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Jun 15, 2010

Luis Trápaga


Visión del escribiente

El hombre, ese ser social, no siempre  sociable, y en ocasiones nada humano siente en este ambiente finisecular la necesidad de unirse a sus semejantes como una salida a la soledad que lo aqueja.
Trápaga, se inclina por los blancos y los negros, las figuras delineadas  con trazo, correcto, con un aliento irónico que lo acerca al comic.
Pretende ocupar la casi totalidad del espacio en el lienzo, en el que ahora permite la aparición de elementos de fondo. Aquí, los agrupados, están enlazados por una suerte de complementación. Hay cierto humor en la imagen del burócrata escribiente y el servil hombrecillo en que se apoya.
Virginia Alberdi

 Verdugo (acrílico/lienzo)

 
Redención de Horus


Pushkin

)))

Las abstracciones paródicas de Luis Trápaga

I
Algunas exposiciones y proyectos de curaduría realizados en los últimos años han venido a demostrar no sólo que la pintura abstracta en Cuba conserva, desde su aparición a principios de los años cincuenta, una notable vitalidad, sino que existe una continuidad entre la obra de los jóvenes pintores y la que realizaron figuras como Julio Girona, Raúl Martínez, Fayad Jamís y Antonio Vidal.
Quedan, sin embargo, otras vindicaciones por hacer al medio siglo de arte abstracto en Cuba. Por ejemplo, habría que preguntarse si  –tal como y la interpretó toda una crítica radical que va desde Juan Marinello en su Conversación con nuestros pintores abstractos (1955) hasta los artistas y críticos que se adscribieron al proyecto Es sólo lo que ves  (1989)– la abstracción fue necesariamente una aventura formalista y ajena a la realidad política, casi siempre tensa, por la que ha atravesado el país desde la segunda mitad del siglo XX.  La exposición Marca con una X (1993) de Rodolfo Llópiz, y el lienzo Panóptico de Vladimir León, presentado en el Salón Juan Francisco Elso (1995), podrían corroborar que la abstracción puede tener  –y de hecho tuvo– una postura polémica frente al orden imperante.

Otro de los problemas que, en mi opinión, no han sido suficientemente atendidos, es el del espacio que ocupó la abstracción en la muy plural y controvertida década de los 80. Si se descuenta a Carlos Alberto García, el resto de los jóvenes pintores abstractos fueron, en sentido general, ignorados. Casi ningún crítico de arte apostó por ellos. Trabajaron en solitario y a contracorriente de los acontecimientos artísticos del momento. La abstracción fue excluida (cuando no condenada como en el proyecto Es sólo lo que ves) del “nuevo” arte cubano. Baste recordar que en el minucioso, si bien a todas luces arbitrario, libro de Luis Carmnizer, New Cuban Art, apenas se hace referencia a la abstracción como una vertiente significativa en el panorama del arte de los ochenta y comienzos de los noventa. Ahora, con la distancia de más de una década, tal vez sea oportuno reparar en el hecho de que, durante esos años, no sólo los jóvenes pintores acogieron con entusiasmo la hasta entonces poco conocida obra de Julio Girona, sino que, al mismo tiempo, numerosos pintores se interesaron en la abstracción. Entre los jóvenes que incursionaron  en la pintura abstracta cabe mencionar a Carlos Alberto García, Gustavo Pérez Monzón, Dania del Sol, Miguel Cerejido, Erenesto Ocaña, junto a artistas que, hoy po hoy, casi nadie recuerda o conoce, como Rodolfo Llópiz, Ángel Hernández, Juan Carlos Sánchez y Luisa Correa. La lista puede ser aún más larga.

Puede discutirse la relevancia de estos artistas, como mismo tendrá que reconsiderarse la importancia de muchos de los jóvenes que protagonizaron los escándalos y polémicas que caracterizaron a las artes visuales de fines de los ochenta. La tarea de desinflar el llamado “renacimiento cubano” está todavía por emprenderse. Pero lo que me interesa destacar ahora, es que, pese a la escasa atención que le prestó la crítica, la abstracción figuró, con no poca fuerza, entre las inquietudes de los artistas de los ochenta.
Me parece saludable el hecho de que, en la actualidad, los críticos y curadores tengan una actitud menos prejuiciada hacia las manifestaciones del arte abstracto. Tal vez sea el momento de rescatar a algunos de los pintores abstractos de los 80.

             II
Luis Trápaga es uno de esos artistas casi desconocidos que, a mediados de los ochenta, se dedicaron a la abstracción.  Pocas veces en Cuba se ha dado a conocer su trabajo más allá del círculo (reducido) de sus amigos en las exposiciones personales realizadas.
Diría que las abstracciones de Luis Trápaga poseen el don de ser perturbadoras e inusuales. Por un lado, Trápaga ofrece la impresión de ser uno de los artistas cubanos que permanecen más apegados a las búsquedas de la abstracción lírica de los años cincuenta. Su pintura parece enfocarse en efectos expresivos y a menudo poéticos, poderosamente condicionados por la espontaneidad de la pincelada, la grafía ágil, las analogías cromáticas y las tensiones espaciales entre las formas. Sin embargo, en los propios trabajos existe una especie de contrasentido, como si, mediante el sarcasmo, se deshiciesen las preocupaciones formalistas o la inclinación hacia lo ornamental y lo lírico. Las formas puntiagudas, los pequeños triángulos, los colores chillones interrumpen, como si ofreciesen el efecto de un cortocircuito, toda posible pretensión trascendental o esteticista, introducen una mordacidad que, sin apelar a las relaciones entre la palabra y lo pictórico, hace mofa de las propias formas abstractas.
Formas abstractas incompatibles, como si la imagen quedase escindida en fragmentos que, al dialogar, se autodestruyen. Aquí podría hablarse de un sentido paródico que devuelve las abstracciones de Trápaga a nuestra contemporaneidad. Pero un humor que colinda con la angustia, un juego que conduce a una expresión exacerbada y estridente. Una angustia que estalla en una carcajada.


El artista tiene en venta algunas de sus piezas. Para contactar directamente con él en La Habana:
fijo: (053-7)833 6983 email: trapagaprakata@gmail.com
(vídeo tomado del tercer número de la Revista Desliz)

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