Estoy superando las lesiones físicas derivadas del secuestro del viernes pasado. Los moretones van cediendo y ahora mismo lo que más me molesta es un dolor punzante en la zona lumbar que me obliga a usar una muleta. Anoche fui al policlínico y me han puesto un tratamiento contra el dolor y la inflamación. Nada que mi juventud y mi buena salud no puedan superar. Afortunadamente, el golpe que me di cuando pusieron mi cara contra el piso del auto no ha afectado mi ojo, sino solamente el pómulo y las cejas. Espero estar recuperada en pocos días.
Miro mi nuca.
No ha sido nada.
Un cinturón de petequias por la demasiada fuerza de un efebo oficial y acaso por mi mala coagulación.
Miro mi nuca en un jpg.
Según se interprete, es insultante o interesante de contar.
En el principio no fue el Verbum, sino la Barbariem.
Violencia extra-verbal a pulso.
Caminar en El Vedado será a partir de hoy una experiencia extrema.
La Avenida de los Presidentes remitirá ahora a una prisión post-principesca.
En segundos, Yoani y yo estábamos de brazos torcidos dentro de un auto importado desde nuestra Madrastra Patria: China.
Mi cabeza contra la alfombra del carro y Yoani casi de patas arriba.
No pude verla, la identifiqué porque no se callaba ni maniatada.
En segundos, la oí gritar con la vehemencia del ser más libre del planeta.
Tenía una rodilla de macho cubano clavada en el pecho y todavía los increpaba.
En segundos, de esa energía chupé fuerzas para sostener un poco mi voz.
Me dijeron que le dijera a Yoani que se callara.
Esa frase, pronunciada por tres desconocidos a nombre del Estado Cubano, resume toda la escenografía obsoleta y obscena de este país:
Díganle a Yoani que se calle.
Díganle a Yoani que se calle.
Díganle a Yoani que se calle.
En segundos, nos depositaron despóticamente en una esquina que confundí con el patio interior de un barracón.
Yo estaba mareado.
Sentí asco, tuve ganas de vomitar.
No podía mover el cuello.
Abracé a Yoani (antes nunca lo había hecho).
Empezó a sollozar.
La mujer más grande de Cuba parecía una niñita de cero años.
Porque Yoani es eso: el futuro de Cuba cristalizado sobre un esqueleto frágil e irrefrenable.
La besé en la cabeza. Su pelo tironeado con odio olía a la libertad.
Una.
Dos.
Diez.
Incontables veces besé su cabeza sin edad.
Pero nunca le dije que se callara.
Pero nunca le dije que se callara.
Pero nunca le dije que se callara.
Orlando Luis Pardo
La Habana
Prefiero víctima que verdugo
No quería escribir, mi paranoia me decía que debía esperar a estar otra vez en mis cabales. Estas últimas 48 horas he estado irascible, hiriente, histérica, comprensiva, maternal y con instintos asesinos… he querido matar y he querido salvar. Me he sentido agradecida hacia la policía por protegerme de la seguridad del estado y he querido arrasar con ese cuerpo que responde ante las órdenes de desconocidos. He deseado estar en el cuerpo de Yoani y sufrir el dolor, me he sentido merecedora de piñazos o digna de liderar el Juicio Final. Me he imaginado capaz de taladrarle la cabeza a los que golpearon el viernes a Yoani y a Orlando y a mí no, y me he preguntado por qué. He perdonado y he vuelto a juzgar.
He sentido la culpa y he culpado, me he preguntado tantas cosas que no me da tiempo a responderme. Traté de reconstruir los hechos dos millones de veces pero creo que las lagunas son cada vez peores. No recuerdo qué twittié de la patrulla, no sé si el primer twitt fue cuando me agarraba con fervor de la cintura de Yoani o cuando veía sus piernas colgando del carro negro de la seguridad. No recuerdo si llamé, si no llamé, a quién llamé. No evoco ni siquiera la cara del seguroso que iba a mi lado. Lo que sé es que aguantaba las ganas de vomitar todo el tiempo, me arrepiento de no haberle echado todo el café que tenía en el estómago a mi represor encima…en ese momento trataba de parecer fuerte.
Una amiga escritora me dijo: Para qué esperas, cada vez que escribes te desdoblas, no hay nada que puedas ocultar. Tiene razón, da igual que lo sepan: la brutalidad me confunde, el abuso me da ganas de llorar, la injusticia me descoloca y he tenido que luchar estas últimas horas con un Odio profundo que me quiere colmar.
Una sola imagen me libera, imagino el diálogo del quebrantahuesos con su hijo:
- Papá, ¿qué te enseñaron en la academia?
- Me enseñaron a dar golpes muy duro sin que quedaran marcas.
Entonces se me acaba la furia y la roña, porque una profesión tan ruin y deleznable, no despierta ningún sentimiento en mí.
Madre mía Lia, ya no sé que decir... muchas veces, a lo largo de la semana, me acuerdo mucho de vosotros... de vez en cuando, cuando os leo, temo mucho por lo que os pueda ocurrir (no soy tan valiente) en manos de esa gentuza... al mismo tiempo os admiro mucho por el arrojo que tenéis...
ReplyDeleteMuchos animos, mucho carino, todo el apoyo mis queridos amigos (¿puedo decir "amigos"?) cubanos.
Fuera de Cuba también os sigue gente.
Besos y abrazos