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Edgelit

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Edgelit/Borde.de.luz

Adagio de Habanoni


Fotografías de Silvia Corbelle y Orlando Luis Pardo

mi habanemia

La Habana puede demostrar que es fiel a un estilo.

Sus fidelidades están en pie.

Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía ese ritmo.

Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico.

Tiene un ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones.

Tiene un destino y un ritmo.

Sus asimilaciones, sus exigencias de ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo.

Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria porque conoce su trágica perdurabilidad.

Ese ritmo -invariable lección desde las constelaciones pitagóricas-, nace de proporciones y medidas.

La Habana conserva todavía la medida humana.

El ser le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo terrible.

Lezama

habanera tú

habanera tú
Luis Trapaga

El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos.

No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en la que la gente se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.

Lezama

puertas

desmontar la maquinaria

Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina: son los estados del deseo independientemente de toda interpretación.

La línea de fuga forma parte de la máquina (…) El problema no es ser libre sino encontrar una salida, o bien una entrada o un lado, una galería, una adyacencia.

Giles Deleuze / Felix Guattari

moi

podemos ofrecer el primer método para operar en nuestra circunstancia: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura podrá deslizarse, tal vez, el soplo del Espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación. Después, otra vez el silencio.

José Lezama Lima (La cantidad hechizada)

Medusa

Medusa
Perseo y Medusa (by Luis Trapaga)

...

sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir;
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.

la maldita...

la maldita...
enlace a "La isla en peso", de Virgilio Piñera

La incoherencia es una gran señora.

Si tú me comprendieras me descomprenderías tú.

Nada sostengo, nada me sostiene; nuestra gran tristeza es no tener tristezas.

Soy un tarro de leche cortada con un limón humorístico.

Virgilio Piñera

(carta a Lezama)

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Luis Trápaga

ay

Las locuras no hay que provocarlas, constituyen el clima propio, intransferible. ¿Acaso la continuidad de la locura sincera, no constituye la esencia misma del milagro? Provocar la locura, no es acaso quedarnos con su oportunidad o su inoportunidad.

Lezama

Luis Trápaga Dibujos

Luis Trápaga Dibujos
Dibujos de Luis Trápaga

#VJCuba pond5

Pingüino Elemental Cantando HareKrishna

Elementary penguin singing harekrishna
o
la eterna marcha de los pueblos victoriosos
luistrapaga paintings
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Libertad para Danilo

Jan 25, 2009

la deya: una más para el otro lado del océano... todo el aché pa ti!


Deyanira Pijuan wrote: ;-)

Bueno gente, ya estoy en España.
Todavía no puedo decir si está mejor que aquello o no,  pero al menos ya tengo mi correo y las calles están mejores y más limpias. Veremos cómo va la cosa. Respondan partía de anormales pa seguir escribiéndoles y saber que les llegó mi dirección.
los quiero mucho y bueno... todavía no los extraño tanto realmente. jejeje.
 
saben?: algo que me llamó la atención, que aquí todos hablan español pero se hacen los extranjeros pq hablan con un acentico un poco rarito... no sé, creo que con la z. jejeje NO HAY RESSSSSPETO...
 
 
besos
Deya : )

Jan 24, 2009

ULTIMO JUEVES - 29 de enero--DEBATE

Pedro Silva wrote:
 
 


ULTIMOJUEVES
(panel de discusión de la revista Temas )
 
ENERO:
Claves de la corrupción
 
(Al final de este mensaje, Ud. podrá conocer los restantes temas
previstos para el año 2009)
 

Lugar: Galería Servando (al lado del ICAIC, 23 entre 10 y 12, El Vedado),
Fecha: Jueves 29 de enero
Hora: 4:00 p.m.
Entrada libre

Este espacio se dirige a estimular la reflexión crítica y la diversidad de perspectivas, en un formato ágil y flexible, ante un público amplio, de personas interesadas y no necesariamente especialistas. 
En esta ocasión, se analizará el fenómeno de la corrupción, mediante un debate que examine sus causas, fenomenología, consecuencias y alternativas en el mundo actual y, particularmente, en Cuba.
La discusión se grabará y editará, para ser eventualmente publicada en Temas.

Tel / Fax 838 3010

PROGRAMA 2009
 

Febrero 26: ¿Qué piensan (y hacen) los jóvenes?

Marzo 26:  La burocracia como fenómeno social

Abril 30: Homofobia y cultura cívica

Mayo 28: ¿Huellas culturales rusas en Cuba?

Junio 25: La cuestión racial: prejuicio, discriminación, estereotipos

Julio 30: ¿Y la clase obrera?

Septiembre 24: Cultura agraria, política y sociedad

Octubre 29: Internet en la cultura

Noviembre 26: El diálogo con la emigración 1978-79: una revisión   


___________________________________________________
Visite, Visit www.cubacine.cu

Clausura del V Salón de Arte Contemporáneo


 

El martes 27
 a las seis de la tarde
con descarga de Ernán López Nussa
en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, Plaza Vieja.



VUELVE LA POLEMICA DE LA CALLE G HOY EN GRANMA.



ESTE VIERNES NUEVAMENTE  LA POLEMICA DE LA CALLE G, ESTA VEZ EN EL DIARIO GRANMA. MUY BUENA LA OPINION DEL LECTOR , ESTOY DE ACUERDO CON EL . PEDRO LUIS GARCIA. ---------------------------------------------------------------------------- -------------------  

                                    Esparcimiento en la Calle G



Desde que apareció este espacio he venido siguiéndolo por la gran cantidad

de opiniones que surgen ante un hecho determinado, propiciando así el debate

entre los ciudadanos. Hoy formo parte de él por una carta publicada el

viernes 16 de Enero: Alteración en la Calle G, con la cual no comparto

algunos de sus puntos de vista.

Diré que desde hace varios años esa avenida se ha convertido — no sé por

qué— en un sitio de encuentros de un determinado sector de la juventud

habanera que no ha tenido el espacio suficiente para eso y que escuchan un

tipo de música no muy difundida por los medios de difusión ya sea: trova,

fusión y principalmente rock. Estos jóvenes, mayormente adolescentes, van al

Parque G (como se le conoce) a compartir con otros que tienen las mismas

afinidades en cuanto a música, moda, forma de vida, etc. y los hay desde

estudiantes de secundaria básica hasta universitarios. Su fin es divertirse

y lo hacen con claves, panderetas, guitarras (predominando estas); se reúnen

en grupos y comienzan a cantar (descargar como se dice en buen cubano),

haciéndose nuevas y buenas amistades. Esto sucede los fines de semana,

habiendo una mayor cantidad de muchachos los sábados; claro, después de

haber tenido una semana de estudio, de haber realizado pruebas y donde

muchos trabajan y estudian a la vez, ¿qué hay de malo en un poco de

diversión los fines de semana?

