Raúl Flores finalmente me envía un pequeño texto.
Lia, te adjunto un texto que hice el otro día. Es más bien un cuento corto (2 cuartillas). Mira a ver si te cuadra para tu página. De todas formas, más adelante te voy a mandar algo más largo, más parecido a un artículo, o una columna. Nos vemos por ahí, ahora tengo que ir a ver películas al cine, hasta que se arreglen los discos duros que tenía para transportar informacion, así que gracias por la promoción del Chaplin.
Besos
RFI
OTROS MUERTOS
La gente sólo sabía escribir de muertos. Muerte, muerte por todas partes. Los cuentos de hadas transmutados en modernos cuentos de horror. Las hadas en sí mismas habían dejado de ser tenues figurines de fantasía para transformarse, por obra y gracia de imaginaciones ajenas, en oscuras vampiresas sedientas de sangre. Todas las narraciones del momento terminaban con un reguero de vísceras por las paredes de las habitaciones. Pocas habitaciones y muchas vísceras.
La poesía, en cambio, era lírica e introspectiva. Más lírica y más introspectiva que nunca. Nadie llegaba a explicarse por qué el reguero de sangre que afectaba al campo de narrativa se quedaba en el umbral del campo poético nacional. Los y las poetas iban por ahí con sus camisas a cuadros y sus blusas a cuadros y se detenían a la orilla de playas vacías, adónde sólo llegaban partes de cadáveres enredadas entre crestas de algas. Se detenían a admirar las silenciosas puestas de sol. A decir Hay sol bueno y mar de espuma. Escribían hermosas odas repletas de alejandrinos y tercetas altisonantes sobre el lento rumor de las olas sobre la costa al atardecer. Sólo que no usaban la palabra atardecer, sino la palabra crepúsculo.
No obstante, nada de esto se publicaba. Aquella narrativa llena de sangre y balas y partes de cadáveres, y aquella poesía pletórica de bellos símbolos, hermosas metáforas y palabras altisonantes, se quedaba en las páginas inéditas de aquellos noveles autores. Lo único que se publicaba eran otras voces, otros ámbitos. Antiguos autores, validados por años transcurridos entre antiguas vidas y viejas muertes. Premios Nacionales, nominados al Nobel. Y así y así. A lo Vonnegut.
Pasadas glorias que para nada reflejaban los tiempos que transcurrían, cierta mirada al ayer donde todo era mejor, más bonito y más barato. Literatura lavada como si de dinero en bancos de mafia se tratara. Una recuperación de tiempos idos, para un presente cada vez más inseguro. Y eso era lo que lograba colarse en las páginas de los diarios, en los folios de los pocos libros editados y editables, en espacios culturales de radio y televisión, en un momento en el cual no existía radio, no existía televisión.
Para ser publicado había que escribir prosa lavada, como fotografía desvaída por el paso de los años. Falsificar estilos. Recrear lo ya recreado. Narrar lo inenarrable. O el caso contrario, escribir poesías fogosas, acorde con mentalidades ajenas. Versos que incitaran a la lucha, a un glorioso amanecer. Estrofas vibrantes. Palabras candentes como bofetada en el rostro.
Pero los escritores aceptaban su ineditez con estoicidad. Otro día será, decían y continuaban inundando sus escritos de litros de cálida sangre y/o melosas metáforas. Las páginas de los diarios proliferaban entonces con esa rara condición que poseen los muertos de llegar a todas partes, y por doquier aparecían después esas mismas páginas despedazadas, masacradas, como si de otros cadáveres se tratara. Cuerpos desecados de sangre, de todo rastro de posible emoción. Papel recortado, rasgado, torturado, lleno de agujeros como hueco de bala.
Estas mismas hojas de los diarios llegaban después, envueltas entre crestas de algas y vísceras blancuzcas, a las orillas de las playas como otros tantos muertos más, otros distintos ámbitos. Y los poetas se reunían y escribían Hay sol bueno y mar de espuma… con las mejores de sus poéticas intenciones. Y escribían frases bonitas sobre el atardecer, sólo que nunca usaban la palabra atardecer.
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