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Adagio de Habanoni
Fotografías de Silvia Corbelle y Orlando Luis Pardo
mi habanemia
La Habana puede demostrar que es fiel a un estilo.
Sus fidelidades están en pie.
Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía ese ritmo.
Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico.
Tiene un ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones.
Tiene un destino y un ritmo.
Sus asimilaciones, sus exigencias de ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo.
Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria porque conoce su trágica perdurabilidad.
Ese ritmo -invariable lección desde las constelaciones pitagóricas-, nace de proporciones y medidas.
La Habana conserva todavía la medida humana.
El ser le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo terrible.
Lezama
El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos.
No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en la que la gente se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.
Lezama
desmontar la maquinaria
Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina: son los estados del deseo independientemente de toda interpretación.
La línea de fuga forma parte de la máquina (…) El problema no es ser libre sino encontrar una salida, o bien una entrada o un lado, una galería, una adyacencia.
Giles Deleuze / Felix Guattari
…podemos ofrecer el primer método para operar en nuestra circunstancia: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura podrá deslizarse, tal vez, el soplo del Espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación. Después, otra vez el silencio.
José Lezama Lima (La cantidad hechizada)
...
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir;
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.
La incoherencia es una gran señora.
Si tú me comprendieras me descomprenderías tú.
Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.
Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico.
Virgilio Piñera
(carta a Lezama)
ay
Las locuras no hay que provocarlas, constituyen el clima propio, intransferible. ¿Acaso la continuidad de la locura sincera, no constituye la esencia misma del milagro? Provocar la locura, no es acaso quedarnos con su oportunidad o su inoportunidad.
Lezama
#VJCuba pond5
Pingüino Elemental Cantando HareKrishna
o la eterna marcha de los pueblos victoriosos
luistrapaga paintings
Libertad para Danilo
Sep 1, 2008
aventura kamikaze y juicio papelazo
Mi “cómica” aventura tribunesca-tribulesca. Yo kamikaze.
quiero dejar las primeras impresiones así, sin mucho artilugio y mal redactadas, son posibles errores gramaticales u ortográficos, sin revisar, escritura apresurada para conservar la memoria fresca...así resultan más sinceras las palabras...
Después de pasar como pude los días sin conexión y sin dormir desde que Hebert diera la alerta del Gorki preso; el jueves decidí romper mi inercia luyanense y salir al concierto en la Tribuna Antimperialista, de Pablo Milanés y su pandilla, a donde nos disponíamos acudir “el entorno de PPR” a gritar ¡¡¡Gorki!!! con todas las de perder y ver qué pasaba.
Como no tenía internet estaba enterada a penas duras de los últimos acontecimientos y del documento que andaba por ahí, el cual firmé por teléfono Claudia mediante, dirigido a los artistas que se iban a presentar a la tarde noche en el susodicho protestódromo.
Un llamado a la conciencia que por supuesto no despertó ni movió el menor ápice de sentimientos entre gente tan vendida, irresponsable o desentendida en el mejor de los casos… ya nos enteramos luego de las posteriores declaraciones de Pablo y compañía de que el lugar representaba la consagración, dicho literalmente como lo tecleo, y que su carácter sobre todas las cosas antimperialistas lo consagraban al tocar en el sitio, y que cada día se sentía más revolucionario, sea lo que sea que haya querido decir con eso, porque de revolucionario (cambio profundo) nada tiene ninguna de las cosas que acostumbramos presenciar en este país, ciudad o celda colectiva.
Desde las siete de la noche se cantaba, justo llegando me recibía el estribillo sonero que decía algo así como tu ausencia no se siente y Pablito Milanés gritaba, ¡los cinco! para mi completa desazón. Las brigadas de militares y policías cubrían todos los rincones, triplicando el número de gente, aparentemente común, que asistía. Así pude anticipar que nada de lo que tuviéramos en mente funcionaría para nada. Y me resigné a escuchar sin ánimo las canciones archiconocidas esta vez haciéndose acompañar de Raúl Torres, Polito Ibáñez, Santiago Feliú, etcéteras.
Esperaba angustiada que Claudia, Elena, Hebert, Ciro, Claudio y Renai se acabaran de aparecer y terminé -a las 8 más o menos- sospechando que los habrían interceptado una cuadra antes de llegar a la Tribuna. Con mucho trabajo me pude abrir paso entre las gentes delanteras, detrás de las barandas que separaban a los invitados sentados debajo de la tarima del populacho de pie compacto y comprimido.
No los veía todavía pero me tropecé con dos o tres conocidos, uno de ellos Macho Rico, perdón, Reinaldo, el marido de Yoani, quien me dijo que todos estarían regados por ahí, que Yoani llegaba más tarde y que los que estaban concentrados eran los otros, los uniformados y no. Entonces decidí salir de entre la gente, porque cuando se está una sola entre el tumulto desconocido sin poder salir rápidamente lo menos por lo que me puede dar es por sentirme en extremo claustrofóbica, y más con la ansiedad grandísima que dominaba los espíritus amigos de Gorki desde que lo visualizábamos en una celda oscura de una Quinta unidad deprimente y subyugante.