Repito, su intención no es la alteración del orden público, sino

entretenerse en un país donde la juventud puede salir y reunirse de forma

espontánea en un parque sin temor a ser baleada o asesinada, cosa que no

ocurre en ningún país latinoamericano, y no le veo nada paradójico que sea

este parque donde se encuentran varios luchadores de este continente.

Solo espero que no suceda lo de años anteriores, que se nos obligue a bajar

para Línea y G como si fuéramos unos delincuentes, pues no violamos ninguna

ley, pero que sí tomen medidas con aquellos que maltratan la propiedad

social, ensucian el parque y consumen sustancias prohibidas.


R. Cabrera

   


Jan 21, 2009

OLPL: Norge Espinosa en Critedios


Norge Espinosa, contra las máscaras

Las máscaras de la grisura (el título de su conferencia de una hora, incluido un intermedio muy a tono con el tema del teatro) no se notan en la cara del poeta, crítico y dramaturgo Norge Espinosa, nacido en 1971, como yo, pero con una memoria que no deja de desconcertarme. A veces pienso que para narrar ficciones no es fiable manejar tantos datos.
Norge se quitó las gafas. Este martes 20 de enero hacía una tarde nublada. A las 4 PM en el noveno piso del ICAIC daban ganas de tumbarse sobre las sillas a soñar, acaso en alguna de las decenas de lenguas exóticas que domina Desiderio Navarro, fundador de la revista y el espacio Criterios (al parecer, según él mismo confesó a los micrófonos, está siendo víctima de una campañita de desacreditación que incluye filmaciones secretas en su local y hasta un mail ¿anónimo? desde un cubarte.cult.cu, donde le dicen que deje ya tranquilo el “cuentecito” del Quinquenio Gris, porque más grises son las cenizas que caen ahora mismo sobre Gaza).
Norge simplemente prendió un incienso y, metido dentro de su camisón rojo como escudo contra los malos ojos (en el público sobraban), se puso a leer en paz con los hombres y acaso también con Dios.
Afuera estuvieron de pie dos gacelas del grupo de teatro “El ciervo encantado” (alguien cerca de mí pronunció “El cuervo encantado” y no me pareció tan mal), vestidas para matar o tal vez para ser exterminadas (con gusto me hubiera prestado a cualquiera fuera mi rol: verdugo o víctima). Eran, supongo, dos extras fugadas de la película Schindler’s List, vírgenes slim repartiendo
el listado de una treintena de censuraditos cubanos de los setenta: artistas devenidos por un golpe de Estado locos, suicidas y sepultureros.
Al final no se distribuyó el súper-texto leído por Norge. Traté de sobornarlo con una pseudo-entrevista, pero fue en vano. Criterios en un par de días lo lanzará en formato PDF por e-mail (si no ocurre otro ataque hacker ciber-cultural). Yo hice un par de videos, fotos y grabaciones de audio. Y me fui cantando bajo la lluvia, feliz de haber nacido en 1971, como Norge Espinosa, y de escribir post-pavoneándome con descaro en la Cuba paradisíaca de los años cero.

Orlando Luis Pardo

 

 

El vago, de Baroja

                                                                                                                                                                                           EL VAGO

Pío Baroja

Apoyado en una farola de la Puerta del Sol, mira entretenido pasar la gente

Es un hombre ni alto ni bajo, ni delgado ni grueso, ni rubio ni moreno; puede tener treinta años y puede tener cincuenta; no está bien vestido, pero tampoco es un desarrapado.

¿Qué hace? ¿Mira algo? ¿Espera algo? No, no espera nada. De vez en cuando sonríe; pero su sonrisa no es sarcástica, ni su mirada es oblicua.

No es un tipo de Montenpín. No tiene los ojos impasibles y la nariz también impasible, que se necesita para ser un satánico. ¿Es algún empleado? No ¿Tiene rentas? Tampoco ¿Alguna industria? ¡Pschh! Casi, casi es una industria vivir sin trabajar.

Vamos, es un vago. Si, es un vago. Ya veo a los catones de las tiendas de ultramarinos indignarse contra ellos, usando la prosa estúpida de un confeccionador de artículos de periódico de gran circulación. El vago, para todos esos moralistas, es casi un criminal.

El mío, ese de quien hablo, seguramente no lo es; tiene la mirada profunda, la boca burlona, el ademán indolente.

Mira como un hombre que no espera nada de nadie.

Es un espectador de la vida; no es un actor.

Es un intelectual.

Un vendedor de periódicos se acerca al farol donde se apoya el vago, y se recuesta en él.

Un farol puede sostener dos espaldas

***

Un vago apoyado en un farol es motivo de reflexión. El farol, la ciencia, la rigidez, la luz; el vago, la duda; la indecisión, la sombra.

¡Glorificad a los faroles! ¡No desprecies a los vagos!

Alguno dirá: ¡bah!, ser vago, cosa facilísima. Error; error profundo; ser vago es casi ser filósofo, es algo más que ser un cualquiera.

¿Qué hay vagos a patadas? ¡Que ha de haber! Teneis en la clase alta, gomosos, clubman, sportman; más o menos elegantes, más o menos smart y hasta snobs, si quereis. Todos esos son átomos brillantes de la atmósfera de imbecilidad que recubre a este planeta que habitamos, pero no son vagos. No hay más que mirarlos; andan de prisa, dando zancadas, como si en la vida hubiese algo que valiese la pena de correr, y van siempre pensando en algún caballo, en alguna mujer, en algún perro, en algún amigo, o en otra cosa sin importancia de la misma clase. En las otras capas o costras sociales hay empleados, estudiantes, mendigos, maletas y demás morralla; pero tampoco son vagos perfectos, porque no dejan correr la vida; la emplean en tonterías, en cosas mezquinas; no se dejan arrastrar por el far niente, como el vago tipo, al cual no se le puede achacar más que esa pequeña debilidad de perder la afición al trabajo en la flor de la juventud.

El vago será un bagatela; pero no es una escoria. Un bagatela puede ser trascendental, y una cosa trascendental puede ser baladí. Inventar un juguete demuestra tanto ingenio como inventar una máquina. Tan constructor me creo yo que he hecho, en colaboración con un amigo, un tranvía eléctrico de cartón que se mueve a veces, como si hubiera hecho uno de veras.

Idear una catedral será una gran cosa; pero idear una rana de papel tampoco es despreciable.

***

El vago del farol y yo nos conocemos, y nos hablamos.

