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Dec 1, 2008

Bertolt Brecht: poemas y canciones


 

Versión de Jesús López Pacheco sobre la traducción directa del alemán de Vicente Romano

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       1965

 De «Hauspostille» («Devocionario del hogar»,1927)

 

Poesías escritas desde 1918 y recogidas en volumen

bajo el título de Hauspostille,

editadas por Propyláen Verlag, Berlín, 1927.

 

Balada del pobre Bertolt Brecht

 

 

Yo, Bertolt Brecht, vengo de la Selva negra.

Mi madre me llevó a las ciudades

estando aún en su vientre. El frío de los bosques

en mí lo llevaré hasta que muera.

 

Me siento como en casa en la ciudad de asfalto. Desde el

        principio

me han provisto de todos los sacramentos de muerte:

periódicos, tabaco, aguardiente.

En resumen, soy desconfiado y perezoso, y satisfecho al fin

 

Con la gente soy amable. Me pongo

un sombrero según su costumbre.

Y me digo: son bichos de olor especial.

Pero pienso: no importa, también yo lo soy.

 

Por la mañana, a veces, en mis mecedoras vacías,

me siento entre un par de mujeres.

Las miro indiferentes y les digo:

con éste no tenéis nada que hacer.

 

Al atardecer reúno en torno mío hombres

y nos tratamos de gentleman mutuamente.

Apoyan sus pies en mis mesas.

Dicen: «Nos irá mejor». Y yo no pregunto: «¿Cuándo?»

 

Al alba los abetos mean en el gris del amanecer

y sus parásitos, los pájaros, empiezan a chillar.

A esa hora en la ciudad, me bebo mi vaso,

tiro la colilla del puro, y me duermo tranquilo.

 

Generación sin peso, nos han establecido

en casas que se creía indestructibles

(así construimos los largos edificios de la isla de Manhattan

y las finas antenas que al Atlántico entretienen).

 

De las ciudades quedará sólo el viento que pasaba por ellas.

La casa hace feliz al que come, y él es quien la vacía.

Sabemos que estamos de paso

y que nada importante vendrá después de nosotros.

 

En los terremotos del futuro, confío

no dejar que se apague mi puro «Virginia» por exceso de amargura,

yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades de asfalto

desde la Selva negra, dentro de mi madre, hace tiempo.

 

Meditaciones sobre la duración del exilio

 

1

 

No pongas ningún clavo en la pared,

tira sobre una silla tu chaqueta.

¿Vale la pena preocuparse para cuatro días?

Mañana volverás.

 

No te molestes en regar el arbolito.

¿Para qué vas a plantar otro árbol?

Antes de que llegue a la altura de un escalón

alegre partirás de aquí.

 

Cálate el gorro si te cruzas con gente.

¿Para qué hojear una gramática extranjera?

La noticia que te llame a tu casa

vendrá escrita en idioma conocido.

 

Del mismo modo que la cal cae de las vigas

(no te esfuerces por impedirlo),

caerá también a alambrada de la violencia

erigida en la frontera

contra la justicia.

 

2

 

Mira ese clavo que pusiste en la pared.

¿Cuándo crees que volverás?

¿Tú quieres saber lo que crees tú en el fondo?

Día a día

trabajas por la liberación,

escribes sentado en tu cuarto.

¿Quieres saber lo que piensas de tu trabajo?

Mira el pequeño castaño en el rincón del patio

al que un día llevaste una jarra de agua.

 


Esto me enseñaron

 

 

Sepárate de tus compañeros en la estación.

Vete de mañana a la ciudad con la chaqueta abrochada,

búscate un alojamiento, y cuando llame a él tu compañero,

no le abras. ¡Oh, no le abras la puerta!

Al contrario,

borra todas las huellas.

 

Si encuentras a tus padres en la ciudad de Hamburgo,

o donde sea,

pasa a su lado como un extraño, dobla la esquina, no los

reconozcas.

Baja el ala del sombrero que te regalaron.

No muestres tu cara. ¡Oh, no muestres tu cara!

Al contrario,

borra todas las huellas.

 

Come toda la carne que puedas. No ahorres.

Entra en todas las casas, cuando llueva, y siéntate

en cualquier silla,

pero no te quedes sentado. Y no te olvides el sombrero.

Hazme caso:

borra todas las huellas.

 

Lo que digas, no lo digas dos veces.

Si otro dice tu pensamiento, niégalo.

Quien no dio su firma, quien no dejó foto alguna,

quien no estuvo presente, quien no dijo nada,

¿cómo puede ser cogido?

