SOMBRAS SOBRE EL ROTILLA Por Azucena I. Plasencia
Historia conocida
En el no tan lejano año 1998 del pasado siglo, surgió la celebración de una fiesta entre amigos, de carácter único, en la playa Rotilla, Jibacoa, a escasos kilómetros de la capital de todos los cubanos.
Actores del “largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”, reclamado por Rimbaud, los jóvenes liderados por Michel Matos, de Producciones Matraka −productora independiente−, que igual auspiciaba documentales para presentarlos a la Muestra de Nuevos Realizadores (Sexo, historias y cintas de video, 2007) que eventos de índole artística tan heterogéneos como exposiciones, conciertos…
Protagonizaron así la descarga de música alternativa al aire libre más desenfadada, desopilante e impactante hasta entonces sabida. Durante seis años se mantuvieron como una pequeña fiesta, hasta que en 2004, alentados por los estudiantes de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (Escuela de Tres Mundos), comenzaron los intercambios con músicos foráneos, sobre todo europeos: serbios, alemanes, etc. Ese año deciden hacer una gira nacional de alfabetización sobre la música electrónica −combinada con ecología y medio ambiente−, llegando a realizar 20 conciertos en un mes y siendo favorablemente acogidos en las provincias.
Así, de año en año, Rotilla fue creciendo y pasó a ser un festivalazo pleno de vitalidad, frescura, cuya libertad e impetuosidad alcanzaba la máxima temperatura expresiva en su impertinente independencia. Con los serbios participaron en el megafestival EXIT, y comprendieron la potencialidad que tenía el del patio, realizado a muy bajo costo pero con alta efectividad comunicativa, en comunión con miles de chicos y chicas de todas las profesiones y oficios que acudían masivamente a cada cita en la playa. En 2010, en su 12 aniversario, fue la apoteosis: tres días, cinco escenarios, record de público, movilización juvenil que despertó la suspicacia de funcionarios del Ministerio de Cultura (vicepresidente Fernando Rojas), quienes decidieron, invocando la política cultural única dictada por el Estado −leáse paranoia ideológica−, que el evento debía pasar a sus manos.
De la censura que siempre había practicado el gobierno contra figuras invitadas o actitudes, pasó a una dimensión indescriptible, a la del secuestro de la identidad de un Festival, reconocido más allá de las fronteras nacionales y con más de una década de existencia. En mutación brusca, en ruptura radical, Rotilla pasó a ser “Verano en Jibacoa”(2011); desactivado conceptualmente, excluyendo olímpicamente a sus creadores, a quienes impidieron el acceso al lugar. La mediocridad y la falsificación del evento birlado dio origen a la protesta de muchos de los asistentes y a la demanda legal que los fundadores del Festival establecieron contra el Ministerio de Cultura, con el consabido “no procede” que legitimaron la demagogia del hurto.
NI ROJO NI VERDE: ¡AZUL!
Y todo ello, la historia del robo cultural más piratesco jamás conocido, se encuentra magistralmente registrado en el documental Ni Rojo ni Verde: ¡Azul!, que dirigido por las realizadoras Hanny Marín y Sandra Cordero, con ayuda del propio Michel Matos, emplaza con rigurosa honestidad −¡y hasta humor!− la tenebrosa conspiración de funcionarios arrogantes, insuficientes y delincuentes, incapaces de generar ellos acciones culturales de alto nivel y negárselas a un pueblo que, evidentemente, desprecian.
Visionamos este documental en el espacio Cine a Toda Costa, que propiciado por el proyecto también independiente Estado de Sats, proyecta filmes y videos de importancia artística, muchas veces conflictivos en el contexto oficial. En diálogo público con sus realizadores, a lleno completo, los espectadores preguntaron por el regreso, ¿posible?, de Rotilla. Matraka no descarta la esperanza. Más de un revolucionario –sobre todo los de la primera etapa de la Revolución, años 60− puede conmoverse hasta las lágrimas cuando los muchachos reclaman “pero si somos sus hijos, nos piden a diario que construyamos, que produzcamos…”. Como ese maestro, Fernando Pérez, con quien los jóvenes siempre han podido contar y que entrevistado para el cortometraje reconocía que cuando él dice “Revolución”, ellos dicen “el gobierno”. Porque no son las mismas vivencias, ni la misma memoria emocional: todo cambia en una revolución. Si se cae en el estatismo, el estancamiento, la rigidez dogmática, la tiranía ¿de qué Revolución están hablando?
Dicho sea de paso, esa Muestra Joven de la que dimitiera Fernando Pérez hace sólo un año −¿como rechazo a la censura?−, acaba de rechazar en su última emisión a Ni Rojo ni Verde: ¡Azul!, negándole toda participación.
The end
Intelectualmente, la recuperación de la sociedad cubana debe ser total. Habrá que lograrla con una firmeza no exenta de toda concesión: al respecto, esta obra es de una transparencia inmarcesible.
Azucena I. Plasencia
abril 2013