Me protege. Es un hombre que no saluda a nadie. Debe tener pocos amigos; quizá no tenga ninguno. Señal de inteligencia. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. Creo que es una frase.

¿A inteligente? No le gana nadie.

Se le habla de política… sonríe, se le habla de literatura… sonríe,; se le habla de cualquier otra cosa… sonríe.

El otro día me dijo uno de él que debía ser un imbécil.

Pero es lo que pasa en estas sociedades sin freno; se empieza a hablar mal de las personas serias, y se llega a hablar mal hasta de los vagos…

 

BORRASKA.     

Ciberfanzine de literatura subterránea. Número 2

 

El derecho a la pereza, Pablo Lafargue *el yerno de Marx...

                                                                                                         EL DERECHO A LA PEREZA

(Extractos)

Paul Lafargue

Capítulo 1: Un dogma desastroso

"Seamos perezosos en todo, excepto en amar

y en beber, excepto en ser perezosos"

Lessing

Una extraña pasión invade a las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una pasión que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su progenitura. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo.

(...) En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica.

(...) Los griegos de la gran época no tenían más que desprecio por el trabajo: solamente a los esclavos les era permitido trabajar: el hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia. Fue aquel el tiempo de un Aristóteles, de un Fidias, de un Aristófanes; el tiempo en que un puñado de bravos destruía en Maratón las hordas del Asia, que Alejandro conquistó enseguida.

Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esta degradación del hombre libre; los poetas entonaban himnos a la pereza, este don de los dioses (...).

Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza:

"Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo mejor vestido".

Jehová, el dios barbudo y áspero, dio a sus adoradores supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad.

¿Cuáles son, en cambio, las razas para quienes el trabajo es una necesidad orgánica? (...) ¿Cuáles son la clases que aman el trabajo por el trabajo? Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses (...).

Y también el proletariado, la gran clase de los productores de todos los países, la clase que, emancipándose, emancipará a la Humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un ser libre, también el proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo.

Capítulo 2: Bendiciones del trabajo

(...) ¡Y decir que los hijos de los héroes de la Revolución de han dejado degradar por la religión del trabajo hasta el punto de aceptar, en 1848, como un a conquista revolucionaria, la ley que limitaba el trabajo en las fábricas a doce horas por día! Proclamaban como un principio revolucionario el derecho al trabajo. ¡Vergüenza para el proletariado francés! Solamente esclavos podían ser capaces de semejante bajeza.

El mismo trabajo que en junio de 1848 reclamaron los obreros con las armas en la mano, lo han impuesto ellos a sus familias; ellos han entregado a los señores feudales de la industria sus mujeres y sus hijos. Con sus propias manos han demolido su hogar doméstico, con sus propias manos han secado el pecho de sus mujeres. Las desgraciadas encinta o amamantando a sus pequeñuelos han tenido que ir a las minas y a las manufacturas a doblar la espalda y a atrofiar sus nervios. Ellos, con sus propias manos, han destrozado la vida y el vigor de sus hijos. ¡Vergüenza para los proletarios!

(...) Los filántropos llaman bienhechores de la Humanidad a los que, para enriquecerse sin trabajar, dan trabajo a los pobres. Más valdría sembrar la peste o envenenar las aguas que erigir una fábrica en medio de una población rural. Introducid el trabajo fabril, y adiós alegrías, salud, libertad; adiós todo lo que hace bella la vida y digna de ser vivida.

Y los economistas no se cansan de repetir a los obreros: "¡Trabajad, trabajad para aumentar la fortuna social!" Es, sin embargo, un economista, Destut de Tracy, quien les contesta:

"Las naciones pobres son aquellas en que el pueblo vive con comodidad; las naciones ricas son aquellas en que, por lo regular, vive en la estrechez."

(...) Pero los economistas, aturdidos e idiotizados por sus mismos aullidos, responden: "Trabajad, trabajad sin descanso para crear vuestro propio bienestar".

(...) Trabajad, trabajad, proletarios, para aumentar la fortuna social y vuestras miserias individuales; trabajad, trabajad para que, haciéndoos cada vez más pobres, tengáis más razón de trabajar y de ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista.

Los proletarios, prestando oídos a las falaces palabras de los economistas, se han entregado en cuerpo y alma al vicio del trabajo, contribuyendo con esto a precipitar la sociedad entera en esas crisis industriales de sobreproducción que trastornan el organismo social. Entonces, a causa de la plétora de mercancías y de la escasez de compradores, se cierran las fábricas, y el hambre azota las poblaciones obreras con su látigo de mil correas. Los proletarios, embrutecidos por el dogma del trabajo, sin comprender que la causa de su miseria presente es el sobretrabajo que se impusieron en los tiempos de pretendida prosperidad, (...) en vez de aprovecharse de los momentos de crisis para una distribución general de los productos y para un goce universal, los obreros, muriéndose de hambre, van a golpear con sus cabezas las puertas de las fábricas. (...) Y esos infelices, que apenas tienen fuerzas para sostenerse en pie, venden doce o catorce horas de trabajo por la tercera parte del precio que exigían cuando tenían pan sobre la mesa. Y los filántropos de la industria se aprovechan de estas crisis para fabricar más barato.

Si la crisis industriales suceden a los períodos de sobretrabajo tan fatalmente como la noche al día, arrastrando consigo la huelga forzada y la miseria sin salida, producen también la bancarrota inexorable. (...) Llega, finalmente, la quiebra, y los depósitos desbordan; se arrojan entonces tantas mercancías por la ventana, que no se comprende cómo hayan podido entrar por la puerta. Se calcula en centenares de millones el valor de las mercancía destruidas; en el siglo XVIII se quemaban o echaban al mar.

Pero antes de tomar esta decisión, recorren los comerciantes el mundo entero en busca de salida para las mercancías que se amontonan; chillan y gritan por la anexión del Congo, la conquista de Tonkin, de la Eritrea, del Dahomey, obligando a los Gobiernos a demoler a tiros de cañón las murallas de la China, con el único fin de poder despachar sus géneros de algodón. En el siglo XVIII tuvo lugar un duelo a muerte entre Francia e Inglaterra para decidir quién gozaría el privilegio exclusivo de vender en América y en las Indias. Millares de hombres jóvenes y vigorosos han tenido que enrojecer el mar con su sangre en las guerras coloniales de los siglos XVI, XVII y XVIII.

Los capitales abundan como las mercancías. Los financieros no saben ya dónde colocarlos, y van, por eso, a las naciones felices que están al sol fumando tranquilamente, a construir ferrocarriles, a erigir fábricas, a implantar la maldición del trabajo.

