Orlando Gutiérrez Boronat
Hacia la gran nación
Retomar la espiritualidad no significa refugiarnos en la superstición después del colapso de los que podríamos describir como el "cientificismo". Todo lo contrario. La espiritualidad es la categoría de análisis de la realidad que precisamente sirvió de fundamento original y cauce de acción para la civilización occidental que desembocó en el "cientificismo".
La espiritualidad constituye una visión más amplia de la realidad. Un método de pensamiento que aspira a comprender la realidad mediante el entendimiento de los valores permanentes de la misma. Busca la verdad de las personas en su fuente: la misma naturaleza humana. Naturaleza humana que se expresa, se desarrolla y se debate en el drama histórico. Es así, en el ser y su historia, que buscamos nuestras razones.
Cuáles son estas categorías, estas razones que verdaderamente caracterizan a la persona humana?
Partimos del hecho que somos un cúmulo de contradicciones que se desenvuelven en el tiempo: espíritu y materia, cuerpo y mente, vida y muerte. Un cúmulo de contradicciones que van incorporando las experiencias, los acontecimientos, los ejemplos de la historia. Es decir, esta naturaleza humana, compuesta por contradicciones permanentes, va asimilándose a la construcción histórica de la cultura y la civilización, transmitidas por la educación.
Aquí radica uno de los aspectos esenciales: la construcción histórica, para ser válida y duradera, tiene que orientarse hacia la satisfacción de las necesidades permanentes de las personas: su inteligencia, su libertad, su creatividad. En tanto y cuanto la sociedad esté dirigida hacia la mera satisfacción de las necesidades materiales de la persona (vida y cuerpo), se irán reduciendo las potencialidades de su ser.
La espiritualidad, entonces, aspira a comprender las cosas yendo a las raíces de las mismas. A su sustancia. Sustancia que se revela en el quehacer. Sólo entendiendo cómo las cosas han sido, en toda su complejidad, es que entenderemos cómo son.
La historia, lejos de consistir en las cerradas fórmulas deterministas que contemplaba el marxismo o de la ciega lucha por intereses que podría estipular la más rancia doctrina liberal, es precisamente el compendio de la lucha enconada entre las contradicciones del ser humano. Y aunque la historia nos muestra que existen hombres malvados, lo cierto es que la vasta mayoría de las personas se bestializan al ser victimizados por su angustia e ignorancia.
Cómo no angustiarse? Cómo no ceder ante fuerzas tan poderosas como lo son la reproducción, el apetito, la crueldad? Cómo no ceder, cuando la vida se presenta an consistentemente injusta? Y es precisamete de ahí de donde parte la espiritualidad; pues el ser moderno tiene una necesidad imperiosa de reencontrar el sentido del límite.
Cierto es que no escogemos dónde vamos a nacer ni qué circunstancias se nos presentarán, pero también es cierto que una vez nacidos tendremos todo un mundo de posibilidades frente a nosotros, así como tendremos también la posibilidad de construir circunstancias para nuestros hijos... legarles un camino por el cual poder seguir.
De eso trata la civilización: el desarrollo de las posibilidades materiales y extensión de la comunidad humana no es más que la muestra de que un porciento de humanidad ha derrotado la angustia y rebasado la ignorancia para discernir que la vida vence a la muerte y que aunque la particularidad perece, su ejemplo, su solidaridad, subsiste en la historia para darle esperanza a los seres venideros. Esta es la única, verdadera utopía: la unidad del ser frente a las contradicciones que lo agonizan.
Paradójicamente, mientras más asume el ser particular esta conciencia de unidad superior, más se aísla de sus contemporáneos. Y es que los pocos han de abrirle el camino a los muchos. Por eso decimos que la lucha radica dentro de nosotros mismos: no de un interior efímero, sino dentro de nuestra identidad: nuestra lengua, nuestra cultura, nuestro pueblo, nuestra nación.
Es, en fin de cuentas, una lucha por rescatar al tiempo. La historia de la civilización es esa también: facilitar la vida material para así dedicarle más tiempo a la dilucidación de las razones, a la indagación dentro de nuestro ser para así discernir la sustancia genuina de nuestra naturaleza.
He ahí por qué es necesario que la modernidad reencuentre el límite: pues ante el derrumbe de los móviles positivistas que le aseguraron al ser moderno el control sobre un cosmos que no es el suyo, el ser moderno ha de emplear sus amplias reservas de tiempo para humanizar su vida.
Sólo la inteligencia, la creatividad y la libertad humanizan al ser humano.
Sólo el amor, o la entrega genuina a ese entorno donde radica nuestra identidad nos libera.
Estas son las puertas de acceso a ese todo, a esa unidad suprema, que existe a sólo un latido de distancia de nuestro ser.
Orlando Gutiérrez Boronat
Hacia la gran nación
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