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Jun 14, 2009

Roland Barthes, de sus Textos sobre la imagen

Andy Warhol y el equipo de la Factory, New York, 30 de octubre de 1969. De
izquierda a derecha: Paul Morrissey, director; Joe Dallesandro, actor; Candy
Darling, actor; Eric Emerson, actor; Jay Johnson, actor; Tom Hempertz,
actor; Gérard Malanga, poetañ Viva, actriz; Paul Morrissey; Taylor Mead,
actor; Bridgit Polk, actriz; Joe Dallessandro; Andy Warhol, artista.

Tales

Photo

1977

Con motivo de la publicación del libro del fotógrafo norteamericano Richard
Avedon Portraits, Èd. Du Chêne.

Miren una fotografía de Avedon: verán en acción la paradoja de todo gran
arte, de todo arte de gran alcurnia: el extremo finito de la imagen abre al
extremo infinito de la contemplación, de la estupefacción. ¡De cuántas fotos
no se dice bastante tontamente que están “vivas”, “animadas”, etc., valores
míticos que son movilizados por la publicidad de los materiales
fotográficos! Pero el arte de Avedon es hacer fotos inmóviles, y, desde ese
momento, inagotables como un objeto de fascinación: lo que fascina está a
la vez muerto y vivo, y por eso es fascinante. Los cuerpos que Avedon
fotografía son en cierto sentido cadáveres, pero esos cadáveres tienen ojos
vivos que nos miran y que piensan: este arte realista es también un arte
fantástico.

De ahí una producción comprometida, que abre inmediatamente una crítica
social y que, sin embargo, no cae en el estereotipo del compromiso: Avedon,
en una parte de las fotos que he visto, manifiesta la opacidad, la dureza,
la tristeza involuntaria del stablishment norteamericano, todo lo que hace
del hombre que lleva un cuerpo cerrado, que le ha dado demasiado al poder y
no lo suficiente al goce, pero, en una segunda parte de su obra, y a veces
en las mismas fotos (¿por qué no?, la Historia es complicada), sin abandonar
su estilo, nos invita a mirar algo my distinto: la pensatividad, la
severidad dulce, la inteligencia liberada de las posturas de la
inteligencia, enteramente recogida en los ojos, que nunca mienten. De ahí
que, delante de una fotografía de Avedon, nos comuniquemos siempre con el
modelo: no solamente nos habla, o mejor aún, por más desgarrador, nos quiere
hablar, sino que también le respondemos, queremos responderle, a través de
la imposibilidad misma en que nos hallamos de despegarnos de esa imagen que
nos retiene sin repetirse (¿es por lo tanto amorosa la relación que
mantenemos con estas fotos?).

Así pasé toda una velada mirando las fotos de Avedon; la víspera, había ido
al cine, donde me había aburrido un poco, y comparaba (aunque con cierta
injusticia) estos dos artes. El de Avedon arrastra hacia una teoría de la
Fotografía, injustamente entregada hoy en día a la Teoría floreciente del
cine o incluso de la Historieta. Como producción, la Fotografía se ve
sometida a dos coartadas insoportables: tan pronto se la sublima en las
especies de la “fotografía artística”, que niega precisamente la fotografía
como arte, como se la viriliza en las especies de la foto de reportaje, que
obtiene su prestigio del objeto que ha capturado. Pero la Fotografía no es
ni una pintura ni… una fotografía; es un Texto, es decir, una meditación
compleja, extremadamente compleja, sobre el sentido.

He aquí, por ejemplo, todo lo que leo en una fotografía de Avedon, los siete
dones que me hace: en primer lugar, lo verdadero, la verdad, la sensación de
verdad, la exclamación de verdad (“¡qué verdadero!”); luego, el tipo (el
hombre político, el escritor, el empresario); luego, Eros, un compromiso, ya
seductor, ya repulsivo, con el afecto; luego, la muerte, la vocación de
cadáver; luego, el pasado, lo que ha sido captado no puede volver, no se
puede volver a tocar; por último, el séptimo sentido es precisamente el que
resiste a todos los otros, es el suplemento indecible, la evidencia de que,
en la imagen, hay siempre algo más: lo inagotable, lo intratable de la
Fotografía (¿el deseo?).

Las fotos de Avedon me obligan a hacer todo este recorrido y a volver a
empezarlo sin descanso; con ellas no se termina nunca; son ricas y desnudas
a la vez, dan sin cesar, y sin cesar retienen; en suma, son las figuras
mismas de una dialéctica: en ellas, la mayor intensidad de sentido, y,
finalmente, la carencia misma de sentido: parte de un goce contenido. En
primer lugar, los sentidos abundan, la excitación está en su apogeo; luego,
conducido por una mano inflexible, aunque supremamente discreta, la de
Avedon, el sentido se extenúa: del cuerpo representado no queda ningún
adjetivo seguro. Creo que, si Avedon me fotografiara, yo no tendría ningunas
ganas de juzgar mi propio cuerpo (con cuya imagen, como cada hijo de vecino,
mantengo relaciones espinosas) ni de encontrarme demasiado esto, no lo
bastante aquello: mi cuerpo se empeñaría simplemente en ser, en persistir:
la fotografía de Avedon no juega (contrariamente a la imagen fotográfica):
nadie es feo, nadie es bello (salvo, por una excepción que firma el resto
del proyecto, los dos muchachos desnudos de la “Factory” de Andy Warhol). En
resumen, sería tal, y como en ese tal de mi cuerpo, sentiría tal vez parte
de la serenidad de los grandes sabios orientales.

(Tels, Roland Barthes, Textos sobre la imagen, traducción de Enrique Folch
González)

Fotografía Richard Avedon©, 1969

2 comments:

  1. Roland Barthes, asi es, me apego a esa nocion de la fotografia.

    Me encanta el nuevo "luckinage" del blog , loco ,lucido y atrevido pero mas sereno.
    un abrazo Lia

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  2. Avedón.
    Sempre un gran fotógrafo y uno de los maestros del desnudo.

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