(...) Estas miserias individuales y sociales, por grandes e innumerables que sean y por eternas que parezcan, desaparecerán, como las hienas y los chacales al acercarse el león, cuando el proletariado diga: yo lo quiero. Pero para que llegue a la conciencia de su fuerza, es necesario que el proletariado pisotee los prejuicios de la moral cristiana, económica y librepensadora; es necesario que vuelva a sus instintos naturales, que proclame los derechos a la pereza, mil y mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos derechos del hombre, concebidos por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se empeñe en no trabajar más de tres horas diarias, holgando y gozando el resto del día y de la noche.

(...) El trabajo se convertirá en un condimento de los placeres de la pereza, en un ejercicio benéfico al organismo humano y en una pasión útil al organismo social cuando sea sabiamente regularizado y limitado a un máximum de tres horas (...).

Capítulo 3: Efectos del exceso de producción

(...) Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto: ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera, o, lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina hace posible a la obrera diez días de reposo. Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, poco más o menos, para todas las industrias renovadas por la máquina moderna. Pero, ¿qué vemos nosotros? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar en razón directa su reposo, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina.

(...) Desde que la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado trastornar la cabeza, arrojándose ciegamente, con su impetuosidad natural, al trabajo y a la abstinencia, la clase capitalista se ve obligada a la pereza y al goce forzados, a la improductividad y el sobreconsumo.

(...) Para cumplir con su doble misión social de improductora y de sobreconsumidora, la burguesía no sólo tiene que violentar sus gustos modestos, perder sus costumbres laboriosas de hace dos siglos, y darse al lujo desenfrenado, a las indigestiones trufadas y a las disoluciones sifilíticas, sino que tiene que sustraer al trabajo productivo una masa enorme de hombres, para procurarse ayuda.

(...) Y precisamente entonces, sin tener en cuenta la desmoralización que, como un deber social, habíase impuesto la burguesía, los proletarios se pusieron en la cabeza la idea de imponer el trabajo a los capitalistas. ¡Ingenuos! Tomaron en serio la teoría de los economistas y los moralistas sobre el trabajo, y se obstinaron en llevarla a la práctica, imponiéndola a los capitalistas. El proletariado enarboló la divisa: El que no trabaje, que no coma; Lyon, en 1831, se rebeló al grito de Trabajo, o plomo; los sublevados de junio de 1848 reclamaron el Derecho al trabajo; los federados de marzo de 1871 declararon que su rebelión era la Revolución del trabajo.

A estos desencadenamientos de bárbaro furor, destructores de todo goce y toda pereza burguesa, los capitalistas no podían contestar más que con la represión feroz; pero ellos saben que si han podido sofocar estas explosiones revolucionarias, no han ahogado por eso, en la sangre de sus matanzas gigantescas, la absurda idea del proletariado de querer imponer el trabajo a las clases ociosas y panzudas; y sólo con el fin de alejar este peligro, la burguesía se rodea de pretorianos, polizontes, magistrados y carceleros entretenidos en una improductividad laboriosa. Ya no se pueden tener ilusiones sobre el carácter de los ejércitos modernos; no son mantenidos permanentemente más que para reprimir al enemigo interno. (...) Las naciones europeas no tienen ejércitos nacionales, sino ejércitos mercenarios: ellos protegen a los capitalistas contra el furor popular que quisiera condenarlos a diez horas de mina o de hiladora.

(...) El gran problema de la producción capitalista no es ya el de encontrar productores y de duplicar sus fuerzas, sino de descubrir consumidores, excitar sus apetitos y crearles necesidades ficticias. Desde que los obreros europeos, temblando de frío y hambre, se niegan a usar los géneros tejidos por ellos, a consumir el trigo y beber el vino que ellos cosechan, los pobres fabricantes se ven obligados a correr a las antípodas en busca de quienes quieran encargarse de consumir esos productos. (...) Pero los continentes explorados no son lo suficientemente vastos; se necesitan, por consiguiente, países vírgenes. Los fabricantes de Europa sueñan noche y día con el África, con el lago de Sahara, con el ferrocarril del Sudán (...).

Mas todo es inútil: ni los derroches de la burguesía, ni el enorme consumo de una clase doméstica más numerosa que la clase productora, ni las poblaciones salvajes a las que se inunda de mercancías europeas; nada, nada alcanza a agotar las montañas de producción que se acumulan a mayor altura que las Pirámides de Egipto. La productividad de los obreros desafía todo consumo, todo derroche. (...) Ciertos industriales compran jirones de lana sucia, a medio pudrir, y fabrican con ella un paño llamado renaissance, que dura tanto como las promesas electorales. (...) Todos nuestros productos son adulterados, a fin de facilitar su salida y abreviar su duración. (...) Algunos ignorantes acusan de fraude a nuestros caritativos industriales, cuando lo que en realidad los mueve es la idea de dar trabajo a los obreros, que no pueden resignarse a vivir con los brazos cruzados.

(...) Y, sin embargo, a pesar de la sobreproducción de mercancías, no obstante las falsificaciones industriales, los obreros llenan el mercado en cantidades sin número, implorando ¡trabajo!, ¡trabajo!

(...) Embrutecidos por su vicio, los obreros no han podido llegar a comprender que para que haya trabajo para todos es preciso dividirlo como el agua en un navío en peligro.

(...) ¡Oh idiotas! Precisamente porque trabajáis demasiado se desarrolla con lentitud el maquinismo industrial.

(...) Para forzar a los capitalistas a perfeccionar sus máquinas de madera y de hierro, es preciso elevar los salarios y disminuir las horas de trabajo de las máquinas de carne y hueso.

Capítulo 4: A nuevo aire, canción nueva

Si disminuyendo las horas de trabajo se adquieren nuevas fuerzas mecánicas para la producción social, obligando a los obreros a consumir sus productos se conquistará un inmenso ejército de fuerzas de trabajo. La burguesía, aliviada así de su tarea de sobreconsumidora universal, se apresurará a licenciar esa turba de soldados, magistrados, rufianes, etc., que ha sacado del trabajo útil para que la ayuden a consumir y derrochar. El mercado del trabajo estará entonces desbordante, y habrá necesidad de imponer una ley de hierro para prohibirlo, hasta que será imposible encontrar ocupación para estas multitudes humanas, más numerosas que las langostas y hasta ahora improductivas. (...) Desde el momento en que los productos europeos se consuman donde se fabriquen, ya no habrá necesidad de transportarlos a todas las partes del mundo (...). Los felices habitantes de la Polinesia podrán entregarse entonces al amor libre, sin temer las iras de la Venus civilizada y los sermones de la moral europea.