Borra todas las huellas.

 

Cuando creas que vas a morir, cuídate

de que no te pongan losa sepulcral que traicione donde estás,

con su escritura clara, que te denuncia,

con el año de tu muerte, que te entrega.

Otra vez lo digo:

borra todas las huellas.

 

(Esto me enseñaron.)

 

(1926, del Libro de lectura

para los habitantes de las ciudades)


 

 

Canción del autor dramático

(Fragmento)

 

 

Soy un autor dramático. Muestro

lo que he visto. Y he visto mercados de hombres

donde se comercia con el hombre. Esto

es lo que yo, autor dramático, muestro.

 

Cómo se reúnen en habitaciones para hacer planes

a base de porras de goma o de dinero,

cómo están en la calle y esperan,

cómo unos a otros se preparan trampas llenos de esperanza,

cómo se citan,

cómo se ahorcan mutuamente, cómo se aman,

cómo defienden su presa,

cómo devoran...

Esto es lo que muestro.

 

Refiero las palabras que se dicen.

Lo que la madre le dice al hijo,

lo que el empresario le ordena al obrero,

lo que la mujer le responde al marido.

Palabras implorantes, de mando,

de súplica, de confusión,

de mentira, de ignorancia...

Todas las refiero.

 

Veo precipitarse nevadas,

terremotos que se aproximan.

Veo surgir montañas en medio del camino,

ríos que se desbordan.

Pero las nevadas llevan sombrero en la cabeza,

las montañas se han bajado de automóviles

y los ríos enfurecidos mandan escuadrones de policías.

 

2

Para poder mostrar lo que veo,

estudié las representaciones de otros pueblos y otras

épocas.

He adaptado un par de obras, examinando

minuciosamente su técnica y asimilando de ellas

lo que a mí me servía.

Estudié las representaciones de los grandes señores feudales

entre los ingleses, con sus ricas figuras

a las que el mundo sirve para desplegar

su grandeza. Estudié a los españoles moralizantes,

a los indios, maestros en las bellas sensaciones,

y a los chinos, que representan a las familias

y los variados destinos en las ciudades.


 

 

Canción de los bateleros del arroz

 

 

Río arriba, en la ciudad,

nos espera un puñado de arroz,

pero pesa la barca que debe subir

y el agua corre río abajo.

Nunca llegaremos arriba.

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

La noche viene pronto. En nuestro cuarto

ni la sombra de un perro podría dormir,

pero cuesta un puñado de arroz.

Como la orilla es resbaladiza

no nos movemos del sitio.

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

La soga que en los hombros se nos hunde

tiene más resistencia que nosotros.

El látigo de nuestro vigilante

cuatro generaciones lo conocen.

No seremos la última nosotros.

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

La barca nuestros padres arrastraron

un poco más arriba de donde muere el río.

Alcanzarán la fuente nuestros hijos.

Nosotros somos los de en medio.

 

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

En la barca hay arroz. El campesino

que lo cosechó ha recibido

sólo un puñado de monedas, pero nosotros

recibimos aún menos. Un buey

les saldría más caro. Somos demasiados.

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

Cuando llega el arroz a la ciudad

y los niños preguntan que quién

arrastró la pesada barca, se les dice:

ha sido arrastrada.

 

Tirad más aprisa, las bocas

esperan ya la comida.

Todos a una. No tropieces

con tu compañero.

 

La comida de abajo les viene

a los que arriba la comen.

Aquellos que la arrastraron

no han comido.

 

 

Cuando llega el arroz a la ciudad y los niños preguntan que quién arrastró la pesada barca, se les dice: ha sido arrastrada.

 

 


Canción del comerciante

 

 

Río abajo hay arroz,

río arriba la gente necesita el arroz.

Si lo guardamos en los silos,

más caro les saldrá luego el arroz.

Los que arrastran las barcas recibirán aún menos.

Y tanto más barato será para mí.

Pero ¿qué es el arroz realmente?

 

¡Yo qué sé lo que es el arroz!

¡Yo qué sé quién lo sabrá!

Yo no sé lo que es el arroz.

No sé más que su precio.

 

Se acerca el invierno, la gente necesita ropa.

Es preciso, pues, comprar algodón

y no darle salida.

Cuando el frío llegue, encarecerán los vestidos.

Las hilanderías pagan jornales excesivos.

En fin, que hay demasiado algodón.

Pero ¿qué es realmente el algodón?

 

¡Yo qué sé lo que es el algodón!

