Diciembre se anuncia solo.
En el patio de tierra, allá atrás donde ya casi nunca voy, ahorcadas en un palo podrido de naranja agria y santanillas, las orquídeas violetas florecen violentamente tan pronto como empieza este mes.
Permítanme repetirlo.
Es un inicio hermoso como el clima de Cuba ahora.
Diciembre se anuncia solo.
Mi madre comienza con sus crisis de enfisema y su sobremedicamentación. Siempre cree que este invierno se va a morir. Supongo que ya nunca tendrá razón. Tiene 73 años y es lo único que mantiene en pie las tablas de esta casona con comején.
Yo rompo a estornudar puntualmente al rayar el alba. Casi no duermo de madrugada. Me pongo insomne, híperexcitable, acaso muy hermoso también, como una oración nueva.
Recorro de punta a punta mi caverna querida de Fonts 125, donde culmina la curva de Beales y se desbarranca la escalinata de Córdoba. En mis ojos, el oro de un destello delirante del tigre que pude ser. Murmuro cosas incomprensibles. Maúllo dolores mínimos. Me rasco la cabeza. Tengo el pelo largo y enmarañado, con las puntas achicharradas por el sol suicida de la post-patria. Me huelo los dedos y me acompaño un poco así. Me toco el resto del cuerpo. Estoy vivo, soy yo casi sin ropas. No reconozco ni a mis propias palabras y, tal vez por eso, vigilo a los míos mansamente dormir. Con cautela de criminal.
Estoy abandonado a mi suerte en Lawton. Todos se han ido y se olvidaron del hermanito menor, del idealista idiota que cada noche muta en un cíclope de siete leguas que se aferra a su lengua para sobremorir. Quiero decir y no sé para qué. Quiero conectarme y no sé con quién. Intento oír la respiración de la noche cubana, pero ni el menor sonido me da un indicio de que a esta hora exista allá afuera un barrio, una ciudad, un país, una historia y un conato de irrealidad. Vaho de vacío. Habanada, paisaje lunar no tan desierto como desertado. Belleza a pulso, por impulso. Un lujo luctuoso.
Camino del televisor a la laptop y luego al revés. Tecleo. Las retinas me arden de tanta retórica rota. La barba se me inflama de canas y también de un rojo medio escandinavo. Mientras pienso en nada me voy arrancando pelos de la barbilla. Son también largos y enmarañados. Pelos impúdicos, imprecisamente púbicos, procazmente preciosos. Es una costumbre de universitario, un tic nervioso o un don de depilación. Sin pensarlas, sin presionarlas, sin prisa, las ideas vienen inverosímiles al punto de lo intolerable para esta Cubita fofa y pacata del año 2010.
Permítanme repetirlo.
Es una fecha devastadora.
El año 2010.
Juro por mi cordura sin cuerda que hace dos décadas decadentes yo ya estaba aquí. Tú, no sé. Juro que jugaba entre estos mismos muebles mullidos. Con un miedo sin nombre a los años noventa. Temblando ante la posibilidad de enfermarme y morir (de hecho, en el verano de 1992 me enfermé y casi morí). Con un pánico político atroz. Infiel. Enamorado de todo y sin una pizca de amor. Testigo de excepción en este escenario excelente para el genio y la autodestrucción.
Juro que te estuve esperando eones. Por ti soporté la vulgaridad venática de la Revolución. Yo quería encontrarte aquí. En estos páramos urbanos donde todo es residuo imposible de reciclar. Yo quería que fueras tú. No nadie más. Tú entonces, aquí. Pero nunca llegaste o simplemente me cansé demasiado pronto para darme cuenta de que aún podías ser tú. Y alguien más.
¿Qué nos queda?
¿Quién nos timó de manera tétrica y total?
¿En qué latón de sancocho se pudre la memoria del relato que debimos protagonizar?
¿Existe algún significado secreto o es sólo la barbarie a secas?
Entra frialdad desde el jardín: rosas raquíticas y una plumería sin plumas y una fila india de brujitas en flor (incluso nuestra geografía de herbario es estática). El techo gotea de tanta humedad. Huele a invierno de infancia. Igual avanzo descalzo. De ahí luego la coriza contumaz. De ahí después la tos seca del abuelo que nunca tuvo nietos porque no tendrá hijos tampoco. 1971 o la esterilidad en los tiempos del Estado. Se me crispa de frío la piel. 2010 o el escepticismo en los tiempos del coolera. Soy eso, seré el abuelo cadáver que por suerte no conocí.
El día 10 es mi cumpleaños.
Ningún ritual compensa la nada. Todo es místico y mortecino. Hace falta un buen chorrazo realista de luz. Cuba es opaca. Los objetos hoy me pesan toneladas en la mirada. Cuba compacta. Estoy excitado, como de costumbre. Sé que es un efecto efímero y fenomenal. Fuera del tiempo. Teclear en diciembre es afrodisíaco. Falodisíaco. Si estuviéramos vivos me encantaría invitarte, involucrarte, intimidarte, intimar. Sé que es un defecto de fábrica. Sé que sobreviví sin querer. Perdóname, por favor. Sé que mi desnudez tiene menos de deseo que de desvalimiento. Toda mansión funciona mejor como una morgue natal. Sé que no estuve aquí. Y lo tecleo.
Permítanme repetirlo.
Es una cifra redonda de remate.
El 10.
¿Cómo se nos emputeció el placer?
¿A dónde huyeron todas las bocas y manos?
¿Cuándo dejamos de leer los cuerpos crípticos de los cubanos?
Una verdad repetida mil veces se nos convierte en mentira. Esa llamarada ética nos cauterizó. ¿De qué hablo? ¿Estás todavía ahí?
La claustrofobia explota por su eslabón más tierno. La maldad se alivia por su entrepierna menos perversa. ¿De qué quieres que yo te hable? ¿Crees que estoy todavía aquí?
Es la hora sin hora de la medianoche. Es el amanecer. Anochece. Todos los abusos horarios se empinan y se clavan muy hondo en mí. Soy Cristo en la Crisis. Estallo. Calvario decúbito. Aura de lucidez. Lubricidez. A falta de sentido, que sea al menos la fiesta de los sentidos. Sema asignificante del XXI. Semen de simulación del XX. Ecos huecos del origen del universo. Fiasco, asco. No tanto Big Bang como Big Bodrio. Vértigonanismo de letras ilegibles en grumos blancos. Fonía libre de los fluidos. Pantalla en blanco, cerebro en off, fotos fósiles del instante intenso que se destruye siendo. Un quejido de cuerda vocal quebrada. Desafinada, desafecta. Y otra vez el spray de ese olor salvo, intecleable, goloso y galáctico. Y así mismo lo sobretecleo: salvo, intecleable, goloso y galáctico, a la par que mis dedos van tatuando de rocío oleoso los caracteres de la laptop. Lactop.
Diciembre se angustia solo.
Permítanme no repetirlo.
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