"Esquirlas" está a la venta en:
Nota de contracubierta:
«¿A fin de cuentas, qué es la memoria? Me atrevo a llamarle patria. Mi
patria es la memoria.» Son palabras del protagonista de estas
Esquirlas, que rebasan la estructura de un diario para internarse
definitivamente en la novela. Notas, fotografías, fechas, rostros, una
generación y una década difícil: la Cuba de los 90's. Eso y más
hallarán en estas páginas, y una advertencia: «si insistes en dejar
por escrito algún recuerdo, será tu primer acto de resistencia.» /
Alberto Garrandés (La Habana, 1960), narrador, ensayista, crítico y
editor: «La idea de reunir, con la perturbación de esas fotos de
Orlando Luis Pardo (más sentido, menos sentido), las voces de Henry M.
(el espíritu de los trópicos), la del propio Orlando L. y algunas
otras, me ha devuelto a dos lecturas: la de un libro de textos y fotos
de Michel Tournier y la de aquel libro tremendo (con algunas fotos) de
Roland Barthes que se llama R. Barthes par R. Barthes. » / Orlando
Luis Pardo (La Habana, 1971), narrador y fotógrafo: « Para mi grato
desconcierto, se trata de un libro que simula ser un diario de apuntes
que se disfraza como galería de fotos: una rareza dentro del campo
literario cubano actual. Me impresionó la sequedad de la prosa.
Reaccioné primero con el cuerpo (como quien se clava una esquirla de
vidrio o madera o metal), y sólo después recuperé el aliento y el
habla. »
Reseña:
A propósito de la publicación de Esquirlas
Recapturar la inocencia
Por Jorge Sariol
Tomado de: El caimán barbudo
Esquirlas es un libro amargo. Está compuesto por doce relatos que
debieron ser una novela; o quizás —lo sigo pensando por más vueltas
que le doy— es una novela que finalmente se fragmentó cuando el autor
descubrió que no podía impedirlo. Con su alter ego en medio de una
implosión, estaban ambos —autor y protagonista—, aturdidos por la
alucinación de que en el desastre las esquirlas, en vez de
dispersarse, se concentraban. Y cuando se regresa de ninguna parte o
de donde nunca se ha ido, el resultado es demasiado lacerante, aunque
sea una vuelta retórica. Y Esquirlas es muy amargo.
Ahmel Echeverría Peré (La Habana 1974) es un escritor joven y su
irrupción con Esquirlas en el ámbito literario cubano con una obra de
tales tintes, ha sido sin embargo, venturosa. Nada de lo real, lo
autobiográfico o lo fabulado que pueda tener, se enemista desde el
punto de vista literario con lo trascendente o lo anecdótico, pero sí
con lo circunstancial: es un riesgo, pues es también el modo de muchos
para entrar, en momentos en que sólo así parece entrarse con buenas
resonancias en la literatura nacional.
Al parecer la década cubana de los 90s del pasado siglo ha sido
devastadora para todo, menos para el arte.
Esquirlas, a lo largo de sus 104 páginas (Pinos Nuevos, Letras
Cubanas, 2005), está escrito sin regalías en el plano lingüístico, ni
en el compositivo ni en su estructura. La lluvia, un gato gris y
flaco, un pájaro condenado a ser devorado por las circunstancias, una
mariposa moribunda, el vaho a petróleo de la bahía, un pasaporte en
varios idiomas, son algunos de los flash-back de una narración que
tiende —como en toda buena novela corta— a concentrar la tensión
horizontal de los acontecimientos a partir de imágenes, las literarias
y las fotográficas.
La síntesis está entre sus mejores virtudes, tanto a nivel del
lenguaje, de los hechos, como en el conceptual. Sólo por eso no podría
haber sido una novela. Pero hay demasiadas zonas oscuras, y eso es
difícilmente perdonable en un relato, o en varios, sobre todo si están
conectados entre sí, y de tal modo que dudo mucho que digan lo mismo
“porque dicen, sin dudas” leídos de modo aislado.
Con todo, los relatos “2” y “8”, a mi juicio, tienen todas las
trazas de ser los mejores y más legítimos campanazos del conjunto,
que hacen de por sí audible la entrada, muy por encima de “los ecos de
tantos grillos que cantan a la luna” y escandalizan en la literatura
cubana actual, hágase donde se haga.
Los personajes siguen viviendo y andan por estas calles de La Habana,
incluso los que partieron simbólica o literalmente —New Jersey, el
cementerio, Barcelona o el fondo del Estrecho de la Florida—, incluso
Henry Miller —¿El de París; el de la Gran Depresión, patriarca de la
generación beat?—. Son todos en cierto modo, más que motivos, leit
motif jugando entre símbolos: Yani, Orlando, los ángeles
providenciales vestidos de blanco y venidos del más acá, cuando otros
ángeles igualmente tutelares, decidieron lo contrario.
«Nos bastaba tenernos, nada más» dice el alter ego del autor,
admitiendo en el fondo que no era suficiente ante la evidencia de la
diáspora.
Entender un pistoletazo en la sien como ancla o como lastre es parte
tanto del derecho del escritor como del lector —o del crítico ¡válgame
Dios!—; sin embargo hay otros conceptos expresados demasiados
tangencialmente a través del símbolo de una vieja moneda gastada y
sucia donde, o se puede leer a pesar de todo la divisa Patria o
Muerte, o donde la divisa, explícita, se muestra tan vieja, sucia y
gastada como la moneda misma que se hunde en la bahía.
Las imágenes que participan en el ideotema del libro, construidas por
un ojo-lente sabedor de ser parte de la historia, van desde un
positivista e ingenuo toque postguevariano hasta la cruda —y casi
grotesca— energía buñueliana. La validez de tales mazazos conceptuales
es tan discutible, que sólo lo puede juzgar el tiempo.
Esquirlas necesitará tal vez de un poco de tiempo para ser asimilada.
No es una obra fácil; está construida, según su propio autor, como un
“desesperado malabar de libertad (...) escrito de cara al vacío,
siempre a riesgo de caer contra el suelo a la par que juntaba
fragmentos de cuerpos, recuerdos, fotos; o suerte de libro armado a
ras de la ciudad, la piel, el dolor”.
Otras narraciones escritas por Ahmel Echeverría y que inicialmente
estarían en Esquirlas —en esencia deberían estarlo— han sido
publicadas (el cuento Tierra, La Letra del Escriba # 33 Sep/Oct 2004),
como parte del libro Inventario, premio David de ese año.
«Pensé escribir un inventario de esquirlas» dice Ahmel-personaje, en
el relato que encabeza Esquirlas. En la historia que cierra el mismo
volumen, Camila, un personaje inasible —llegado de un planeta llamado
Argentina—, pregunta: «¿Has estado en Hiroshima?». Ambos están a punto
de empezar de cero, pero perdida cierta ingenuidad, adivinan ciertos
riesgos.
“Un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a
su estilo de vida falso”, había sentenciado Henry Miller en los
tiempos en que no conocía a Ahmel, a Orlando ni al oso de peluche.
“Está intentando recapturar su inocencia, pero todo lo que logra hacer
(escribiendo) es inocular el mundo con un virus de su desilusión.
Ningún hombre pondría una sola palabra en un papel si tuviera el
coraje de vivir aquello en lo que creía.”
El exorcismo es alto riesgo. Lo sabía Miller. ¿Lo sabrá Ahmel Echevarría?
Hola, Lia.
ReplyDeleteVeo que me quieres puta.
Besos.