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Aug 25, 2009

Aforismos para un arte hecho en Cuba.

Artículo tomado de La Bienal de Miami

Por Héctor Antón Castillo
Todos los nombres del bien y del mal son símbolos;
no define, solo gesticulan;
hay que ser un necio para intentar hacer ciencia de ellos.
Friedrich Nietzsche
“El susurro de Tatlin # 6” conmovió al ámbito cultural durante la X Bienal de La Habana (marzo-abril 2009). La acción de Tania Bruguera permitió que la gente hablara libremente encima de un podio con palomas en los hombros. Después del primer impacto, ciertos dirigentes culturales insistían en la necesidad de olvidarlo todo. Aquella “plataforma publicitaria para oportunistas outsiders” no debía volver a repetirse. Por lo visto, el miedo a la libertad conserva su hegemonía como el máximo productor de arrobas de terror en la isla.
Ya es hora que la Bienal de La Habana se libere de esa camisa de fuerza que es el Complejo Histórico Militar Morro-Cabaña.
¿Por qué hay tantos críticos-escribanos? Porque la mayoría de nuestros artistas visuales no saben escribir. Muchos carecen hasta de una ortografía elemental. Si ciertos pintores lograran traducir el lienzo en blanco en la página en blanco, los amables cronistas se morirían de hambre.
Gustavo César Echevarría (Cuty) es un parásito vicioso que siempre está mirando las zonas oscuras de ninfas egomaníacas. Este pintor se calca a sí mismo con el orgullo lúdico de su profundo descaro.
“Repetirse es un placer” –claman satisfechos los cautivos en el pabellón de las ideas dormidas.
Mario González (Mayito) es un síntoma visible como “coordinador-institución” de proyectos alternativos que se imponen por su propio peso. Y decimos “peso” en su plena connotación económica. Sus monumentales cuchillas resultan una fusión sólida de arte pop y minimal en función del objeto museable. Ninguno de los más reconocidos objetualistas de la ínsula ha concebido una serie de esta magnitud.
“El propio artista tiene que ser una obra de arte” (Marcel Duchamp). Uno de los nuestros que cumple con esta premisa es Raychel Carrión (n.1978). Este performer natural pierde el tiempo ejecutando piezas que funcionan más allá de su cuerpo fetichizado por el carisma.
¿Qué vende Fabelo? ¿Su obra o su nombre? Esto lo dejamos a gusto del consumidor.
La curaduría es la opción ideal para el crítico que procura alcanzar visibilidad sin romperse mucho la cabeza. De este modo, intenta fijar el mérito de un competente productor. ¿Pueden convertirse en ideas las gestiones?
“Make a wish” (2009) es una propuesta instalativa de Eduardo Ponjuán. Aquí el artefacto minimalista encarna el largo y tortuoso camino de las ilusiones terrenales, encerradas en una caja fuerte donde nadie sabe la esencia de su contenido. En el arduo juego de las apariencias contemporáneas, brillan por su ausencia la imagen espectacular y las secuelas del marketing como auxilio imprescindible para vender una idea.
Carlos Garaicoa es un experto en vender la esencia light como apariencia heavy.
“Matraca y mandarria (o nueva visita al Museo de Arte Tropical)” es un video cuasi-divertido de Fernando Rodríguez donde un perrito se burla de los abusos retóricos de varios artistas cubanos. Todo se muestra distendido y pasajero hasta que el curioso animalito (o la breve pieza que lo representa) se tropieza con un acercamiento de Rufo Caballero a la obra de Flavio Garciandía. Pero el fragmento escogido vuelve impersonal algo supuestamente personal. Cristina Vives no incluyó el laberíntico texto en “Yo insulté a Flavio Garciandía en La Habana” (Turner, 2009).
¿Qué es la metatranca? Academicismo vulgar con muchos sintagmas en la lengua. Buscarle la quinta pata a la mesa en nombre de infinitas cadenas rizomáticas. Llegar al grado cero de la interpretación sin rebasar el punto de partida. Desafío al coloquialismo ramplón en la marejada de los periodos largos.
Ser un hight tech povera es el destino más seguro para un artista de los “nuevos medios” anclado en una circunstancia periférica. Vale más la soberbia povera que la humildad cult.
