por Monika Zgustova
Revista de Occidente nº 336, Mayo 2009
Desde hace unos años, cuando viajo a los Estados Unidos, suelo encontrarme con el rumano Norman Manea (Bukovina, 1936), residente entre Nueva York y el mítico Bard College, donde enseña literatura. Nos citamos en uno de los pequeños cafés de Manhattan donde, con una copa de vino en la mano, conversamos sobre temas literarios, históricos y políticos. En esta ocasión, el escritor de melena blanca, melancólico y dotado de un fino y sarcástico humor, que tal vez resultaría menos ajeno en un café parisino rebosante de intelectuales que en esta capital de la prisa, se explaya sobre algunos de los temas que han marcado sus libros de ensayos y sus novelas, sobre todo la autobiográfica El regreso del húligan (publicada en español por Tusquets): el exilio y el retorno al país de origen, el totalitarismo y el presente pragmático, la evolución de la sociedad postcomunista durante los veinte años de democracia y, naturalmente, la literatura y cómo encontrar el tiempo necesario para dedicarse a ella.
-Usted es un exiliado y en sus novelas y en sus ensayos ha reflexionado sobre esa experiencia y sobre el hecho de que el exiliado nunca deja de serlo. ¿No hay, pues, regreso del exilio?
-E. M. Cioran, que se había exiliado en París antes de la Segunda Guerra Mundial, dijo en 1989: «Después de más de cincuenta años he regresado a mi patria, pero creo que mi estancia aquí no durará mucho porque me he acostumbrado a no sentirme en mi casa en ninguna parte. Y seguramente es mejor así.»
-¿Está de acuerdo con él?
-Totalmente. Aunque es verdad que hubo y hay exiliados que regresaron.
-¿Quiénes?
-Solzhenitsin, Lenin, Prokofiev, Smetana, Brecht y más recientemente el poeta polaco Zagajewski: todos ellos regresaron del exilio.
-Pero otros optaron por no volver.
-Sí. Por ejemplo Thomas Mann, Joyce, Hertzen, Gombrowicz, Sandor Márai, Tristan Tzara, Paul Celan o Fondane.
-El exilio rumano fue importante para la cultura francesa. ¿Sería lo que es la cultura francesa sin esos célebres artistas rumanos en sus filas, y sin otros muchos escritores emigrados?
-No sólo los exiliados rumanos fueron importantes para la cultura francesa sino también viceversa: ¿qué serían esos artistas e intelectuales sin la influencia francesa? La cultura francesa estaba abierta a influencias extranjeras y daba la bienvenida a los artistas del mundo entero. Tzara, Fondane, Ionesco, Victor Brauner, Celan, Cioran, Brancusi, Enescu son nombres importantes no sólo en el contexto cultural francés sino en el universal.
-¿Dónde se puede sentir en casa un exiliado?
-Tener un hogar no siempre implica tener una patria. Desde este punto de vista los Estados Unidos parecen ser el mejor lugar del mundo porque son «el mejor hotel». Lo que significa que aquí no te obligan a comportarte de ninguna manera especial, y, además, los servicios no están mal: el teléfono y el agua corriente siempre funcionan, las facturas mensuales llegan correctas, etc. América es el país de los emigrantes: aquí no existe ni el carnet de identidad (los ciudadanos demuestran su identidad con el carné de conducir) y el gobierno se llama «administración».
-¿Cómo es eso de vivir entre distintas culturas?
-Soy de una región «cosmopolita» de Rumanía, Bukovina, que había formado parte de Europa Central y donde había un continuo contacto entre la cultura judía y la alemana-austriaca. En cuanto a mí, me considero un centroeuropeo y sin ninguna duda mis obras tienen un carácter centroeuropeo. Eso quiere decir que antes de haberme exiliado yo ya sabía perfectamente qué significaba hallarse en la encrucijada de varias culturas.
-La palabra «emigrante» o «exiliado», ¿tenía otro significado en la época del totalitarismo comunista del que tiene hoy en los países del Este?
