados y vertidos en El cíclope totalitario (Debate), el libro donde Rivera ha comartido sus apuntes y donde ha demostrado ser un ensayista de peso, con una escritura que merece atención por sí misma, atravesada por el asombro y la incertidumbre, troquelada por el uso frequente de los dos puntos para separar capas de información que emanaban, como ondas, del tenso agujero negro que lo mantiene en vela: la propensión humana a desatar el Infierno en Ruanda, Bosnia, Polonia o Camboya, el infierno en la tierra, antes y allá, aquí y ahora.
-¿Cómo empezó tu interés por este tema, un interés que parece compuesto tanto de horror como de fascinación?
-Había leído básicamente a Primo Levi y Hannah Arendt. Y un artículo de George Steiner sobre este asunto que no había entendido del todo. Pero en 2004, leí La especie humana, el testimonio de Robert Anthelme, el marido de Marguerite Duras, de su pasantía por los campos nazis. Ahí vi lo que no había visto hasta entonces: una explicación incomparable sobre la reducción de la vida humana a la vida biológica. Cómo un prisionero de un campo de concentración es reducido a su tubo digestivo, a cuánta hambre tiene. Me permitió ver la dimensión de la degradación humana, el asesinato previo a la muerte del cuerpo. Desde ese libro, no he parado. En mi siguiente viaje a España me compré como treinta títulos y no he dejado de leer sobre esas cosas.
-A lo largo de El cíclope totalitario mencionas la imposibilidad de explorar lo incomprensible, lo indescriptible. ¿Es esa imposiblilidad lo que te hace seguir leyendo?
-Es justamente el centro de mi interés, o de mi fascinación. Auschwitz obligó al pensamiento occidental a refundarse de manera muy precaria, que es donde estamos: Auschwitz significó una experiencia que niega a la humanidad misma. El hitlerismo es la creación de la mayor apolía, la mayor contradicción en la historia de la humanidad, una contradicción mayor que pensar en Dios. Es lo indescriptible y lo que lo rodea o que me ha fascinado; y también que eso fundó además lo indescriptible, los crímenes que no pueden prescribir, que no terminan en el tiempo y afectan a la humanidad entera. De ahí ha surgido una nueva justicia universal, que aunque no pudo ejercerse con Pinochet o con Milosevic no termina en los países ni con los años, y que plantea –aunque sin resolber- el gran debate de Hannah Arendt: cómo castigar o cómo perdonar a quienes han cometido crímenes que siempre serán peores que cualquier castigo.
-Algo particularmente incomprensible y atemorizante es que Auschwitz fue obra de un pueblo enormemente educado.
-Un estudio reciente de un sociólogo español encontró que la mayoría de los terroristas suicidas del presente vienen de familias de clase media o alta, son profesionales universitarios, gente educadísima. Los que montaron Auschwitz eran todos profesionales, en su mayoría católicos, que defendían el bienestar de sus familias, que habían salido de Alemania. La conclusión es que cierta gente que ha visto cubierta sus necesidades de progreso material o de gloria personal, comienza a sentir asco por todo lo que no es igual a ellos. Es lo que encuentras en las memorias de Albert Speer, que son una maravilla. Son personas tan atornilladas en sus privilegios que cuando ven sus países deteriorarse sienten verdadera repugnancia por el otro. El potencial de odio hacia todo lo que no suponga bienestar puede ser incalculable.
-Primo Levi contaba que, cuando volvió a Italia luego de sobrevivir a Auschwitz, nadie quería oírle contar lo que había pasado. Él sentía una enorme necesidad de contar ese horror, pero los demás no querían escuchar. Querían olvidar. ¿Eso explica, para ti, la resistencia que hay hacia este tema, o el que unos cuantos digan que ya se habló suficiente de eso, e incluso otros nieguen que alguna vez haya ocurrido? En América Latina, por ejemplo, con la excepción del Sur, casi no se habla de eso. no hay una huella en nuestra literatura, pese a la presencia de sobrevivientes de los campos, tanto de los nazis como los soviéticos.
