Me persiguen por defender la libertad. ¡Soy tan desafortunada!
Hacia las 2 de la tarde del jueves, un mensaje conscientemente indiscreto nos puso al descubierto después de haber tomado varias precauciones para que no se filtrara nada hasta después de la función. Pequeños pergaminos, artesanales y cuidadosamente trabajados fueron entregados en las manos de los pocos invitados, personas del gremio teatral, gente del medio: actores, directores, dramaturgos, cineastas.
Aunque personalmente creo
en el potencial de la obra para otra clase de público, menos
intelectual, pues hay
una voluntad de sacar el teatro fuera de las monitoreadas salas
oficiales con el fin de que sobreviva, de forma que una casa, una
calle o hasta una cárcel pueda ser escenario ideal para que
finalmente pueda recuperar su sentido de tribuna, su poder de
confrontación y su libertad no solo de forma sino de contenido, según manifiesta Teatro Kairós en las palabras iniciales de su segunda entrega Los enemigos del pueblo.
Leer noticia Waldo Fernández Cuenca en Diario de Cuba
Hay una coherencia de
hielo en este statement. Pues justo fue lo que pasó, después que
todo esmero discrecional se desvaneciera con ese simple sms
telefónico. Quien lo enviaba pecaba de una ingenuidad que, sino
malintencionada, fue efectivamente el detonante para el despliegue
policial que presenciamos junto a los vecinos, los que se acercaron y
seguramente los que ni vimos porque fueron interceptados más allá
de nuestras cámaras, en las esquinas circundantes.
Se trataba de una censura
a priori, lejos del habitual modo del censor presente en la puesta en
escena, que redacta un informe para el superior y luego, solo después
de ser vista, es que se decide prohibir terminantemente la obra. Una
obra como esta evidentemente no sobreviviría demasiadas funciones.
Este era un estreno total. Nadie conocía el texto, solo quienes
habíamos estado en el par de ensayos que hicimos, bien bajito,
cuidándonos hasta ese extremo. Sabíamos que nos estábamos
quemando, pero tampoco pensamos que ya estábamos achicharrados. Como
decía la encarnación de Carlota desde las primeras líneas, nos
encaminábamos a un suicidio social. Pero gustosos y justicieros:
nada más reconfortante que hacer lo que uno quiere, a cualquier
precio: el alto costo de la libertad.
La función, pese a todo,
fue inmejorable. Dos personas habían podido traspasar el cerco. Dos
personas tenía como público la actriz, pues todo consistía en un
monólogo de teatro mínimal, sin elementos apenas que enriquecieran la escenografía: solo una luz sobre la actriz y una silla en mitad del espacio: una puesta en escena sencilla pero fuerte. Durante el lamentable intercambio con los agentes de la policía política que bloqueaban la entrada de la casa, Lynn se había cargado de toda la adrenalina posible para ofrecerle a esas dos personas, en medio de una sala otra vez vacía, una experiencia única e irrepetible. En medio del vértigo, su entrega fue invaluable.
Lynn Cruz, la autora,
escribe. Y mucho: tiene una columna periódica en la plataforma
Havanatimes y una novela-teatro en proceso. Aunque la idea de este
texto fuera sugerida por Adonis Milán, un joven dramaturgo que
aspira a que su generación de los millenials pueda “demolerlo
todo”. No hace tanto, Miguel Coyula, el director y la pareja
artística de Lynn, fue el blanco de un ataque similar, en el mismo
espacio (la sala de una casa particular en el Vedado), para evitar la
proyección -o que hubiera alguien en la misma- de su documental
Nadie, igualmente denuncia de
la censura contra los artistas y los intelectuales desde los mismos inicios de la revolución de Castro.
