BAHÍA DE LA HABANA
Al pie de las murallas
el aire tartamudo
desliza sus sirenas,
plata mansa sin hoy
mana sus lunares
entre lunas cansadas
sin balcones. ¿Qué será,
qué será? Bajo el arco
y pestañas, la tarde,
-codorniz de Ceilán-
rompe en flechas sus colores.
Descuidas las islas
pie ligero y concha reciente,
de sonrisas y flautas,
sobre faldas tan lindas
pasajeros con cintas
y mañanas redondas!
Verdinegros incógnitos
los celos de la noche
¿Qué será, qué será?
El alfiler del rocío
redobles del aire tierno,
se extingue en ay, ay, ay, ay.
La sorpresa de la rosa en el agua,
vida entre vidas,
la rechazan las olas
con heridas sin gritos.
Las estrellas se mecen
al compás que no existe
del agua amanecida,
y así puede mecer
a los niños de Arabia,
con heridas y gritos.
Y loca entre balcones
la tarde recurvando,
empina entre algodones
su voz que ni se escucha
perdida entre latidos:
¿Qué será, qué será?
Abril 1934
UNA FRAGATA, CON LAS VELAS DESPLEGADAS, GIRA GOLPEADA POR LA TEMPESTAD, HASTA INSERTARSE EN UN CÍRCULO TRANSPARENTE, AZUL INALTERABLE, EN EL LENTO CUADRICULADO DE UN PRISMÁTICO
Las velas se vuelven
picoteadas por un dogo de niebla.
Giran hasta el guiñapo,
donde el gran viento les busca las hilachas.
Empieza a volver el círculo
de aullidos penetrantes,
los nombres se borran, un pedazo
de madera ablandada por las aguas,
contornea el sexo dormilón del alcatraz.
La proa fabrica un abismo
para que el gran viento le muerda los huesos.
Crecen los huesos abismados,
las arenas calientan
las piedras del cuerpo en su sueño
y los huevos con el reloj central.
El alción se envuelve en las velas,
entra y sale en la blasfemia neblinosa.
Parece con su pico
impulsar la rotación de la fragata.
Gira el barco hacia el centro
del guiñapo de seda. Sopladas desde abajo
las velas se despedazan
en la blancura transparente del oleaje.
Una fragata
con todas sus velas presuntuosas,
gira golpeada por un grotesco Eolo,
hasta anclarse en un círculo,
azul inalterable con bordes amarillos,
en el lente cuadriculado de un prismático.
Allí se ve una fingida transparencia,
la fragata, amigada con el viento,
se desliza sobre un cordel de seda.
Los pájaros descansan
en el cobre tibio de la proa,
uno de ellos, el más provocativo,
aletea y canta.
Encantada cola de delfín
muestra la torrecilla en su creciente.
Hoy es un grabado
en el tenebrario de un aula nocturna.
Cuando se tachan las luces
comienza de nuevo su combate sin saciarse,
entre el dogo de nieblas y la blancura
desesperadamente sucesiva del oleaje.
Abril y 1971
EL PUERTO
(El puerto para aludir al hombre y al toro saliendo. Para trazar las apariencias con esencias, se inscriben la madre, la esposa y el hijo. Sale de la aldea de su madre para hacer letras armadas, para caer en otra aldea donde sus deseos inflan la arcilla, pero de allí también se huye al no preocuparle la criatura ni la rumia de la noche placentaria, sino la suerte de su penetración. En una noche portuaria con soltura de oportos y guitarreos, el maduro es tocado por alguien que se quiere colgar como de su sangre, pero sin preocuparse de aciertos, continúa su trecho más penetrador, buscando un cuero más duro, una piel imposible. De regreso, el fuego devoró a su madre, donde su madre podía haberlo devorado a él. Un breve rodeo para no encontrarse con la posibilidad de la esposa [el principio formal]. Queda ciego y casi ciego. Los dos guardianes dialogan sobre la excepción del Jorobado. Decide ir a las Países Bajos, para escaparse de las hechicerías y súcubos que han puesto tienda hasta en la Vasconia, para ver como un buey, guerrear, discutir y pasar. Allí se ata con mujer protestante, pero ella se desata. Ella y sus dos hijas lo atosigan. En los tres días de agonía, mientras el veneno lo nutre con aguas malas, el maduro desinfla a su mujer y la ve como madre [el retrato ovalado]. La hija le apetece entonces como mujer, y su carne, en el segundo día de agonía, cuando ya empieza a inmovilizarse, balbucea un lenguaje como el hongo de la muerte en su lengua. En el tercer día de agonía, cree poder interpretar a su hijo que se acerca en el amarillento tinte rosa de la hija de la protestante.)