Aún más: para encontrar trabajo suficiente a todas las fuerzas improductivas de la sociedad moderna e inclinarse a una mayor perfección constante de los medios de trabajo, la clase obrera deberá, como la burguesía, violentar sus inclinaciones a la abstinencia y desarrollar indefinidamente sus capacidades consumidoras.

(...) Si desarraigando de su corazón el vicio que la domina y envilece su naturaleza, la clase obrera se alzara en su fuerza terrible para reclamar, no ya los derechos del hombre, que son simplemente los derechos de la explotación capitalista, ni para reclamar el derecho al trabajo, que no es más que el derecho a la miseria; sino para forjar una ley de hierro que prohibiera a todo hombre trabajar más de tres horas diarias, la tierra, la vieja tierra, estremeciéndose de alegría, sentiría agitarse en su seno un nuevo mundo... Pero ¿cómo pedir a un proletariado corrompido por la moral capitalista una resolución viril?

Como Cristo, la doliente personificación de la esclavitud antigua, el proletariado sube arrastrándose desde hace un siglo por el duro Calvario del dolor. Desde hace un siglo, el trabajo forzoso rompe sus huesos, atormenta su carne y atenaza sus nervios; desde hace un siglo, el hambre desgarra sus vísceras y alucina su cerebro... ¡Oh Pereza, ten tú compasión de nuestra miseria! ¡Oh Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé tú el bálsamo de las angustias humanas!

Apéndice: una explicación con los moralistas

(...) "El prejuicio de la esclavitud dominaba el espíritu de Aristóteles y de Pitágoras", se ha escrito desdeñosamente, y sin embargo, Aristóteles pensaba que "si todo instrumento pudiera ejecutar por sí solo su propia función, moviéndose por sí mismo, como las cabezas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se dedicaban espontáneamente a su trabajo sagrado; si, por ejemplo, los husos de los tejedores tejieran por sí solos, ni el maestro tendría necesidad de ayudantes, ni el patrono de esclavos".

El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas de hálito de fuego, de infatigables miembros de acero y de fecundidad maravillosa e inextinguible, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado, y a pesar de esto, el espíritu de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del sistema salarial, la peor de las esclavitudes. Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la Humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las sordidae artes y del trabajo asalariado, la diosa que le dará comodidades y libertad.

 

El texto aquí transcrito, haciendo honor a su título, ha sido saqueado de:

http://personales.com/espana/larioja/GLUP/Aten2.1.htm

 

BORRASKA.     

Ciberfanzine de literatura subterránea. Número 2

 

 

 

el trabajo agradable, piort kropotkin

LA CONQUISTA DEL PAN

(Extractos)

Piotr Kropotkin

El trabajo agradable

1

Cuando los socialistas afirman que una sociedad emancipada del capital sabría hacer agradable el trabajo y suprimiría todo servicio repugnante y malsano, se les ríen en sus narices. Y sin embargo, hoy mismo pueden verse pasmosos progresos en este sentido, y en todas partes donde se han producido tales progresos, los patronos se han congratulado de la economía de fuerza obtenida de esa manera.

Sin embargo, como raras excepciones, encuéntranse ya algunos talleres fabriles tan bien arreglados, que daría verdadero gusto trabajar en ellos si el trabajo no durase más de cuatro o cinco horas diarias y si cada cual tuviese facilidad de variarlo a su antojo.

Hay una fábrica -dedicada, por desgracia, a ingenios de guerra- que nada deja que desear desde el punto de vista de la organización sanitaria e inteligente. Ocupa veinte hectáreas de terreno, quince de las cuales están con cubierta de vidrio. El suelo, de ladrillo refractario, se ve tan limpio como el de una casita de minero; y una escuadra de operarios, que no hacen otra cosa, limpian esmeradamente la techumbre acristalada. Allí se forjan barras de acero hasta de veinte toneladas: de peso, y estando a treinta pasos de un inmenso horno, cuyas llamas tienen una temperatura de más de 1.000 grados, no se adivina su presencia sino cuando la inmensa boca del horno deja paso a un monstruo de acero. Y ese monstruo lo manejan sólo tres o cuatro trabajadores sin más que abrir acá o acullá un grifo, haciendo mover inmensas grúas por la presión del agua dentro de tubas.

Se entra predispuesto a oír el ruido ensordecedor de los mazos colosales, y se descubre que no hay mazo alguno. Los inmensos cañones de cien toneladas y los ejes de los vapores trasatlánticos se forjan por la presión hidráulica, y el obrero se limita a hacer girar la llave de un grifo para comprimir el acero, prensándolo en vez de forjarlo, lo cual da un metal mucho más homogéneo, sin quebrajas, cualquiera que sea el espesor de las piezas.

Espérase un rechinamiento general, y se ven máquinas que cortan masas de acero de diez metros de longitud sin hacer más ruido que el necesario para cortar un queso. Y cuando expresábamos nuestra admiración al ingeniero que nos acompañaba, respondía:

<<¡Es una simple cuestión de ahorro! Esta máquina que cepilla el acero lleva en servicio cuarenta y dos años. No hubiera servido ni diez si sus partes, más ajustadas o débiles, se entrechocasen, rechinasen a cada golpe del cepillo.

<<¿Los altos hornos? Sería un gasto inútil dejar irradiar afuera el calor, en vez de utilizarlo. ¿Por qué tostar a los fundidores, cuando el calor perdido por irradiación representa toneladas de carbón?

>>Los mazos de pilón, que hacían retemblar los edificios en cinco leguas a la redonda, ¡otro despilfarro! Se forja mejor por presión que por choque, y cuesta menos; hay menos pérdida.

>>El espacio concedido a cada taller, la claridad de la fábrica, su limpieza, todo ello es una sencilla cuestión de ahorro. Se trabaja mejor cuando se ve claro y no hay apreturas.

>>Verdad es que estábamos muy estrechos antes de venir aquí. Y es que el suelo resulta terriblemente caro en los alrededores de las grandes ciudades. ¡Si son rapaces los propietarios!

>> Lo mismo sucede con las minas. Aunque sólo sea por Zola o por los periódicos, ya se sabe lo que la mina es hoy. Pues bien; la mina del porvenir estará bien ventilada, con una temperatura tan perfectamente regular como la de un gabinete de trabajo, sin caballos condenados a morir debajo de tierra, haciéndose la tracción subterránea por medio de un cable automotor puesto en movimiento desde la boca del pozo; los ventiladores estarán siempre en marcha, y nunca habrá explosiones. Esta mina no es un sueño; se ven ya en Inglaterra, y nosotros hemos visitado una. También aquí es una simple cuestión de economía ese buen orden. La mina de que hablamos, a pesar de su inmensa profundidad de 430 metros, suministra mil toneladas diarias de hulla con doscientos trabajadores solamente, o sea cinco toneladas por día y por trabajador, mientras que el promedio en los dos mil pozos de Inglaterra viene a ser de trescientas toneladas por año y por trabajador.