Una vez fuera, me dio en cambio por ponerme en otras funciones; me acerqué a la parte donde entraban con un pase de papel los invitados y demás segurosos, jóvenes comunistas en su mayoría. Al primer intento de preguntarle a un hombre que se apuraba a entrar si le sobraba alguno de esos, para mi sorpresa enseguida me proporcionó el papel. Tan como si nada accedí al terreno enemigo. Antes había visto cómo no dejaban pasar a una mujer con sus dos niños por no tener los pases y a otra que parecía salida del Ministerio del Transporte le exigían quela credencial llevara su nombre o si no, no había ninguna posibilidad de que le dieran paso. Así, sin vacilación, en cuanto tuve el pase lo entregué y pasé la barrera limitada, a la zona caliente, me metí en la pata de los caballos.
Jóvenes militantes llenaban el lugar, sentados en el suelo, y la prensa, muchas cámaras, sacaba fotos todo el tiempo. Estuve merodeando de un lado a otro hasta que la seguridad me dijo que me tenía que sentar como todos los demás, decidí pasar al otro extremo, por donde parecía salir el elenco artístico.
Como era primera vez que me encontraba de ese lado no conocía nada. Unas escaleritas daban al escenario, más barandas las separaban de la gente. La seguridad andaba por todas partes: jóvenes con micrófonos y camisas por dentro. Para donde quiera que mirara ya habían unos ojos mirando lo mismo, el menor de mis movimientos era captado al segundo.
Mi nerviosismo crecía, mi claustrofobia empezaba a manifestarse en sudor frío y palidez.
Me asomé al público a ver si podía ver a mis amigos pero nada, sólo se veía un mar de banderitas ondulantes y una masa que coreaba y hacía una bulla capaz de disminuir a los veinte a lo mucho que pudiésemos ser entre tanta gente. Aunque gritasen con todas sus fuerzas no podrían escucharse ni remotamente allá arriba y nadie del escenario sobre todo notaría nada. Pensé que mi estrategia había sido posicionarme mejor para ver cuando llegaran o si ya andaban por ahí, pero me di cuenta de que una vez allá arriba no podría salir tan fácilmente. Me pregunté si tendría sentido al final mi presencia allí.
Las canciones eran un asco, justamente cantaba ahora David Blanco al teclado cantando en pop El punto guajiro de Celina González, algo para vomitar.
Cambié de sitio una vez más. Mi conducta no podía ser normal entre tantos cuadraditos, me imaginé que no sería muy complicado para ellos percatarse de mi presencia insólita porque era un ente completamente ajeno a todo aquello. Creo que por eso cuando por un extraño impulso saqué un papelito y pluma de mi bolso y me puse a escribir con letra exagerada una nota S.O.S. que decía más o menos que Gorki, joven músico miembro de la banda PPR permanecía preso injustamente desde el lunes pendiente de juicio por ejercer la libertad de expresión y llamaba a solidarizarse como músicos cubanos y declararse en contra de la injusticia… no mucho más alcanzaba a escribir… por eso no dilucidé el peligro acechante, que no era otro sino yo misma, como se me hizo conocer pasados unos minutos, cuando di con la vista de lejos con Aldo (de los Aldeanos) y supuse que lo más cómodo y conveniente era hacerle llegar el papelito-bomba a la novia, que venía de hablar con él, y justo cuando iba a interceptarla me interceptó a mí una manaza por los hombros. “Tiene que acompañarme”, secamente. “A dónde” exclamé en mi desconcierto mientras me declaraba ilusa incompetente.
Y del brazo me condujo a la zona limitada de donde salían los músicos, pronto supe que a Protocolo”. Lluvia de preguntas acosadoras: cómo había entrado, quién me había dejado pasar, yo no estaba autorizada a estar allí, tenía que salir o ser sacada por las fuerzas. A todas estas con mi papelito comprometedor todavía en la mano, el tipo me preguntaba qué tenía en él, y yo que no le interesaba, que había pasado como todo el mundo con un papelito que entregué en la puerta; el tipo que tenía que acompañarlo para “hablar” primero y después me tenían que sacar. Y yo que no, que lo único que quería hacer era terminar de ver el concierto, que por qué no podía y que de ninguna manera lo iba acompañar a ninguna parte sin una explicación. El tipo se veía muy nervioso, salía y me dejaba con un suplente idéntico, otro color de camisa, un rostro similar, mismo corte de pelo. Este me daba a entender que él mismo no entendía nada y su única función era retenerme y estar pendiente de mí.
