Presentación Especial
con acompañamiento
a la guitarra de Gary Lucas
Cine La Rampa, día 11 8:00 p.m.
La Habana, 10 dic (PL)
El guitarrista norteamericano Gary Lucas, considerado entre los 100 mejores del mundo, debutará mañana en el festival de cine habanero con el acompañamiento en vivo de la versión latina del filme Drácula (1931), de Georges Meldford.
La cinta, que se creía perdida, fue descubierta en los años 80 del siglo pasado en los archivos de cine de Cuba, y sus protagonistas son la mexicana Lupita Tovar y el español Carlos Villarias. En declaraciones a la prensa, Lucas calificó su actuación como un privilegio y honor, es un filme muy especial para mí, dijo.
La película es una versión del largometraje del estadounidense Tod Browning que protagonizó Bela Lugossi en los años 30, pero según los críticos, es superior a la original.
A unas horas de su estreno en el capitalino cine La Rampa, confesó que todavía da los toques a la música que interpretará. Cada vez que pongo algo para un filme, afirmó, la mitad es partitura, la otra improvisación.
Lucas es un apasionado del género fantástico y de horror desde hace décadas cuando acompañó con su guitarrista la cinta silente alemana Golem (1920), de Paul Wegener y Carl Boese.
Es mi género preferido, me encanta trabajar con obras de este tipo, expresó."Cuando trabajo en cintas de terror, soy como un mago tratando de hacer bailar a los espíritus", comentó.
Nominado varias veces a los Grammys, se definió como un creador anticuado, aunque en ocasiones bebe de lo más actual, y opinó que aprende de todas las culturas "porque la música puede hablar idiomas diferentes y es una forma de unificar al mundo".
Sobre sus planes señaló que aspira a continuar trabajando durante mucho tiempo, "la mejor manera de ser feliz". Amo la vida y aún me queda mucho para dar, concluyó.
Al rescate de un vampiro hispanoparlante
por Joel del Río
En los albores del cine sonoro, a los grandes estudios norteamericanos apenas les quedaron soluciones para continuar predominando en los mercados latinoamericanos. Los públicos estaban ansiosos por verse, y por escuchar hablar su propio idioma. En fechas contemporáneas con la creación de una infraestructura para el subtitulaje (no demasiado viable debido a las altas tasas de analfabetismo y a las incomodidades que presentaba el fondo blanco), de que predominara el doblaje al español, y de que los artistas latinos realizaran películas en foros norteamericanos habladas en su idioma (como algunas de las más famosas que filmara y cantara Carlos Gardel), Hollywood ideó el versionado al calco, con artistas latinos, de algunos títulos que se sabían importantes, comerciales, con el propósito de atraer las audiencias populosas de Ciudad México, Buenos Aires, La Habana o Caracas. Así de espurio y venal fue el origen del Drácula dirigido por George Melford, en 1931. Por el día trabajaba el equipo de Tod Browning rodando el clásico homónimo del cine de terror para la Universal, con Bela Lugosi en el papel titular, y en los mismos sets, por la noche, entraba el elenco hispanohablante a replicar un guióncasi idéntico, pero mucho más ampuloso, en la lengua de Cervantes.
Precisamente el descontrol histriónico, y la ampulosidad enfática de los diálogos, es el peor defecto imputable a esta versión hispana que, por momentos, logra remontar el vuelo del erotismo y la imaginación macabra más allá de la versión original, aunque las dos se inspiraron en la novela (1897) de Bram Stoker, y en las adaptaciones teatrales homónimas de Hamilton Deane John L. Balderston. No obstante, la versión latina se aparta en varios tópicos del «original» de Browning y crea, en algunos pasajes, sus propias soluciones dramáticas. En una época como la nuestra, cuando la originalidad y la autoría vienen a ser valores que perdieron hace tiempo su validez absoluta, ha sido rescatada en toda su plenitud esta rareza nacida del mimetismo, esta predecesora indiscutible de la inefable saga vampírica —bastante desconocida en Cuba y todavía vituperada por cierta prensa convencida, a estas alturas, de que el cine de autor es el único posible y valioso— que hizo furor en la cinematografía mexicana de los años sesenta de la mano de directores como Fernando Méndez o Alfonso Corona Blake, y que predice y supera los delirios kitsch de Jesús Franco.
Según se cuenta, la Drácula de segunda mano, la de Melford, fue concebida como vehículo de lucimiento para la mexicana Lupita Tovar por el productor Paul Kohner, quienconvenció al dirigente de la Universal, Carl Laemmle Jr. para apuntarse al mercado de las producciones en español. El éxito de la actriz mexicana en este Drácula debería impedir el regreso a su país natal, que se consumó de todas formas al año siguiente, cuando rodaría el melodrama paradigmático del cine latinoamericano en los años treinta: Santa, de 1932, dirigida por Antonio Moreno, sobre el original literario de Federico Gamboa. Pero antes de convertirse en una de las actrices hispanohablantes más populares del mundo, la Tovar dio vida a Eva (la Mina de Stoker), escoltada por el argentino Carlos Villarías, quien encarna rimbombantemente al conde transilvano, y Pablo Álvarez Rubio, que consigue uno de los mejores Renfields de la historia del cine.
Artesano imparable que estuvo dirigiendo películas industrialmente desde 1911 hasta 1946, Melford es recordado hoy, cuando surge su nombre, gracias a este Drácula cuyos exagerados diálogos en español pertenecen a Baltasar Fernánde Cué, en la misma línea de exageraciones y subrayados verbales que domina la versión anglosajona. Y si el Drácula hispano resiste perfectamente la comparación con el «original » de Browning (existían versiones previas del mito como una húngara, silente, de 1921, tal vez la primera vez que el cine versionó la novela de Stoker, y al año siguiente Friedrich Murnau realizó su inquietante Nosferatu, el vampiro), también permanece inconmovible ante las versiones de la productora británica Hamer, y es mucho más sencilla y morbosa que la intelectualizada aproximación de Werner Herzog y Klaus Kinski, o la romántica y recargada de Francis Ford Coppola y Gary Oldman. El itinerario del conde fantasmagórico, desde la muerte y en busca de su amada perdida, el recorrido asolador de Transilvania a Inglaterra, las numerosas estaciones que atraviesa esta historia inmortal, conocieron de laudable travesía en el Drácula de George Melford, que habla en español y preparó una andanada de pasionales mordeduras.