Este asunto ha sido tratado ya con mucha frecuencia por los periódicos socialistas, y se ha formado opinión. La fábrica, el taller, la mina, pueden ser tan sanos, tan magníficos como los mejores laboratorios de las universidades modernas, y cuanto mejor organizados estén desde ese punto de vista, más productivo resultará el trabajo humano.

¿Puede dudarse de que en una sociedad de iguales, en que los brazos no estén obligados a venderse, el trabajo será realmente un placer, una distracción? La tarea repugnante o malsana deberá desaparecer porque es evidente que en estas condiciones es nociva para la sociedad entera. Podían entregarse a ella los esclavos; el hombre libre aspira a nuevas condiciones de un trabajo agradable e infinitamente más productivo. Las excepciones de hoy serán la regla del mañana.

2

Una sociedad regenerada por la revolución sabrá hacer que desaparezca la esclavitud doméstica, esa postrera forma de la esclavitud, la más tenaz quizá, porque también es la más antigua. Sólo que no lo hará del modo soñado por los falansterianos, ni de la manera como frecuentemente se lo imaginan los comunistas.

El falansterio repele a millones de seres humanos. El hombre menos expansivo experimenta ciertamente la necesidad de reunirse con sus semejantes para un trabajo común, tanto más atractivo cuanto que se tiene conciencia de formar parte del inmenso todo. Pero no sucede así en las horas dedicadas al descanso y a la intimidad. El falansterio, y aun el familisterio, no lo tienen en cuenta, o bien tratan de responder a esta necesidad con agrupaciones artificiosas.

El falansterio, que no es en realidad sino un inmenso hotel, puede agradar a algunos y aun a todos en ciertos momentos de su vida, pero la gran mayoría prefiere la vida de familia, por supuesto de la familia del porvenir; prefiere la habitación aislada, y los normandos anglosajones llegan hasta a preferir la casita de cuatro, seis u ocho piezas, en la cual pueden vivir separadamente la familia o la aglomeración de amigos.

Otros socialistas repudian el falansterio. Pero cuando se les pregunta cómo podría organizarse el trabajo doméstico, responden: <<Cada cual hará su propio trabajo; mi mujer desempeña bien el de la casa; las burguesas harán otro tanto>>. Y si es un burgués aficionado al socialismo quien habla, dirá a su mujer con una sonrisa graciosa: <<¿No es verdad, querida, que te pasarías con gusto sin criada en una sociedad socialista? ¿No es cierto que harías lo mismo que la mujer de nuestro excelente amigo Pablo o la de Juan el carpintero, a quien conoces?>> A lo que la mujer contesta con una sonrisa agridulce y un <<Vaya que sí, querido>>, diciendo aparte que, por fortuna, eso no sucederá tan pronto.

Pero la mujer también reclama su puesto en la emancipación de la humanidad. Ya no quiere ser la bestia de carga de la casa. Bastante es que tenga que dedicar tantos años de su vida a la crianza de sus hijos. ¡Ya no quiere ser más la cocinera, la trajinadora, la barrendera de la casa! Y como las americanas han tomado la delantera en esta obra de reivindicación, son generales las quejas en los Estados Unidos por la falta de mujeres que se dediquen a los trabajos domésticos. La señora prefiere el arte, la política, la literatura o el salón de juego; la obrera hace otro tanto, y ya no se encuentran criadas de servir. En los Estados Unidos, son raras las solteras y casadas que consientan en aceptar la esclavitud del delantal.

Si os lustráis los zapatos, ya sabéis cuán ridículo es ese trabajo. ¿Puede haber nada más estúpido que frotar veinte o treinta veces un zapato con el cepillo? Es preciso que una décima parte de la población europea se venda por un jergón y alimento insuficiente, para hacer ese servicio embrutecedor; es preciso que la misma mujer se conceptúe como una esclava, para que se siga practicando cada mañana semejante operación por docenas de millones de brazos.

Sin embargo, los peluqueros tienen máquinas para cepillar los cráneos lisos y las cabelleras crespas. ¿No era muy sencillo aplicar el mismo principio a la otra extremidad? Eso es lo que se ha hecho. Hoy, la máquina de lustrar el calzado es de uso general en las grandes fondas americanas y europeas. También se difunde fuera de ellas. En las grandes escuelas de Inglaterra, divididas en secciones con cincuenta a doscientos colegiales internos cada una, se ha encontrado más sencillo tener un solo establecimiento que todas las mañanas embetuna los mil pares de zapatos; esto evita el sostener un centenar de criadas dedicadas especialmente a esa operación estúpida. El establecimiento recoge por la noche los zapatos y los devuelve por la mañana a domicilio, lustrados a máquina.

¡Fregar la vajilla! ¿Dónde habrá una mujer que no tenga horror a esa tarea, larga y sucia a la vez, y que siempre se hace a mano, únicamente porque el trabajo de la esclava doméstica no se tiene en cuenta para nada?

En América se ha encontrado algo mejor. Ya hay cierto número de ciudades en las cuales el agua caliente se envía a domicilio, como el agua fría entre nosotros. En estas condiciones, el problema era de una gran sencillez, y lo ha resuelto una mujer, la señora Cockrane. Su máquina lava veinte docenas de platos, los enjuaga y los seca en menos de tres minutos. Una fábrica de Illinois construye esas máquinas, que se venden a un precio accesible para las casas regulares. Y en cuanto a las casas modestas, enviarán su vajilla al establecimiento lo mismo que los zapatos. Hasta es probable que una misma empresa se dedique a estos dos servicios: el de embetunar y el de fregar.

Limpiar los cuchillos; desollarse la piel y retorcerse las manos lavando la ropa para exprimir el agua de ella; barrer los suelos o cepillar las alfombras levantando nubes de polvo, que es preciso quitar en seguida con sumo trabajo de los sitios donde va a posarse: todo esto se hace aún, porque la mujer sigue siendo esclava. Pero comienza a desaparecer, por hacerse todas esas funciones infinitamente mejor a máquina, y las máquinas de todas clases se introducirán en el domicilio privado cuando la distribución de la electricidad a domicilio permita ponerlas todas en movimiento, sin gastar el menor esfuerzo muscular.

Las máquinas cuestan muy poco, y si aún las pagamos tan caras, es porque no son de uso general, y sobre todo, porque un 75 por 100 se lo han llevado ya esos señores que especulan con el suelo, las primeras materias, la fabricación, la venta, la patente, el impuesto y otras cosas por el estilo, y todos ellos tienen prisa por poner coche.