¡Yo qué sé quién lo sabrá!

Yo no sé lo que es el algodón.

No sé más que su precio.

 

El hombre necesita abundante comida

y ello hace que el hombre salga más caro.

Para hacer alimentos se necesitan hombres.

Los cocineros abaratan la comida,

pero la ponen cara los mismos que la comen.

En fin, son demasiado escasos los hombres.

Pero ¿qué es realmente un hombre?

 

¡Yo qué sé lo que es un hombre!

¡Yo qué sé quién lo sabrá!

Yo no sé lo que es un hombre.

No sé más que su precio.

 

(1930)

 

 

 


Refugio nocturno

 

 

Me han contado que en Nueva York,

en la esquina de la calle veintiséis con Broadway,

en los meses de invierno, hay un hombre todas las

noches

que, rogando a los transeúntes,

procura un refugio a los desamparados que allí se reúnen.

 

Al mundo así no se le cambia,

las relaciones entre los hombres no se hacen mejores.

No es ésta la forma de hacer más corta la era de la

explotación.

Pero algunos hombres tienen cama por una noche,

durante toda una noche están resguardados del viento

y la nieve a ellos destinada cae en la calle.

 

Algunos hombres tienen cama por una noche,

durante toda una noche están resguardados del viento

y la nieve a ellos destinada cae en la calle.

Pero al mundo así no se le cambia,

las relaciones entre los hombres no se hacen mejores.

No es ésta la forma de hacer más corta la era de la

explotación.

(1931)

 

 


De todos los objetos

 

 

De todos los objetos, los que más amo

son los usados.

Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,

los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera

han sido cogidos por-muchas manos. Éstas son las formas

que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,

desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,

esas losas entre las que crece la hierba, me parecen

objetos felices.

 

Impregnados del uso de muchos,

a menudo transformados, han ido perfeccionando sus

formas y se han hecho preciosos

porque han sido apreciados muchas veces.

 

Me gustan incluso los fragmentos de esculturas

con los brazos cortados. Vivieron

también para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;

si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.

Las construcciones casi en ruinas

parecen todavía proyectos sin acabar,

grandiosos; sus bellas medidas

pueden ya imaginarse, pero aún necesitan

de nuestra comprensión. Y, además,

ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me hacen feliz.

 (1932)

 


Loa de la dialéctica

 

 

Con paso firme se pasea hoy la injusticia.

Los opresores se disponen a dominar otros diez mil años

más.

La violencia garantiza: «Todo seguirá igual.»

No se oye otra voz que la de los dominadores,

y en el mercado grita la explotación: «Ahora es cuando

empiezo.»

Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora:

«Jamás se logrará lo que queremos».

 

Quien aún esté vivo no diga «jamás».

Lo firme no es firme.

Todo no seguirá igual.

Cuando hayan hablado los que dominan,

hablarán los dominados.

¿Quién puede atreverse a decir «jamás»?

¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.

¿De quién que se acabe? De nosotros también.

¡Que se levante aquel que está abatido!

¡Aquel que está perdido, que combata!

¿Quién podrá contener al que conoce su condición?

Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana

y el jamás se convierte en hoy mismo.

 

 (1932)

 


Loa de la duda

 

 

Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis

serenamente y con respeto

a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.

Quisiera que fueseis avisados y no dierais

vuestra palabra demasiado confiadamente.

 

Leed la historia. Ved

a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.

Por todas partes

se derrumban fortalezas indestructibles,

y de aquella Armada innumerable al zarpar

podían contarse

las naves que volvieron.

 

Así fue como un hombre ascendió un día a la cima inaccesible,

y un barco logró llegar

al confín del mar infinito.

¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza

ante la indiscutible verdad!

¡Oh valeroso médico que cura

al enfermo ya desahuciado!

 

Pero la más hermosa de todas las dudas

es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza

y dejan de creer

en la fuerza de sus opresores.

 

¡Cuánto esfuerzo hasta alcanzar el principio!

¡Cuántas víctimas costó!

¡Qué difícil fue ver

que aquello era así y no de otra forma!

Suspirando de alivio, un hombre lo escribió un día en el

libro del saber.

 

Quizá siga escrito en él mucho tiempo y generación tras

generación

de él se alimenten juzgándolo eterna verdad.

Quizá los sabios desprecien a quien no lo conozca.

Pero puede ocurrir que surja una sospecha, que nuevas

experiencias

hagan conmoverse al principio. Que la duda se despierte.

 

Y que, otro día, un hombre, gravemente,

tache el principio del libro del saber.