Raúl Torres estaba muy cerca: a Raúl lo conocí días anteriores en casa de una amiga brasileña justamente muy cerca del lugar fatídico. Le dije “Raúl, mira, no me dejan estar aquí”. Raúl enseguida me abrazó y trató de persuadir al seguroso de que yo venía con él y en cualquier caso él respondía por mí, aquel decía que sin credencial no tenía permitido el acceso, Raúl se buscó una credencial en los bolsillos empinándose los restos del añejo siete años que quedaba en su vaso. Pensando que era un caso típico de fan colada en los conciertos siguió tratando de convencer al energúmeno que me dejara tranquila. Otro se apareció y dijo que yo tenía que estar precisamente tranquila y esto me lo decía más que una amenaza como una aseguración de que yo estaba dispuesta verdaderamente a hacer algo, cualquier cosa que fuera.
Me estaban dando el tratamiento de gente peligrosa, posible terrorista, aunque nunca se me pidió identidad ni revisaron mi bolso, que en algún momento se cayó y un policía fue a recogerlo y el otro lo detuvo, como una orientación a seguir y cumplir reglamentariamente.
Raúl se dio cuenta de que no podía ser posible tanto lío por mí, le decía al tipo que yo era músico también, que era una muchacha de lo más sana y qué pasaba conmigo. Alguien lo sacó al momento del medio y se lo llevó aparte. Me quedé nuevamente sin amparo. El encamisado de turno insistía en qué tenía que escoger, o lo acompañaba y “hablábamos” en privado, o me buscaba a dos policías para que me sacasen por la fuerza. Ninguna de las dos sugerencias me parecía lógicamente apropiada. Traté de ganar tiempo balbuceando alguna cosa.
No sabía en qué podía parar aquello. Entre lo ansiosa y asustada tenía mucha sed y pedí agua. Me dijeron que me la daban si los acababa de acompañar. Por qué no me la traían. Yo no iba a ninguna parte con nadie, permanecí en mis trece hasta que otro llegó y me puso, no me ofreció, me puso, un pomo de agua en la mano en lo que me pasaba por delante Haidée Milanés.
A Haidée sí la conocía desde hace varios años. Todo el que la trata conoce su dulzura y sencillez y sabe que es la persona más susceptible y vulnerable de este mundo. No pensé demasiado antes de pedirle que me socorriera, que me sacara de allí de alguna forma. Haidée venía mandada, a toda velocidad, me tomó la mano y no se detuvo. Por el pasillo hacia afuera por donde me habían pasado los de seguridad, me decía que saliéramos que quería escuchar la canción que sonaba. David Blanco, su novio, venía detrás. Uno de los orangutanes agitados corrió a detenerlo con un “Párala ahí, oye, dile que se pare”. Pero Haidée hizo caso omiso y le dijo al otro que ya venía detrás “déjame echarme el tema éste compadre”, a lo que el negrón espetó que tenía que respetar cuando se la mandara a parar y que no podía salir.
¡Para qué fue aquello! A Haidée Milanés se le subió la sangre a la cabeza y se puso mal. Muy mal. Fuera de sí empezó a manotear y a dar gritos histéricos contra el ultraje cometido. Lo que podía entendérsele más o menos en medio de los manotazos que daba a diestra y siniestra era que nadie tenía derecho a hablarle así ni a impedirle el paso, y nadie la podía maltratar de esa forma y que el tipo era un tremendo comepinga hijo de puta, entre otros muchos insultos chillados a voz en cuello. Vamos a ver, se supone que todavía tendría que hacer un que otro coro en el concierto, y la desgañitadera y la agitación no podían hacerle ningún bien. Además del caos que se había formado en un momentico, tal que yo había sido relegada a un segundo plano. Parecían haberme olvidado, pero no tenía escapatoria. Esto ocurría en la misma salida, y lo otro era retornar al área minada o convertirme en polvo mágicamente. Me limité a tratar de ayudar a calmar en lo posible a la pobre Haidée asumiendo toda culpa pero los de la seguridad salían ya a montones y la rodeaban y los metían a ella y a David en un cubículo como para borrar de momento el problema surgido. Desde dentro seguían saliendo gritos y David pedía agua y mi pomo ya estaba vacío y todo era un tremendo desorden de personas atónitas en medio de una situación al límite que nadie había planificado. Todo el mundo estaba muy alarmado, nadie sabía qué coño pasaba. Titubeé un momento frente a la puerta cerrada extra preocupada y me pregunté qué sería lo siguiente. De inmediato vendrían los eficientes contingentes y me sacarían a la fuerza.
Mi presencia era ridícula y se había convertido verdaderamente peligrosa.