-En aquellos tiempos esta palabra tenía un significado político y un exiliado no podía volver a su patria sin correr un riesgo enorme (el caso de la poeta rusa Marina Tsvietáieva, a la cual se le imposibilitó la vida en la Unión Soviética hasta que no tuvo otro camino que el suicidio, es sólo uno entre muchos casos terribles).
Ahora uno puede regresar aunque a su vuelta le espera más de un obstáculo digno de tenerse en cuenta.
-¿Qué diferencia ve usted entre un exiliado y un emigrante económico?
-Un emigrante puede salir de su país por motivos que no sean políticos: religiosos, morales, económicos e incluso por un amor no correspondido o por la esperanza
de poder hacer una carrera más rápida en el extranjero, vete a saber. Sin embargo en el fondo tiene los mismos problemas que un exiliado.
-¿Cuándo y en qué condiciones se fue usted de Rumanía?
-Cuando tenía cinco años, la dictadura nacionalista-militar del mariscal Antonescu me deportó con mi familia a un campo de concentración. Ése fue mi primer exilio. En una extraña pero significativa simetría, a los cincuenta años me vi forzado a abandonar otra vez Rumanía, esta vez gobernada por el dictador Ceausescu, que afirmaba ser lo opuesto al anterior. En medio de estas dos situaciones extremas experimenté algo así como un exilio interno para poder soportar la vida cotidiana en una sociedad tiranizada.
-La primera deportación y luego el refugio en su interior, ¿le prepararon para el exilio en sí?
-En absoluto; el exilio es algo completamente distinto. Pero debo admitir que, desde la perspectiva actual, tras veinte años de refugiado, creo que el exilio fue el mejor obsequio que el destino jamás me haya hecho, aunque en su momento me pareció algo sumamente indeseable. El exilio lo he pagado y lo sigo pagando muy caro.
-¿Cómo?
-Tras muchas dudas, a mis cincuenta años no tuve más remedio que irme de Rumanía. Lo perdí todo: mis amigos, mi querida biblioteca, los lugares que había amado, y sobre todo mi lengua.
-¿Cómo fueron sus primeros pasos en América?
-No deseaba instalarme en América, sabía que su cultura era demasiado distinta de la mía y que era un país difícil para mi contexto cultural. Pero por fuerza tuve que venir a parar aquí, y además sin conocimiento alguno del inglés: siendo un desconocido y ya no muy joven escritor rumano.
-¿No pensó en dedicarse a otra profesión?
-¿A cuál? No podía trabajar de taxista porque no sé conducir, ni tampoco de vendedor: conmigo, la tienda habría quebrado en un abrir y cerrar de ojos. De modo que tuve que empezar de cero y, pasito a pasito, abrirme camino en la selva de lo desconocido Y aún hoy, tras veinte años en esta dadaísta capital de emigrantes y refugiados, a pesar de todo lo que he logrado, tengo la sensación de ser un extraño, de no entender nada y estar absolutamente solo.
-¿Y eso? ¿No acaba de decirme que el exilio es lo mejor que jamás le sucedió?
-Sí, lo es. Se lo explico: la situación en que me encuentro es tan dura que cuando supero algo, me sirve como un estímulo increíble. Tengo la sensación que la experiencia del exilio es el mayor reto que un escritor y un intelectual europeo pueda afrontar, al igual que lo es la de un americano que resida en Europa.
-¿Cómo es el regreso del refugiado al país de origen?
-Siempre es un momento de gran emoción, una confrontación nostálgica con el propio pasado. Al regreso a la patria lo llamaría «turismo a posteriori»: visitas los lugares de tu biografía que habías abandonado. ¿Cómo es el regreso al país de origen? Depende de la relación que has establecido con tu país.
-¿Cuál es su relación con Rumanía?
-Mi primer retorno a mi país en 1997 fue una visita tensa, desagradable («el regreso del húligan») porque el país estaba muy deteriorado, se respiraba en él un ambiente nacionalista muy estúpido y una abierta hostilidad pública hacia mi persona. Rechacé aparecer en público, rechacé las entrevistas alegando que sólo había venido a visitar a mis amigos y algunas tumbas. Más tarde me preguntaron en repetidas ocasiones por qué no me instalaba en mi país.