Una
de las columnas de Lynn, motivada en aquella primera y horrible experiencia, se titula Los cineastas y los contrarrevolucionarios: «Como la realidad
está diseñada para que uno se canse y no quede otra alternativa que
el exilio, es probable que esto les haya hecho la vida fácil a las
instituciones, de modo que sientan la total libertad de censurar,
incluso, a aquellos que no les deben nada, en todos los aspectos,
incluyendo el espacio de exhibición, pues muchas de esas obras han
logrado pases en eventos internacionales, de modo que se han abierto
camino por sí solas.»
El
infructuoso diálogo institucional que muchos artistas deciden
prolongar, para mendigar un permiso, o el espacio oficial para la
muestra algo masiva de su obra, solo demuestra la necesidad de
reconocer la existencia de un movimiento que pide a gritos
legitimarse por sí mismo.
«Impedir
que las películas independientes aparezcan registrados en los
catálogos de cine cubano, silenciar a los cineastas, crear una mala
opinión acerca de las obras y sobre los autores que las ejecutan,
han sido estrategias para ejercer el control y censura sobre estas».
«A
los que no vivimos la felicidad que significó para la mayoría, el
año 1959, solo nos quedan términos y conceptos que califican como
un problema semántico. Los de antes hablan de revolución, mientras
para nosotros eso es gobierno, y donde hubo revolucionarios, solo
quedan políticos. De modo que la palabra contrarrevolucionario(a)
es simplemente un rezago de una revolución que solo sobrevive en el
pasado. Mientras, la palabra revolución,
en este contexto, es un término secuestrado por un grupo que solo
quiere permanecer en el poder.»
«¿Hasta cuándo, cubanos...», reza el texto adaptado ahora de la boca de Charlotte Corday, justiciera de Nerón, Marat y Castro en tres reencarnaciones: «¿hasta cuándo nos conformaremos con los problemas y las divisiones? Ya bastante tiempo unos pocos, han puesto su propia ambición en el lugar del interés general. ¿Por qué, víctimas de nuestro furor, nos hemos destruido a nosotros mismos, permitiéndoles a esos pocos que se establezcan como tiranía. Un partido único triunfa por medio del crimen y la opresión, algunos monstruos regados con nuestra propia sangre, conducen estas detestables conspiraciones. ¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más fuerza y energía que la que hemos empleado jamás para conquistar la libertad. ¡Cubanos, un poco más de tiempo y no quedará de ustedes más que el recuerdo de su existencia!»
«La
conciencia de gremio -vuelve Lynn dirigiéndose a los que prefieren
bailar convenientemente ciegos por un terreno feudal, siendo artistas
cortesanos y contradiciendo un discurso machacado por el constante
atropello contra ellos mismos- no podrá manifestarse dentro de una
institución cubana, sino fuera de ella, es allí donde
verdaderamente puede sobrevivir el arte. A los independientes que
persiguen un arte verdaderamente revolucionario solo les cabría
cuestionarse, ¿se puede ser revolucionario, y a la vez estar
institucionalizado?»
No
quiero repetir los detalles de la represión, ni volver sobre el
cansancio y la impotencia cuando intentan acorralarte, arrebatando
tantos derechos que ya no tiene caso enumerar: este es el lugar donde
nacimos y nadie tiene el derecho a expulsarte por la vía de la
fuerza. Que se cansen ellos.
Solo
quiero decir que desde ayer, soy una persona absolutamente
privilegiada por disfrutar de un arte que no se dice libre sino que
lo es, porque arrebata el espacio que es suyo por naturaleza, sin
detenerse ante un puñado de represores autoritarios, desarmados en
su cobardía. Soy privilegiada por tener amigos artistas conscientes
y limpios de traumas ideológicos, que solo buscan confundir a
quienes prefieren seguir siendo corderos. Desde ayer nos posicionamos
sin dudas en ese lado puro donde ninguna mezquindad puede tocarte.
Hemos protagonizado a los valientes, mientras el resto (la mayoría)
solo busca seguir siendo infelizmente cobarde.
Gracias Lynn, gracias Miguel, gracias a los que se atrevieron a llegarse a nuestra casa.
Gracias Lynn, gracias Miguel, gracias a los que se atrevieron a llegarse a nuestra casa.