El porvenir no es tener en cada casa una máquina de limpiar el calzado, otra para fregar los platos, otra para lavar la ropa blanca, y así sucesivamente. El porvenir es del calorífero común, que envíe el calor a cada cuarto de todo un barrio y evite encender lumbre. Esto se hace ya en algunas ciudades americanas. Una gran casa Central envía agua caliente a todas las casas, a todos los pisos. El agua circula por los tubos, y para regular la temperatura, sólo hay que dar vueltas a una llave. Y si se quiere tener además fuego en una estancia determinada, puede encenderse el gas especial de calefacción enviado desde un depósito central. Todo ese inmenso servicio de limpiar chimeneas y hacer lumbre, ya sabe la mujer cuánto tiempo absorbe, y está en vías de desaparecer.

La vela de parafina, la lámpara de petróleo y hasta el mechero de gas han pasado ya. Hay ciudades enteras donde basta apretar un botón para que surja la luz, y en último término, es cuestión de economía y de saber vivir el lujo de la lámpara eléctrica.

Por último (siempre en América), trátase ya de formar sociedades para suprimir la casi totalidad del trabajo doméstico. Bastaría crear servicios caseros para cada manzana de casas. Un carro iría a recoger a domicilio los cestos de calzado para embetunar, de vajilla para fregar, de ropa blanca para lavar, de menudencias para remendar (si merecen la pena), de alfombras para cepillar, y al día siguiente, por la mañana temprano, devolvería bien hecha la labor que se le hubiese confiado. Algunas horas más tarde, aparecerían en vuestra mesa el café caliente y los huevos cocidos en su punto.

En efecto, entre mediodía y las dos de la tarde hay de seguro más de veinte millones de americanos y otros tantos ingleses comiendo todos ellos buey o cordero asado, cerdo cocido, patatas cocidas y verduras de la estación. Y por lo bajo hay ocho millones de fuegos encendidos durante dos o tres horas para asar esa carne y cocer esas hortalizas; ocho millones de mujeres dedicadas a preparar esa comida, que quizá no consista en más de diez platos diferentes.

<<¡Cincuenta hogares encendidos, donde bastaría uno solo!>>, exclamaba tiempo atrás una americana. Comed en vuestra mesa; en familia con vuestros hijos, si queréis. Pero por favor, ¿para qué esas cincuenta mujeres perdiendo la mañana en hacer algunas tazas de café y en preparar aquel almuerzo tan sencillo? ¿Por qué esos cincuenta fuegos, cuando con uno solo y dos personas bastaría para cocer todos esos trozos de carne y todas las hortalizas? Elegid vosotros mismos vuestro asado de buey o de carnero, si sois de paladar delicado; sazonad las verduras a vuestro gusto, si preferís tal o cual salsa. Pero no tengáis más que una cocina tan espaciosa y un solo hornillo tan bien dispuesto como os haga falta.

Emancipar a la mujer no es abrir para ella las puertas de la universidad, del foro y del parlamento.

La mujer manumitida descarga siempre en otra mujer el peso de los trabajos domésticos. Emancipar a la mujer es libertarla del trabajo embrutecedor de la cocina y del lavadero: es organizarse de modo que le permita criar y educar a sus hijos, si le parece, conservando tiempo de sobra para tomar parte en la vida social.

División del trabajo

La economía política se ha limitado siempre a comprobar los hechos que veía producirse en la

sociedad y a justificarlos en interés de la clase dominante. Lo mismo hace con respecto a la división del

trabajo creada por la industria: habiéndola encontrado ventajosa para los capitalistas, la ha convertido en

principio.

«Ved ese herrero de pueblo -decía Adam Smith, el padre de la economía política moderna-. Si

nunca se ha habituado a hacer claves, a duras penas fabricará doscientos o trescientos diarios. Pero si ese

mismo herrero no hace más que clavos, producirá fácilmente hasta dos mil trescientos en el curso de una

sola jornada.»

Y Smith se apresuraba a sacar esta consecuencia: «Dividamos el trabajo, especialicemos cada vez

más; tengamos herreros que sólo sepan hacer cabezas o puntas de claves, y de esa manera produciremos

más y nos enriqueceremos.» En cuanto a saber si el herrero condenado por toda la vida a no hacer más que

cabezas de clavo perderá el interés por el trabajo; si no estará enteramente a merced del patrono con ese

oficio limitado; si no tendrá cuatro meses de paro forzoso al año; si no bajará su salario cuando fácilmente

se le pueda reemplazar con un aprendiz, Adam Smith no pensaba en nada de eso al exclamar: «¡Viva la

división del trabajo!

Y aun cuando un Sismondi o un J. B. Say advertían más tarde que la división del trabajo, en lugar

de enriquecer a la nación, sólo enriquecía a los ricos, y que reducido el trabajador a hacer toda su vidä la

dieciochava parte de un alfiler, se embrutecía y caía en la miseria, ¿qué propusieron los economistas

oficiales? ¡Nada! No se dijeron que aplicándose así toda la vida a un solo trabajo maquinal, el obrero

perdería la inteligencia y el espíritu inventivo, y que, por el contrario, la variedad en las ocupaciones

produciría aumentar mucho la productividad de la nación.

Si no hubiese más que los economistas para predicar la división del trabajo permanente y a menudo

hereditaria, se les dejaría perorar a sus anchas. Pero las ideas profesadas por los doctores de la ciencia se

infiltran en los espíritus pervirtiéndolos, y a fuerza de oír hablar de la división del trabajo, del interés, de la

renta, del crédito, etcétera, como de problemas ha mucho tiempo resueltos, todo el mundo (y el trabajador

mismo) concluye por razonar como los economistas, por venerar idénticos fetiches.

Así vemos a gran número de socialistas, hasta los que no temen atacar los errores de la ciencia,

respetar el principio de la división del trabajo. Habladles de la organización de la sociedad durante la

revolución, y responden que debe sostenerse la división del trabajo; que si hacíais puntas de alfileres antes

de la revolución, las haréis también después de ella. Bueno; trabajaréis nada más que cinco horas haciendo

puntas de alfileres. Pero no haréis más que puntas de alfileres toda la vida, mientras otros hacen máquinas y

proyectos de máquinas que permiten afilar durante toda vuestra vida miles de millones de alfileres, y otros

se especializarán en las altas funciones del trabajo literario, científico, artístico, etcétera. Has nacido

amolador de puntas de alfileres, Pasteur ha nacido vacunador de la rabia, y la revolución os dejará a uno y a

otro con vuestros respectivos empleos.