Decidí jugarme el todo por el todo y medio confusa me encaminé al escenario, única salida posible que podía dilucidar, ¡quién ha visto!, ¡huir al escenario! - Libertad para Gorki, era lo único que pensaba a esas alturas poder decir, aunque en medio del estrépito instrumental mi vocecita sería acaso un murmullo perturbador y nada más-, pero inútilmente, porque subiendo el último peldaño de la escalera que llegaba a los micrófonos donde la otra hija de Pablo, Raúl Torres, y Kelvis Ochoa coreaban una de las últimas canciones, ya venía el segundo de los dos oficiales asignados a bajarme ipso facto y desandar la misma trayectoria. Casi bajé riéndome.
A todas estas calculo que al mismo tiempo molían a palos a Ciro, Emilio, Claudia, Hebert y Yoani, los seis tristes gatos que se habían atrevido a intentar abrir la sábana que rotulaba Gorki, que fue arrancada a jirones en el aire por la población enardecida que según Yoani sabía llaves de kárate, y repartía fuertes pomazos en su espalda y costado, como nueva técnica para no dejar morados. Tonfas espontáneas y espectaculares de las brigadas de respuesta rápida que ni siquiera habían prestado atención a lo que decía el letrero. A Emilio más tarde cuando lo cogieron junto al Ciro nadie se cuidó de no dejarle marcas, y al otro día su espalda estaba visiblemente hecha leña. Ciro se quejaba entre otras cosas de los halones de pelo que pudieron haberlo desnucado, incluso recordaba cómo uno de los salvajes utilizaba esta palabra para advertir al autor del atropello. Ciro se preocupaba más de haber perdido pelo. Quiso decirles incluso que “el pelo no, por favor”, pero se contuvo. En la comisaría de 21 y Ciro fue interrogado por un “biógrafo” que le hizo preguntas tontas de su vida personal y de sus canciones. Después de medianoche y de una golpiza invisible Ciro es custodiado hasta su casa.
(Pero bueno, esta otra historia se reproduce en las noticias frescas que ya todos hemos leído y más tarde pienso postear en fotos)
Una vez en el lugar de origen finalmente me tuve que resignar a acompañar a los azulitos al cubículo de interrogatorio. Una silla giratoria donde me señalaron me sentase, una mesa, un teléfono y ellos dos mirando al piso. Uno me dijo que ahora lo que hacía falta era que estuviera calmada, sobre todas las cosas. Yo pensé que más calmada y fría no podría haber sido, al parecer temían que me pusiera a dar otro escándalo tipo Haidée Milanés, como que tenía todo el derecho, pero mi temperamento era diferente y así lo dejé saber. Dijo que en su momento, para usar su verborrea incómoda, se me iban a dar todas las explicaciones pertinentes. Cosa nunca cierta. Y mutis hasta que les orientaron sustituirse por dos muchachas que parecían acabadas de salir de la facultad de sociología de la UH. Los últimos veinte minutos que le quedaban al concierto me los pasé en su compañía, con otros camisas por dentro detrás de la puerta por si acaso. Hablaron con falsedad del estado del tiempo, de lo bonito que había estado el concierto, una dijo que nada más había visto a Omara Portuondo, y trató de reproducir sin éxito la frase que le dijera al público cuando terminaron de cantar “Ámame como soy”, yo sí lo había visto y sabía exactamente qué era lo que había dicho.
Estas muchachitas trataban de posar como amiguitas y con la sonrisa más forzada me miraron a los ojos un momento y me preguntaron si me había gustado el concierto. Yo nunca había tenido al cinismo tan cerca mío. De hecho nunca antes había sido retenida y custodiada por la seguridad, sintiendo más el miedo de su parte que de la mía. Pero mi semblante permanecía inalterable. Con la mayor tranquilidad les pregunté si podía ir al baño, ya que el concierto parecía haber terminado y no entendía por qué me hacían permanecer allí en ese caso.
Dijeron no tener idea. Del baño nada. Al poco rato entró el confianzudo de turno, el sicológico. Me preguntó informalmente cómo me llamaba, si había venido con alguien y que me iban a acompañar hasta mi casa porque según una de las muchachas lo más era lo más apropiado ya que pasaban de las diez y media de la noche. Ni reproché nada. Dije que muy bien, que me dieran la botella, qué buenos eran, hasta casa de una amiga, no muy lejos. Pregunté cómo estaba Haidée y hizo saber que a los pocos minutos de la crisis, ésta había sido superada y David se la había llevado afuera. No pregunté más nada. Cogí mi bolso y me dispuse a salir.
Afuera quedaban músicos. Recuerdo la mirada interrogante y curiosa de Santiago Feliú, por ejemplo.
