Cinco bestias.
Una hembra y cuatro machos.
Y una cría diminuta detrás de la reja del círculo infantil.
La estrella matinal está ligeramente corrida hacia la izquierda.
Se entrecortan maullidos quejumbrosos lidereados por uno de los machos, el más estilizado.
Su larga sobra se destaca estirada sobre el resto común, en la acera teñida de naranja pálido del alumbrado público.
Justo desde una esquina del balcón, la observadora insomne de las alturas silenciosas espera comiéndose las uñas algún primer intento de acercamiento.
La felina luce lamentablemente frágil. Mientras el largo se lo piensa sin mucho ímpetu de prisa y sin aventurarse al fracaso prematuro.
Sólo espera el momento justo de ataque, sin escaramuzas previas, porque sabe muy bien que la situación le pertenece por entero.
Aguarda porque tiene control absoluto sobre todos.
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