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Apr 4, 2010

ANTICRISTO: un acto de guerra.

Como Foucault, quien al decir de Deleuze, cambiaba el aire de una habitación
al entrar en ella, el cineasta danés Lars Von Trier altera la atmósfera de
las salas de cine, con provocadora, persistente alevosía. Prueba al canto,
Anticristo, su más reciente obra, circula por el mercado cinematográfico
acaparando más denuestos que elogios, dada esa ejemplar manera suya de
sorprender al más avisado de sus seguidores, desde el inicio de su carrera.
"Este director es un enfermo", es la más común de las expresiones de los
espectadores: la pertenencia del placer al dominio peligroso del Mal es, al
parecer, lo más evidente del discurso fílmico, donde placer y poder son
elementos del mismo dispositivo que se articula gracias a la verdad del
sexo.
Puestas en solfa las técnicas del psicoanálisis, la búsqueda de una ética de
la existencia como intento de afirmar la propia libertad, permite al artista
levantar en un terreno simbólico las figuras de la Locura, la Sexualidad y
la Muerte, enmascaradas en la avisada llegada de los Tres Mendigos.
Historia cuidadosamente elaborada, casi perfecta en su puesta en escena,
localizada en un paisaje nórdico cuya belleza natural es hostil a los
protagonistas desde el inicio, puerta ambigua al abismo donde se pierde todo
equilibrio y elemento continuo de sobresalto para los espectadores, comienza
con una secuencia inicial tan clásica y pura en sus elementos
formales-fotografía, banda sonora-, que bastara ella sola para sostener el
interés en el filme hasta el final.
Dividida en cuatro capítulos y un epílogo, marcada por la finitud de la
experiencia humana que "es Ser para la Muerte", segun Heidegger, el
desamparo de la pareja constituida por los actores Charlotte Gainsbourg y
Willen Defoe, parte del enigma del deseo del Otro, la fascinación impotente
frente al enigma del goce del Otro y la incapacidad para explicarlo en "el
lenguaje habitual del sentido" (Zizek).
En el cortocicuito de Sentido en el que se inscribe el discurso de Von
Trier, la perversión atañe a la vieja concepción de "todo es sexual", donde
la sexualidad funciona como lo universal significado. La presencia excesiva
del goce traumático, denota la paradoja de la fascinación y el apego
eróticos en una textura de pesadilla, al establecer ese vínculo entre
metafísica y sexualidad.
Así, moviéndose en la superficie del flujo de los acontecimientos, el padre
del movimiento cinematográfico Dogma, aborda una historia de amor que
deviene en puro terror y en un espectáculo visual de alto nivel estético. Se
aproxima al erotismo a través del mito judeo-cristiano(Edén, el paraíso
perdido) y como en Bataille, el sacrificio es el escenario último donde
retornan los impulsos reprimidos.
Luego del modo en que la sexualidad, en el siglo XIX y primeras décadas del
XX, fuera tanto reprimida como puesta en evidencia, acentuada y analizada a
través de las técnicas de la Psicología y la Psiquiatría, ello nos indica un
cambio en la estructuración de la conducta sexual como fenómeno
contemporáneo. Extraer del sexo no solo placer, sino saber, se convierte en
juego sutil que salta de uno al otro: la potencialidad de Anticristo
descansa en su total desnudez en la caracterización del espacio del Otro,
que es el ámbito de la oscuridad, de los excluidos en el límite más abierto
y catastrófico del lenguaje, transgresión crucial cuyo poder de penetración
para alcanzar zonas profundas de la naturaleza humana, acusa a una
Naturaleza siempre negligente, innoble e hipócritamente reprimida, cuando no
totalmente suprimida por el espíritu humano.
La brutalidad de esta humillación -moral, intelectual, física- donde los
protagonistas interactúan y se "padecen", son afectados mutuamente en un
subyugar y enseñorearse de una porción de la realidad, constituyen los hilos
de un laberinto pasional que en definitiva dibujan el rostro de la
cotidianeidad y apuntan, señalan a la sexualidad como verdad última y como
acto de guerra.

Azucena Isabel

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