Cuando fui custodiada por el sujeto en cuestión me preguntó con hipocresía qué era lo que había pasado, para que le diera mi versión del asunto. “¿A mí me preguntas que pasó?” Le tuteé con descaro a esas alturas. Con toda naturalidad agregué sólo que yo misma no sabía lo que había pasado. A mi entender, yo no podía estar ahí porque no tenía credencial y que un tipo había maltratado a mi amiga y ésta se había puesto mal. Nada más. Entre otras cosas trató de sacarme dónde vivía y puso énfasis en qué estaba haciendo, si estudiaba, qué estudiaba. I
Aseguró conocerme de alguna parte. Qué amigable. Casi flirteó diciendo que le recordaba a una actriz europea.
Durante el camino en el ignominioso lada, al lado de las compañeritas chivatonas destacadas de antes en el cubículo, que habían aparecido ahí dentro como por arte de magia, el tipo me trataba de convencer, persuadir, fue exactamente la palabra que utilizara, de que yo los tenía que entender. ¿?. (Qué coño tenía que entenderles) Que por ahí por el mundo muchos jóvenes de apariencia pacífica como la mía se armaban de valor y se llenaban de bombas, dijo literalmente esto, lo juro, y que en un caso como este, yo tenía que entender también la parte de ellos: en un concierto así había que tener un mínimo de seguridad.¡!. (Había más de mil policías por lo menos) En fin, que tratara de tranquilizarme porque no había pasado nada después de todo conmigo. Yo me limité a mirar por la ventanilla dando por concluida mi parte en la conversación. Las muchachas reprodujeron la charla que habían tenido cuando me estaban vigilando en el cubículo del protestódromo, palabra por palabra. Increíble.
Cuando llegamos a casa de mi amiga el tipo se bajó primero, me abrió la puerta que tenía seguro puesto - era como una patrulla camuflada- y me despidió con la certeza-advertencia tácita de que todo estuviera bien. Y en quietud.
Respiré. Me apuré a dejar atrás la calle. Magdalena me esperaba con una máscara blanca que daba escalofríos después de todo. Le conté todo con emoción y salimos a G y 23 a tomar algo. Las parejas de policías rodeaban todas las esquinas. Represión para los frikis, es algo bien común, pero entonces me pareció excesivo.
Todo transcurrió sin males mayores, pero no pude dormir. Soñaba con el Gorki muy serio y muy lejos y sentía ruidos extraños en el aire acondicionado de la habitación de Magda, donde desde la ventana de vez en cuando pasaba una que otra aparición chinesca de un gato travieso que semejaba perfectamente la sombra de un corrupto instalador de micrófonos.
Los que me conocen saben que yo no puedo despertarme temprano. Al otro día estaba de pie a las siete y media, con tiempo justo para irnos raudas y veloces al juicio de Gorki.
***
Una vez en 5ta y 94, a las 9 menos cinco en la esquina de un cinecito destartalado con un nombre fuera de lugar, podíamos apreciar cómo iban llenándose las esquinas y toda la cuadra de “quebrantahuesos”, como los bautizara la propia Yoani en la anterior jornada: contingentes altamente preparados que no necesitan armas ni cosa alguna más que sus llaves especializadas para neutralizar cualquier situación inconveniente o fuera de control con unos golpes contundentes.
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Unos amigos no pudieron siquiera pasar a la cuadra en cuestión ya pasadas las 9am, hora oficial anunciada por el tribunal; lo mismo le pasó a mi hermana Liz y a Nailé un poco más tarde. Tenían movilizados a un montón de gente. La calle –llena de baches por demás- era una pasarela de tráfico Cimex, Etecsa, y demás compañías gubernamentales, todos los vehículos habidos y por haber se paseaban ante nuestros ojos cada tres minutos.
Las horas pasaban lentas y el juicio se retrasaba.
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Frente al Tribunal Municipal Popular de Playa se reunía desde muy temprano gran parte de la prensa internacional residente en nuestro país y algunos diplomáticos extranjeros, además de Elizardo Sánchez, de la comisión de Derechos Humanos y Yoani Sánchez, la popular bloguera y amiga. Los demás éramos amigos. Las cámaras estaban montadas y sólo cabía esperar hasta que les diera la gana a los que supuestamente debían responder ante el papá de Gorki por lo menos. No faltaban los segurosos también con cámaras y hasta gente del ICRT equiparada.(Televisión cubana: ¿saldremos alguno de estos días como compañeritos desafectos merendando y riendo despreocupados en la mesa redonda programada para el caso Gorki? -se pregunta Yoani cuando ve una cámara dispuesta justo frente a nuestras narices.)
La dilatación prolongada empieza a mermar la cantidad inicial de personas asistentes, unos porque tienen que trabajar o asuntos personales que resolver. Todos concuerdan en que este es el principal propósito del alarmante retraso, limpiar un poco el terreno, que por cansancio se vacíe la congregación. Hay quien sospecha que no va a haber juicio, pero el abogado asignado ya le ha dicho a Luis, el padre, que sí, lo que después de las dos, en la sesión de la tarde. Así y todo los amigos persistimos en no movernos del lugar. Dan la una. Dan las dos.