Conocidas son las consecuencias de la división del trabajo. Evidentemente, estamos divididos en

dos clases: por una parte, los productores que consumen muy poco y están dispensados de pensar, porque

necesitan trabajar, y trabajan mal porque su cerebro permanece inactivo; y por otra parte, los consumidores

que producen poco tienen el privilegio de pensar por los otros, y piensan mal porque desconocen todo un

mundo, el de los trabajadores manuales. Los obreros de la tierra no saben nada de la máquina: los que

sirven las máquinas ignoran todo el trabajo de los campos. El ideal de la industria moderna es el niño

sirviendo una máquina que no puede ni debe comprender, y vigilantes que le multen si distrae un momento

su atención. Hasta se trata de suprimir por completo el trabajador agrícola. El ideal de la agricultura

industrial es Un hombre alquilado por tres meses y que conduzca un arado de vapor o una trilladora. La

división del trabajo es el hombre con rótulo y sello para toda su vida como anudador en una manufactura,

vigilante en una industria, impeledor de un carretón en tal sitio de una mina, pero sin idea ninguna de

conjunto de máquinas, ni de industria, ni de mina. Lo que se ha hecho con los hombres, quiso

hacerse también con las naciones. La humanidad se dividirá en fábricas nacionales, cada una con su

especialidad. Rusia está destinada por la naturaleza a cultivar trigo, Inglaterra a hacer tejidos de algodón,

Bélgica a fabricar paños, al paso que Suiza forma niñeras e institutrices. En cada nación se especializaría

también: Lyon a fabricar sederías, la Auvernia encajes y París artículos de capricho. Esto era, según los

economistas; ofrecer un campo ilimitado a la producción, al mismo tiempo que al consumo una era de

trabajo y de inmensa fortuna que se abría para el mundo.

Pero esas vastas esperanzas se desvanecen a medida que el saber técnico se difunde en el universo.

Todo iba bien mientras Inglaterra era la única que fabricaba telas de algodón y trabajaba los metales,

mientras sólo París hacía juguetes artísticos podía predicarse lo que se llamaba la división del trabajo, sin

temor alguno de verse desmentido.

Pues bien; una nueva corriente induce a las naciones civilizadas a ensayar en su interior todas las

industrias, hallando ventajas en fabricar lo que antes recibían de los demás países, y las mismas colonias

tienden a pasarse sin su metrópoli. Como los descubrimientos de la ciencia universalizan los procedimientos

técnicos, es inútil en adelante pagar al exterior por un precio excesivo lo que es tan fácil producir en casa.

Pero esta revolución en la industria, ¿no da una estocada a fondo a la teoría de la división del trabajo, que se

creía tan sólidamente establecida?

BORRASKA.     

Ciberfanzine de literatura subterránea. Número 2

 

Baudelaire. el relámpago

                                                                                                                                                                 El relámpago

Rimbaud

¡El trabajo humano! La explosión que ilumina mi abismo de cuando en cuando.

"Nada es vanidad; a la consquista de la ciencia ¡y adelante!" grita el Eclesiastés moderno, o sea Todo el mundo. Y sin embargo los cadáveres de los malos y de los holgazanes caen sobre el corazón de los demás… ¡Ah!, rápido, decidme: allí, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas… ¿conseguiremos evitarlas?

¿Qué puedo hacer? Sé lo que implica el trabajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galope y que la luz truene… me parece muy bien. Pero es demasiado sencillo, y además hace mucho calor; se las apañarán sin mi. Tengo un deber que cumplir y del que me enorgulleceré haciendo como otros muchos, o sea, olvidándolo.

Mi vida está gastada. ¡Adelante, pues! ¡Finjamos, holgazaneemos, oh piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores extraordinarios y universos fantásticos, quejándonos y denostando las apariencias del mundo: saltimbanqui, mendigo, artista, bandido, ¡sacerdote! En mi cama de hospital, de nuevo me ha llegado ese olor a incienso, tan penetrante: guardián de los aromas sagrados, confesor, mártir…

Reconozco en esto mi sucia educación infantil. Y bueno… ¿qué? Vivir mis veinte años, como los demás viven los suyos…

¡No, no! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo le parece demasiado liviano a mi orgullo: mi traición al mundo sería un suplicio demasiado corto. En el último momento atacaría a diestro y siniestro…

Entonces, ¡oh!, pobre alma querida ¡aún podríamos ganar la eternidad!.

BORRASKA.     

Ciberfanzine de literatura subterránea. Número 2

 

 

CubaRaw

Luis Trápaga

El artista tiene en venta algunas de sus piezas. Para contactar directamente con él desde La Habana: telf. fijo: (053-7)833 6983
cell: +53 53600770 email: luistrapaga@gmail.com
para ver más de su obra visita su web

#vjcuba on pond5

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royalty free footage

porotracuba.org

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demanda ciudadana Por otra Cuba

#goodprint.us

dis tortue...

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enlace a mi cuento "Dis tortue, dors-tu nue?" (bajarlo en pdf)

País de Píxeles

las cacharrosa(s) Cacharro(s)

la 33 y 1/3 de Raulito

FACT me!

TREP

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the revolution evening post

El auditorio imbécil

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Ciro J. Díaz

guamañanga!

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Publikación de Ocio e Instrucción para los Indios de Amérikaribe, para recibir guamá, escribirle al mismo: elcaciqueguama@gmail.com

non official PPR site

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PPR-versus-UJC (unión de jóvenes comepingas)

My Politicophobia

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I like to think I'm an expert on one thing: myself. The world has a way of constantly surprising me so I've dedicated much of my time to understanding the world one event and one place at a time. "Without struggle, there is no progress." Frederick Douglas

la taza de liz

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Este es un proyecto de ayuda a blogs para incentivar la creación y sustento de bitácoras cubanas

I want u fact

Ricardo Villares

raíz

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Rafael Villares

"De soledad humana"

Los objetos de la vida cotidiana están relacionados con todos los hábitos y las necesidades humanas que definen el comportamiento de la especia.Nosotros dejamos en lo que nos rodea recuerdos, sensaciones o nostalgias, y a nuestra clase le resulta indispensable otorgarles vida, sentido y unidad (más allá de la que ya tienen) precisamente por el grado de identificación personal que logramos con ellos; un mecanismo contra el olvido y en pos de la necesidad de dejar marca en nuestro paso por la vida.La cuestión central es, ¿Cuánto de ellos queda en nosotros? ¿Cuánto de nosotros se va con ellos? (fragmentos de la tesis de grado de Rafael Villares, San Alejandro, enero 19, 2009)

Néstor Arenas

Néstor Arenas
Néstor Arenas

neon-klaus

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warholcollage

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la mirada indescriptible de los mortalmente heridos