Contesté lo que contesto siempre: que sólo regresaría definitivamente si no sintiera más que indiferencia hacia mi patria.
-¿Y sus visitas posteriores?
-En la primavera de 2008, mi estancia allí fue algo así como la gira de una estrella del rock. Entrevistas en televisión, conferencias y debates, la entrega de dos doctorados honoris causa por las universidades de Bucarest y Cluj, artículos elogiosos en toda la prensa, el proyecto de publicar mi obra completa en veintidós volúmenes en una editorial importante, etc.
-¡Qué cambio! ¿Cómo se lo explica?
-Un cambio drástico, sí. ¿La explicación? Seguramente por la mezcla de pragmatismo y de evolución -real o cosmética- que caracterizan a la Rumanía que ha entrado en la Unión Europea y tiene que mostrar otra cara: la existencia visible de una nueva generación, más occidentalizada y libre de prejuicios y del viejo provincianismo estrecho de miras. Pero al dejar el país, después de una acogida tan festiva sentí que yo ya no pertenecía a ese lugar.
-¿Y qué sintió al volver a Nueva York?
-Que tampoco pertenezco a este país ni a esta ciudad que, sin embargo, es y será mi último domicilio.
-¿Por qué el último?
-Aquí tengo mi refugio, sólo aquí siento en profundidad lo que caracteriza nuestra era: esa confrontación esencial del individuo con lo «global» y su comunicación inmediata, su posibilidad de difundir rápidamente una información y sus peligros de consecuencias planetarias.
-Parece que la cultura de los países pequeños (por ejemplo la checa) no acepta como propios a aquellos escritores que crearon parte o la totalidad de su obra en otros idiomas (Kafka en alemán, Kundera en francés). Las culturas pequeñas restan, mientras que las grandes suman. ¿Cómo reaccionan los rumanos ante ello?
-Me parece que eso no es cuestión sólo de los países pequeños, aunque es cierto que en ellos seguramente existe un resentimiento que se debe a un espacio reducido, provinciano, tribal. Hace años hablé con una escritora australiana que, para mi gran sorpresa, me dijo que incluso en un país tan grande como Australia, tradicionalmente refugio de exiliados, existe el mismo comportamiento mezquino con los escritores que se fueron de allí que el que se da en los países pequeños.
-¿Hay culturas que recuperan a sus escritores repudiados, exiliados, perdidos?
-Sí, la rusa por ejemplo está ahora recuperando a escritores del exilio antes repudiados como Nabokov, Bunin, Brodsky, y Polonia ha hecho lo mismo con Gombrowicz (aunque mucho menos con I. B. Singer o Czeslaw Milosz).
-Escritores muertos.
-Sí, la situación es siempre más fácil con los escritores muertos, que se pueden utilizar post mortem políticamente o como propaganda cultural cuando haga falta. Pero incluso a los escritores muertos que tuvieron una relación crítica con el cliché nacional (o nacionalista) de su país se les suele censurar o incluso ignorar.
-¿Es del todo negativa la experiencia de haber vivido en un país totalitario?
-En los tiempos oscuros la vida suele estar sometida a una gran presión. Pero hay que admitir que esos tiempos ofrecen momentos de una intensa solidaridad y afecto, estimulados por lo exiguo del espacio privado, por la dificultad de expresar los ideales, o de vivir a fondo la relación con los demás. Si los riesgos que uno corre o el paulatino proceso de desmoronamiento psíquico no destruyen la existencia (como pasó con mucha, demasiada gente), esa traumática «iniciación» en la capacidad humana hacia el mal puede tener un efecto duradero, «pedagógico» en cuanto a tu comprensión de las ambigüedades del comportamiento humano. Si uno está verdaderamente preparado para asimilar las lecciones que la vida le ofrece en esas condiciones tan adversas, puede adquirir la tozuda costumbre de examinar el sentido del destino humano, de sentir compasión hacia todas las formas de sufrimiento para, al fin y al cabo, intentar ser bueno y desempeñar acciones de bondad.