Nuestra campaña deviene acampada con todos tirados nosotros en la yerba de la acera de enfrente, donde se conversa, se lee, se tira fotos, se toman refrescos y se comen bizcochos de una vendedora sorprendida por tanta venta y concurrencia inusuales; vendedora que más tarde no querrá aproximarse demasiado y dará su mercancía de rositas de maíz y bizcochos a un posible marido-seguroso igual que la venderá únicamente en la esquina.
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Hay otros personajes estrafalarios sospechosos que no dejan de dar vueltas. Una supuesta vendedora de café, o chivatona combatiente federada, medio bizca y en una bicicleta con techito y pedales de mano. Un mulato que Yoani identificó sin mucha dificultad como un quebrantahuesos del día anterior, al que después le iba a sugerir que se cambiase la camisita; un negrón masón con más pinta de bodeguero que de otra cosa, uno vestido de blanco que cada cierto tiempo le da un toque de ánimo en el hombro al Ciro y le desea Suerte, compadre… y poripallá, como diría Gorki.
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Desde el lunes, todos estábamos bastante mal. Hebert llevaba la barba crecida y parecía un borracho trasnochado, Ciro estaba con unas ojeras tremendas y se quejaba de la golpiza entre burlas pero se le veía tristón, en parte por el retraso de la grabación con La Babosa Azul, le empingaba que pudieran paralizar el trabajo de la gente. Claudia era la más optimista en cuanto al juicio pero durante la semana no había quién pudiera hablar con ella por teléfono por la incongruencia y la intriga que formaba; Yo en mi casita en Luyanó, cayéndose a pedazos como la Habana toda, pasando como podía las horas sin internet y tratando de dormir y de terminarme El idiota, de Claudia, a resguardo en las ruinas que esperaban con angustia a la otra G, el prontamente huracán Gustav, ahora nada más que tormenta tropical. Renai ya no tenía uñas que comerse, el sol se le transparentaba por los pómulos y yacía en la yerba sólo a medias, una parte de él permanecía ajena y bastante lejos. Del padre de Gorki ni hablar. Abatido y cansado se nos acercaba y nos decía que escribiésemos bastante, diez cuartillas, que dejásemos de escribir. Detrás de su aparente tranquilidad se oculta la desazón que nos asiste a todos.
Mucha adrenalina y no menos incertidumbre.
La calle es un escenario mediocre. Carros parqueados que dificultan la mucha circulación. Hay un ensayo general. Llega una patrulla y las cámaras se le abalanzan. Bajan a un muchacho esposado y desconcertado. Lo sacan al minuto y las cámaras vuelven a alistarse. El muchacho se apresta a decirles “pa que vean, que ahí meten a la gente por gusto”. Y bueno, de qué hablamos aquí, por qué Gorki está preso, después de todo. Un antisocial no encaja con un artista y trabajador de 15 años laborables para la serigráfica del ICAIC. Un padre además de una hermosa niña de diez años que asistirá todos los días al mediocrísimo curso escolar venidero, donde las maestras emergentes parecen más trabajadoras sexuales que educadoras.
“Peligrosidad social predelictiva”, así de eufemístico es el cargo que le acuñan, tan ridículo que ni el Microsoft Word Ofice lo reconoce. Quiere decir que no es un criminal, todavía. Más tarde o más temprano pudiera serlo. Que más da, perfectamente. ¿Cargos insuficientes, procedimiento impropio? Quién se preocupa por atender bien y legalmente a un tipo que no vota y hace canciones contrarrevolucionarias, y además le cae mal de gratis a la presidenta de CDR (Comités de Desfachatez Raticida o racionalizada.)
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A la altura de las cinco de la tarde ni Gorki ni el expediente aparecían ni en pintura. El abogado dice que sí, que el juicio se va a celebrar en cuanto aparezca el expediente. Padre, amigos, prensa y chismosos habituales continuamos esperando con total desánimo. Ya el sol ha tostado nuestros rostros y el agua que deja entrever el bueno de Gustav nos ha quitado un poco el calor del cuerpo. El momento crucial debería acercarse. Llaman al padre que a su vez llama a Ciro que busca a la esposa de Elizardo. Los tres esperan más cerca del tribunal. Las cámaras acechan. Un oficial informa que hay que mantenerse a distancia de 150 m de la entrada. El expediente llega. Y en nada aparece la patrulla que finalmente transporta a Gorki, lo bajan a millón y no le deja ver mucho o casi nada el rostro, cuando lo van a entrar Gorki, que sido recibido con aplausos y gritos nos dice algo que nadie entiende. Alguien dice que está más flaco, que la barba tiene luce más canas de la cuenta. Ya la esposa de Elizardo me había comentado del estado impresentable que presentaba el miércoles cuando ella lo visitara en la cárcel. La emoción es fuerte. Las esperanzas se recuperan algo.