EL PUERTO
Como una giba que ha muerto envenenada
el mar quiere decirnos ¿cenará conmigo esta noche?
Sentado sobre ese mantel quiere rehusar,
su cabeza no declina el vaivén
de un oleaje que va plegando la orquesta
que sabe colocarse detrás de un árbol o del hombre despedido
por la misma pregunta entornada en la adolescencia.
Un cordel apretado en seguimiento de una roca que fija;
el cordel atensado como una espalda cuando alguien la pisa,
une el barco cambiado de colores con la orilla nocharniega:
un sapo pinchado en su centro, un escualo que se pega con una encina submarina.
La rata pasea por el cordel su oído con un recado.
Un fuego suena en parábola y un ave cae;
el adolescente une en punta el final del fuego
con su chaqueta carmesí, en reflejos dos puntos finales tragicómicos.
La presa cae en el mar o en la cubierta como un sombrero
caído con una piedra encubierta, con una piedra.
Su índice traza, un fuego pega en parábola.
La misma sonrisa ha caído como una medusa en su chaqueta carmesí.
El alción, el paje y el barco mastican su concéntrico.
El litoral y los dientes del marino ejecutan
una oblea paradisíaca para la blancura que puede
enemistarse con el papel traspasado por aquél a otro más cercano.
El barco borra el patio y el traspatio, el fanal es su máscara.
Se quita la máscara, y entonces el fanal.
Se apaga el fanal, pero la máscara explora con una profunda banalidad.
Entra el aceite muerto, los verdinegros alimentos de altamar,
a una bodega para alcanzar la mediada vivaz como un ojo paquidermo.
Como una pena seminal los hombres hispanos y los toros penosos
recuestan su peso en la bodega con los alimentos que alcanzan una medida.
Al atravesar ese hombre hispano y ese toro penoso revientan su concéntrico.
Un fuego pega en parábola y el halcón cae,
pero en la bodega del barco ha hundido lo concéntrico oscuro, penoso,
lo mesurable enmascarado que aleja con un hilo lo que recoge con un hilo.
RESISTENCIA
La resistencia tiene que destruir siempre al acto y a la potencia que reclaman la antítesis de la dimensión correspondiente. En el mundo de la poiesis, en tantas cosas opuesto al de la física, que es el que tenemos desde el Renacimiento, la resistencia tiene que proceder por rápidas inundaciones, por pruebas totales que no desean ajustar, limpiar o definir el cristal, sino rodear, romper una brecha por donde caiga el agua tangenciando la rueda giradora. La potencia está como el granizo en todas partes, pero la resistencia se recobra en el peligro de no estar en tierra ni en granizo. El demonio de la resistencia no está en ninguna parte, y por eso aprieta como el mortero y el caldo, y queda marcando como el fuego en la doradilla de las visiones. La resistencia asegura que todas las ruedas están girando, que el ojo nos ve, que la potencia es un poder delegado dejado caer en nosotros, que ella es el no yo, las cosas, coincidiendo con el yo más oscuro, con las piedras dejadas en nuestras aguas. Por eso los ojos de la potencia no cuentan, y en la resistencia lo que nos sale al paso, bien brotado de nosotros mismos o de un espejo, se reorganiza en ojos por donde pasan corrientes que acaso no nos pertenezcan nunca. Comparada con la resistencia la morfología es puro ridículo. Lo que la morfología permite, realización de una época en un estilo, es muy escaso en comparación con la resistencia eterna de lo no permisible. La potencia es tan sólo el permiso concedido. Método: ni aun la intuición, ni lo que Duns Scotus llamaba conocimiento abstracto confuso, razón desarreglada. Método: ni la visión creadora, ya que la resistencia total impide las organizaciones del sujeto. Cuando la resistencia ha vencido lo cuantitativo, recuerdos ancestrales del despensero, y las figuraciones últimas y estériles de lo cualitativo, entonces empieza a hervir el hombre del que se han arrepentido de haberlo hecho, el hombre hecho y desprendido, pero con diario arrepentimiento de haberlo hecho el que lo hizo. Entonces... En esta noche al principio della vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas (Diario de navegación, 15 de Setiembre 1492). No caigamos en lo del paraíso recobrado, que venimos de una resistencia, que los hombres que venían apretujados en un barco que caminaba dentro de una resistencia, pudieron ver un ramo de fuego que caía en el mar porque sentían la historia de muchos en una sola visión. Son las épocas de salvación y su signo es una fogosa resistencia.
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