-¿De modo que hay aspectos positivos en la vivencia del totalitarismo?
-Si he dicho que esta extrema y agotadora experiencia no es del todo negativa es porque creo que uno puede aprender incluso de ella. No quiero decir en absoluto que sea deseable vivir unos tiempos tan duros.
-¿Son duraderas las consecuencias de haber vivido mucho años en un Estado totalitario?
-Esas consecuencias existen, y son graves. El veneno de una vivencia como ésta es muy, muy duradero. Y no deja de infiltrarse profundamente en tu vida entera, en tu biografía entera.
-¿Siente envidia hacia la joven generación que no ha vivido un horror semejante?
-No. Si miro a los jóvenes de hoy, liberados de las muchas limitaciones y de las heridas que sufrió mi generación, aun así no los envidio. A pesar de que su vida mucho más fácil podría parecer digna de envidia, yo no cambiaría la mía por la de ellos.
-¿Cómo es que el totalitarismo llegó a durar tanto tiempo?
-No fue Dios, ni la Historia, ni el Destino ni nada semejante quien impuso este tipo de sociedad totalitaria. Fue el hombre. Esa clase de sociedad respondía a algunas de las necesidades del hombre, a sus aspiraciones, resentimientos, deseos de venganza, frustraciones y esperanzas. El hombre inventó ese proyecto social y político, el hombre le insufló vida, el hombre lo saboteó y, al final, lo destruyó. Algunas condiciones históricas favorecieron esos proyectos de un idilio diabólico, otras premisas históricas se opusieron a ellos y los aniquilaron. Tendríamos que abandonar para siempre esas grandes promesas de felicidad.
-¿Es posible entender desde el punto de vista actual por qué en su momento la gente llegó a creer en la ideología de la eterna justicia y felicidad y por qué la obedeció ciegamente?
-Si hoy observamos detenidamente el comportamiento tanto de los ciudadanos como de los gobernantes, con sus sagaces pero aparentemente «normales» métodos de corrupción, y las mucho más sutiles señales de sumisión y de esclavitud modernas, podemos entender que unas condiciones mucho más adversas, las totalitarias, la gente obedeciera tanto tiempo a una autoridad represiva. El Estado era el dueño de todo y de todos, el Poder único y general.
-¿Quién puso el primer ladrillo en el edificio del totalitarismo comunista del siglo XX? ¿Lenin?
-Sí. Según Lenin, cualquier revolución (incluso cualquier rebelión) debe ser precedida por cinco minutos de libertad. Y Lenin demostró que sabía cómo explotar esos cinco minutos de confusión y esperanza en 1917.
-Los disidentes, ¿tenían que haber hecho más?
-No creo que fuera posible hacer mucho más de lo que se hizo mientras la Unión Soviética fue poderosa. Al dar ésta claras señales de debilidad y de ansias de cambio, ya fue otra historia. La tendencia a conservar las cosas siempre puede más que el coraje de atacarlas, el egoísmo es más resistente que la abnegación. No podemos pedir a la gente que sean héroes, sobre todo cuando eso equivale a un suicidio. Solzhenitsin pidió una única cosa: «No mentir. » Era un buen comienzo, aunque nada fácil, para recuperar algo de la integridad moral.
-¿Cómo se pasó del movimiento disidente a la caída del comunismo, en 1989?
-En Polonia, la oposición popular se centró en torno a la iglesia católica. En Rumanía, la iglesia ortodoxa era, al igual que en Rusia, una organización colaboracionista con el poder totalitario. Mientras que en otros países comunistas hubo gente como Havel, Michnik o Walesa, los rumanos no tuvimos ni la iglesia católica, ni la revolución húngara ni la Primavera de Praga. A principios de los 80, en una conversación con un intelectual rumano, imaginamos una revuelta popular: de un barrio periférico de Bucarest salen veinte personas que organizan una manifestación callejera; la policía los mira con desdén pero sin intervenir; en diez minutos llegan a ser cien personas, luego doscientas, después ochocientas, y cuando por fin llegan a la Plaza de la Universidad, el centro de la ciudad, ya son entre cincuenta y ochenta mil. ¡Y se acabó! Seguramente algo parecido sucedió en 1989. En aquel otoño caían los regímenes uno tras otro, de un día para otro.