Después de pocos minutos nos ponemos en fila para que nos cacheen y recojan nuestras identificaciones personales y revisen nuestros efectos. Tiene un detector de metales que en los juicios anteriores aparentemente no utilizaron. Ls mala costumbre de salir sin el carné a la calle me mantiene en espera unos minutos mientras van entrando los amigos de a uno. A la suma de diez se detiene el paso, y el oficial informa con voz muy queda y formal que la sala carece de capacidad y más nadie puede pasar. Así que me quedo fuera. Pensando si no sería una suerte evitarme oír las barbaridades que podrían decirse dentro, esperando lo mejor con la peor de las angustias.olpl
Afuera nos quedamos Claudio, (fotógrafo oficial de PPR esta vez también en calidad de camarógrafo documentalista),Dagne su novia, dos amigos más, OLPL, Silvita, y Renai, como yo por indocumentado.
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De nuevo la espera. A las seis entraban los que alcanzaron a hacerlo. El juicio demoró media hora en comenzar. Tiempo que aprovecharon para compartir impresiones con Gorki Ciro, Hebert, Claudia y Javier, otro amigo camarógrafo. Entre risas a Gorki le cambió el semblante apesadumbrado y se liberaron tensiones. Gorki contaba cómo lo habían llevado diciendo por los radio que cerraran la calle, así que no se esperara que hubiese nadie, y mucho menos ningún recibimiento caluroso.
De los cinco bancos que habían en la estrecha y calurosa salita que consistía el tribunal, los dos últimos estaban ocupados por gente del caso siguiente, que a la pregunta de qué hacían en este juicio respondían que era libre y como tal podían asistir. En el primer banco estaban Gorki y los dos oficiales que lo custodiaban. Detrás el padre y el abogado a un extremo. El tribunal, una mesa con tres sillas, eran dos viejos y una mulata, que era la consejera, una especie de guía. Primero entró el abogado, después la mecanógrafa o copista y por último la fiscal. Una mujer de facciones y gestos duros. Mandó a parar a todo el mundo y dio comienzo al juicio.
El lenguaje que se manejó a partir de ese momento fue técnico y estrictamente formal. Aunque se dijo que no tenían preparación profesional suficiente, fue claramente un juicio más o menos correcto. Si bien no menos ridículo.
La fiscal llama al primer testigo que es el jefe del sector. Se le notaban las manos temblorosas por detrás de la espalda. El tipo estuvo nervioso hasta el final. Dijo que era jefe del sector desde abril del 2007, y dijo haber hecho 4 advertencias a Gorki por los ensayos ruidosos que molestaban a los vecinos.
Dijo además que le habían buscado un local de ensayo y que el acusado no había aceptado la propuesta. Lo que no dijo fue que era a mil pesos mensuales, el cine Metropolitan, que después Gorki declara sin condiciones para ensayar, sin mencionar los mil pesos. Nadie dice que la Dirección Municipal en esos casos tiene que buscar un lugar gratis.
Lugo vienen los otros dos testigos. Policías. Uno pudiera ser el delegado. Responde demasiado rápido a golpe de “positivo”, negativo” y “correcto”, como si supiera de memoria las respuestas a dar antes de que le formularan las preguntas. Las preguntas son: cuántas veces se advirtió al acusado y cómo reaccionó.
El tipo dice que se le hizo una citación legal.
Después entra en escena la famosa presidenta del CDR. Que vive a una cuadra y media de Gorki. Dice ser presidenta desde hace 18 años y conocer al acusado desde hace20.
Indecisa a la pregunta de cómo es la actitud del ciudadano, responde que no está integrado ni vinculado a las actividades del CDR y que ella habla en nombre de la comunidad que no puede vivir perturbada por el ruido de los ensayos varias veces a la semana.
No se manejan términos como “contrarrevolucionario”, “gusano” o “mal influenciado”. Son palabras que parecieran querérsele salir de la garganta pero se las tiene que atragantar.
El cargo se había cambiado mágica e inesperadamente de “peligrosidad predelictiva” a “desobediencia” ante la ley.
Se le pregunta a Gorki si quiere declararse libremente o prefiere responder preguntas. Gorki declara libremente. Su declaración es breve, concisa y lúcida. “Ensayamos 1 solo día a la semana, dos horas a la tarde después de almuerzo.” (Para callar las mentiras expuestas…) El local propuesto no tenía condiciones. Se había hecho una recogida de firmas que debía estar en manos del jefe de sector con los vecinos del edificio que decían no tener quejas de los ensayos. Después de un tiempo el grupo decidió interrumpir los ensayos por el momento. (Para rematar)
La fiscal le pregunta si antes ha sido enjuiciado. Sale lo de la condena de cinco años, reducida a 2 por buena conducta por tráfico de drogas.