Instruido

por impacientes maestros, el pobre oye

que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera

del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona.

Verdaderamente, le es difícil

dudar de este mundo.

Bañado en sudor, se curva el hombre construyendo la casa

en que no ha de vivir.

 

Pero también suda a mares el hombre que construye su

propia casa.

Son los irreflexivos los que nunca dudan.

Su digestión es espléndida, su juicio infalible.

No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el

caso,

son los hechos los que tienen que creer en ellos. Tienen

ilimitada paciencia consigo mismos. Los argumentos

los escuchan con oídos de espía.

 

Frente a los irreflexivos, que nunca dudan,

están los reflexivos, que nunca actúan.

No dudan para llegar a la decisión, sino


para eludir la decisión. Las cabezas

sólo las utilizan para sacudirlas. Con aire grave

advierten contra el agua a los pasajeros de naves

hundiéndose.

 

Bajo el hacha del asesino,

se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también.

Tras observar, refunfuñando,

que el asunto no está del todo claro, se van a la cama.

Su actividad consiste en vacilar.

Su frase favorita es: «No está listo para sentencia.»

Por eso, si alabáis la duda,

no alabéis, naturalmente,

la duda que es desesperación.

 

¿De qué le sirve poder dudar

a quien no puede decidirse?

Puede actuar equivocadamente

quien se contente con razones demasiado escasas,

pero quedará inactivo ante el peligro

quien necesite demasiadas.

Tú, que eres un dirigente, no olvides

que lo eres porque has dudado de los dirigentes.

Permite, por lo tanto, a los dirigidos

dudar.

 


A los hombres futuros

 

 

1

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa

revela insensibilidad. El que ríe

es que no ha oído aún la noticia terrible,

aún no le ha llegado.

 

¡Qué tiempos estos en que

hablar sobre árboles es casi un crimen

porque supone callar sobre tantas alevosías!

Ese hombre que va tranquilamente por la calle,

¿lo encontrarán sus amigos

cuando lo necesiten?

 

Es cierto que aún me gano la vida.

Pero, creedme, es pura casualidad. Nada

de lo que hago me da derecho a hartarme.

Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara, estaría

perdido.)

Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»

Pero ¿cómo puedo comer y beber

si al hambriento le quito lo que como

y mi vaso de agua le hace falta al sediento?

Y, sin embargo, como y bebo.

 

Me gustaría ser sabio también.

Los viejos libros explican la sabiduría:

apartarse de las luchas del mundo y transcurrir

sin inquietudes nuestro breve tiempo.

Librarse de la violencia,

dar bien por mal,

no satisfacer los deseos y hasta

olvidarlos: tal es la sabiduría.

Pero yo no puedo hacer nada de esto:

verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

 

2

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,

cuando el hambre reinaba.

Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía

y me rebelé con ellos.

Así pasé el tiempo

que me fue concedido en la tierra.

 

Mi pan lo comí entre batalla y batalla.

Entre los asesinos dormí.

Hice el amor sin prestarle atención

y contemplé la naturaleza con impaciencia. Así pasé el tiempo

que me fue concedido en la tierra.

 

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.

La palabra me traicionaba al verdugo.

Poco podía yo. Y los poderosos

se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía

Así pasé el tiempo

que me fue concedido en la tierra.

 

Escasas eran las fuerzas. La meta

estaba muy lejos aún.

Ya se podía ver claramente, aunque para mí

fuera casi inalcanzable.

Así pasé el tiempo

que me fue concedido en la tierra.

 

3

Vosotros, que surgiréis del marasmo

en el que nosotros nos hemos hundido,

cuando habléis de nuestras debilidades,

pensad también en los tiempos sombríos

de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos

a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos

donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.

Y, sin embargo, sabíamos

que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.

También la ira contra la injusticia

pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,

que queríamos preparar el camino para la amabilidad

no pudimos ser amables.

Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos

en que el hombre sea amigo del hombre,

pensad en nosotros

con indulgencia.

 

(1938)

 

 


Canción alemana

 

 

Otra vez se oye hablar de tiempos de grandeza.

(Ana, no llores.)

El tendero nos fiará.

 

Otra vez se oye hablar del honor.

(Ana, no llores.)

No nos queda ya nada en la despensa.

 

Otra vez se oye hablar de victorias.

(Ana, no llores.)

A mí no me tendrán.

 

Ya desfila el ejército que ha de partir.

(Ana, no llores.)

Cuando vuelva

 

Volveré bajo otras banderas

 

 

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