¿Por qué lo erótico y lo político devienen cómplices tan mal llevados en el arte contemporáneo facturado en la isla? Parece que no resultó suficiente la lección del maestro Servando Cabrera Moderno.
Detrás de una apología rotunda se esconde el terror a cuestionar los falsos mitos construidos por el miedo a derrumbar estatuas de sal.
Santiago Rodríguez Olazábal (n.1955) es un creyente que produce arte y no un artista que produce creencias.
La tradición de artistas-ensayistas (Donald Judd, Sol LeWitt o Robert Smithson) nunca ha contaminado la plástica cubana. Un caso raro es “La obra entornada” (2003), de Maldito Menéndez, libro presentado en La Habana durante un performance clandestino. Entre la indagación y el extravío transita el esfuerzo de Aldito para llegar a la Regla del Alto Arte: secuela del utopismo conceptual diaspórico. Avanzar en esta lectura se torna una odisea para el ocio tropical.
Los Carpinteros constituyen un fenómeno comercial de singular alcance entre los productores visuales latinoamericanos insertados en el mainstream. Solo nos preguntamos: ¿El precio de una obra lograría sustituir al valor de un artista que sueña con la trascendencia sin renunciar al encanto de una propuesta suave?
No hay mejor simulacro ético que cierta atracción por la mendicidad. Los origenistas solían llamarle la pobreza irradiante.
¡Cuántas ideas no se pierden documentadas en video por el mero hecho de ser el medio más barato!
“Una luz a lo lejos” (X Bienal de La Habana, 2009), de Wilfredo Prieto: otra oportuna tentativa de simular un estrellato convirtiendo el brindis en una obra de arte capaz de embriagar a todos.
La censura se manifiesta torpemente brutal cuando viene “de abajo”. Así fluye la autocensura del funcionario cultural que conserva su puesto estando en buena con los “de arriba”.
“Fábulas de Napoleón” (2008) es una parodia orwelliana de Duniesky Martín (n.1983) expuesta en el Centro Cultural Fresa y Chocolate. Pero la muestra no terminó sexurada por una razón obvia: lo único que exhibían aquellos cerdos a la izquierda dibujados sobre fondos rosados era su impotencia.
José Bedia (n.1959) volvió a exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes luego de una prolongada ausencia (“Resistencia y libertad”, marzo-abril 2009). Atrás quedaba la desidia y el rencor por haber concebido “Abajo quién tú sabes” (22 Bienal de Sao Paulo, 1994). Pero el artista no hizo acto de presencia en La Habana. Alguien calificó esta incursión como “La aventura simbólica de Bedia, el rojo”.
“Justo a tiempo” es una muestra de caricaturas realizadas por el artista Tomás Esson Reid (Centro Provincial de Arte de Cienfuegos, 2009). Gracias al coleccionista José Almarales Suárez, “el hombre de los tarros partidos” resucitó en Cuba con una exhibición de contundentes piezas menores. Ello facilitó que el pintor continuara sacándole la lengua a todo (o a todos) sin la obligación de tragarse nada.
Ser un artista precavido implica abordar temas álgidos con la sutil ironía que agradece un espectador azaroso negado a detenerse ante una pieza de José Ángel Toirac.
Desacato y silencio de “Galería i-meil”. Esa sería la mejor manera de calificar al persistente Lázaro Saavedra en la década que transcurre.
El exilio se antoja parecido al mar: se traga a un hombre todos los días. Así recordamos las jornadas habaneras del profesor, crítico de arte y curador Jorge de Armas (La Habana, 1965).
¿Podría ocurrir el milagro de surgir una intelectualidad sana en medio de una sociedad enferma?
Los vigilantes insomnes de “Espacio Aglutinador” ya constituyen la segunda piel de una actitud que potencia su inclusión en la historia del arte hecho en Cuba desde la propia exclusión institucional.
Nadie sabe a ciencia cierta si Ezequiel Suárez está loco o se hace el loco. Cualquiera diría que esboza la imagen de un político genial.