Se dice que lo que se hizo con Gorki fue un trabajo preventivo, educativo y profiláctico a modo personal, que no había desacato si no había sido presentado ningún documento legal de la autoridad a firmar, ni desobediencia porque hasta ahora ensayar no es un delito, ni el ruido un crimen, declara el abogado.
La principal del tribunal regaña en dos ocasiones a Elizardo Sánchez que se la pasa hablando con su mujer. Se porta infantilmente y fuera de lugar.
Después de la declaración del abogado viene el receso de deliberación.
Diez minutos a lo sumo, y ya serían las siete de la noche.
Entonces la fiscal sentencia por perturbación, por el código tal y tal, se le condena al acusado a pagar una multa de 300 pesos en cuota de a dos, a la que podrá apelar en tres días hábiles.
Bulla de los amigos que es rápidamente silenciada por el látigo de la fiscal que no declara concluido el juicio.
Finalmente el jefe de sector se queda persuadiendo al padre y a Gorki de los peligros que acechan en una comunidad, tratando de congraciarse luego del susto pasado.
Todos consideran el juicio un papelazo total, muchos dicen haber sentido el miedo al otro y no ya el propio miedo, tan común en nuestra sociedad marcada por un terrorismo de Estado.
Hasta aquí el juicio. Felizmente para los que estamos fuera vemos salir con caras radiantes a los amigos. Luis y Gorki tardaron más. La prensa pensaba que iban a dejar a Gorki prestar declaraciones pero nada de eso, tal como entró lo sacaron volando directamente al interior de la patrulla de vuelta a la lúgubre Quinta a recoger las pertenencias y a ser custodiado hasta la casa. Nuevamente aplausos y gritos de GORKI y flashazos en la ventanilla. Gorki reía despejado. A Luis lo llevó Elilzardo en su carro. La prensa se disipó al momento. Los carros salían de todos los recovecos de la cuadra y demás manzanas circundantes. Salimos en grupo numeroso por 5ta Avenida. El huracán que nos sorprendía al final era la alegría y el gran alivio de poder respirar tranquilamente y reírnos tanto después de la tensión sufrida. Reparador fue el sueño que tuvimos esa noche, en espera de Gustav, que arremetió en la noche por Pinar del Río y dejó a Ciudad de La Habana sin teléfono, luz, gas y agua durante muchas horas hasta el domingo. Un descanso merecido.
Cuando llegamos a casa de los Águila, Luis dejó bien claro que el relajito tenía que acabarse porque a su hijo lo querían joder de todas formas. El viejo no dejaba de tener razón pero siempre ha sido un regañadientes y no le hicimos mucho caso, le hicimos entender que nos caía mejor en calidad de padre preocupado y buena gente que había sido los días anteriores.
Después que Gorki se bañó, se afeitó y salió como nuevo –me hubiera gustado detenerme un poco más en las condiciones reales de antes, que no pude apreciar del todo por quedarme fuera del juicio-, nos contó que nunca se hubiese imaginado que los periodistas harían tanta presión, ni la rapidez con que se había actuado. Que no sabía si pagar o apelar y que en su estancia en la Quinta un babalao le había pasado su delito de desobediencia -por pelea doméstica- tocándolo en el hombro y asegurándole que iba a salir el viernes. Y Gorki lo había interpretado como maligno o diabólico sin sospechar que todo se solucionaría tan bien. Lo mismo podía amanecer el sábado en el Combinado, que era donde le decían que estaban mandando a los casos de peligrosidad. Lucía desorientado y feliz. Irreal.
Le contamos la campaña de Gorki free, los sitios colapsados en internet por la asiduidad, los buzones llenos, los doscientos dólares recolectados entre amigos en menos de un día para pagar el abogado.
Nos relató el desprecio que sentía por la presidenta del CDR, la tal Heidi, que para colmo es profesora de Estudios Cubanos en la facultad de audiovisuales del ISA, y cuyo hijo meses anteriores había amenazado matar a Luis en la cola para sacar agua de una pipa, con una calibre 45. Asombro general. Asco general.
Después de una sesión de fotos de Claudio, Leandro, y OLPL de ocasión, nos despedimos. Yo le obsequié a Gorki mi papelito ingenuo inofensivo de la jornada anterior, y lo abracé con gusto. Nos preguntó si habíamos ido a la playa. Las diez horas que estuvimos esperando habían dejado estragos. Nuestras caras estaban rojas como tomates.
El final de la noche fue el regreso con un taxista loquito que manejaba a descontrol y decía que Napoleón le había donado la frase DIVIDE Y VENCERÁS a nuestro Fifo y cuando subíamos por G gritó GORKI con Yoani, divertidos, a la frikilandia estupefacta.
Los locos se solidarizan unos con otros.
Los locos buenos.
foto OLPL
olpl
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beso...
lia
"Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.
Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico"
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