Yo noctámbula, ómnibus nocturno, personaje estrafalario a mi lado: todo de nuevo.
Pudiera ser mi protagonista pero se va antes de que me de tiempo a nada. Bajarme con él y perseguirlo hasta G-landia o junGla, y de paso tener el placer de la fauna completa ante mis ojos, es algo que está más allá de mi pensamiento y mis ganas ahora mismo.
La exposición es tentadora por atractiva aunque sin muchas variaciones. Edad y sexo indefinidos como todo lo demás. Ojos pintados, , mechón escurridizo discretamente caído sobre las pestañas. Guante a medio brazo, fucsia, sujeto con muñequera negra entorchada. Converses sin media. Calavera plateada en cadenita al cuello. Piercings en nariz, ceja, orejas y muy probablemente lengua. Pinta freak, maravillosamente andrógina, por qué no he de ser yo, envidia para todos los convencionales que van encima del P-cosa rodante en la ciudad ennegrecida por la escasa antiluminación, personitas insípidas comunes. ¿Podrán exhibirse así en horario clase, dentro mismo del aula? O será sólo disfraz de noche escabrosa y lluvia fría. Alguna -ah- vez fui así y lo dejé escapar como si nada. No voy a la G-jungla, me aventuro a la caza de un teléfono público, pobre opción desafortunada casiempre: como casi todo lo demás, si se les busca no aparecen. Garantizada desidia, mi depresión va in crescendo tan discreta como el seductor mechón de pelo de mi expersonaG perdido para nunca. Incómoda y lenta se me viene encima como el aguacero imparable que llega en pocas gotas gruesas y pesadas. La intento bajar con u trago de agua carbonatada y como no resulta me doy un buche de cerveza caliente de una lata olvidada en mi mano, abandonada desde antes del ómnibus P-cosa. Dejo la lata en una esquina al lado de un cometa de papel y de inmediato cae uno idéntico que va a parar al medio de la calle y vuela un poco más allá impulsado por un camionero desenfrenado. Los artilugios en hojas blancas de papel carta siguen cayendo en picada de algún balcón o ventana citadinos. Quiero asomarme a ver pero mi número da timbre y espero largamente a que nadie-levante-el-auricular-del-otro-lado. Cuando termino dándome por vencida ya han dejado de caer y todos los balcones y ventanas lucen iguales vacíos y apagados, tan tristes como la natanada reinante en esta ciudad ripio. Desando con el cohete en la mano y la cabeza en el piso. No sé adónde va mi historia ni mis pies ni mi incipiente angustia habanémica. Mi cuello es un pedazo de trapo inanimado: toda yo tengo un poco de títere sin hilos, autónomo pero sin espíritu vital, a tono con todo lo demás. Zombie despropósito arrastrando un gris infame alrededor de la ocre natanada espesa e inodora. De un mal gusto insoportable y ridículo como un gato mojado. La existencia y la ciudad me pesan tanto como el cuello en estas noches, lluviosas o no, que destiñen más el paisaje en su opacidad sin par. Al regreso una sombra conocida se escabulle por detrás de una columna descascarada. Es un amigo-zombie como yo que no quiere ser visto en semejantes parajes de inframundo.
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