“Reconstruyendo al héroe” (2006) es un video de Javier Castro (n.1984). Son veintiséis entrevistas a madres de sujetos heridos en diversas trifulcas callejeras. Veintiséis también fueron las heridas que recibió en combate el Titán de bronce Antonio Maceo. Ya sea como héroes o víctimas de un contexto marginal, la rearticulación de la figura épica nunca se concreta, ya que el número de heridas resulta puro símbolo. Todo lo cual implica borrar la diferencia aurática entre el personaje “sin nombre” y una leyenda encarnada por la furia historicista de la redención patriótica. Esta síntesis de la metáfora imposible sugiere un drama crucial: la violencia como recurso emancipatorio inevitable, donde el ideal de justicia se convierte en mancha dolorosa para el intento de iluminar el presente.
No existe una metamorfosis tan lamentable como el artista independiente revertido en funcionario que aspira seriamente a un puesto en la nomenclatura política. Alexis Leyva Machado (Kcho) parece disfrutar como nadie la publicidad oficial de esta involución. Dejarlo actuar su propia farsa constituye la recompensa que los hegé-monos fingen otorgarle.
Orestes Hernández (n.1981) no es un artista político ni apolítico. Sus gestos son desoladoramente radicales: un pegoste de spaguettis con pelos tirado en el suelo o una penca de guano con una jicotea encima. Tampoco se trata de un productor visual extremadamente serio o jocoso. La nada de su actitud encierra el todo de su temeridad: perseguir el éxito sin apropiar fórmulas seguras de recibir el salvoconducto de los espectadores y de la crítica.
La década actual se ha caracterizado por un éxodo de baja intensidad. Devorar los buches de sangre totalitarios continúa siendo el trance ingrato para quienes insisten en vivir y trabajar como artista disfrutando esas pírricas ventajas de la filosofía insular: “El tiempo no es oro”. Ya pasaron los aires ochentianos, cuando algunos preferían ser vendedores ambulantes de enciclopedias en Madrid antes que sumarse a la retórica de la intransigencia.
Uno de los pintores salvables de la escena plástica cubana es Alejandro Campins (n.1981). Este oscila entre el intimismo de sus fugas poéticas y el contexto político naïf que lo circunda. Su obra refleja el sueño de ser y la pesadilla del estar en medio de una tragicómica alucinación de lo real.
Pedro Pablo Oliva se repite con el aura trágica de una obsesión inepta para burlar la maldita circunstancia del agua por todas partes.
La propuesta del pintor autodidacta Víctor Alexis Puig (La Habana, 1966), vale más por cuanto calla que por cuanto otorga al espectador ansioso del testimonio implícito. ¿Qué calla? ¿Qué otorga? Nada menos que la nadahistoria vaticinada por Virgilio Piñera, que permite a un hombre “vivir como un fantasma entre fantasmas que viven como hombres”-especie de homenaje velado al poema de Fayad Jamís “El ahorcado del café Bonaparte”. Víctor Alexis huye del panfleto como epidemia fulminante y consigue desmarcarse con éxito. En su caso, la gracia artística nunca sucumbe al ruido político. Y lo consigue aplicándole a la irreverencia un proceso de escamoteo hasta concederle un oscuro protagonismo.
¿Qué es un reencuentro? Nostalgia. Curiosidad. Fiesta. Cautela. Complicidades imprevistas. Anhelos postergados. Decepciones. Paranoicas fantasías. Ceguera. Incertidumbre. Glexis Novoa (Holguín, 1964) retornó a su isla para exhibir “La luz permanente” (2009) bien lejos de la institución-arte. Su enigmática pieza mostró el desconcierto ante lo que absurdamente pretendemos olvidar dejándolo atrás. Aquí la utópica “gran idea” sucumbe al vacío de la experiencia.
¡Duchamp era un brujo! ¡Yo quiero ser otro brujo! –exclama el artista Denis Izquierdo mientras prepara un cráneo humano lleno de camarones para que sean devorados por los espectadores.
Una paradoja de origen periférico: rechazar la elaboración de un statement y, a la vez, quejarse de permanecer excluido de las acrobacias del mainstream.
¡La Bienal de La Habana no ha muerto. Es la politiquería quien la está matando!
No importa que Gerardo Mosquera acabe sus días viajando y pataleando sin recuperarse del ostracismo insular. Su escaño en la historia del arte cubano está asegurado.
Hablar de un arte hecho en Cuba implica rearticular una metáfora de la exclusión, el encierro y la desesperanza. El fenómeno salvador de la internacionalización es privilegio de unos pocos.

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