Cuando las puertas se entreabrieron, fue imposible detener lo que durante tanto tiempo se había anhelado.
-Entonces se acabó la guerra fría y algunos esperaban una paz eterna.
-Y, claro, no fue así. Poco después, en todas partes del mundo surgieron nuevas formas de fanatismo, fundamentalismo y ferocidad.
-¿Qué pasó tras la matanza de los Ceausescu?
-La mayoría de los comunistas se autoproclamaron víctimas, oponentes y disidentes del régimen. Hubo un gran resurgir del nacionalismo, de las consignas de la antigua derecha, como si no se estuviera en vísperas del siglo XXI sino de la Segunda GuerraMundial. Muchos de los miembros de la policía secreta se acostumbraron rápidamente a la crueldad de la primera fase del capitalismo y se enriquecieron.
-¿Qué se ha hecho de los antiguos disidentes?
-Han tenido los destinos más variados. Unos están en Occidente, otros siguen en su país, otros más se mueven entre ambos mundos. Algunos, ansiosos de ganar celebridad en el carnaval cotidiano, se pusieron a escribir panfletos en la nueva prensa, otros evolucionaron hacia una extraña mezcla de nacionalismo-anticapitalismo-antimodernismo-antiamericanismo, y hubo quien se convirtió en agente inmobiliario o empresario.
-¿Están en la política, como Havel?
-La clase política rumana actual cuenta con pocos ex disidentes, y sí en cambio con muchos herederos de la nomenklatura del partido, muchos oportunistas y dealers.
-¿Qué ambiente se respira en la Rumanía actual?
-La atmósfera en ese «país triste lleno de humor», según un poeta, es una mezcla de corrupción y anticomunismo feroz, simplista, cómodo y resultón.
-¿Por qué el populismo está en alza en los países del Este?
-El populismo se da allí donde los políticos intentan permanecer en el poder a toda costa, y sobre todo durante una transición tan difícil de la dictadura a la democracia, de la economía dirigida por el Estado a la libre economía de mercado, del aislamiento a la comunicación. El alza del populismo se puede explicar por el hecho de que los ciudadanos del Este vivieron décadas en una sociedad rígida, hipócrita, ineficiente y mal gobernada y siguen mirando la política con reticencia. Si aparece alguien que promete que va a solucionarlo todo se le hace caso sin crítica. Además, estamos en una época en que el mundo entero atraviesa por una profunda confusión, nadie sabe explicar muy bien qué ha ocurrido ni qué ocurrirá, nadie sabe a ciencia cierta cómo se pueden evitar crisis y conflictos más amplios en ese ambiente actual de fuertes contradicciones socio-políticas.
-¿Hay que temer a Rusia?
-El pasado de Rusia no inspira confianza. Además tuvo la etapa comunista más larga de todos los países del Este. En esta última década, un astuto aparatchik de la KGB ha sido y sigue siendo su líder, un hombre entrenado en oscuras manipulaciones. Si alguien, como el presidente Bush, ve honradez y sinceridad en sus ojos azules, hará el mayor de los ridículos y tendrá el mismo final trágico que el payaso tejano. Putin ha podido mejorar la economía (a estas alturas está claro que Dios puso el petróleo únicamente en los lugares que no convienen y en las manos que no convienen...), gobernando con mano de hierro la logrado apaciguar el caos inicial, suprimir la disidencia, la prensa libre, eliminar a sus adversarios y crear las bases de una nueva y orgullosa Madre Rusia. Es un país que sigue siendo importante y más vale ayudarle a evolucionar hacia una democracia real, dispuesta a una honesta colaboración con Occidente. Pero siempre deberíamos estar en guardia ante su agresiva tradición místico-mesiánica.
-Y la nueva generación, ¿se interesa por lo que pasó o más bien está ansiosa de llevar una vida diferente sin muchas molestias?