-Ahí confluyen varias cosas. Un estudioso judío de origen uruguayo que conocí en Jerusalén cuenta que los sobrevivientes judíos que se vinieron a América Latina decidieron no hablar de eso para no conjurar el peligro de que volviera a ocurrir o porque querían protección (que no la obtuvieron en todas partes) o por el mismo trauma. Fueron sus hijos los que se esforrzaron por reconstruir esa memoria. No olvidemos que en los años cuarenta y cincuenta, en esta parte del mundo, pensábamos que íbamos para el progreso, para lo mejor; era muy difícil que nos pusiéramos a mirar aquello que había pasado.
-¿Y en cuanto a los negadores de los holocaustos?
-Negar el holocausto funciona políticamente para algunos. Económicamente también, porque es un negocio. El racismo y el antisemitismo siguen vivos; los que niegan el holocausto existen justamente debido a eso. por fortuna es muy poca gente, muy localizada, que incluye por ejemplo al señor Chomsky, que aunque ha dejado el tema nunca se ha retractado.
-¿Hay una tensión entre quienes insisten en hablar del tema y quienes quieren sepultarlo para siempre?
-Sí, incluso dentro de la comunidad judía y en el mismo Israel, donde esa tensión es terrible. Hay gente que no aguanta el peso de esa memoria. La ves en la diferencia qe hay entre Jerusalén, tan religiosa y tan anclada en el pasado, y Tel Aviv, una especie de New York a escala, a orillas del mar, donde hay una fiesta a toda hora.
-¿Cómo es posible que el totalitarismo permanezca todavía como una amenaza latente, pese al avance de la democracia como el estándar político vigente en muchos países?
-Básicamente, porque la democracia genera una cosa terrible: la despolitización de las personas, la frivolización de la vida cotidiana.
-¿Se relajan demasiado sobre sus peligros las sociedades democráticas?
-Sí, se desconectan de sus responsabilidades. Es lo que dicen Arendt y el pensamiento post-Auschwitz: la democracia hace desaparecer la responsabilidad política. Jau toda una retórica en ellas para amarrar esa responsabilidad, pero no funciona.
-¿Tiene algo que ver ahí el caso venezolano, del que podríamos decir que se adormiló en cuatro décadas de democracia?
-Claro. Por eso tenemos la oposición que tenemos, porque nos conformamos con ella. Nuestra disposición a defender la democracia es bastante limitada. Y metidos en un ciclo petrolero lo que recibimos es una oferta de espernaza, no de democracia. De algo que va a cenir. La reacción contra Chávez no nace por la pérdida de la democracia, sino por la pérdida de capacidad de consumo y de calidad de servicios. Aquí hay que empezar a hablar, aunque sea a nivel teórico, del nuestro problema de corporativismo, un modo en que vemos el mundo. Me explico: las empresas tienden a esperar que sus empleados sean todos más o menos iguales, que vivan de una manera que ellas consideran sana. Es una visión del mundo que no es ajena al totalitarismo y que se parece al sueño chavista de la comunidad (comuna) donde todo el mundo es rojo-rojito.
-Y el mercado, aquí y en cualquier parte, favorece esa visión corporativista de las cosas.
-Claro.
-¿Cuánta gente estará interesada en entender el totalitarismo en Venezuela? ¿Quiénes comprarn esos libros que están en las librerías, de Primo Levi y Hannah Arendt, además de las biografías de Hitler o Stalin?
-Creo que los temas del holocausto no los lee casi nadie. Yo tengo correspondencia con unas quince personas que comentan lo que escribo y eventualmente han comprado algún libro que he recomendado. Siento que hay, culturalmente, un gran rechazo hacia este tema.
-¿Porque es demasiado remoto o porque puede resultar demasiado próximo?
-Creo que porque resulta aterrador por eso se le vuelve remoto. Es escapismo. Reaccionamos contra la fealdad mandándola lo más lejos posible.
-Aunque la foto en la tapa de El cíclope totalitario fue hecha en Caracas, luego del ataque a la sinagoga de Maripérez, jamás nombras al chavismo en todo el libro.
-Claro, es deliberado. Y no lo nombraré nunca. Es una preceptiva conceptual que en mi caso roza la superchería. Hay que luchar contra esto evitando la mistificación de Chávez, hay que combatirlo pero culpándolo menos, visualizándolo menos. Pero estoy convencido de que su modelo, su intención, son progundamente totalitarias. El dominio total es lo que él quiere. Pero tiene problemas que resolver antes. Y ésta es una sociedad complicada para eso.
El cíclope totalitario, de Nelson Rivera, fue publicado este año por Debate, en la colección Actualidad.
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