-Es una generación pragmática, occidentalizada, orientada hacia su propio bienestar y los placeres que les ofrece el día a día. Los jóvenes viajan mucho, estudian en Occidente, intentan no regresar y si lo hacen, están obsesionados con aprovechar las oportunidades de la sociedad surgida del mercado libre. La nueva generación no se interesa por la vida de sus padres y sus abuelos. No obstante algunos de los mejores libros que recientemente se han publicado sobre las décadas del comunismo proceden de la nueva generación de escritores, entre los cuales hay algunos talentos dignos de señalar.
-¿Qué significa para Rumanía su ingreso en la UE?
-Puede ser una buena oportunidad para esa nueva generación de la que hablo y tal vez también para el país en su conjunto, que se verá obligado a obedecer las normas democráticas y legales que pueden mejorar la economía del país y tal vez hasta el lado ético de la gente.
-¿En medio de todas sus actividades, tiene tiempo para leer?
-Desgraciadamente tengo poco tiempo para leer. Mi gran deseo es releer a Proust, Svevo, Tolstoi, Joyce, Dostoievski, Flaubert, Malcolm Lowry, Faulkner y Twain, además de algunos de los clásicos rumanos que adoro. Leo sobre todo lo que escriben mis amigos, que por suerte son buenos escritores. Y puesto que debo leer mucho para dar mis clases en Bard College, he estructurado mis clases de manera que pueda debatir con mis estudiantes las novelas de ThomasMann, Camus, Von Chamisso, Kafka, Joseph Roth, Musil, Ionesco, Bruno Schulz, Koestler, y también Saul Bellow, Saramago, Vargas Llosa, Kundera, Philip Roth, Sebald, Tabucchi, Kertesz, Magris, Muñoz Molina, Kadaré, Pamuk, Danilo Kiš.
-¿Es una desventaja escribir en una lengua relativamente pequeña?
-Sin ninguna duda. Tuve grandes dificultades para encontrar traductores y editores. Supongo que no sólo es el caso del rumano. Aun así, todavía quedan muchos escritores cuya lengua de expresión es pequeña.
-¿Sólo escribe en rumano o también en otros idiomas?
-La ficción la compongo sólo en rumano. Puedo escribir otra clase de textos en otros idiomas, sobre todo en inglés.
-¿Cómo se siente escribiendo en otros idiomas?
-Eso depende del nivel de conocimiento de la lengua que tenga. Puedo escribir un texto impersonal o traducir, en mi cabeza, de un idioma a otro. Cuando más cómodo me siento es cuando escribo en mi lengua materna.
-¿De qué modo se complementan en su obra novela y ensayo?
-Son dos formas bien diferenciadas de literatura. El ensayo es más dialéctico, racional, intenta encontrar nuevas ideas, significados y niveles en esos viejos temas que resultan eternamente nuevos, tanto si son culturales, sociales, políticos, psicológicos o religiosos. La ficción dispone de más libertad creativa, se halla más profundamente arraigada en la oscura psique de la realidad, aun cuando crea un mundo totalmente imaginario.
-Tras haber escrito sólo ensayo durante mucho tiempo y después de enseñar literatura, ¿es fácil volver a la ficción?
-No, cuesta mucho pasar del análisis y de los comentarios a la abrumadora tarea de inventar un mundo de personajes, descubrir la verdad que con frecuencia se oculta en tu entorno o muy dentro de ti. Tal como dijo Valéry: si de verdad quieres sumergirte en las profundidades de tu ser, deberías entrar en él armado hasta los dientes.
-¿Se siente responsable de mantener la memoria de una época?
-Soy escéptico en cuanto al papel esencial de la memoria, su autenticidad y sus efectos duraderos, del mismo modo que soy escéptico sobre la posteridad misma. Ya sabemos, por nuestra vida familiar y por la historia, que la gente no desea aprender de sus antepasados. Prefieren que les oriente su propia experiencia, sus propios errores. Además, la memoria de los tiempos oscuros no es atractiva; para mucha gente es un peso que no están dispuestos a soportar.
No comments:
Post a Comment
déjame un guiño...